viernes, 24 de junio de 2011

Persona y género, un asunto personalista para la hermenéutica analógica

Por Jesús M. Herrera A.
Conferencia para el Primer congreso “Educando en la diversidad”.
Federación de Escuelas Particulares de Baja California.
Tijuana B. C., 17 de junio de 2011.
Si tenemos en cuenta que el presente trabajo está dirigido a los docentes, a quienes mientras ejercen la labor de enseñar se les hace llegar en México, súbita y continuamente una reforma educativa que parece interminable; pues resulta una reforma que se impone ante una gran carencia: que es la de una formación suficiente en el ámbito de la filosofía, permítaseme la siguiente analogía, parece que lo fundamental y urgente es que todo docente tenga un manejo ágil y básico del uso de una computadora, así, es urgente y necesario que todo educador comprenda el sentido de la educación desde la filosofía.
Ante la carencia y marginación implícita y explícita de la filosofía en nuestro contexto educativo, los asuntos del binomio enseñanza-aprendizaje quedan tratados desde vertientes psicologistas y sociologistas; y son tratamientos que llegan a tocar ámbitos que más bien le corresponden a la filosofía, como por ejemplo si hay o no una naturaleza humana, e ineludiblemente se tratan sin el correspondiente marco filosófico las cuestiones sobre la moral y en general lo concerniente a la vida feliz. Llega a suceder algo así como pedirle un consejo médico a un contador.
Permítanme iniciar, pues, exhortando a preocuparnos por la filosofía en medio del quehacer educativo, pues trátese de la asignatura que se trate, recordemos el viejo adagio: “que la filosofía es la madre de todas las ciencias”, sin filosofía no hay ciencia.
En un primer punto, debo dejar los elementos mínimos de la metodología que aquí se aplicará. Se trata de una que titulamos Hermenéutica analógica[1]. La hermenéutica es disciplina: i. e., teoría y método de la interpretación de textos, y texto es todo lo que requiere interpretación. Y es que la hermenéutica es el modo de hacer filosofía y ciencia actualmente, por eso es que se requiere de entrar a las problemáticas desde la hermenéutica.
Hay interpretaciones o hermenéuticas unívocas, que son las positivistas y que suponen que sólo hay una interpretación válida, y cualquier otra se invalida inmediatamente: una consecuencia de ello es, por ejemplo, suponer que fuera de lo que atienda el método positivo experimental no hay ciencia.
Y en el extremo opuesto están las interpretaciones equivocistas, que llegan a decir que todas las interpretaciones de un texto son válidas: una consecuencia de ello, si no se tiene cuidado, es llegar a darle carácter científico incluso a cualquier superstición.
Se trata de que hay dos mundos, uno que privilegia en su pensar los procedimientos científicos, matemáticos y empíricos, y otro mundo que piensa existencial y vitalmente. Estos mundos siempre han caminado paralelamente, y el gran problema, también de siempre, es dogmatizar el hecho de que estos mundos que cohabitan el mismo cosmos no pueden conciliarse, lo cual es un error.
Pues a cada uno de estos mundos tenemos qué agradecerle y qué lamentarle o por lo menos qué reclamarle cuando incurren en excesos, y estos excesos casi siempre resultan porque son mundos que no han querido convivir entre sí.
Por eso es que entre una hermenéutica unívoca y una equívoca, Mauricio Beuchot Puente, filósofo de la UNAM, propone como alternativa una hermenéutica analógica, que es esa teoría y método de la interpretación que intenta lograr esa difícil tarea de conciliación entre opuestos, siempre de modo incluyente.
Es una tarea que, precisamente porque trabaja en la dificultad de la conciliación y el diálogo, tiene como su elemento fundamental a la prudencia, que es lo primero en lo que cuaja la analogía, recordemos que eso que evita los extremos es la virtud según Aristóteles; y tal vez con el nombre de virtud es que tengamos más familiarizado el término analogía, y la primera virtud o puerta de las virtudes es, precisamente, la prudencia.
Nosotros consideramos que precisamente porque la persona humana es materia y espíritu o psicología esencialmente, estamos ante un ser de carácter analógico, ya que buscamos que lo material y lo espiritual sepan convivir; es que muchos por carencia de analogía han pensado que no hay modo de conciliar lo del cuerpo con lo del espíritu.
