lunes, 22 de noviembre de 2010

Mauricio Beuchot y la vida humana

Por Jesús M. Herrera A.

Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B. C / LUNES 22 DE NOVIEMBRE DE 2010 / p. 33A

Expondré aquí en síntesis cuál es la postura y el planteamiento que hace Mauricio Beuchot, filósofo de la UNAM, en torno al asunto ético de la vida, tal vez es el más espinoso en estos momentos, cuando esto de la vida humana va de por medio en las mil y una voces en torno a la legalización del aborto.

Estoy comentando “Sobre el derecho a la vida, el aborto y el proceso inicial de la vida humana. Reflexiones Éticas”, que es parte de su obra “Temas de ética aplicada”, de la Editorial Torres Asociados (México: 2007).

Al inicio de este texto que presentamos, hay una advertencia necesaria, y directa en nuestro contexto mexicano: en tanto que la oposición al aborto sea sólo a causa de un prejuicio religioso, lo cual llega a suponer exageradamente en algunos, sin más, que no hay razones para oponerse a abortar. Entonces, es importante que nuestro autor advierta que la oposición al aborto no viene en primera instancia de prejuicios religiosos, sino de motivos filosóficos. Y cuando hay una correcta comprensión de lo religioso, pues la religión no es poca cosa, porque hay una base racional, alimentando a la religiosa, que sustenta también en el creyente cristiano, su rechazo al aborto.

Partimos del hecho de que la vida humana se respeta, no podemos discutir si se respeta o no; para poder dialogar estamos de acuerdo en que no arriesgo mi vida al estar frente a ti, y tú presupones que yo respetaré tu vida, dice Beuchot: “nunca ha de perderse de vista el principio fundamental del respeto a la vida humana, que si entendemos bien, nos sensibilizará para ver esa vida humana en ciernes donde algunos no alcanzan a verla empiriológicamente, y se encuentra allí ontológicamente”.

Ontológico significa ser, y en Beuchot y la escuela de filosofía clásica que él sigue, implica que en el vientre materno hay un ser que sí depende material, económica y psicológicamente de la mujer, pero desde que está de algún modo allí, en su cuerpo, como ser no depende de ella, es otro ser, no un apéndice de ella, es alguien independientemente de ella, no es parte del cuerpo de ella como si fuera un tumor que le salió y se puede o debe extirpar.

Hay quienes niegan que haya persona en la vida que está iniciando, porque no hay conciencia o responsabilidad moral, pero ello no funda a la persona, lo moral es propio y no esencial, pues antes de lo moral está el ser, tiene que haber primero, pues, ese ser que, luego, actuará moralmente. Para poder actuar, pues primero hay que ser.

Y viene, inmediatamente después del planteamiento anterior, la pregunta de cuándo hay vida. Beuchot, al respecto, se opone al aborto porque “trunca [dice él] y cercena un proceso que desembocaría en la vida humana plena”. ¿Cuándo hay vida humana?, cuando se inicia un proceso por el que nacerá un humano: “el ser humano se da desde el momento en que el semen y el huevo se unen. Esto es, sí se puede aplicar el nombre “ser humano” a un zigoto, embrión o feto”; y aun cuando aquí son escasos los elementos médicos, ese proceso inicia cuando se da esa unión entre espermatozoide y óvulo: este es el modo más básico de referirnos a ese proceso; podría medirse empíricamente esa unión para definirse como embarazo, pero eso más bien constata que la vida simplemente está en proceso, como algo posible y a la vez actual porque está en movimiento, ella, la vida, allí está.

A lo anterior agrega Beuchot: “Lo malo es que a veces, para determinar si algo tiene vida humana, se confía demasiado en ciertas manifestaciones extrínsecas, fenomenológicas o empiriológicas, y muy poco se apela a los constitutivos intrínsecos de la persona”, y es que aquí se trata de saber ver filosóficamente a la persona, en donde el instrumental científico, sino se tiene cuidado, en lugar de que termine en hacernos admirar, más bien se usa para instrumentalizar a la persona, al punto de creernos dueños del otro: tanto del otro intrauterino, como del otro extrauterino.

