miércoles, 27 de enero de 2010

SPE SALVI: Aplicación a la realidad



POR: Martín Mata

El caminar actual del hombre lo ha llevado por caminos inhóspitos que el mismo cree dominar pero que la mayoría de las veces se le salen de las manos, ahora las decisiones que éste toma ya no son personales, cada vez más tienen un impacto global. El mundo gracias a la ciencia y a la tecnología está totalmente conectado, ya no es difícil comunicarte con tu familia que vive lejos, ya no es difícil el poder verlos y escucharlos en tiempo real y aún más impactante, ya no es difícil conocer a personas de otros países sin salir de la comodidad de tu hogar. Un simple alzar de bocina, un simple clic en tu computadora te abre un mundo gigante de posibilidades infinitas. A raíz de esto menciona el documento de Aparecida: la historia se ha acelerado y los cambios mismos se vuelven vertiginosos, puesto que se comunican con gran velocidad a todos los rincones del planeta[1]. Podemos decir que estamos viviendo una experiencia humana sin precedentes con impactos económicos, sociales, culturales, políticos, científicos y religiosos de magnitudes inimaginables, algunas veces encausados al bien común y otras veces (muchas de las veces), para tomar ventaja de donde se pueda.

Vivimos pues una realidad muy compleja y hasta podría decirse opaca, donde la Verdad se ha perdido la lucha con un nuevo concepto propio de la postmodernidad: las verdades relativas o como diría Nietzsche: ya no hay hechos solo interpretaciones. Es por esto que el hombre de hoy ha perdido el sentido verdadero de las cosas o de la misma vida, buscándolo en lugares donde jamás lo encontrará. El peor error que ha cometido el hombre es pretender que se basta a sí mismo y que es autosuficiente e independiente en su obrar; esta actitud simplemente no es aceptable, el hombre es un ser social por naturaleza necesita de los demás, esto gracias al relativismo que nos ha dejado la postmodernidad.

Tomando el ejemplo de nuestros hermanos en desgracia en Haití y no solamente de ellos, sino de todos los que en estos momentos pasan por situaciones tormentosas, se me hace repulsivo de sobremanera el hecho de que solo los recordemos cuando se presenta alguna catástrofe ¿a caso necesitamos de desastres para que se despierte la solidaridad? Las ayudas a los países subdesarrollados y más cuando vienen de países económicamente estables, son simplemente herramientas para esconder el gran problema de fondo. El mundo cada vez más se está haciendo una aldea global donde mediante conexiones mercantiles se busca el beneficio de todos, pero la realidad es otra, gracias a este 'innovador' sistema económico los más pobres quedan aún más pobres y los más ricos lo son aún más. Ciertamente la miseria de un país, en este caso Haití, no es culpa totalmente de este sistema económico, pero en gran medida ha llevado a frenar el progreso en naciones subdesarrolladas donde la desesperación reina y el único camino para salir adelante ya no como sociedad sino como individuos es tomar ventaja de donde se pueda. Con este tipo de catástrofes siempre surge el 'espíritu generoso' de la humanidad, pero también es el momento perfecto para destapar las grandes alcantarillas de corrupción.

Vuelvo con la misma pregunta, ¿a caso es necesaria una catástrofe para percibir las necesidades del otro? En esta sociedad relativista donde cada quien piensa lo que quiere y puede jactarse de que esta en lo cierto sin temor al qué dirán, el hombre debe de encontrar su verdadero sentido, ese sentido se lo da la esperanza vista como don. Dios nos viene a decir que a pesar de todo siempre estará con nosotros hasta el final de los tiempos[2], a pesar de las grandes catástrofes, del abandono, del propio beneficio, a pesar de todo. Es necesaria pues una esperanza que nos transporte a la gracia, es necesaria una esperanza que pueda cambiar a la sociedad desde dentro y transforme también nuestras vidas librándola de todos los vicios de la sociedad actual y dándole un sentido totalmente nuevo a nuestras vivencias, un sentido con Dios que nos lleve al prójimo y nos invite a sanar su sufrimiento. Recordemos las palabras que dice la encíclica: el encuentro con el Señor de todos los señores es el encuentro con la esperanza perfecta[3].

Contenido como éste y más lo puedes encontrar en:


The Filos!!!: La Filosofía hecha Blog.