Y luego la condición sexuada de la persona es algo analógico en sí misma, porque se es persona como varón o como mujer[2]: lo cual hay ideologías que quisieran dogmatizar, también por falta de analogía, en el hecho de que el varón y la mujer son, cada uno, de mundos radical o equívocamente distintos y llegan a atizar la guerra de sexos.
Pero si uno se fija bien, tenemos que es ahí, en lo sexual pues, donde se manifiesta de un modo muy especial lo analógico que es el ser humano, porque ya de suyo en la sexualidad es donde vemos materializado lo espiritual, que busca dar y recibir vida y amor, al punto de que por la sexualidad se engendra una vida: un otro desde una semilla y un óvulo que la recibe, lo cual es algo propiamente analógico.
De la unión sexual de dos personas, nace otra persona, que procede de los dos que por la sexualidad resultan ser personas de signo opuesto precisamente para poder dar vida, realizando lo más sublime de la analogía que es el procrear a una persona.
Y así, conforme se avance en este texto, y en la medida de lo necesario, se irá diciendo más de cómo está presente esta metodología, o mejor es decir, cómo se hace presente la analogía.
Vayamos ahora al segundo punto, ¿qué es la persona humana? Con el término persona en la filosofía clásica, nos referimos a lo más digno que existe en el cosmos. El término persona se aplica a todo ser que evidencie una actividad espiritual, de manera que al ser humano se le aplica el término persona porque no obstante su cuerpo, y a través del mismo, ejerce actos espirituales, a saber: el conocer y el amar básicamente. Y bien, es por su espiritualidad que el ser humano resulta un ser libre, que se autodetermina para elegir, no obstante los evidentes determinismos que existen: algo hay de libertad y ella ya lo hace un ser responsable.
Siempre me han parecido muy ilustradores los siguientes viejos ejemplos (porque usan muy bien la analogía): que nunca un cardiólogo al abrir un corazón va a sacar el amor de alguien, pero aún más preciso es que nunca un neurocirujano sacará el pensamiento de alguien al abrir la cabeza de un ser humano. Y con todo: tanto el amor de alguien y el pensamiento de alguien existen, son reales, y se logran expresar a través de signos, con los cuales se materializan.
Y bien, esta herencia de los inicios del cristianismo, en donde hay que ver obligadamente a la figura de Boecio, filósofo romano nacido a finales del S. V; es un filósofo a quien obligadamente hay que considerar porque se trata de quien sintetiza y deja la primera definición de persona, a saber: “Substancia individual de naturaleza racional[3]”, definición que se hizo fundamental para toda la Edad media (y que logró nacer después de unos 300 años de gestación). Definición que, a grandes rasgos, se refería a que la persona no le debe su ser a nada ni a nadie (substancia), claro hay que decirlo, para el creyente el ser se lo debemos a Dios; que ella es única e irrepetible (individuo), y que es la razón, y no sólo la que sirve para conocer, sino la razón moral, esa por la cual se distingue el bien del mal: esta razón, pues, es la que distingue a la persona de cualquier otra creatura (naturaleza racional).
Más, de entre varios elementos en torno a la persona en la filosofía clásica, hay uno que para lo que aquí concierne es preciso señalar. Me refiero a la cuestión moral de la persona, a su eticidad, misma que había sido considerada como algo propio de ella (no accidental), es una propiedad del ser humano que se convierte en ese espacio en donde, siguiendo a Aristóteles, el ser humano construía su existencia para alcanzar una plenitud de vida, i. e., que alcanzaba su felicidad. Ya habíamos indicado que se trataba de la razón moral, no de una razón que sólo sirve para conocer las cosas, sino para distinguir el bien del mal.
¿Qué pasa con la persona a partir de la modernidad? Tenemos a Descartes como padre de la modernidad, pues que con él se inaugura una era en que el conocimiento humano se supondrá como algo absoluto; el fin del conocimiento va a ser la ciencia, será la ciencia por la ciencia: o sea la ciencia como fin y no como medio: ya no es primero la persona sino la ciencia, aunque se sacrifique a la persona en favor de la ciencia; y la cuestión de la eticidad o moralidad quedará, si queda, como algo accidental, ya no propio del ser humano. Pues la ciencia nos está prometiendo un paraíso terrenal.
