lunes, 13 de septiembre de 2010

Ética y liderazgo ante una sociedad conductista

Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano:  / LUNES 13 DE SEPTIEMBRE DE 2010 / TIJUANA, B.C., P. 24A.
El maestro Fabio Fuentes, director académico de la Universidad Pedagógica Veracruzana, con quien tengo una grata relación de reflexión, crítica y discusión en torno al quehacer educativo mexicano, a través de nuestros respectivos blogs y redes sociales, me ha compartido una nota intitulada “Instinto territorial y de manada”, de Armando Vallejo Garamendi, por este medio, pues, también la comparto refiriéndola ya que ésta es accesible por Internet buscándola con el título mencionado.
Esta nota es valiosa porque advierte de lo perverso que puede ser el conductismo como fin, aplicado al ser humano y al liderazgo.  Dado que individuo y sociedad, desgraciadamente, se inclinan consciente o inconscientemente a seguir regidos conductistamente, y tal vez es demasiado tarde cuando quisiéramos reaccionar en contra de ello.  Esto va en el sentido de que al ser humano le resulta más fácil que le digan qué haga y qué no haga, para eludir la responsabilidad que él tiene de ser propositivo.
Rescato el inicio de la nota, que no es otra cosa más que una explicitación de ese título, ya de por sí llamativo, porque supone que hay una condición instintiva que rige absolutamente a todo viviente, incluyendo al mismo ser humano; pues bien, la nota comienza con las siguientes palabras: “El ser humano, al igual que los depredadores, posee un instinto territorial y de manada, aunque a muchos les molestan esos términos y lo llaman impulso, sociabilidad, emoción, etc. Se niegan a ver que somos una especie animal más y que mucho de nuestro comportamiento es instintivo, entrelazado con elementos culturales, desde luego”.
Y luego continúan las nociones vertebrales para el artículo que aquí exponemos para revisar: “El instinto territorial es el que nos ha empujado a dividir al mundo en países, estados, partidos políticos, religiones, etc., y a defenderlos de otras organizaciones similares. El instinto de manada es el que nos impulsa a formar grupos y a seguir a un líder, sea secular o religioso. No hemos podido superar esa cuestión biológica-cultural, porque dentro del grupo nos sentimos cobijados y protegidos”.
El conductismo ha tomado forma y fuerza en la medida en que ensaya con la vida anímica, y cuando se le aplica el conductismo al ser humano, se lo hace al margen de su intencionalidad cognoscitiva y volitiva, que es lo esencial de él; esto supone una subordinación de lo cultural ante lo biológico, mientras que otras perspectivas, como la que me asiste, suponen que el asunto es de otro modo: pues que lo simbólico moldea a lo biológico, aquí sigo, y en lo sucesivo, a Mauricio Beuchot, filósofo de la UNAM.  Y entonces, lo cultural ya no se refiere sólo a lo biológico del ser humano, sino, sobre todo, también a lo simbólico de él, cuidando que lo simbólico no se oponga a lo biológico, más bien que lo encause, ya que lo que da sentido al ser humano es su vida simbólica, esto implica que por bien que satisfaga su vida anímica, ésta no le es suficiente.
Y ante esta convicción, no se me escapa lo que al inicio advertí, que tanto el individuo como la sociedad, por pereza, prefieren vivir regidos conductistamente, porque es más fácil ser reactivos que proactivos, aunque la cuestión no es tan sencilla y no pretendo que se agote en el fenómeno de la flojera, tan característico del mexicano.  El problema es que resulta lamentable el no abrirse al cultivo de una vida simbólica.
La educación conductista, tan imperiosa, lamentablemente no ha dado para tener convicciones y defenderlas, pues el defenderlas implica tener primero razones para forjarse una cosmovisión, sobre todo esa cosmovisión axiológica que se construye, me estoy refiriendo al ethos (el cual, por cierto, se opone al pathos); el ethos lo entiendo como una fortaleza que pone en pie de lucha a la persona y le es dadora de sentido a la existencia de ella, se trata de una fortificación que, desde mi perspectiva personalista, ve al ser humano como lo más digno y a la comunidad como tiempo y espacio para la construcción del bien común.