[1] Aparecida 34, En su versión digital tomado de www.diocesisancristobal.com.mx/DOCAP.htm

[2] Cf. Mt. 28,20

[3] Cf. Spe Salvi 4

martes, 26 de enero de 2010

Tecnología posmoderna en la educación



Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario El Mexicano:  LUNES 25 DE ENERO DE 2010 / TIJUANA, B.C., p. 28A
Para comenzar a hablar de la tecnología, delimitando el asunto en lo cotidiano de la educación, primero, hay que encuadrar las cosas en el trama de la tecnocracia como deshumanizante.  Hay una tendencia fuerte hacia la satanización de la tecnología o a su idolatración (que a esta segunda pertenece la tecnocracia), cualquiera de las dos tendencias extremas se registra en la escurridiza y jabonosa cultura que se ha dado por nombrar como de posmoderna o tardomoderna.
Donde por un lado existe una apuesta nostálgica por revivir a como dé lugar la esperanza del paraíso terrenal que nos prometió la ilustración, nostalgia, pues, que se actualiza consciente o inconscientemente en la idolatración de la tecnología: desde el estilo de vida tecnócrata.
Más, también sucede que la posmodernidad quiere ser una cultura de la sinrazón, buscando que sea el sentimiento y la explosión de las emociones lo que pueda mover al sujeto y darle sentido; se dice que nos asiste una decepción de la razón ilustrada, en donde, como consecuencia, ya nos hemos olvidado de que hubo una promesa mesiánica por parte de esa razón que construye artificios como los del mundo cibernético.
El paradigma de explosión de emociones está iconizado en la experiencia de la velocidad de la banda ancha, que tiende a, y esperamos que, tal velocidad sea infinita.  Pues, como sugieren los comerciales de las empresas que nos proveen servicios de Internet, esperamos volar en el infinito del océano de la información de cualquier rubro.
Volar sobre la información o tal vez nadar ágilmente en el océano del mundo de la información, es uno de los placeres hoy día; y lo que urge desde esta situación es que haya algo que permita procesar información, darle orden, y superar la falacia de que toda información, o mejor, cualquier fragmento informativo, no obstante que sea editado, vale lo mismo.
Mi criterio es que ese océano informático llamado Internet, es la actualización de la vieja biblioteca, ahora con más espacio, que incluso las tradicionales bibliotecas están siendo asistidas, determinadas y potenciadas por La Biblioteca denominada Internet; y con todo, Internet sigue siendo biblioteca, ese lugar donde uno busca y encuentra de todo, pero no es, como en toda biblioteca, donde esté todo.
Hay de todo, pero en la red cibernética no está todo: así que el trabajo creativo del hombre sigue rebasando a la inteligencia artificial.  Una mentalidad tecnócrata idolatra el Internet al suponer que éste tiene La Verdad Absoluta.
No le creemos a lo que venga de la razón, lo cual cuaja en el ámbito de la educación en flojera intelectual.  En donde aun en la universidad los alumnos tienen que ser persuadidos a través de eso que dan por llamar, desde el lenguaje psicologista, aprendizaje significativo, se trata de un aprendizaje que curiosamente tiene como materia la computadora y como forma la realidad virtual.
Es paradójico que no creamos en la razón humana y se tienda a tenerle fe ciega a la razón artificial.  Se trata, pues, de la superación por un lado de la razón que nos trajo el dios de la ciencia, y por otro lado quedan algunos paleoconservadores que aún siguen viendo a la tecnología como lo más insigne de una ciencia a la que le hemos de abrir el paso sin prejuicio humanístico y moral, ya que supongo que la humanización de la cultura conduce a su eticidad, y no toda razón humana se abre a ello.
Frente a este panorama, ¿qué criterio tomar ante la técnica?  No hay que perder de vista que el ser humano, por ser racional produce técnica (según Mauricio Beuchot en su obra “Posmodernidad, hermenéutica y analogía”): partamos de ese principio, pues el ser humano requiere de la técnica para hospedarse e instalarse en el mundo, pues por la razón es que el hombre es artífice; y también “ha producido técnica para dirigir su razón” dice Beuchot.
Y el gran riesgo que se denuncia, siguiendo con nuestro autor, es que “el hombre puede llegar a perder la conciencia respecto a los límites entre lo natural y lo artificial”, lo cual ocurre cuando se piensa en una técnica como la panacea del hombre, que desde ella se puede llegar a ser feliz.