Desde la ciencia se puede admirar, y allí es cuando se da esa auténtica apreciación filosófica y la ciencia termina abriendo paso (no obstruyendo) a la filosofía; de manera que la ciencia se relativiza cuando, insisto, de admirar se trata, de ponernos ante lo evidente, ante la vida como algo que allí está y guardamos distancia, no autárquicamente, sino, sobre todo, como algo que se respeta y, si es preciso, se defiende.

Por otro lado, es necesario recordar que ahora vivimos en un tiempo en el que se ha criticado mucho cómo es que la modernidad, o ese mundo donde imperó la ciencia, asfixió existencialmente al ser humano, porque la razón, esa razón científica o positivista, o empirista, se opuso precisamente a la vida como algo que es posibilidad. Lo que queremos ahora es que la ciencia nos permita profundizar en la admiración del ser, de la vida, sobre todo la humana.

Sigo con Beuchot: “El punto de vista empiriológico o fenomenológico externo nos hace ver un ser humano, con vida propiamente humana, sólo allí donde las operaciones correspondientes a ese tipo de vida son muy ostensibles y manifiestas. Pero se corre el peligro de no alcanzar a ver los constitutivos esenciales del ser humano por falta de “exhibición”, por falta de asideros empíricos para constatarla”.

Hasta aquí he referido al asunto de la vida que allí está, desde que hay como consecuencia de una unión sexual de personas, una procreación. Y que la ciencia, y sus instrumentos en la medida en que respetan los límites del conocimiento empírico, no se cierran a la admiración de la vida y encuentran límites que hacen respetar y, sobre todo cuando es preciso, defenderla, ya de suyo, desde la misma ciencia.

Es que la ciencia puede destinarse a defender la vida, o a ir en contra de ella; es absurdo marginar la moralidad de la actividad científica; por esto es que la Bioética cada vez está teniendo mayor reconocimiento, poniendo en reflexión no sólo lo concerniente a la vida humana, sino, también y dicho sea de paso, la vida vegetal, mineral y la de los animales.

Otro problema es el de la legalización o no del aborto. Este asunto si no se tiene cuidado distrae de lo más importante: que es el respeto por la vida; sobre todo en culturas como la nuestra, donde se confunde lo legal con lo moral, y esta confusión resulta con consecuencias peores, cuando el mismo jurista, sensatamente llega a denunciar que aquí, en México, la ley no tiene por objeto la justicia, y vaya que hay leyes que son explícitamente injustas.

Se llega a decir que el legalizarlo no significa que se invite a abortar, lo cual pareciera cierto, pero téngase cuidado de que lo que es legal, insistimos, se está confundiendo con moral en el común de la gente.

Esa separación de lo moral con lo legal ya tiene tiempo, radicalmente se da con Kant desde el siglo XVIII. Recuerdo mucho representada la mentalidad del mexicano en la esposa de un político, quien decía que su esposo había cometido una inmoralidad pero no un delito o ilegalidad, con eso del dinero y las ligas que por video le exhibieron en un programa periodístico de un famoso “payaso tenebroso”.

En medio de todo este problema fuerte y serio, están quienes sacan buen provecho económico practicado abortos; a la legalización o no del aborto, le debe preceder la educación para que la ley pueda tener sentido desde ese respeto absoluto por la vida humana; también urge un estado que se comprometa con la promoción de la vida; estas últimas líneas son los retos ético sociales que tenemos para alcanzar la civilidad y la democracia.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Filosofía y educación de la humanidad

 

Por VÍCTOR GÓMEZ PIN, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador en la Universidad París-Diderot.

Publicado en “El País”: miércoles 17 de noviembre de 2010.

