miércoles, 10 de marzo de 2010

De la relación entre política y moral

Por Francisco Loreto Manríquez Cota
 
Desde la historia, la filosofía de la política ha ido en busca de la justicia, la cual es génesis y fin para lo cual ha sido creada, establecida en el marco de la sociedad. Ya en la modernidad se había tratado de romper con esta vinculación entre la ética y la política. El hecho de que la filosofía política vaya en búsqueda de la justicia, nos hace ir hacia una humanización, hacia la integración de una política y la ética, en la implantación de una ética adecuada al hombre, a sus necesidades, a su sentido como parte importante de la estructura social y sus relaciones[1].
Pero, ¿cuál es la relación entre la política y la moral? La relación principal estriba, como diríamos anteriormente, en esa búsqueda de la justicia, sobre todo, de la equidad en la búsqueda del bien, mismo al que tiende el hombre. Reflejo de ello era la actitud de Marx, pues él hablaba, no de interpretar la realidad, sino de transformarla, sosteniendo un desapruebo total del capitalismo, una verdadera condena moral[2].
La filosofía moral, la ética, pues, viene a darle ese sentido humanizador a la política, brindándole elementos teóricos y prácticos, pues debemos empezar desde un enfoque antropológico. La ética es primeramente personal, de tal manera que cada hombre proyecta y decide lo que va a hacer y, debido a ello, las normas y modelos en base a lo que decidimos hacer de nuestra vida han de ser aceptados libremente para que sean auténticamente morales. Por esto, es necesario que las reglas pasen antecedentemente por la conciencia moral para que sean considerados como deberes, sólo así se hacen nuestras las decisiones, los actos de la vida misma[3].
Así, es preciso reencontrar las fuentes de la ética y las fuentes éticas de la política, pues tenemos que las éticas puramente formales necesitan de contenidos materiales (axiológicos) y viceversa, las ética material necesitan, para ser más claras, de las éticas formales[4], pues sin esta debida relación quedarían en un total desequilibrio.
Lo primero que se da en las comunidades políticas es el sentido de pertenencia, de identidad, que va más allá de los límites de un país, de un estado, de una ciudad o de una familia[5]. El hombre se hace a sí mismo, decíamos anteriormente, pero esto no lo excluye de estar generalmente determinado en su conducta, y es por esto por lo que decimos que el hombre es hecho por la sociedad y por su mundo histórico-actual: así podemos decir que la cultura abre un camino a la moral y es la que nos encamina por él[6].
El hecho de pretender que la cultura y la sociedad nos den ya hecha una moral, sería una utopía, tanto como la ética de la situación, esto debido a que nadie puede dar al hombre más elementos para hacer su vida, elementos que por inicio se aceptan como normas, pero que comportan siempre una decisión personal[7].
De manera más concreta, en la relación entre ética y política, podemos decir que la ética no es un orden definitivamente, sino, más bien, una exigencia, una actitud, algo siempre “buscado”[8]; diversamente la política es una realidad que se encuentra constituida por el juego de las fuerzas del poder político y sus condicionamientos sociales.
La relación entre la ética y la política busca una actitud políticamente eficaz y éticamente justa, pero esta relación parece fracasar en su intento y parece ser una “posibilidad imposible” la búsqueda de síntesis entre ambas[9].
En la moral hay siempre peripecia y libertad, pues nunca conocemos su desenlace, y aparece así su, podríamos llamar, dramaticidad. Así, la posibilidad de moralizar la política puede aparecer como dramática, debido a la tensión de la lucha moral que es siempre inacabada. Acabamos de decir que la relación entre moral y política es dramática pero posible, y dicha relación reviste diversos modos: de la ética personal a lo político, a la moralización del estado por el individuo; el individuo articulado en grupos sociales del estado por un determinado grupo social; y la moralización de la política a la ética, refiriéndonos aquí a la moralización del individuo por el estado o desde él[10].
La cuestión de esta relación, es la búsqueda de la justicia y la equidad, de un individualismo que nos permita la admisión de los derechos de las comunidades, así como un comunitarismo que pueda convivir con los derechos individuales, buscando un equilibrio[11], a pesar de su dramática confrontación. No es tarea fácil, pero es un trabajo que, como diría Gadamer[12] en Verdad y método, implica la prudencia como aquella que nos ayuda a interpretar y concretizar la transformación y el mejoramiento, ayudándonos en forma de prudencia política en la búsqueda de la transformación social de acuerdo a los fines que el hombre personal y comunitario necesita[13], no sólo de manera teórica, sino también práctica, no sólo formal, sino también material.



[1] Cf. BEUCHOT M., Filosofía política, Torres Asociados, México: 2006,137.
[2] Cf. Aranguren J. L., El marxismo como moral, Madrid: 1980, 54.
[3] Cf. ORTIZ E., Persona, moral y derecho, Pontificia Universidad Gregoriana, Roma: 2001, 240.
[4] Cf. BEUCHOT M., op. cit., 145.
[5] Ibíd., 146.
[6] Cf. ARANGUREN J. L., Ética y política, Trotta, Madrid: 1995, 32.
[7] Cf. ORTIZ E., op. cit., 241.
[8] ARANGUREN J. L., op. cit., 126-128.
[9] Ibíd., 73-76.
[10] Cf. ORTIZ E., op. cit., 245.
[11] Cf. BEUCHOT M., op. cit., 148.
[12] Cf. Gadamer H. G.,Verdad y método, Sígueme, Salamanca: 1977, 49ss.
[13] Cf. BEUCHOT M., op. cit., 151.

Hermenéutica analógica 5