Así, la deshumanización a la que somos proclives en esta cultura tecnócrata, consiste en esa confusión entre lo natural y lo artificial.  De manera que el acercamiento al otro hemos de cuidar de que no se quede en el puro medio virtual, sino que del virtual pase al real.  Sobre todo en el sentido de no desplazar al otro por preferir la máquina.
Ya es viejo ese desplazamiento del hombre por la máquina, y se sigue actualizando ahora cuando hay un peligro tal vez mayor, que consiste en quedarnos dentro de la máquina que nos encierra en una virtualidad que si no conduce a la realidad nos deja en la pura artificialidad, y esto, de servirnos de la tecnología para transformar realmente el mundo, acortando distancias, es, creo, el primer reto que tenemos para cuidar de que la tecnología no termine en tecnocracia.
Ahora quiero continuar de la mano de Mercedes Garzón Bates, para ver de los embrollos en que se mete el ser humano, que peligra de despersonalizarse si, en lugar de poner él mismo en su justo lugar a la técnica, más bien ésta es quien a él lo condiciona, y de plano se lo traga.
Garzón Bates (en su obra: “www.la_ciber_ética.com”) nos deja ver que el ser humano ha dejado de lado la realidad natural, i. e., la capacidad de ser realista, y en la línea de lo que decía Beuchot, confundiendo lo natural con lo artificial cuando se pierde de vista el sentido antropológico de la técnica.
De manera que para el tecnócrata, para el que está deambulando y ha perdido el piso de lo evidente o del mínimo sentido común, lo real termina siendo, según lo que observa Garzón Bates: “cinedramático y el complejo informacional nunca habría alcanzado su poder si no hubiese sido en primer lugar un arte del motor  (…) El realismo es una ilusión”, así, parece que el ser humano, sino tiene cuidado, termina siendo otra forma de gambusino, metido siempre en la eterna ilusión, ya no del tesoro, sino de la nada, cosa tal vez peor, porque nos impone la falsa salida del nihilismo pasivo, noción ésta que más adelante trataré de explicitar. capaz de ritmar la perpetua mutación de las apariencias.
Luego continúa diciendo nuestra autora que “El mundo sólo existe gracias a esta ilusión definitiva que es el juego de las apariencias, el lugar mismo de la desaparición incesante de cualquier significación y de cualquier finalidad”; el ser humanos se queda como incapaz de trascender la apariencia, olvidándose del mundo real se convierte en idiota.  Lo que entiendo por idiota es el significado más primario del término, que alude al que se queda encerrado en una “ideota”, la cual es tan poderosa como que lo tiene aprisionado, alienado diría Marx.
Nietzsche, haciendo una lectura alternativa, nos sugiere el nihilismo como ese medio por el cual se pueda volver a ser creativo en el ámbito de la axiología, para superar pseudovalores que más bien hacen cobarde al hombre ante lo trágico de la vida; por esto es que se trata, en Nietzsche, de un nihilismo activo (no del nihilismo pasivo que no permite superar la idiotez), que deconstruye, sí, pero para reconstruir, y hacer que salga el superhombre capaz de vivir desde lo trágico que ineludiblemente tiene la vida.
Y bien, el exceso de virtualidad que conduce a la pérdida de la realidad, si de algo incapacita al hombre, precisamente al idiotizarlo, es de hacerlo cobarde e indiferente ante el mundo: tanto el propio como el de los otros.  Y esto no es una pura abstracción, se ve concretamente en el joven y adolescente carente de atención, pero que siempre lo vemos online (ya ha pasado de estar “in” –en los 60´s– a estar “online”) en uno de los múltiples “chats”, o anunciando una y otra vez cualquier cosa soez en las redes sociales.
Es frustrante para el educador ver que le llegan de los alumnos cualquier cosa, que va de lo tonto a lo vulgar o grosero en términos de “fwd”, lo cual evidencia que el uso de la tecnología no los ayuda a forjarse como personas; de manera que es pertinente adquirir cartas para ayudar a los educandos a que aprovechen la tecnología.
La hipótesis abierta para la siguiente columna es que no puede y ni debe haber educación sin el uso de la tecnología, pero esto no implica el renunciar a pensar: lo cual se hace leyendo y escribiendo.

