lunes, 15 de junio de 2009

La universidad y el Modelo educativo basado en competencias

Publicado en Diario El Mexicano: TIJUANA , B.C. / LUNES 15 DE JUNIO DE 2009, p. 31A


La educación se ha convertido en un subempleo, o a lo mucho sólo alcanzamos a ver instituciones funcionalistas más que de carácter intelectual, y es que en medio de las tantas universidades que tenemos en nuestras ciudades mexicanas, se ve difícil encontrar instituciones educativas que tengan departamentos de investigación consolidados, difícil es encontrarlas porque son pocas en donde haya invención y producción intelectual con la que se bombardee de buenas ideas al imaginario colectivo, que según la noción más tradicional de este término, es con lo que el ser humano interpreta el mundo en el que vive.

Y frente a lo anterior, también nos encontramos con una educación detentada por perspectivas psicopedagógicas-empresariales que no han sido bien importadas para nuestra cultura: llegan tarde y/o mal, como sabemos que suele suceder en México, y es que tristemente nuestro país ha sido paradigma de mal importador de ideas (o mal importador de programas televisivos, radiofónicos, etc.); hace falta, pues, que se produzca educación en el ámbito teórico desde México, para que alcance a ser efectivamente práctico el quehacer educativo, de manera que haya una impronta auténticamente mexicana en el quehacer educativo. Una impronta teórica y práctica para la educación de los mexicanos, que vaya según la mentalidad y cultura del mexicano, la cual, intentando aplicar la enseñanza de Leopoldo Zea, tendrá el sello de “autenticidad” cuando esté preocupada (en este caso la educación) por la resolución de los problemas más urgentes de nuestro país.

Aquí hablaré del Modelo educativo basado en competencias (MEC) y algunos de los fenómenos que nos gustaría que tal modelo sepa considerar, este modelo educativo se quiere instalar desde hace tiempo (incluso con otros nombres), pero ha sido más evidente el intento de instaurarlo ahora con la pretendida reforma educativa que busca hacer el gobierno mexicano; este es un modelo –el MEC–, que antepone el bienestar productivo empresarial a la preocupación porque el ser humano sepa darle sentido a la vida, lo cual reduce el educar sólo al ámbito de la capacitación y el adiestramiento. Y esto del sentido de la vida no es otra cosa, en gran medida, que tener una educación capaz de desafiar la depresión y la baja autoestima que parecieran una moda en el mundo contemporáneo.

Decía que hoy está como la novedad de la supuesta reforma educativa el MEC, que es la traducción (competencias) que se le ha querido dar al término “know-how”: expresión perteneciente a un modelo educativo de origen anglosajón, que según los expositores del dichoso modelo, implica el fundar la educación académica en las exigencias de la empresa por la empresa, donde se hace de la empresa un fin y no un medio para la persona.

Y entonces es fácil engancharse en este modelo educativo, pues se hace del trabajo un estado de vida, o un modo de vida; como que uno se matrimonia con el trabajo, el trabajo llega a ser un cónyuge, de manera que el hacer familia suele olvidarse, precisamente, por serle más fieles al trabajo. Incluso las relaciones familiares, con la esposa y los hijos, vienen a considerarse como una infidelidad al trabajo. Sin embargo, no obstante esta facilidad para engancharse en el modelo “por competencias”, que, como se ha dicho, emana de un pretensiosa ideología que supone a la empresa como una entidad que ha de ser todopoderosa, es también muy fácil el decepcionarse de lo que alcance a prometer este modelo educativo, pues es triste, en circunstancias socioeconómicas como las de México, ver que son pocas las oportunidades de trabajo, entonces viene la frustración porque se tiene una licenciatura que ha pretendido capacitar competentemente para el trabajo, e inmediatamente se tiene uno que enfrentar con la falta de oportunidades laborales.

Y las decepciones vienen, además, porque se vive en circunstancias en las que uno no tiene opciones para escoger; hacen falta sistemas educativos y modos de vida que abran oportunidades de desarrollo más allá de los de los ámbitos económico administrativos. En concreto hace falta la promoción de las ciencias humanistas, hace falta arte, historia, literatura, filosofía, de manera que el pensamiento humano tenga respiros de aire diferente al económico administrativo, que es el olor predilecto de una educación en competencias.

