martes, 26 de enero de 2010

Tecnología posmoderna en la educación



Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario El Mexicano:  LUNES 25 DE ENERO DE 2010 / TIJUANA, B.C., p. 28A
Para comenzar a hablar de la tecnología, delimitando el asunto en lo cotidiano de la educación, primero, hay que encuadrar las cosas en el trama de la tecnocracia como deshumanizante.  Hay una tendencia fuerte hacia la satanización de la tecnología o a su idolatración (que a esta segunda pertenece la tecnocracia), cualquiera de las dos tendencias extremas se registra en la escurridiza y jabonosa cultura que se ha dado por nombrar como de posmoderna o tardomoderna.
Donde por un lado existe una apuesta nostálgica por revivir a como dé lugar la esperanza del paraíso terrenal que nos prometió la ilustración, nostalgia, pues, que se actualiza consciente o inconscientemente en la idolatración de la tecnología: desde el estilo de vida tecnócrata.
Más, también sucede que la posmodernidad quiere ser una cultura de la sinrazón, buscando que sea el sentimiento y la explosión de las emociones lo que pueda mover al sujeto y darle sentido; se dice que nos asiste una decepción de la razón ilustrada, en donde, como consecuencia, ya nos hemos olvidado de que hubo una promesa mesiánica por parte de esa razón que construye artificios como los del mundo cibernético.
El paradigma de explosión de emociones está iconizado en la experiencia de la velocidad de la banda ancha, que tiende a, y esperamos que, tal velocidad sea infinita.  Pues, como sugieren los comerciales de las empresas que nos proveen servicios de Internet, esperamos volar en el infinito del océano de la información de cualquier rubro.
Volar sobre la información o tal vez nadar ágilmente en el océano del mundo de la información, es uno de los placeres hoy día; y lo que urge desde esta situación es que haya algo que permita procesar información, darle orden, y superar la falacia de que toda información, o mejor, cualquier fragmento informativo, no obstante que sea editado, vale lo mismo.
Mi criterio es que ese océano informático llamado Internet, es la actualización de la vieja biblioteca, ahora con más espacio, que incluso las tradicionales bibliotecas están siendo asistidas, determinadas y potenciadas por La Biblioteca denominada Internet; y con todo, Internet sigue siendo biblioteca, ese lugar donde uno busca y encuentra de todo, pero no es, como en toda biblioteca, donde esté todo.
Hay de todo, pero en la red cibernética no está todo: así que el trabajo creativo del hombre sigue rebasando a la inteligencia artificial.  Una mentalidad tecnócrata idolatra el Internet al suponer que éste tiene La Verdad Absoluta.
No le creemos a lo que venga de la razón, lo cual cuaja en el ámbito de la educación en flojera intelectual.  En donde aun en la universidad los alumnos tienen que ser persuadidos a través de eso que dan por llamar, desde el lenguaje psicologista, aprendizaje significativo, se trata de un aprendizaje que curiosamente tiene como materia la computadora y como forma la realidad virtual.
Es paradójico que no creamos en la razón humana y se tienda a tenerle fe ciega a la razón artificial.  Se trata, pues, de la superación por un lado de la razón que nos trajo el dios de la ciencia, y por otro lado quedan algunos paleoconservadores que aún siguen viendo a la tecnología como lo más insigne de una ciencia a la que le hemos de abrir el paso sin prejuicio humanístico y moral, ya que supongo que la humanización de la cultura conduce a su eticidad, y no toda razón humana se abre a ello.
Frente a este panorama, ¿qué criterio tomar ante la técnica?  No hay que perder de vista que el ser humano, por ser racional produce técnica (según Mauricio Beuchot en su obra “Posmodernidad, hermenéutica y analogía”): partamos de ese principio, pues el ser humano requiere de la técnica para hospedarse e instalarse en el mundo, pues por la razón es que el hombre es artífice; y también “ha producido técnica para dirigir su razón” dice Beuchot.
Y el gran riesgo que se denuncia, siguiendo con nuestro autor, es que “el hombre puede llegar a perder la conciencia respecto a los límites entre lo natural y lo artificial”, lo cual ocurre cuando se piensa en una técnica como la panacea del hombre, que desde ella se puede llegar a ser feliz.