martes, 19 de enero de 2010

Servicio, trabajo y justa retribución


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario El Mexicano: TIJUANA, B.C. / MARTES 19 DE ENERO DE 2010 / p. 15A
Un mensaje que me dejaron dos columnas anteriores a ésta, me sugiere reflexionar en torno al valor del servicio, en el contexto de cómo es que en México se ha distorsionado, y también intentando aplicar este valor al ámbito laboral.  El otro elemento es el asunto de la justa retribución económica por la que uno trabaja, ya que el crecimiento personal está en el ámbito espiritual de la persona, pero hace falta partir de la satisfacción material para llegar a la espiritual, por esto es que es necesario que se pague lo justo por el trabajo que uno realiza.  No se puede trabajar, pues, por puro amor al arte, eso es absurdo.
Para exponer mi pensamiento en torno a qué sea la actitud de servicio, me parece necesario partir de algo muy general, como es el hecho de ese reconocimiento de que hay una vocación humana, la cual en una perspectiva personalista está íntimamente ligada al hecho del sentido de la vida, ya que veo que en esto, en la vocación, se funda, a mi ver, una comprensión moderada de servicio, por el cual somos capaces de solidarizarnos.
Descubrir la vocación personal no es un trabajo extraño, y ciertamente tal vez no sea sencillo hacerlo, pues consiste ante todo en sabernos interdependientes: sujetos de individualidad y, también, de alteridad; tratando de llevar a un equilibrio lo uno y lo otro, y en ese equilibrio la vocación va teniendo que ver en mucho con el ser conscientes de aquellas actividades, incluyendo las contemplativas (no sólo las activas), que realizamos.
Hablo de conciencia, lo cual no sólo es saber, sino saber que sé; tener consciencia de que eso que me apasiona tiene un sentido individual y otro social, y de esto se sigue el que lo que se hace como oficio o profesión tiene sentido.
Una de las acepciones de servir que va en la línea de lo que expongo aquí, tiene que ver con hacernos útiles, en el sentido de estar dispuestos a dar lo que uno es, sobre todo dar algo que hoy día cuesta mucho, como es el tiempo; también algo que hoy cuesta mucho es el saber escuchar al otro.
No puedo dejar de lado el gran problema cultural en el que vivimos los mexicanos, por el cual se hace difícil alcanzar el ideal personalista y de sentido del trabajo que proponemos; uno de los problemas culturales es el de la parte económico y social, por la que un sistema gubernamental está fracasado (como el nuestro, el mexicano) en el sentido de que no es capaz de generar oportunidades, y se hace muy difícil tener un oficio o profesión, con qué vivir dignamente.
Es que en México el adquirir un título de licenciatura e incluso de posgrado sirve para tener un poquito más de oportunidades de trabajo más cómodo, pero el común licenciado y maestro (y uno que otro doctor) está en un nivel técnico, comparado con otras latitudes, pues el profesionista mexicano adolece de un carácter intelectual, que le permita orientar hacia un sentido humano y moral el trabajo que se realiza, y lo deja, si acaso, sólo en el nivel técnico o mecánico.
Y bien, el quedarse en ese nivel mecánico del trabajo impide, pues, el ejercer ese valor que es el del servicio en el ámbito laboral; y es que al mexicano no se le ve para cuándo deje de estar metiéndole zancadilla al otro, lejos de reforzar o hacer sinergia para llegar al trabajo en equipo, más bien se le recibe al compañero de trabajo como con sospecha; yo creo que los líderes empresariales deben buscarse un espacio mínimo para animar en el auténtico trabajo en equipo, por diversos medios, tal vez un buen medio sea interactuar con los empleados a través del correo electrónico, para orientarlos a este fin y no sólo entablar relación con ellos para los aspectos técnicos del trabajo.