Recuperado de: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Filosofia/educacion/humanidad/elpepiopi/20101117elpepiopi_5/Tes

Hace cinco años la Conferencia General de la Unesco instituyó el día mundial de la filosofía, y este año, en la sede parisiense de la organización, los actos arrancan mañana con un debate en el que se reivindica la potencialidad de esta disciplina, concretamente en el combate por hacer compatible la diversidad de las culturas con irrenunciables exigencias de universalidad. La Unesco viene desde hace años instando a otorgar a la filosofía un papel en la formación general de la ciudadanía, empezando por conferirle un mayor peso en la enseñanza secundaria y hasta primaria.

Y alguno se preguntará: ¿en razón de qué la filosofía? La carencia en los programas educativos afecta a múltiples disciplinas científicas o humanísticas, y la propia filosofía está interesada en denunciarla. Interesada, por ejemplo, en que se fortalezca la enseñanza de la matemática pura o de la música, materias vinculadas a la filosofía desde el origen y de las que nunca puede prescindir. Y, sin embargo, la filosofía reivindica una singularidad en el seno de las disciplinas del espíritu, en razón de que, aunque tenga sus dominios de especialización, la filosofía no apunta a alcanzar un sector específico del saber, sino un saber de cuya ausencia se queja implícita o explícitamente todo ser humano, un saber que a todos concierne.

La filosofía tiene emblema en la declaración con la que Aristó-teles abre su Metafísica, según la cual se da en todos los seres humanos un deseo desinteresado de conocimiento. Y ello en razón de que la facultad de lenguaje y la capacidad de razonar constituyen la expresión mayor de nuestra especificidad en el seno del mundo animal. La tendencia a fertilizar estas capacidades es, pues, la forma que adopta en nosotros la pulsión de todo animal a realizar plenamente su naturaleza específica, siendo tal tendencia lo que cabalmente recibe el nombre de filosofía, disposición emparentada a la que lleva al arte y a la ciencia, en los que la filosofía reconoce común origen, y en los que encuentra fundamental alimento.

Que Aristóteles tenga o no razón, que quepa o no atribuir a la naturaleza humana como tal una predisposición a la lucidez, se convierte entonces en una cuestión central que concierne, entre otras cosas, a la educación, lo que llevó hace 10 años en Boston a dar al cíclico congreso mundial el título de La filosofía educadora de la humanidad. Afirmar o negar la universalidad de la filosofía es casi una cuestión de confianza en una común disposición de los seres de razón, disposición que sería consecuencia de la riqueza esencial del lenguaje, más allá de las diferencias contingentes que separan a pueblos, culturas y civilizaciones. Incluso más allá de la diferencia entre adultos y niños. Esta pretensión de universalidad plantea obviamente el problema del lugar institucional en el que ha de enmarcarse la filosofía.

Es muy antiguo el debate sobre si la filosofía ha de practicarse allí mismo donde se realiza el trabajo científico o artístico, o debe seguir teniendo anclaje en una facultad específica. Una alternativa válida sigue siendo, a mi juicio, la propuesta kantiana de un departamento de filosofía que, siendo administrativamente uno entre otros, constituyera, sin embargo, "toda la Universidad". Ello pasa naturalmente porque la filosofía esté abierta al trabajo especializado, concretamente al científico.

La filosofía se reconoce en interrogaciones elementales de las cuales surge la necesidad de análisis de fenómenos, descripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo lo cual denominamos ciencia. De la ciencia pueden surgir problemas teóricos, que no conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen de la misma. Mas también puede ocurrir que la reflexión de la ciencia sobre sí misma enlace directamente con lo que desde el principio se formulaba, y entonces estamos de lleno en la filosofía. Este es exactamente el caso de la mecánica cuántica, disciplina que subvierte alguno de los principios que (desde el pensamiento primitivo hasta Einstein) han sido la base de nuestra concepción de la naturaleza, lo que aboca irremediablemente al físico a convertirse en metafísico. Y el filósofo que con el científico se reencuentra ha de estar en condiciones de dialogar efectivamente con él, sin que la dificultad técnica pueda eximirle al menos de un esfuerzo para estar en condiciones de determinar aquello que en las interrogaciones del científico le concierne directamente.