Los términos técnicos de una determinada ciencia, disciplina y/o arte, en este caso de la ciencia y el arte de educar: donde radica el término competencias, suelen oscilar hacia dos extremos: o a recibírsele como un prodigio, donde ciega o acríticamente una minoría la acepta (o se siente obligada, esta minoría, a aceptarla, ya que van en juego sus ingresos por su labor docente), o a rechazárseles toda vez que las mayorías no quieren nada con definiciones técnicas; y me parece que es urgente, entre estas dos polarizaciones, que los padres de familia nos esforcemos en tener idea de las ideologías que mueven instituciones, planes y programas de estudio y docentes en nuestro país.

Esto urge porque hay quienes suponen que es buena la educación que sus hijos reciben, pero hay que ser observadores y observar si nuestros hijos se están educando, no vaya a ser que en lugar de inversión haya, más bien y por desgracia, gasto en la educación, o gasto en que sólo vayan a la escuela porque no vemos que se eduquen, toda vez que las mayorías de los que ingresan a la universidad no superan actitudes adolescentes ante lo que significa estudiar; es increíble que en las universidades mexicanas aún tengan que andar los catedráticos convenciendo y hasta correteando a los alumnos (insisto, ya de universidad) para se pongan a hacer la tarea, o los docentes tengan que inventar trabajos en equipo, muchas veces, para hacer que no reprueben aquellos alumnos que no saben bien a bien qué hacen en las aulas universitarias.

Mientras que, en otros países donde es más significativo ese seguimiento, que queremos nosotros los mexicanos denominar como vocacional (ya que se supone que hay orientadoras y departamentos vocacionales y psicopedagógicos en las instituciones educativas): que tendría que ser para detectar y por sobre todo para promover talentos, en tales países pues, que son de un sistema educativo más serio, se ponen y usan filtros, de manera que no cualquiera llega o no cualquiera sale de una universidad; y es que aquí en México se está haciendo como una obligación el que todo mundo, indiscriminadamente, vaya a la universidad, cuando hay quienes serían felices (y hasta económicamente exitosos) quedándose en el nivel técnico. Y por falta de estos filtros es por lo que no vemos que se distinga entre técnicos y profesionistas. Entre quienes haya qué apoyar para que ingresen a la universidad y quien ha de orientarse mejor al ámbito técnico, muy necesario por cierto, ya que es difícil encontrar un mecánico, un plomero, un albañil, un carpintero, etc., que además de responsable sea honesto, actualizado en su oficio, y apasionado en lo que hace.

Entonces, ya que se siguen importando modelos educativos que vienen de culturas diferentes a la nuestra, y al parecer estamos lejos de que el Sistema educativo oficial tome en cuenta los esfuerzos que hay en las mejores universidades humanistas, con nuestros intelectuales afortunadamente no comerciales o populares, que siempre están pensando en el ámbito de la persona y su educación, pues dejamos aquí algunos de los retos que, esperamos, considere la teoría y práctica del MEC, de manera que nuestras universidades sean de un carácter más intelectual y funcional, no sólo funcionalista.

La educación se ha convertido en un subempleo, o a lo mucho sólo alcanzamos a ver instituciones funcionalistas más que de carácter intelectual, y es que en medio de las tantas universidades que tenemos en nuestras ciudades mexicanas, se ve difícil encontrar instituciones educativas que tengan departamentos de investigación consolidados, difícil es encontrarlas porque son pocas en donde haya invención y producción intelectual con la que se bombardee de buenas ideas al imaginario colectivo, que según la noción más tradicional de este término, es con lo que el ser humano interpreta el mundo en el que vive.

Y frente a lo anterior, también nos encontramos con una educación detentada por perspectivas psicopedagógicas-empresariales que no han sido bien importadas para nuestra cultura: llegan tarde y/o mal, como sabemos que suele suceder en México, y es que tristemente nuestro país ha sido paradigma de mal importador de ideas (o mal importador de programas televisivos, radiofónicos, etc.); hace falta, pues, que se produzca educación en el ámbito teórico desde México, para que alcance a ser efectivamente práctico el quehacer educativo, de manera que haya una impronta auténticamente mexicana en el quehacer educativo. Una impronta teórica y práctica para la educación de los mexicanos, que vaya según la mentalidad y cultura del mexicano, la cual, intentando aplicar la enseñanza de Leopoldo Zea, tendrá el sello de “autenticidad” cuando esté preocupada (en este caso la educación) por la resolución de los problemas más urgentes de nuestro país.