Con esta pérdida de la eticidad comienza la era de la fragmentación del ser humano, fragmentar en este caso es despersonalizar al ser humano, es irle quitando lo que le es propio, y lo que primero se le quitó fue lo más propio de él, otra vez, su eticidad. Después se siguió fragmentándolo hasta quitarle su individualidad, esto fue cuando la modernidad llevó a totalitarismos y liberalismos extremos.
Ya no se tiene, entonces, al ser humano comprendido como persona, técnicamente es considerado como sujeto, y de entre las consecuencias que esto tiene, la más familiar para nosotros es la cosificación u objetivización que se hace del ser humano, hacer del ser humano un objeto. Hacer del ser humano un medio para, y no un fin en sí mismo.
La Primera y Segunda guerras mundiales se han visto como los acontecimientos que significan el fracaso de la modernidad, porque ésta lejos de haberle dado al mundo el paraíso prometido, más bien le trajo guerras y genocidios[4], según dice Mauricio Beuchot en seguimiento y paralelamente a los críticos de la modernidad.
En medio de esta situación en donde se radicaliza la despersonalización o fragmentación del ser humano, aparece un movimiento intelectual, de índole básicamente filosófico y teológico (aunque ya a este movimiento acuden psicólogos, sociólogos, juristas etc., pero siempre dispuestos a apoyar su labor profesional desde la filosofía y la teología) se trata del Personalismo comunitario o Personalismo dialógico o Personalismo Relacional.
No sólo es regresar a recuperar al ser humano como persona (y mucho menos regresar a hacerlo anacrónica y nostálgicamente), y redimirlo de su carácter subjetivo, por lo cual es un sujeto que en muchas filosofías posmodernistas radicales es explícita o implícitamente lo peor que le haya sucedido al universo; más aún se trata de un movimiento intelectual que desde la riqueza que emerge de una pluralidad de pensadores, está profundizando en qué sea la persona, llevando más allá la concepción clásica que brevemente ya referimos: un ser humano con una realidad espiritual, libre, responsable, y por sobre todo lo más digno en el cosmos.
Se tiene como al inspirador de este movimiento a Jacques Maritain[5], y como a su fundador, a Emmanuel Mounier[6]. Los términos que hacen el nombre de este movimiento filosófico que les presento, y propongo para tener apoyo en su formación como educadores, los encuentro implícitos y sosteniendo la siguiente noción, con la cual tenemos un acercamiento a qué se quiere decir con una filosofía personalista comunitaria/dialógica/relacional, dice Burgos:
La persona está esencialmente ordenada a la relación ya sea de tipo interpersonal, familiar o social. Esto significa que la relación es esencial para el sujeto, pero no sólo cuando ya está constituido como un ser autónomo, sino desde su nacimiento en todo su proceso formativo. El hombre nace de una relación entre sus padres y, nada más nacer, establece con ellos –y sobre todo con la madre– un vínculo especialmente fuerte que afectará decisivamente a su futuro. Poco después, las relaciones con los amigos y con el ambiente, la educación, la cultura, etc., influirán también de modo determinante en su modo de ser. Pues bien, el personalismo considera que todos estos aspectos son tan importantes que, sin caer en el extremo de afirmar que el sujeto se funda ontológicamente en la relación, la filosofía debe esforzarse por comprender con profundidad esta dimensión tan rica y trascendental y darle salida a través de las categorías pertinentes[7].
El reto, como se ve, es partir de la persona, pues, como relación, comunidad y diálogo; el otro, el prójimo me antecede; soy moralmente responsable del otro aun antes de conocerlo (Levinas); no sólo es moverme desde la intención por hacer el bien, antes de ello o para ello mi identidad o existencia, para que sean, son desde el otro; necesito del otro para ser o existir: Descartes había dicho “pienso, luego existo”, ahora más bien decimos desde una actitud personalista: no me relaciono, más bien si nos relacionamos, luego, existo.