Un último apunte: si la filosofía tiene pretensiones de universalidad, si se aspira a la "filosofía como educadora de la Humanidad", entonces es imprescindible preguntarse por qué tiene tan liviano peso en la formación básica de los ciudadanos. La verdadera causa de la ausencia de universalidad de la filosofía no puede ser sino de orden social. En condiciones materiales en las que la lucha por la subsistencia sigue siendo el primer imperativo, no hay posibilidad de educación general conforme a la exigencia filosófica. Por ello, la filosofía tiene efectivamente un carácter militante, en consecuencia con el ideario humanista que ve en cada ser humano un potencial de riqueza espiritual y denuncia todo aquello que coarta esta potencialidad.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Elementos básicos en la enseñanza ética (segunda parte)

Por Jesús M. Herrera A.

Publicado en El Mexicano: 32A / LUNES 8 DE NOVIEMBRE DE 2010 / TIJUAN A, B.C.

Damos aquí continuidad a la columna publicada en El Mexicano el pasado 1 de noviembre. En donde quedó el pendiente de abundar más en torno a este asunto de relacionar valores con virtudes en el marco de la enseñanza de la ética.

Este pendiente es algo urgente en la formación moral. Hemos dicho que la virtud es una propuesta vieja, porque viene desde los antiguos griegos y fue retomada por los medievales; mientras que la idea de valores es relativamente reciente, porque emerge de un contexto en donde la modernidad comienza a fracasar (s. XIX), sobre todo cuando lejos de que se haya logrado un paraíso gracias a la ciencia, una especie de mundo edénico, más bien, como se sabe, lo que comenzó fue la primera y segunda guerra mundial.

La virtud tiene como referente a Aristóteles, si bien es cierto que ella viene desde antes de este filósofo de Estagira, es él quien nos entrega en su “Ética nicomaquea (o a Nicómaco)”, todo un tratado en torno a la virtud, ya compendiando lo que venía diciéndose a este respecto.

Los valores tienen como referencia próxima, entre otros, sobre todo a Max Scheler y su “Ética”, quien nos entrega todo un tratado de valores que se ha hecho clásico, y como buen filósofo personalista, restaurando y proponiendo en su enseñanza al ser humano como persona. Su texto, de inicios del S. XX, en cierto sentido lleva por otros senderos esa tradición fenomenológica de Husserl que va a caballo entre el S. XIX y XX.

Más, insisto en que el contexto desde donde se habla de valores es el de un mundo que ha radicalizado el fracaso de la razón: de la ciencia y de la técnica, y con ello, en lo concerniente a la moral, la dignidad humana no tiene referentes o modos por los cuales dar razón de ella.

En torno a los valores, los antiguos habían puesto la atención primero en el universo y luego desde Sócrates la atención se enfocó en el ser humano, se le atribuye a Sócrates eso de que si quieres conocer el universo, “conócete [primero] a ti mismo”.

Luego el mundo de los medievales es teocéntrico, porque centró la atención en Dios, de manera que Dios resultaba el referente primero de valoración. Sobre todo desde Platón más bien no se hablaba de valor, sino de bien. Los filósofos medievales siguiendo aquella tradición antigua, y relacionándola con su cosmovisión religioso cristiana, nos proponen a Dios como El Valor, porque es el Sumo Bien; Dios es el Bien que participa la bondad.

El problema con la modernidad es que quitó a Dios del mundo, como referente axiológico decíamos, y endiosó a la ciencia y la técnica, con lo cual el ser humano se vanagloriaba de lo que inventaba o descubría por medio de la ciencia, y ello incurrió pues, en una modernidad ególatra.