Aquí hablaré del Modelo educativo basado en competencias (MEC) y algunos de los fenómenos que nos gustaría que tal modelo sepa considerar, este modelo educativo se quiere instalar desde hace tiempo (incluso con otros nombres), pero ha sido más evidente el intento de instaurarlo ahora con la pretendida reforma educativa que busca hacer el gobierno mexicano; este es un modelo –el MEC–, que antepone el bienestar productivo empresarial a la preocupación porque el ser humano sepa darle sentido a la vida, lo cual reduce el educar sólo al ámbito de la capacitación y el adiestramiento. Y esto del sentido de la vida no es otra cosa, en gran medida, que tener una educación capaz de desafiar la depresión y la baja autoestima que parecieran una moda en el mundo contemporáneo.

Decía que hoy está como la novedad de la supuesta reforma educativa el MEC, que es la traducción (competencias) que se le ha querido dar al término “know-how”: expresión perteneciente a un modelo educativo de origen anglosajón, que según los expositores del dichoso modelo, implica el fundar la educación académica en las exigencias de la empresa por la empresa, donde se hace de la empresa un fin y no un medio para la persona.

Y entonces es fácil engancharse en este modelo educativo, pues se hace del trabajo un estado de vida, o un modo de vida; como que uno se matrimonia con el trabajo, el trabajo llega a ser un cónyuge, de manera que el hacer familia suele olvidarse, precisamente, por serle más fieles al trabajo. Incluso las relaciones familiares, con la esposa y los hijos, vienen a considerarse como una infidelidad al trabajo. Sin embargo, no obstante esta facilidad para engancharse en el modelo “por competencias”, que, como se ha dicho, emana de un pretensiosa ideología que supone a la empresa como una entidad que ha de ser todopoderosa, es también muy fácil el decepcionarse de lo que alcance a prometer este modelo educativo, pues es triste, en circunstancias socioeconómicas como las de México, ver que son pocas las oportunidades de trabajo, entonces viene la frustración porque se tiene una licenciatura que ha pretendido capacitar competentemente para el trabajo, e inmediatamente se tiene uno que enfrentar con la falta de oportunidades laborales.

Y las decepciones vienen, además, porque se vive en circunstancias en las que uno no tiene opciones para escoger; hacen falta sistemas educativos y modos de vida que abran oportunidades de desarrollo más allá de los de los ámbitos económico administrativos. En concreto hace falta la promoción de las ciencias humanistas, hace falta arte, historia, literatura, filosofía, de manera que el pensamiento humano tenga respiros de aire diferente al económico administrativo, que es el olor predilecto de una educación en competencias.

Los términos técnicos de una determinada ciencia, disciplina y/o arte, en este caso de la ciencia y el arte de educar: donde radica el término competencias, suelen oscilar hacia dos extremos: o a recibírsele como un prodigio, donde ciega o acríticamente una minoría la acepta (o se siente obligada, esta minoría, a aceptarla, ya que van en juego sus ingresos por su labor docente), o a rechazárseles toda vez que las mayorías no quieren nada con definiciones técnicas; y me parece que es urgente, entre estas dos polarizaciones, que los padres de familia nos esforcemos en tener idea de las ideologías que mueven instituciones, planes y programas de estudio y docentes en nuestro país.

Esto urge porque hay quienes suponen que es buena la educación que sus hijos reciben, pero hay que ser observadores y observar si nuestros hijos se están educando, no vaya a ser que en lugar de inversión haya, más bien y por desgracia, gasto en la educación, o gasto en que sólo vayan a la escuela porque no vemos que se eduquen, toda vez que las mayorías de los que ingresan a la universidad no superan actitudes adolescentes ante lo que significa estudiar; es increíble que en las universidades mexicanas aún tengan que andar los catedráticos convenciendo y hasta correteando a los alumnos (insisto, ya de universidad) para se pongan a hacer la tarea, o los docentes tengan que inventar trabajos en equipo, muchas veces, para hacer que no reprueben aquellos alumnos que no saben bien a bien qué hacen en las aulas universitarias.

Mientras que, en otros países donde es más significativo ese seguimiento, que queremos nosotros los mexicanos denominar como vocacional (ya que se supone que hay orientadoras y departamentos vocacionales y psicopedagógicos en las instituciones educativas): que tendría que ser para detectar y por sobre todo para promover talentos, en tales países pues, que son de un sistema educativo más serio, se ponen y usan filtros, de manera que no cualquiera llega o no cualquiera sale de una universidad; y es que aquí en México se está haciendo como una obligación el que todo mundo, indiscriminadamente, vaya a la universidad, cuando hay quienes serían felices (y hasta económicamente exitosos) quedándose en el nivel técnico. Y por falta de estos filtros es por lo que no vemos que se distinga entre técnicos y profesionistas. Entre quienes haya qué apoyar para que ingresen a la universidad y quien ha de orientarse mejor al ámbito técnico, muy necesario por cierto, ya que es difícil encontrar un mecánico, un plomero, un albañil, un carpintero, etc., que además de responsable sea honesto, actualizado en su oficio, y apasionado en lo que hace.