Entonces el servicio es un valor por el cual uno hace lo que le corresponde y ayuda al otro a que sea asertivo (no se le ayuda al compañero para hacerle el trabajo, sino para que lo haga mejor), y esta convicción supone, pues, el ser responsables; también hay que decir que la actitud de servicio supone el abrirse uno mismo para ser más apto.
Y es que me parece que hay dos columnas en las cuales se ha de apoyar el valor del de servicio, a saber: una es la actitud y otra es la aptitud, no es uno servicial si falta una de esos dos factores, se puede tener mucha actitud para algo, pero tal vez no la aptitud: quizás alguien quiera dedicarse a la medicina y al comenzar a estudiar la carrera se da cuenta que le causa vértigo la sangre, y si es un condicionamiento insuperable, pues esto significa que no hay aptitud; y se puede tener aptitud pero si no se tiene actitud es lo mismo que hacer más porque se quiere que porque se puede.
Las aptitudes yo las veo relacionadas con los talentos personales y los que en una comunidad se pueden tener; es que son talentos que contienen virtualmente un deber, por el cual uno dispone esos talentos para crecer como persona y como comunidad.
Desafortunadamente el mexicano, por un lado, tarde no sé cuánto tiempo en comenzar a trabajar su jornada, así que de las ocho horas sólo cinco o seis son efectivas y todo mundo se echa la bolita para evadir la responsabilidad por ese trabajo que se ha quedado atorado y no se hace, y entonces se busca a alguien que se deje para cargarle más, y delegarle, ese trabajo que urge terminar.
Y por otro lado, ya es cultural, lamentablemente en México, que ser servicial sea sinónimo de debilidad: con lo cual se desvirtúa el sentido del servicio y éste se pierde como valor personal y social; tal vez uno tenga que ser ante este fenómeno muy inteligente, y sobre todo prudente, para marcar los límites propios de todo ese trabajo que a uno no le corresponde, ya que al hacerlo acríticamente lo único que resultará es fortalecer el círculo vicioso de la flojera de los otros.
El auténtico líder en la empresa ha de cuidar, por sentido de justicia, que se aprenda a delegar y que se cuide de que el trabajo cada quien, correspondientemente, lo cumpla.
En cuanto al pago que uno realiza, pues en México tristemente, la mayoría, estamos muy lejos de alcanzar ese ideal de ganar lo justo, y hay algunos, quizá pocos, que podrían mejorar el pago que le hacen a sus empleados y no lo hacen.  Hay sistemas, como en Estados Unidos que de alguna manera miden el trabajo que se hace, y sobre esas horas efectivamente trabajadas, se paga, mientras que en México son pocas, no las empresas, sino los giros que le ofrecen prestaciones y sueldos de calidad a los empleados, pero se tienen pocos instrumentos efectivos de medición del trabajo.
Y sí, desgraciadamente el que sabe ser políticamente correcto con el jefe o el patrón, en México, aunque no haga un trabajo efectivo, resulta acomodarse y ganar más.  Y bien, el paradigma de esto lo tenemos precisamente en el político que no hace nada afectivo, y sin embargo, tiene sueldos exorbitantes.
Es evidente que mientras no tengamos una educación para el trabajo, que tenga como base de todo la responsabilidad que sostiene el valor del servicio, y que el trabajo sea justamente retribuido económicamente, seguirá apareciendo el narcotráfico no sólo como una opción profesional, sino como una vocación heroica, por eso es correcto aseverar que mientras no se resuelva en la sociedad ese problema del desempleo y la falta de oportunidades, la supuesta guerra contra el narcotráfico, será algo irresoluble, y una decisión puramente moralista.
Fue ineludible terminar con la alusión al asunto del narcotráfico, porque a eso nos conduce una política económica que no permite tener esperanza.  Pues que sin el recurso material suficiente, que venga del trabajo digno y estable, no es posible planear un crecimiento personal y profesional en el seno familia.