Por eso es que referir un fracaso de la modernidad es al mismo tiempo comenzar a repugnar al ser humano, porque se comienza a desconfiar de lo único que teníamos del ser humano a través de esa imagen que de él se dejaba ver en lo que inventaba o descubría, gracias, pues, a la ciencia humana.

Entonces el aporte de Scheler, con la materia que nos ocupa que son los valores, consiste en que en la línea del personalismo, se coloque al ser humano en su justo lugar, salvaguardando esa dignidad que se pierde cuando se le cosifica, pero que también se pierde si el sujeto regresa a su egolatría, vanagloriándose de lo que científicamente logra o hace. Y es que de la cosificación se pasa a la egolatría, y al revés.

Este referente personalista, respetando el mapa fundamental que nos dejó Scheler en torno a los valores, es necesario respetarlo. Esto no es otra cosa que tener siempre el cuidado del respeto absoluto por la dignidad humana y la vida: porque si hay un valor paradigmático y prototípico es la persona humana. En el sentido de que no podemos poner a discusión la vida humana, a ella se le respeta, no se le discute.

Las virtudes decíamos que son esa capacidad, primero, de llevar una vida equilibrada, estar en el justo medio es tratar de evitar excesos o defectos; alertas para conservar el equilibrio ante la vida, partiendo de la vida cotidiana, que es la fundamental. Es el término medio que se logra como en la cuerda floja, buscando el equilibrio para no caerse.

Antes se hablaba de virtudes cardinales, virtudes que son fundamentales, para tener siempre conciencia de trabajar arduo por la consecución de ellas. Son tan importantes que muchos filósofos contemporáneos vuelven a retomarlas. Las expondré relacionando eso tan de ellas, que es sujetarse en un mínimo de teoría (lo cual es lo que aquí espero dejar), y privilegiar la praxis (para lograrlas en la vida cotidiana).

La primera virtud es la prudencia. Es la puerta de las virtudes, sin ella no se puede tener otra virtud, ser prudente es pensar antes de actuar, o si es preciso, orientarse antes de actuar, de tomar una decisión difícil, para tener tanto el objeto como los instrumentos mejores y tomar decisiones. La primera virtud entonces es la prudencia, porque también resulta estar presente en las otras tres cardinales, la prudencia anima a toda virtud.

La siguiente virtud es la de la templanza, es una virtud muy fundamental porque se refiere a la moderación de nuestras necesidades, para comenzar las básicas, y ello garantizará la moderación de otras necesidades no tan básicas. Y como las virtudes, decíamos, no son ciegas, hace falta de cultivarnos para esa moderación, por ejemplo ahora que se ha puesto de moda la comida chatarra; ahora que se ha puesto de moda la bulimia y la anorexia; ahora que lo referente a la sexualidad tiene extraviado su sentido.

Una tercera virtud es la de la fortaleza, la cual evita que seamos temerarios o cobardes, ya que esos dos extremos son excesivamente irracionales; la fortaleza entonces es usar prudentemente de la fuerza, para que ésta tenga sentido.

También la fortaleza significa tener fuerza de voluntad, de manera que es actual en esta era en que se suele pedir logros de objetivos, se necesita ser perseverantes, ante un mundo en el que seguido tenemos que nadar contracorriente ante algunas modas que, por lucro, nos imponen como necesarios tal o cual objeto de consumo, o tal o cual modelo de vida. Es que tener fuerza de voluntad significa ser fieles a uno mismo.

La cuarta virtud es la considerada como más difícil por ser la más perfecta, es la coronación de las virtudes: se trata de la justicia, que consiste en dar a cada quien lo que le corresponde o es debido. Es la virtud que cuida desde el individuo a la comunidad, y al revés, busca que la comunidad cuide del crecimiento de cada uno de sus individuos. La justicia equilibra el bien común con el bien individual.