Entonces, ya que se siguen importando modelos educativos que vienen de culturas diferentes a la nuestra, y al parecer estamos lejos de que el Sistema educativo oficial tome en cuenta los esfuerzos que hay en las mejores universidades humanistas, con nuestros intelectuales afortunadamente no comerciales o populares, que siempre están pensando en el ámbito de la persona y su educación, pues dejamos aquí algunos de los retos que, esperamos, considere la teoría y práctica del MEC, de manera que nuestras universidades sean de un carácter más intelectual y funcional, no sólo funcionalista.

Educación Personalista


Publicado en Diario El Mexicano: LU N ES 8 D E JU N IO D E 2009 / TIJ UA N A , B.C., p. 32A 
Por Jesús M. Herrera A.
Antes de poder hablar de educación se hace necesario el partir de una noción de ser humano, ya que a quien se educa es al ser humano; pues aunque haya escuelas para mascotas, lo que se hace es adiestrarlas conductualmente, se les lleva a la “escuela” para que adquieran, en la línea conductista más tradicional, puras conductas para que se tenga una mascota graciosa para aplaudirle, de manera que no parece que sea lo mismo adiestrar que educar, pues el ser humano no es una mascota: no queremos educar a los seres humanos con el fin de tenerlos como mascotas graciosas.
El ser humano es una persona, este concepto (de persona) es inacabado, hay toda una tradición, que incluso podemos apreciarla como milenaria, y está viva y reflexionando en torno a lo que es el ser humano como persona, hay algunas notas que puntualmente se pueden ya decir como resultas de este esfuerzo de saber quiénes somos los seres humanos, precisamente, como personas: se dice, pues, que somos únicos e irrepetibles, que tenemos capacidad de distinguir entre el bien y el mal y por ello somos libres, se hace notar que somos sujetos de comunicación y comunicabilidad, también que hay una dignidad por la que somos diferentes a los demás seres, y además que es una dignidad que tiene carácter sagrado, porque suponemos que la dignidad humana se ha de respetar por encima de todo, incluso este reconocimiento y respeto absoluto a la dignidad humana es lo que le otorga un carácter personalista a lo que somos y hacemos (como es el educar).
Y bien, hay mucha producción filosófica que es urgente saber revisar para ahondar y no quedarnos en una comprensión pueril de quiénes somos, tanto en lo individual como en lo social, y es que a la persona hay que cuidarle estos dos aspectos, de manera que lo individual no se oponga a lo social o al revés, pues hay que conseguir un justo equilibrio, lo cual es difícil como todo equilibrio, en donde a veces hemos de ir más hacia un lado que a otro para alcanzar la armonía deseada.
En lo particular me gusta llevar esta rica tradición personalista (más desarrollada y aplicada al ámbito de la educación, está en mi libro “Persona, Educación y Valores”) a que alimente un concepto de persona que quiero hacer mío: el comprender y el explicar a la persona como sujeto de talentos, es decir, partamos de que la persona no está en este mundo por casualidad, esto sería suponer que la vida no tiene sentido, y es evidente que como personas buscamos darle sentido a la vida, y lo que ayuda mucho a darnos sentido a nuestra vida o nuestra historia es el ejercicio y el empeño por explotar nuestros talentos, lo cual en gran medida supone el que todos tenemos una vocación (y no un destino determinado) a la que queremos darle una respuesta, y esto de la vocación, que es algo muy amplio de tratar, en este momento véase en su aspecto más básico o fundamental, que la vocación suele percibirse en el hecho de que hay cosas que nos apasionan tanto que, al margen de sus dificultades, siempre se está dispuesto a trabajar con pasión en ello, y no trabajar sólo para subsistir y/o por dinero, entonces el ideal es que la comunidad, el Estado o la sociedad sea receptora y promotora de talentos.