domingo, 17 de enero de 2010

¿Qué busca la hermenéutica analógica.




Explicar en trescientas palabras lo que es la hermenéutica analógica es ciertamente un reto, pero lo asumo en nombre de la claridad y la eficacia comunicativa. Va pues.
El Dr. Mauricio Beuchot ha propuesto una hermenéutica, es decir, una práctica interpretativa que tiene como característica esencial la de buscar un estadio análogo, proporcional, entre dos extremos absolutos: univocismo y equivocismo. Las consecuencias o derivaciones que se pueden obtener de esta filosofía no son pocas y, lo más importante, se anuncian sumamente útiles; sobre todo en una sociedad como la nuestra, multicultural y variopinta.
Debe partirse de un concepto más bien abierto del texto, superando la idea tradicional de un texto escrito como único sujeto de interpretación e incluyendo en dicha categoría productos culturales de talante popular, tales como el cine o la comunicación de masas, el diálogo y toda clase de acción significativa. Beuchot habla en concreto de tres clases de textos: escritos, hablados y actuados.
El acto de interpretación debe reconocer sus propias limitaciones y debe asumirse como un proceso dinámico condenado a la perpetua inconclusión, esto debido a que los escenarios humanos son cambiantes y se transportan, por decirlo de algún modo, por las avenidas de la historia. La interpretación es precaria –ciertamente- pero algo se puede conocer si se tiene en cuenta que se precisa de la persistencia y del reconocimiento paulatino de las intencionalidades autorales, textuales y contextuales, lo que genera, pues, una lectura conclusiva, la que, a su vez, habré de convertirse en punto de partida.
Así, la pretensión de esta hermenéutica analógica es la de acotar un relativismo rampante (y autorrefutante) que ha generado mucho daño, pues ha implantado en la mente de las personas de este tiempo el dogma de la ausencia de toda verdad y de toda posibilidad de generalización; por otra parte, la analogía también posibilita la crítica del despotismo univocista que termina por constreñir, contener y finalmente impedir la comunicación verdadera.
Bajo esta premisa simple de la búsqueda de la proporción se pueden elaborar aplicaciones que trascienden sobradamente los límites clásicos de la exégesis literaria y que, movilizados por un impulso ético de consecución del diálogo, pueden consumar prácticas sociales más humanas, más justas y, por tanto, más verdaderas.

-Álex Ramírez-Arballo

Me presento

Agradezco la invitación de Jesús Herrera para participar en este blog que promueve, implícita o explícitamente, la propuesta analógica del Dr. Mauricio Beuchot. Acepto encantado y me propongo a colaborar, que quede claro, en la medida de mis muy profundas limitaciones.

Un saludo

Alex Ramírez-Arballo.