El nosotros es interdependencia y nunca dependencia, no se trata, y hay que advertirlo retomando a Burgos al evitar el extremo de suponer que “el sujeto se funda ontológicamente en la relación”, que el nosotros sea una subordinación en la que se masifica al ser humano, hasta dejarlo en el anonimato, lo cual sucede en los socialismos radicalistas, donde el Estado está violentamente indicándole al individuo lo que debe ser y hacer, poniéndose, pues, al Estado por encima del individuo. O en los capitalismos radicalistas, en donde la competitividad es tan violenta y desencarnada que para crecer se ha de pisotear al otro, aparece en ello aplicada la fórmula maquiavélica en donde el fin justifica los medios; y aquí nos vamos al otro extremo, que es el del individualismo radical, por el cual se olvida que la persona es esencialmente relación.
El nosotros es para salvaguardar la individualidad, por la cual la persona es un sujeto de talentos, realizándose precisamente cuando pone sus talentos para hacer crecer a la comunidad, construyendo ese nosotros con el cual no sólo se entiende, sino que se funda la persona, veamos a este respecto lo que dice Carlos Díaz citando a Martin Buber: “El nosotros encierra el “tú” potencial. Sólo hombres capaces de hablarse de tú pueden decir verdaderamente de sí nosotros”[8].
Ahora pasaré al tercer asunto, que es el del género y no puedo detenerme, por el tiempo que no está a mi favor, en los orígenes sociológicos de los estudios de género. Más bien me referiré específicamente al feminismo, pues considero que el feminismo es lo más granado de los estudios de género; la cuestión del género tiene como principal objetivo evitar el machismo, mismo que se instala desde el ámbito familiar hasta el profesional o laboral, pasando por el escolar: “En efecto, históricamente hemos sido testigos de un proceso de devastación, arrasamiento y desatino del hombre [el varón] hacia la mujer a nivel económico, social, cultural, sexual, político, etc.[9]”.
Como se ve, y sociológicamente hablando: el machismo permea todo. Y el feminismo justamente, ante tal contexto, quiere destacar lo que significa ser persona como mujer (no obstante que haya feminismos radicales que no lo logran, lo cual retomaré en breve); es que esta empresa de destacar el significado de ser mujer como persona no se ha hecho, dice Conde Gaxiola que “la condición femenina sigue devaluada [y que] No hay un positivismo de la mujer”[10].
Nos parece que podemos atender al feminismo con el apoyo de la filosofía, en este caso personalista porque se pone en juego la dignidad de la persona, y por ello es que es la que aquí estamos proponiendo, es que “la filosofía puede ayudar al feminismo a tipificar de manera prudente la significación específica y fronética [prudencial] de la condición de la mujer[11]”. Aquí, como se ve, se trata de hacer uso de una metodología analógica, que tenga ante todo a la prudencia como nuestra mejor compañera en esta empresa.
Y bien, en lo que sigue aprovecho para exponer de la Antropología filosófica de Mauricio Beuchot, lo fundamental del capítulo que él titula Hermenéutica analógica y género[12]. Ya que este texto nos ofrece un esquema completo de lo que está sucediendo con el feminismo dentro de los estudios de género.
Ya la propuesta hermenéutica de Beuchot es eminentemente personalista, si nuestro filósofo mexicano trata de evitar los excesos en la interpretación, es, precisamente, porque ellos marginan a la persona, y siguen dando por supuesto al ser humano como sujeto hermético.
Beuchot observa que el uso del término género corresponde a la “expresión cultural de la sexualidad”, que se puede poner –evitando excesos, claro–, sobre la cuestión biológica para atender específicamente al contexto patriarcal o machista que hemos ya aludido. Y es que si no se tiene cuidado en evitar los extremos o excesos, aun cuando sea loable el fin, en lo que tiene que ver con el feminismo, se ponen en peligro las diferencias:
En el caso del género, preservar la diferencia nos lleva a evitar la homogeneización del varón con la mujer, el que la mujer quiera hacer o tenga que hacer lo mismo que el varón. No se pone aquí en tela de juicio la exigencia de igualdad, sino la identificación u homogeneización. Se lucha y se resiste en contra de los que desean borrar las diferencias peculiares (tanto naturales como culturales, esto es, biológicas y simbólicas) que se dan entre varón y mujer. De lo que se trata es de preservar esa riqueza. Es la línea del feminismo de la diferencia.