De la persona como sujeto de talentos también supongo al ser humano como alguien capaz de ser y hacer intencionadamente el bien. Y esto se dice frente a una cultura que está siempre en actitud de sospecha o desconfiada ante los demás, hace falta pensar en los otros para acercarnos con un prejuicio más bien intencionado ante el prójimo, y es que se llega a pensar radicalmente que el otro es alguien malo, incapaz de querer el bien, se le ve ferozmente individualista, como buscando siempre su propio beneficio, o por lo menos se le ve como alguien que me quiere tranzar, como alguien de quien me tengo que cuidar.
Si partimos de esta noción de ser humano, como persona talentosa, entonces ya tenemos la finalidad de la educación, su porqué, i. e., su razón de ser. Hay que educar para hacer de la persona alguien que se conozca, alguien que sepa de sus talentos para que los quiera disponer a favor de los demás, lo cual ya implica mucho el saber por qué y para qué vive, está, pues, en el camino tan difícil de darle sentido a la vida.
Frente a este ideal de persona y educación que se menciona, tenemos la triste realidad de una pseudoeducación que confunde el educar con el capacitar o con el adiestrar, signos de este problema, de una falsa educación, está en tener frente a nosotros analfabetas funcionales y una ignorancia tremenda de saber quiénes somos y de lo que es el cuidado del bien común.
Un analfabeta funcional es quien teniendo por lo menos la preparatoria terminada no es capaz de comprender un texto, incluso se llega a no saber leerlo literalmente, se le causa un trauma porque se le exige buena ortografía, y en fin, mucho del analfabetismo funcional significa el no tener uso del sentido común, pues se le ve a este tipo de personas como habitualmente distraídas, lo cual llega a ser síntoma de carencia de sentido. Del analfabetismo funcional deriva también, como un hermano gemelo de éste, el analfabeta informático, que es quien toma la computadora como una máquina mágica, más bien como una varita mágica que le resuelve la vida, o que le sirve sólo para jugar; se les llega a ver queriendo estudiar una ingeniería en sistemas (u otras carreras que tienen que ver con el mundo de la tecnología) y renuncian en cuanto se dan cuenta que se les exigirá estudiar matemáticas. De manera que, como dice Umberto Eco, el ser humano prefiere la mentalidad mágica a la seriedad de una mentalidad ordenada y pensante, pues como observa este filósofo italiano, la tecnología se ve como algo mágico, y a la tecnología, paradójicamente, se le acepta a la vez que se llega a despreciar la razón que la produjo. Lo cual es aceptarla de manera más o menos ciega.
Parece, pues, que en el ámbito educativo no se sabe bien a bien qué hacer con la tecnología, lo cual es causado por estos tipos de analfabetismos que mencionamos, pues unos idolatran la tecnología y otros la satanizan, los extremos se tocan y se olvida que la tecnología es un artificio humano, está en todo, pero no lo es todo; como en internet, que hay de todo pero no está todo, hay que saber relativizar la tecnología para sacarla de esa apreciación mágica o diabólica en la que se le ha metido en el ámbito educativo.
La ignorancia de quiénes somos también es un problema capital de la educación, el ignorar quién soy es un asunto viejo, lo atestigua el “Conócete a ti mismo”, viejo proverbio griego de la Torre de Delfos y adjudicado a Sócrates. Y vemos que parece como una obligación el que todo mundo tiene que ir a la universidad, y entonces vemos repartir títulos de licenciatura a diestra y siniestra indiscriminadamente, y abriendo universidades aquí y allá, y el nivel cultural con el que se egresa es más bien de técnico, se pasan alrededor de 20 años para egresar con un título de licenciado, sin bien nos va, con mentalidades sólo procesales, automatizadas y mecánicas.
Hace falta, pues, una educación personalista, en donde quien tenga qué ver con la tarea de educar sea un apasionado por empeñarse en el cultivo de este trabajo, de manera que constantemente esté profundizando en el significado de lo que es educar, y no se pierda en lo administrativamente procesal de los centros educativos; hace falta de la inversión material y humana para hacer auténticos, no profesionales, sino cultos de la educación, ya se perdió el educador culto, es difícil encontrarlo, son pocos.

Política y Voto: ¿Por quién votar?

Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 1 DE JUNIO DE 2009 / TIUANA , B. C., p. 10A
Si hay algo más o menos sensato que se pueda escuchar en tiempos electorales es el término “voto razonado”. Y resulta éste uno de los términos que, como el de la democracia, no se sabe bien a bien qué sea, y por eso resulta ineludible la pregunta, ¿se puede emitir un voto razonado en México?
Es casi imposible razonar el voto, según se ve, y hemos tenido ejemplos francamente exagerados de que el voto no se emite desde una previa reflexión, en la que por iniciativa personal, es decir, que por convicción se indague en la persona de los candidatos, en saber de su solvencia intelectual y moral, de manera que alguna noción se tenga de su intención y capacidad de acierto en la difícil tarea de cuidar por el bien común y la justicia.
Del contexto donde se supone que se pueda dar el voto razonado, también hay que considerar que la propaganda o difusión de las “propuestas” políticas no es racional, sino emotivista, incluso de pronto no se tiene cuidado en el abandono que se hace de la razón, tanto como que de lo emotivista se pasa a las payasadas y hasta se llega a lo visceral: que es cuando vemos a los “políticos”, como vulgarmente se dice, “darse con todo”, i. e., “sacándose sus trapitos al sol”. De manera que las contiendas más bien son una guerra, en donde es común ver que todo se vale.
El problema de este emotivismo tan entretenido, es que tiende a distraer, y también a confundir, lo cual es aún peor; es muy usado (el emotivismo) para esconder la verdadera intención de un candidato o para imponer mentiras, con la siguiente fórmula que, al parecer, no falla: de tanto que se pronuncia una mentira ésta se convierte en verdad, lo cual ya es común que llegue a suceder en la clase política.
Ya sabemos que otro tipo de distracciones son las populistas (mismas que no dejan de darse desde un lenguaje emotivista), por las que se dan regalitos a diestra y siniestra en nuestras colonias populares, en donde mucha de la gente está mal acostumbrada a que le den porque sí, y con estas prácticas lo que se hace es fortalecer el círculo vicioso de vivir en la ley del menor esfuerzo; se ha visto que a la gente de las periferias se les congrega para darles una carne asada, y son, pues, tácticas viejas que no fallan para ganarse el voto popular.
Un voto razonado será el que pueda darse, antes que nada, desenganchado del emotivismo imperante de los tiempos proselitistas; pero hay un paso más difícil que hay que dar, que consiste como ya adelantaba líneas arriba, en investigar las personas de los candidatos, y ya de por sí el término investigar al común de los ciudadanos mexicanos le causa extrañeza, incluso carecemos de una educación que le garantice capacidad de investigación e inventiva a quien tenga, por lo menos, el bachillerato o preparatoria terminada. De modo que, permítaseme, y perdón por la generalización, pues que por el bajo nivel cultural y educativo, resulta que el ciudadano es fácil que se le persuada y se le convenza demagógicamente, sacudiéndole los sentimientos, sin saber quién dice qué, cómo o por qué.
Yo creo que esa invitación tan insistente a votar, tiene, o mejor dicho, supone, algo de validez, puesto que va de por medio un compromiso moral, por eso es que la invitación vale; toda vez que somos ciudadanos, y por serlo, nada más por serlo, hay deberes ciudadanos por cumplir; desde esta perspectiva el no razonar el voto, el votar por un partido por puro tradicionalismo (porque siempre se ha votado por el mismo), no se puede ver como algo responsable, me parece tan irresponsable como el votar por un interés individual: por algo que me dieron o me van a dar, en el sentido de hacer del voto un pago, que demanda factura.
Hay, pues, a quienes los convencen con muy poco, y tristemente en México, es la mayoría, los convencen con carnes asadas, o con proyecciones de películas fuera de una subdelegación; tal vez con un sándwich y dulces que les hacen llegar a sus hijos; y así como en la religión se ve mal el vivirla por tradición y no por convicción, lo mismo sucede, que aún se ve quienes le profesan una fe ciega a un partido y lo siguen apoyando por pura tradición.
El problema de la confianza por tradición a un partido se quiere fundar en la supuesta filosofía de éste. Consintamos que se conozca la tal filosofía, el problema es que actualmente lo que menos vale son los buenos ideales o valores, es decir, la filosofía que mueva una institución. Para muestra está el hecho de que hay coaliciones entre partidos que, supuestamente, son siempre antagónicos (según sus filosofías respectivas), y no es que haya un diálogo capaz de incluir diferencias, no, en México hoy eso es impensable e imposible, lo que vemos (en tales coaliciones) son tratos tan interesados como el mismo nepotismo que se ve en política.
La solvencia intelectual es necesaria, yo insisto que si alguien con preparación intelectual puede incurrir en error, definitivamente que cometerá más errores quien no tiene preparación, y soy testigo de una diputada local que no tenía ni la secundaria, ella era mi vecina, vivía a unas diez o quince cuadras de mi casa.
Luego la solvencia moral, por la que los conocimientos y talentos que se tienen alcanzan una proyección hacia la comunidad, es decir, en función del bien común. La solvencia moral es, recordando la tradición del pensamiento escolástico, la intencionalidad por hacer el bien. Y recuerdo que a mi vecina diputada que ni a la secundaria ha de haber llegado, se le solía ver ebria en las calles de la colonia.
Sensibilidad por la dignidad de la vida y la promoción de la vida buena y de los talentos, no se puede tener sin preparación intelectual y sin formación moral, por esto es que es importante rastrear, indagar, investigar en la persona de nuestros candidatos, más allá de los spots que ya de plano resultan chocantes.
Sin solvencia moral la vida no se defiende, nadie sin solvencia moral puede tener la aptitud para defender la vida, por eso es que da igual legitimar prácticas que van contra la dignidad de la vida, y en esto hay que poner mucha atención, en qué idea tiene el candidato de lo que es la dignidad de la persona humana, cómo y desde dónde se compromete a defenderla, esto urge, toda vez que ya se ha hecho muy común el quitar la vida sin ningún tipo de prejuicio.
Frente al tipo de candidatos que nos llegan, en México, veo que se proponen dos alternativas. La primera consiste en votar por el menos mal. La segunda propuesta consiste en ir a la urna pero invalidar el voto, porque de pronto resulta que no existe el menos mal, y lo importante es hacer uso de nuestro voto, para mitigar el abstencionismo. Cualquiera de las dos opciones, en tanto que sea un voto razonado, supone una conciencia de lo que estamos haciendo, así como una responsabilidad cívica. Y esto tomando en cuenta que no se permiten las candidaturas independientes, y que hay que ver mejor a la persona del candidato que al partido que lo representa.