lunes, 11 de enero de 2010

Principios y normas para una Ética profesional


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en: Diario el Mexicano: LUNES 11 DE ENERO DE 2010/ TIJUANA, B.C., p. 24A.
Como una continuación de la columna anterior, en la que intento hacer ver el trabajo como ese medio por el cual crecemos como personas, ahora quisiera hablar de lo que es una ética profesional, pues que sin una ética no hay crecimiento humano, y aquí suponemos que es la ética profesional la que nos permite crecer profesionalmente.
Tal vez sea difícil ser honesto, por donde se le quiera ver no es fácil encarnar valores, pues esto exige de forjarse un carácter virtuoso, y la virtud es algo que se consigue con trabajo y disciplina.  Sólo que muchos educadores se obsesionan (sobre todo aquellos que son muy psicologistas), en pretender el alcance de las virtudes y los valores como algo fácil, obsesionados con el uso del lenguaje políticamente correcto.
Un ex alumno de primero de bachillerato, a sus quince o dieciséis años, está ya convencido de que “el que no tranza no avanza”, pues ese fue su argumento cuando intentó sobornarme toda vez que estaba reprobando mi materia.
La ética profesional es una asignatura especial, pues se trata de aplicar la ética a la cotidianidad del ejercicio de una profesión, así que es importante que sobre todo en las universidades se le dé la seriedad debida a esta materia.  Desgraciadamente si a las materias humanísticas en general y sobre todo a la Ética o Filosofía, se les ve como de relleno, le va aún peor a la asignatura de Ética profesional.
Más, también hay que denunciar el hecho de que hacen falta profesionales de la Ética en general y de la Ética profesional en particular; a lo más que llegamos es a docentes que exponen materias, y de tanto que lo hacen, se mecaniza la enseñanza de la Ética y de la Ética profesional, pero hace falta que haya profesionales en el sentido intelectual: que tengan un mínimo de trabajo de investigación y publicación en materia de Ética y Ética profesional.
Y es que sobre todo para la Ética profesional, es urgente que haya manuales locales, que sinteticen los problemas reales y cotidianos que se van observando en el ejercicio de las varias profesiones que se ejercen, con la correspondiente tradición ética que encontramos en los libros.  Pero siempre el problema (¿o pretexto?, ahora que con Internet podemos ahorrar mucho) de la carencia de investigación e investigadores en materia humanística, en las universidades, es el dinero.
Estas líneas introductorias van con la idea de presentar algo del contexto en el que urge dedicarnos al trabajo de descubrir y construir una ética profesional; y quiero aprovechar un texto de Javier Prado Galán, que se titula “Ética, profesión y medios. La apuesta por la libertad en el éxtasis de la comunicación” (México, Universidad Iberoamericana: 1999), pues se nos ofrece, en el segundo capítulo de la obra, una sinopsis de los valores y normas que constituyen una ética profesional.
Prado Galán dice que la profesión tiene un ethos, es decir, una ética, ya que hay un “conjunto de principios, actitudes, virtudes y normas éticas específicas y maneras de juzgar las conductas éticas que caracterizan a un determinado grupo de profesionales”.  Así que el ejercicio profesional es de una persona libre, y recordemos que todo acto libre está sujeto a juicio moral.
En la segunda parte del capítulo, el autor nos dice que hay tres principios éticos básicos en la ética profesional, a saber: el principio de beneficencia, el de autonomía y el de justicia.  Vayamos a comentarlos, y a transcribir algunas ideas del texto que considero importante compartir aquí.
El principio de beneficencia es el que nos compromete a que, por medio de la profesión, tengamos ante todo la conciencia de que nuestra condición (de profesionista), es para ayudar, para estar siempre atentos a ser solidarios, y ya en términos del autor del texto que aquí se comenta, tenemos que: “El profesional sea de la especie que fuere está obligado a buscar el bien del cliente”.
El segundo principio que es el de autonomía, es el que nos recuerda que aquél a quien le ofrecemos nuestro producto y/o servicio es libre, y que la libertad del otro es algo sagrada, dice el texto: “El cliente no es meramente objeto o destinatario de los servicios profesionales. Es sujeto de derecho a ser respetado en las decisiones que tome, siempre y cuando estas decisiones no sean perjudiciales para otros”.
El tercer principio es el de justicia; no podía ser otro; ya desde Platón la justicia es la virtud más difícil por ser la más perfecta, y así es que la filosofía clásica ha visto que a esta virtud se orientan todas las otras tres virtudes cardinales (prudencia, fortaleza y templanza).
Hablar de justicia es hablar de un orden jerárquico, porque ser justos es dar a cada quien lo que le corresponde o lo que merece; ser justos es diferenciar; ser justos, pues, es tener una actitud personalista con el otro; personalizar nuestro trabajo porque el otro siempre es diferente.  De manera que esto aplicado a la ética profesional, según Prado Galán, significa que: “El profesional atentaría contra la justicia si privilegia sin justa razón a unos sobre otros”.
En una tercera parte del capítulo que presentamos, el autor nos habla de tres normas morales fundamentales de la ética profesional: la de confidencialidad, la de veracidad y la de fidelidad a las promesas hechas.
En cuanto a la confidencialidad: Toda profesión, e incluso oficio, y mejor es decir, que cualquier trabajo implica el que quien lo desempeña está inmerso en un mar de información que tiene que ver (o incluso que no tiene que ver) con la naturaleza del trabajo que se realiza, pues bien, esa información hay que tenerla en secreto, y en esto consiste la confidencialidad, sin esta norma no es posible que haya confianza en la relación profesional y/o de trabajo.
De la veracidad: En el juego de las ventas se supone que hay que decir la verdad de lo que es el producto y/o servicio que se ofrece, no decir ni más, pero tampoco ni menos, esto es necesario precisamente en honor a la verdad: respetar esta prudencia de no decir de más o de menos es respetar la norma de veracidad.
Y es común ver que se exagere, sobre todo por medios subliminales, lo que se ofrece, con lo cual se engaña, y por consecuencia no se está respetando la libertad del otro.  Así que de la verdad lo que se sigue es el respeto por el otro a través de su libertad o autonomía, mientras que del engaño lo que se sigue es la burla del otro, a través de lo más propio de su persona, que es la libertad (impidiendo que el otro tome libremente sus decisiones).
Una tercera norma es la de fidelidad a las promesas hechas: Esta norma se cumple cuando se es responsable y atento para cumplir lo que en un contrato se ha prometido, se trata de ser responsable con los compromisos adquiridos, y en esto radica la fidelidad.
Podemos decir que la fidelidad es como una garantía que emerge de nuestra eticidad, por la cual somos responsables, más allá de lo legal, por lo que ofrecemos a través de nuestro oficio o profesión.