Así, la deshumanización a la que somos proclives en esta cultura tecnócrata, consiste en esa confusión entre lo natural y lo artificial.  De manera que el acercamiento al otro hemos de cuidar de que no se quede en el puro medio virtual, sino que del virtual pase al real.  Sobre todo en el sentido de no desplazar al otro por preferir la máquina.
Ya es viejo ese desplazamiento del hombre por la máquina, y se sigue actualizando ahora cuando hay un peligro tal vez mayor, que consiste en quedarnos dentro de la máquina que nos encierra en una virtualidad que si no conduce a la realidad nos deja en la pura artificialidad, y esto, de servirnos de la tecnología para transformar realmente el mundo, acortando distancias, es, creo, el primer reto que tenemos para cuidar de que la tecnología no termine en tecnocracia.
Ahora quiero continuar de la mano de Mercedes Garzón Bates, para ver de los embrollos en que se mete el ser humano, que peligra de despersonalizarse si, en lugar de poner él mismo en su justo lugar a la técnica, más bien ésta es quien a él lo condiciona, y de plano se lo traga.
Garzón Bates (en su obra: “www.la_ciber_ética.com”) nos deja ver que el ser humano ha dejado de lado la realidad natural, i. e., la capacidad de ser realista, y en la línea de lo que decía Beuchot, confundiendo lo natural con lo artificial cuando se pierde de vista el sentido antropológico de la técnica.
De manera que para el tecnócrata, para el que está deambulando y ha perdido el piso de lo evidente o del mínimo sentido común, lo real termina siendo, según lo que observa Garzón Bates: “cinedramático y el complejo informacional nunca habría alcanzado su poder si no hubiese sido en primer lugar un arte del motor  (…) El realismo es una ilusión”, así, parece que el ser humano, sino tiene cuidado, termina siendo otra forma de gambusino, metido siempre en la eterna ilusión, ya no del tesoro, sino de la nada, cosa tal vez peor, porque nos impone la falsa salida del nihilismo pasivo, noción ésta que más adelante trataré de explicitar. capaz de ritmar la perpetua mutación de las apariencias.
Luego continúa diciendo nuestra autora que “El mundo sólo existe gracias a esta ilusión definitiva que es el juego de las apariencias, el lugar mismo de la desaparición incesante de cualquier significación y de cualquier finalidad”; el ser humanos se queda como incapaz de trascender la apariencia, olvidándose del mundo real se convierte en idiota.  Lo que entiendo por idiota es el significado más primario del término, que alude al que se queda encerrado en una “ideota”, la cual es tan poderosa como que lo tiene aprisionado, alienado diría Marx.
Nietzsche, haciendo una lectura alternativa, nos sugiere el nihilismo como ese medio por el cual se pueda volver a ser creativo en el ámbito de la axiología, para superar pseudovalores que más bien hacen cobarde al hombre ante lo trágico de la vida; por esto es que se trata, en Nietzsche, de un nihilismo activo (no del nihilismo pasivo que no permite superar la idiotez), que deconstruye, sí, pero para reconstruir, y hacer que salga el superhombre capaz de vivir desde lo trágico que ineludiblemente tiene la vida.
Y bien, el exceso de virtualidad que conduce a la pérdida de la realidad, si de algo incapacita al hombre, precisamente al idiotizarlo, es de hacerlo cobarde e indiferente ante el mundo: tanto el propio como el de los otros.  Y esto no es una pura abstracción, se ve concretamente en el joven y adolescente carente de atención, pero que siempre lo vemos online (ya ha pasado de estar “in” –en los 60´s– a estar “online”) en uno de los múltiples “chats”, o anunciando una y otra vez cualquier cosa soez en las redes sociales.
Es frustrante para el educador ver que le llegan de los alumnos cualquier cosa, que va de lo tonto a lo vulgar o grosero en términos de “fwd”, lo cual evidencia que el uso de la tecnología no los ayuda a forjarse como personas; de manera que es pertinente adquirir cartas para ayudar a los educandos a que aprovechen la tecnología.
La hipótesis abierta para la siguiente columna es que no puede y ni debe haber educación sin el uso de la tecnología, pero esto no implica el renunciar a pensar: lo cual se hace leyendo y escribiendo.