Política y Religión

Publicado en Diario El Mexicano: LU N ES 25 D E MAYO D E 2009 / TIJ UA N A , B.C., p. 10A
Siempre que en México estamos en periodos electorales vemos cómo es que se agudizan las críticas hacia la religión católica, que es la predominante o establecida en nuestro país, las críticas se exacerban porque, a diferencia de otros países, el cristianismo católico, en México, no puede tener expresividad pública, se le quiere tener siempre en el ámbito de lo privativo y personal, lo cual es casi imposible, además de anacrónico.
Sobre todo anacrónico porque hay un valor simbólico en la religión que tanto filósofos cristianos, como no cristianos (o que no profesan ningún credo religioso) actualmente están haciendo ver, pues se espera que haya símbolos que le den sentido a la vida humana, y la filosofía observa que la religión, de por sí, es experta en la promoción y el cultivo de símbolos por los que el hombre le dé sentido a la vida y lo haga, como dice Lévinas, preocuparse por el otro, ya que para este filósofo la religión tiene como elemento esencial el compromiso por el otro, por el prójimo, de manera que no se pretenda una religiosidad angelicalista y pasiva, que no quiera actuar en contra de la injusticia.
No se sabe qué hacer con ese versículo del evangelio que dice: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, se incurre en interpretaciones extremistas de estas palabras: unos quieren hacer de este dictamen el fundamento para radicalizar la escisión entre el estado y la religión y otros llegan a decir que los intereses del estado son los mismos de la religión, y por esto es que, según la Sociología más tradicional o positivista, la religión (establecida) siempre está coludida con el poder político. En lo que sigue prefiero reflexionar en torno a lo que encuentro, desde la filosofía, como más genuino tanto en lo que quisiéramos de la política como en lo que ha de ser la religión, de manera que se pueda hacer una interpretación justa de este versículo, ahora no desde la exégesis, sino más bien intentando un sentido que nos ayude a darle su justo valor tanto a la religión como a la política.
En definitiva no se sabe qué hacer con una posible imbricación entre política y religión, o entre lo del César y lo de Dios, porque, dice José María Mardones, que la fe [o religión] está “desvinculada de la preocupación por la justicia, y la política está desacreditada social y culturalmente”; aquí nos referimos a una imbricación fundada en la promoción de la solidaridad, que es la virtud social más cara. Está, pues, en crisis, tanto la actividad religiosa como la política, hace falta que las dos quieran recuperar y promover la justicia. Y esto de recuperar la justicia sí puede ser real, ya que hay testimonios tanto en el ámbito religioso como en el político: sí se dejan ver políticos cultos y honestos, así como religioso sabios y santos, pocos, y lo importante es que haya íconos o paradigmas de ello.
Se da una tendencia muy fuerte, en algunos que se consideran católicos, a no valorar la participación política, y algunos de la clase política ignoran el sentido humano de la religión; por religión, según se escucha en algunos políticos, se entiende una institución de poder, que se sirve de ideologías dogmáticas, para ejercer ese poder que resulta como el poder que les hace competencia (a los políticos). Entonces, ante la falta de una claridad de conceptos, no se deja de ver entre religión y política pura lucha del poder por el poder en la sociedad, lo cual es una apreciación tercermundista tanto de la política como de la religión; es como la apreciación que hacemos de la educación que tenemos, de la paz que anhelamos, o de nuestra economía inútil: todas ellas, tercermundistas.