Sin ethos, pues, no hay con qué hacer frente a los distintos modos de dominación sociales, que actúan casi siempre mediante procedimientos conductistas: pues resulta infalible, para el conductista, la fórmula estímulo-respuesta-refuerzo.
El texto de Vallejo, en relación a esto último dice: “basta la presión directa o indirecta del grupo o del líder para cambiar nuestras ideas y adoptar el criterio ajeno aunque esté equivocado. Pero no sólo eso, sino que actuamos en contra de nuestros propios valores éticos y somos capaces de causarle daño a otros”.  Pues bien, si no se tiene la mencionada fortificación a la que he aludido (ethos), lamentablemente se realizará lo que implica esta idea de Vallejo.  Recordemos que hay quien supo qué es la libertad siendo preso en campos de concentración, me refiero a Viktor Frankl y otros.
Las presiones sociales, hoy más que nunca, son muchas, y casi no son visibles: se hacen urgentes, por ello, las hermenéuticas de la sospecha, para hacer que salgan a la luz los intereses ocultos, sobre todo, de los medios de comunicación.  Y toda vez que el ser humano de estos tiempos –de lo plus y lo light– no se da el espacio suficiente para su construcción ética, o peor, que la confunda con analgésicos moralistas, queda subyugado por las distintas ofertas que mantienen a su merced a ese ser humano que, a gusto, ha quedado en el anonimato.
Otro problema en cuestión es el del líder.  Y es sabido que comenzamos a situarnos en el mundo miméticamente, de manera que el ser humano ocupa referentes, i. e., ejemplos de vida.  En el lenguaje de la hermenéutica analógica (que es una metodología filosófica en la que me especializo), una propuesta ideada y liderada por Mauricio Beuchot a quien ya he aludido, hay dos términos que están resultando fundamentales, permítaseme pues utilizarlos, porque caen ad hoc en el asunto del liderazgo, se trata de las nociones de icono y de ídolo.
El icono en la construcción teórica de Beuchot es un símbolo que nos permite pasar del fragmento al todo, o ver el todo en la parte, dice el Dr. Beuchot que con el icono se clona de algún modo la realidad, de manera que se pueda tener un alcance suficiente de la realidad; y el ídolo es un símbolo, que más bien funge como dia-bolo, por el que el fragmento nos esconde el todo: desviándonos, distrayéndonos hasta que confundimos el todo con el fragmento: en el sentido de que por culpa del ídolo no podemos ver más allá de “nuestras narices”.
El líder puede ser icono si conduce al individuo y a la comunidad a que se construyan, a que se plenifiquen: a que sean capaces de darle sentido a la vida, a que los liderados aprendan a construir su libertad porque el líder icono toma cabalmente la responsabilidad de que sus seguidores nunca se sientan dependientes de él, i. e., “cobijados y protegidos”, conste que aquí también cabe la advertencia de que haya quienes busquen tal o cual círculo social precisamente por y para refugio, pero esto ya sería excepcional y requiere, por definición, de consideraciones particulares, cuando se es líder icono.
Y el líder también puede ser ídolo.  Cuando hace que los que lidera sean dependientes, i. e., “cobijados y protegidos” de él.  Los liderados por un líder ídolo, entre otras características, son fundamentalistas, caminan adiestrados –no educados– por, y tras, el líder.
Se puede acudir al grupo a encontrar espacios de cultivo personal y social, o a distraerse con soserías, en cualquier caso, hay un líder de por medio: en el primer caso el líder funge icónicamente, y en el segundo caso el líder funge idolátricamente, i. e, para su propio beneficio, utilizando a sus liderados, haciéndolos, pues, objetos de él.