Es difícil ser varón, y es difícil ser mujer. Porque no todo en ello es vivir lo meramente natural, sino también lo cultural. Pero hay que reconocer lo más que sea posible la porción de lo uno y de lo otro, de lo natural y lo cultural. Esto será condición para poder tener mayor objetividad. Porque no hace falta negar lo ontológico para abordar y manejar lo sociológico. No hace falta plantear identidades completamente abiertas para poder ubicar la posibilidad de hacer mayor justicia. Precisamente la justicia se puede hacer mejor con ciertas exigencias, esto es, con lo ontológico, y tener, además, apertura; no tienen por qué estar contrapuestos.
Beuchot propone que haya un feminismo que logre una “comprensión más profunda de la mujer”, tan profunda como que sea transformadora de la sociedad, pues hace falta más de la presencia femenina, tal vez para mitigar la violencia que, por cierto, está siendo muy característica en el hoy de México. Y también que ayude a profundizar en el hecho de la relación entre varón y mujer, y aquí es en donde habremos de ver que el personalismo está rindiendo, o alcanzando sus objetivos, que son precisamente dialógicos y relacionales. Esto será entonces signo de andar por el camino del respeto absoluto por la vida y dignidad del otro.
Cuando se trata de atender a la cuestión del género y del feminismo, no es posible recibirlos ciegamente (eso sería univocismo), pero tampoco de rechazarlos satanizando (eso sería equivocismo); y en esto preferimos hablar de estudios de género (y no de ideologías de género), los estudios de género se han caracterizado por su seriedad metodológica y porque los asiste un realismo moderado.
Procediendo por analogía, Beuchot se da cuenta de que hay diferentes feminismos, unos extremistas a los cuales hay que proponerles uno analógico, que evite incurrir en los excesos. Es que los excesos han resultado ser más bien caracterizados por las ideologías, y la moderación ha sido signo de viabilidad, de realismo tanto cuanto tienen una suficiencia metodológica.
El texto de Mauricio Beuchot nos dice que hay feminismos unívocos, que es el de las feministas tradicionales o liberales y buscan la “homogeneización de varón y mujer, pues la mujer tiene que hacer todo lo que ha hecho el hombre. Lo cual de hecho es una adoración del varón… conceden en el fondo que todo lo que ha hecho el varón es bueno y que la mujer debe hacerlo también, de manera acrítica”.
Y también hay feminismos equivocistas, que es el de las “feministas radicales, que se oponen tanto al varón, que da la impresión de que quieren eliminarlo o esclavizarlo, o, por lo menos, castigarlo o vengarse de él”.
Luego el ideador de la hermenéutica analógica nos entrega las siguientes observaciones que, como coloquialmente decimos, resultan de la observación común, y estas observaciones sobre el género se colocan entre lo natural y lo cultural, o sea que no son ni puramente naturales y ni puramente artificiales:
…la mujer se ha caracterizado por su pasividad o receptividad; por eso suele verse mal en ella la violencia e incluso la agresividad en el campo profesional, la acción fuerte, que se atribuye al varón. También se ha caracterizado por el cuidado, la atención, la ternura, la comprensión, la intimidad. La mujer es más inclinada al cuidado, pues tradicionalmente el varón ha sido visto como el que sale a proveer, y la mujer se queda a cuidar la prole en la casa.
De ahí resultan valores que pertenecen a la mujer, o que son más propios de ella, que marcan su diferencia, y que han sido señalados por filósofas feministas recientes. Tanto en el varón como en la mujer hay valores y antivalores. Antivalores del varón pueden ser la belicosidad, la violencia, la falta de compromiso en el cuidado de la prole, etc. Valores suyos pueden ser la defensa, la valentía, el esfuerzo, etc. Igualmente, antivalores de la mujer pueden ser la posesividad o sobreprotección de los hijos, la molicie, el lujo, el desinterés por las cosas sociales más allá de lo que toca a la familia, la ligereza y el chisme, etc. Pero los valores de la mujer son muy grandes; algunos de ellos son el cuidado, la comprensión, la compasión (conmiseración o misericordia).