Hemos estado insistiendo en que el medio para conseguir valores es la virtud. Los valores son metas que queremos alcanzar, también pueden ser bienes u objetos, y nos lanzamos por ellos, pero con prudencia para ver por qué medios, con templanza para no actuar ciegamente, con fortaleza para poder perseverar en el intento, y finalmente coronando con la justicia nuestros logros en orden al bien común, sin agredirlo, sobre todo sin pisotear al más débil, o incluso sirviéndonos del que menos puede para alcanzar nuestros propios valores. Ser justos es, de acuerdo a lo anterior, poner nuestros talentos y logros, al bien no sólo nuestro, sino de la comunidad, sobre todo de los más necesitados.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Elementos básicos en la enseñanza ética (primera parte)

Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B. C / LUNES 1 DE NOVIEMBRE DE 2010 / p. 25A
 La asignatura por donde mal o bien se ha hecho presente la filosofía en las instituciones educativas, es la ética. Se supone desde un planteamiento de filosofía clásica, que la ética es la parte práctica de la filosofía, pues la ética es esa disciplina filosófica que trata del actuar moral del ser humano.
Y la disciplina del orden mental, pues es la lógica, que había sido ella la que cumplía con la función de capacitarnos para hacer filosofía; muy importante tener esta disciplina, para que precisamente discipline a la inteligencia, la cual, ha sido vista por alguien como “la loca de la casa”. Y hoy luchamos por la filosofía y la ética en un contexto donde están más difíciles las cosas, porque la inteligencia ya no sólo es una loca, sino que también sufre de bulimia y anorexia, no quiere saber y darle orden a las ideas, y ello es, sin exagerar, casi una perversión, porque la inteligencia está inclinada naturalmente a saber, y se lo impedimos.
El profesor de ética en las aulas de clase, se aventura a acercar la ética a los estudiantes, sin que ellos comprendan primero qué signifique pensar filosóficamente, teniendo un acercamiento suficiente al hecho de atender a su entorno, a su realidad, desde la filosofía y no sólo desde la forma de vivir convencional, o a lo mucho desde criterios científicos. Lo mínimo como materia dispuesta es que haya una cierta disposición para recibir la filosofía como una materia que es vital para el crecimiento humano.
Otro problema es que antes de la ética, además de que se haya dado ese curso de introducción a la filosofía que termine sensibilizando a los alumnos, como decía, para disponerse a la filosofía como algo vital; pues luego de la introducción ha de venir esa asignatura (o por lo menos espacio) que nos haga llegar algún conocimiento de quiénes somos como personas, o sea, que se tenga conocimiento de nuestra condición humana, aquello que los filósofos viejos de toda una tradición manejaban en términos de una naturaleza humana. Es que enseñar una ética al margen de una filosofía del hombre, puede darnos éticas para todo, menos para seres humanos.
La ética también es definida como Filosofía moral. Y a consideración de esta relación entre ética y moral, es que nuestra moralidad dependerá de nuestra ética. La ética teoriza en torno a nuestra conducta, a nuestra práctica moral.
La virtud es lo distintivo o esencial de nuestra ética. Queremos promover una ética de virtudes porque ésta es la que nos consigue personas con convicciones.
Hablar de la virtud es hablar de la persona humana, en este caso cultivar la virtud es ir logrando que nuestras potencialidades y capacidades que tenemos sean explotadas. La psicología aristotélico-tomista nos enseña que esencialmente somos sujetos de intencionalidad: tenemos una intencionalidad volitiva y una cognoscitiva; la virtud hace que por la inteligencia seamos amantes del saber, y que por la voluntad seamos fuertes de carácter y sobre todo abiertos al amor; la explotación de estas capacidades esencialmente humanas nos hace ir descubriendo y, sobretodo, construyendo nuestra libertad.
