lunes, 14 de junio de 2010

Deporte y ética


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 14 DE JUNIO DE 2010 / p. 31A
Estamos distraídos en torno a esta fiesta deportiva: el Mundial del soccer.  Tenemos el reto en los ámbitos académico de usar esta distracción para hacer algo de filosofía del deporte, que nos ayude a sacar de entre la algarabía el sentido del deporte.
El contexto en el que estamos nos hace tomar al deporte como un pretexto para la flojera, ya se dice que el juego se verá en las mismas escuelas, y obviamente se interrumpirán algunos sectores productivos de la sociedad, como si México fuera un país muy productivo, pero ahora tenemos un “buen” pretexto para olvidarnos que somos tercermundistas, que hay mucho desempleo y pocas oportunidades.
Y pienso que en los países desarrollados el deporte sirve para manifestar el nivel de desarrollo y oportunidades, los triunfos son ese sello, mientras que al final de las jornadas deportivas, en México, siempre salen a “lucir” las historias heroicas por aquellos deportistas a quienes el Estado no les ayudó y se las tuvieron que arreglar como pudieron.
Pero en el soccer mexicano es más lamentable que los jugadores ganen como si fueran del primer mundo, y sean perdedores como si no fueran deportistas de alto rendimiento.  Uno ya sabe que hay deportistas que viven no por el deporte, sino porque tienen algún oficio: son taxistas, albañiles, mecánicos, allá en algunos países del Caribe, donde no son, pues, deportistas de alto rendimiento.
Esto me hace pensar en que los futbolistas mexicanos casi siempre se parecen a los políticos mexicanos, porque lo segundos ganan incluso más que algunos políticos de países más desarrollados económica y tecnológicamente que México, pero son unos fracaso en su actividad política, para cuidar del bien común y de la promoción de la justicia.  Así nos ha sucedido, que los futbolistas mexicanos ganan como en el primer mundo, pero son un fracaso: juegan como nunca y pierden como siempre.
Pero intentaré ser más moderado, realista, en orden a cuidar del sentido del deporte, que es lo que aquí me interesa, y que estas líneas puedan servir en la labor de educar en una cultura del deporte.  Hay un dicho que acá nos puede ayudar, lo propongo como lanza para ese sentido auténtico del deporte: se dice que ha de haber un equilibrio entre mente sana y cuerpo sano.
Nada mejor que el deporte como una ascética perenne.  Más allá de moralismos el deporte es ese modo probado de educar el cuerpo.  Ya cuando el deporte se usa para presunciones que van más allá de la salud entendida como vida de equilibrio, pues evidentemente que el deporte se desvirtúa.  Por cierto, también se desvirtúa el deporte cuando cuerpos atléticos se lucen como superhéroes, pretendiendo o dando a entender que por la fuerza física es que se alcanza la justicia, sin dejar cabida a la posibilidad de la razón, en orden al recto entendimiento.
Y definitivamente es necesario que en la sociedad haya iconos del deporte, que haya quien viva del deporte, pues hay temperamentos que lo exigen, y además de aquí saldrán maestros en el deporte.  Más, se olvida que el maestro, o líder en el deporte, tenga una consistencia moral, que le dirija el sentido de la actividad deportiva.
Se puede poner por ejemplo las artes marciales, que además de ayudar en la educación física, se pueden tomar como un medio para agredir, más que para defender.
El deporte es un medio para comprender y ejercitar (teoría y praxis) la vida moral o ética.  Pues cualquier arte, y el deporte es algo artístico, suponen un mínimo de teoría, de consejo, de indicación o lección, y mucho de práctica, y así es como se cultiva también la ética, con un mínimo de teoría y mucho de práctica hasta que se alcanza la virtud.
El deporte supone eso humano o antropológico de, como ya decía, dominar el cuerpo; y no se trata de platonismos anacrónicos en el sentido de que el cuerpo sea malo en sí mismo, sino que el cuerpo necesita someterse a una ascética para que no se enferme.  Y qué mejor, insistimos, que someterlo a través de la disciplina del deporte, pues es el mejor modo en tanto que es el más atractivo, pues el deporte es relajante, y más que eso es desestresante, y como un desestresante el deporte se hace actual, en esta cultura, precisamente, de estrés.
Entonces por medio del deporte llevamos a perfeccionamiento la persona, precisamente desde lo físico, biológico o material vamos haciendo trabajar también lo psíquico o espiritual o anímico, y así, como se ve, es desde el deporte que se va dando un modo de plenificación de la persona, pues literalmente se oxigena, no sólo lo material del ser humano (el cerebro y el corazón), sino, lo más importante, lo anímico, y así uno está más dispuesto a mejores actitudes de vida.
Si uno se fija bien, el deporte se convierte además en un modo de conocimiento de la condición humana, y es más, se dice que con el deporte se adquiere mejor condición, y cuando uno lo deja, se dice que se ha perdido tal condición.  El deporte, pues, mejora la condición humana: e insistimos, no sólo en lo físico, también en lo anímico, es algo, pues, holístico, integral.
Ya, entonces, de ese conocimiento de la condición humana, se pasa al deber y a la virtud; y para ello, ya se ha usado de las reglas.  Es que todo deporte, no obstante su dinámica lúdica, tiene un bagaje de normas que lo acompañan, así, se hace deporte en un marco legal, e insistimos que esto no llega a menguar y ni mucho menos, el carácter lúdico del deporte.
En ética suponemos que las reglas son como un pedagogo, y llega un momento en que éstas no se requieren y se actúa por convicción, pues resulta que en el deporte, o mejor, en el deportista íntegro, no sólo no hay respeto absoluto por las reglas, sino que se juega tan limpio que se está más allá del cuidado de la regla, éstas ya son superadas, en el sentido de que las reglas no estorban.
Y sucede algo curioso, en el deporte casi no se ven pretensiones democráticas baratas o absurdas que lleven y traigan las normas de forma caprichosa, pues hay reglas tradicionales que le conservan a los deportes clásicos su carácter artístico, y se es muy consciente de que el tocamiento de tales reglas deformará el deporte como una disciplina que es, se correría el riesgo de quitarle al deporte su carácter artístico.
Prevalece la virtud, es decir, el arte sobre la ley o norma, pues no se entra a obedecer normas sino a jugar, pero teniendo claro el marco legal, el espacio en donde se llega o acude a jugar.  Y la ética es precisamente más de virtudes que de normas, es mínimamente normativa porque tiene como fin la virtud, así, el patear el balón es algo que trasciende la norma, porque es un arte.
Finalmente, el deporte es un modo de comprender lo que es la interdependencia, la alteridad, y el cuidado del otro; en fin, representa la vida en común, el trabajo en común.  Sólo la auténtica integración como equipo conduce al éxito del deporte; se puede ser rival y compañero, de manera que el deporte hace crecer al individuo dentro de la comunidad, y a su vez la comunidad crece en la integración intersubjetiva que se da mediante el juego.
Esperamos que estos eventos lúdicos y deportivos, nos den ideas y acciones de crecimiento social en México.