Es que un problema en la cuestión de los estudios de género es que si no se tiene cuidado, se radicalizan las observaciones a la cultura, al punto de que se llega a negar que haya una naturaleza humana, al punto de jurar que todo es absolutamente cultural. Más, el problema de una negación de algo que pueda ser natural, no es exclusivo de las filosofías de género más radicales, eso también ha sido una de las imposiciones de muchos existencialismos y posmodernismos radicales. Téngase en cuenta que en ese contexto posmodernista y existencialista se hallan no pocas raíces del feminismo.
Pues bien, ante esto nos dice Beuchot:
No todo lo que se ha atribuido a las mujeres es natural ni tampoco es todo cultural. No se puede decir que todo es natural, pues hay cosas que ciertamente son producto de la sociedad y hasta injustas. Pero tampoco se puede decir que todo lo que se ha dicho de las mujeres es puramente cultural, como si no tuvieran algo en lo que se ha basado lo que ha hecho (o puede hacer) justicia a su vocación y condición.
… es demasiado sospechoso decir que no hay nada esencial, natural o determinado en la mujer, al igual que decir que todo está dado por la naturaleza. Me parece preferible decir que hay algunos rasgos (mínimos) que responden a algo natural o esencial de ella, y otros rasgos (la mayoría) que son producto de la cultura. Rasgos naturales son, por ejemplo, cosas basadas en su biología, en su anatomía, en funciones biológicas que son específicas o peculiares. Por más que se puedan procrear los humanos in vitro, de manera extrauterina o por clonación, o que se piense que los varones pueden suplir a las mujeres en el cuidado de la prole, nunca se tendrá eso peculiar que da la madre. Hay algo especial, algo que pertenece a la condición natural de la mujer, que es instintivo, y que no puede ser igualado por el varón. No que sea completamente extraño al varón, pero sí de alguna manera encuentra un grado mayor en la mujer. No se gana gran cosa negando las diferencias, sobre todo en este tiempo en que tanto se ha luchado por revitalizar las diferencias. Hay que salvaguardar las diferencias. Algo hay de diferente y algo hay de semejante también.
Finalmente, el uso de algunas “especificaciones”, corre el riesgo de distraer de lo verdaderamente importante, como por ejemplo el llegar a ser tan escrupulosos en decir, “alumnos y alumnas”, “niños y niñas”, etc. Las cosas no se resuelven con escrupulosidades que desatiendan lo fundamental, que es el respeto por el otro y la capacidad de apertura según el modo de ser persona como varón o como mujer.


[1] BEUCHOT Mauricio, Tratado de hermenéutica analógica. Hacia un nuevo modelo de interpretación, UNAM/ÍTACA3, México: 2005.
[2] Cfr. LÓPEZ A. Eduardo, Simbolismo de la sexualidad humana. Criterios para una ética sexual, Sal Terrae, Presencia Teológica 114, Santander: 2001, p. 43
[3] A. M. S. BOECIO, De duabus naturis, c. 3; PL 64, 134, 3C.
[4] BEUCHOT Mauricio, Posmodernidad, hermenéutica y analogía, UIC/PORRÚA, México:1996, p. 13.
[5] BURGOS Juan M., El Personalismo, Palabra2, Madrid: 2003, p. 36ss.
[6] Ibid, p. 52ss.
[7] Ibid, pp. 183-184.
[8] DÍAZ Carlos, ¿Qué es el personalismo comunitario?, Fundación Emmanuel Mounier/SOLITEC/IMDOSOC/Universidad Católica de Culiacán/Yoltéotl2, Colección Persona 1, Madrid/Málaga/México/Culiacán/Zapopan: 2003, p. 81.
[9] CONDE G. Napoleón, Género, feminismo y hermenéutica analógica, en: Ensayos sobre hermenéutica analógica, publicado en Número especial 15 de la Revista Analogía Filosófica, México: 2004, p. 68.
[10] Ibid, p. 69.
[11] Ibid, p. 70.
[12] BEUCHOT Mauricio, Antropología filosófica. Hacia un personalismo analógico-icónico, Fundación Emmanuel Mounier/SOLITEC/ IMDOSOC, Colección Persona 12, Madrid/Málaga/México: 2004.