Ser virtuosos, entonces, significa ser libres en la medida en que vamos creciendo como personas, dado que ya no nos conformamos con verdades a medias, y mucho menos con mentiras, lo cual lamentablemente es lo que sucede con el vulgo. Ser virtuosos también significa amar con inteligencia, por lo menos dejando en la metáfora eso del amor ciego y el amor a primera vista, cosas que más que metafóricamente se han querido tener por verdades no sólo literales, sino absolutas.
Más, también es importante retomar la enseñanza clásica de la virtud. Aristóteles dice que ella es el justo medio que evita el exceso y el defecto.
No se trata del justo medio equidistante, que puede ser medido cuantitativamente, se trata más bien del justo medio que representa el equilibrista, donde se está difícilmente oscilando hacia un lado y hacia otro. Se trata entonces de vivir equilibradamente; el virtuoso no lo es porque resuelva la vida fácilmente, más bien decide lo mejor en situaciones difíciles, alcanza metas, persevera, y termina siendo justo y luchando por la justicia.
Por medio de la “enseñanza de valores” también se quiere enseñar la ética. A una ética de valores se le conoce como axiología. La axiología es formalmente una disciplina relativamente nueva, ya que nos refiere al cultivo de la filosofía del siglo XIX.
Hay quienes separan radicalmente la relación entre virtudes y valores, y hay quienes llegan a decir muy simplistamente que son lo mismo. Dicen desde una perspectiva muy equívoca que ya no se habla de virtudes hoy día, porque el término suena a un motivo religioso, lo cual es muy inexacto, y el problema es que no nos detenemos a aprovechar esa enseñanza de una ética que tenga como su fuente y cumbre a la virtud, actualizándola al contexto en el que nos toca vivir.
Los valores son los motivos que tenemos para vivir, son lo que nos mueve dice Mauricio Beuchot en sus diversas publicaciones al respecto de la filosofía de los valores.
La filosofía antigua y medieval no hablaba de los valores en el sentido subjetivo que hoy le damos. En esta tradición filosófica, más bien se hablaba de bienes, el bien era eso que técnicamente decimos, en filosofía, que es un trascendental del ente. O sea que uno de los modos por los que conocemos las cosas es porque éstas son buenas, y esto es lo que significa que el bien sea un trascendental del ente. Es que las cosas y a los seres humanos los conocemos cuando accedemos a sus modos de ser, y uno de ellos, pues es que nos resulta bueno o valioso.
Esta enseñanza del bien como trascendental del ente la recuperamos para enriquecer o darle contenido a este asunto que tiene que ver con hablar a diestra y siniestra sobre los valores. Pues por un lado es lamentable que todas las escuelas digan que forman en valores, pero de hecho el dicho sólo funciona como eslogan publicitario.
Se escucha a los coordinadores o directores de áreas, o dueños o directores generales de una institución académica, invitando a los docentes a que eduquen en valores, dando por supuesto que se sabe qué sean éstos. O incluso, recuerdo que dando clases a estudiantes de mercadotecnia, ellos me decían que la mercadotecnia tiene que ser ética, y les preguntaba que qué era la ética, a lo cual respondían que “quién sabe”, no obstante, tiene que ser ética la mercadotecnia.
Lo anterior indica que ante una cultura del absurdo, nunca se superará el no saber lo que se quiere, y cómo o dónde buscar eso que por lo menos hipotéticamente se quiere alcanzar.
Ahora bien, antes de que en este mundo se hablara de la ética como formación en valores, lo cual, insisto, es relativamente reciente y hay todo un contexto en el que aquí no me puedo detener, pues más bien de lo que se hablaba es de una ética de virtudes. Y ahora nuestra propuesta es relacionar estas dos tradiciones: la ética vieja de virtudes, con la ética nueva de valores; es que de lo contrario se seguirá hablando muy romanticamente de los valores, sin precisar cómo conseguirlos. Más, agotado aquí el tiempo, esto lo retomamos en la siguiente columna.