Hay que buscar luces que beneficien tanto al ámbito de la responsabilidad política como al ámbito de la responsabilidad religiosa, intentando, pues, que el ciudadano por ser creyente, se distinga del que no lo sea, que el ciudadano por su ingenio religioso se pueda presentar ante la sociedad como un ciudadano ejemplar.
Para esto trataré de exponer algunas nociones de dónde partir, aunque sea mínimamente, para no dar nada por supuesto. De la religión entiendo una intencionalidad humana que busca religar o relacionar al ser humano con un ser trascendente, y esto va más allá de dejar en el ámbito de la institucionalidad, los dogmas y los ritos a la praxis religiosa, más bien, que para satisfacer su intencionalidad religiosa, la persona se organiza en comunidad, va encontrando verdades religiosas –en el seno de una comunidad y no particularmente– a las que llama dogmas, y requiere de ritos para establecer la comunicación con Dios, pues fuera de la liturgia no hay otro medio con el cual orar, y la oración es el medio con el que religiosamente hablamos con Dios.
También el mundo político tiene sus actividades litúrgicas; hay un rito, y sólo por el mismo, es que, por ejemplo, se puede tomar posesión de un cargo político, en México la liturgia política más solemne es la que vemos cuando alguien asume la Presidencia de la República, pues este es el cargo político más importante. Incluso ya desde la formación cívica en la educación primaria nos llevan a la liturgia de los Honores a la bandera.
Ahora bien, cuando no se tiene clara la intencionalidad religiosa de la persona humana, hay consecuencias y muy serias, porque se hace de cualquier cosa un objeto religioso, se pierde ese cuidado de poner afectuosamente las cosas en su lugar, entonces se le llega a querer al auto, al trabajo o a la mascota religiosamente (casi que se incurre en totemismo o en animismo) porque se les llega a idolatrar a los objetos; con esto queremos decir que esta intencionalidad religiosa requiere de una buena o conveniente direccionalidad. Por esto es que, esperamos, el estado le ha de exigir a la religión que la persona, en su condición ciudadana, sea capaz de distinguir entre el bien y el mal, esto es actual toda vez que por falta de educación moral no se tiene clara esta distinción, no se ven como malos el secuestro, la drogadicción o los asesinatos. La idolatría, pues, conduce a la injusticia.
El líder religioso, por su parte, llega a decir que la violencia del mundo es una consecuencia de un mundo sin Dios, y es verdad; y si uno se fija bien, el interés por la paz, desde lo más honesto que haya en la religión y en la política, es un interés común.
Por política entiendo el intercambio plural de ideas con el fin de cuidar y construir el bien común. Si es plural el intercambio se exige del diálogo, el diálogo también exige de la escucha. Ayuda en esta empresa tomar en cuenta que el político sea sabio, que es también lo que hay que exigirle al religioso; sin sabiduría no se puede ser ni buen religioso ni buen político. Y es que es absurdo suponer que haya diálogo entre ignorantes, entre ignorantes lo que hay son opiniones infundadas (y esto no se quiera ver como ganancia), que, se ha visto sobre todo en México, no sirven de nada, ni en el terreno político y ni en el religioso.
Más, no es suficiente la solvencia intelectual como sabiduría, se requiere además de solvencia moral, por eso es que resulta que una personalidad virtuosa ha de caracterizar el perfil tanto del líder político como del líder religioso.Sólo habrá diálogo político y religioso cuando haya virtualmente una intención por el bien común, el cual haya de emerger desde el cultivo arduo de la verdad y del bien; esto se traduce, como ya se adelantó, en erudición y honestidad en el líder político, y en sabiduría y santidad en el líder religioso. De lo contrario seguiremos viendo que son pocos los intentos serios por establecer un diálogo fértil entre el liderazgo religioso y el político.