martes, 18 de enero de 2022

La Ética como saber práctico.  

por: María del Carmen Pérez Talamantes

Encontramos como características de nuestro tiempo, en primer lugar , un pluralismo de morales que trae como consecuencia un alto grado de desorientación e inseguridad,  pero al mismo tiempo, existe una necesidad generalizada de enjuiciar y evaluar nuestra circunstancia, nuestras costumbres, valores y principios para certificar su validez y pertinencia. Es decir que, el ser humano se sigue planteando los mismos cuestionamientos a lo largo de su historia: ¿Quién soy?, ¿Qué debo hacer?, ¿Qué es lo correcto? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué es la vida buena? ¿cumplir el deber o buscar la felicidad?

Buscando respuesta a estas cuestiones, los seres humanos, desde su radical libertad “han ido creando mundos morales, políticos, jurídicos, económicos y religiosos que en ocasiones les permiten vivir en buenas condiciones de humanidad y en otras presentan serios problemas. Reflexionar sobre estos problemas y tratar de hallar mejores soluciones para acondicionar humanamente al mundo es lo que se propone la filosofía práctica, que se despliega en filosofía moral o Ética, filosofía política, y filosofía del Derecho,  de la economía o de la Religión.” [1]

¿Cuál es la peculiaridad de la Ética en este contexto de los saberes? Estudiar las cosas como son, es tarea de la Ciencia, la Ética, como saber práctico, consiste en orientar la acción porque las cosas pueden ser de otra manera. Se enfoca hacia la acción  y  busca el mayor bien posible. El saber práctico técnico se enfoca hacia la producción y busca el bien particular. El saber práctico moral o  Ética es el que atiende a los fines y valores últimos de las acciones: el bien, la felicidad, las virtudes.

Mauricio Beuchot escribe que la filosofía moral o Ética “comienza cuando reflexionamos críticamente sobre las costumbres, principios y leyes que tenemos para evaluarlas y conservarlas o cambiarlas.”[2]  Vemos entonces que el objeto de la Ética es la vida moral, es decir, que hace de los actos humanos, en tanto que éstos pueden ser buenos o malos, su objeto de reflexión.  Es por ello que, en el conjunto del saber filosófico, podemos ubicar a la Ética en al ámbito de lo que se conoce como filosofía práctica ya que su tarea específica es orientar la conducta y hacernos mejores. A la razón animada por la cuestión del bien se le denomina conciencia moral y las categorías básicas que permiten la elaboración de un pensamiento ético son la libertad y la responsabilidad. El desarrollo de esta conciencia moral en nuestras sociedades ha ido configurando dos niveles de reflexión y de lenguaje: la moral de la vida cotidiana y la filosofía moral. La primera se refiere a las diversas morales que ofrecen orientaciones para nuestras acciones de manera directa, mientras que la Ética, orienta la conducta sólo de forma indirecta “porque su tarea consiste en reflexionar sobre los fundamentos racionales de lo moral, fundamentos que en último término, son normativos.”[3] Este desarrollo de la conciencia moral en la sociedad es tarea que corresponde a los educadores.

La fuerza de la reflexión conduce hasta unos primeros principios fundamentadores, incondicionados. En la actualidad no es posible dudar de que las fundamentaciones antes válidas  han dejado de tener sentido como puntos de referencia  en la vida de los individuos y los grupos sociales, para convertirse en meras opciones que  sólo ejercen una muy pequeña influencia en los asuntos sociales y culturales de nuestra época.  Esta situación es objeto de análisis para  Mauricio Beuchot  quien considera que  “la importancia de dilucidar lo más posible un criterio de moralidad se ve sobre todo ahora, cuando muchos pensadores han querido convencernos de que no hay criterios, ni reglas, ni principios. Sólo existiría el punto de vista, el enfoque, la circunstancia, todo relativo a la persona. Pero eso es dejar la moral al individuo, a sus intereses y caprichos. Por ello conviene, aun sea moderadamente y sin rigideces morbosas, plantear criterios claros y firmes. Tal vez sean pocos y muy generales, pero suficientes para que la persona los aplique en su acción concreta. Es una de las cosas más difíciles esta búsqueda de criterios orientadores a la vez que educadores de la libertad.”[4] 

Coincido con Beuchot en que encontrar una nueva base general de orientación que constituya el punto de encuentro de la convivencia social  es una tarea difícil, y quisiera señalar algunos puntos que considero inciden de manera relevante en esta dificultad:

a) La desvalorización de la vida individual y social.  En primer lugar, como resultado de la secularización y el desmoronamiento de las cosmovisiones –con la pérdida que ello implica de orientar la acción- asistimos, en nuestra sociedad occidental, a una creciente “desvalorización” de la vida individual y social desde la cual se mira con gran indiferencia todo intento de justificar la conducta personal y social desde criterios éticos que orienten y limiten la conducta humana. No tiene sentido justificar moralmente nuestros actos si todo “está bien”. En este contexto, la reflexión filosófica ha de enfocarse sobre cuestiones que realmente tengan valor, por ej, la razón o el progreso, no sobre las acciones individuales.

 b) El viraje de la conciencia al discurso. No sólo la secularización  ha ejercido influencia definitiva en el desarrollo de la Ética contemporánea: además hay que tomar en cuenta que, como resultado de lo que Richard Rorty ha denominado giro lingüístico de la filosofía que ha afectado a todas las grandes corrientes del pensamiento de nuestro tiempo,  la Ética ha sufrido también un viraje de la conciencia individual al discurso.

c) La des fundamentación metafísica. La antropología metafísica ya no es la clave del fundamento de la Ética y encontramos que el concepto de humanidad es más una categoría moral que natural pues el hombre moderno difícilmente puede recurrir a un concepto de naturaleza humana “dada y fija”. Recordemos  a Ortega y Gasset: “el hombre no tiene naturaleza sino historia”. Las perspectivas materialistas cuestionan la idea de una identidad, natural o espiritual del Hombre y, por consiguiente, el fundamento mismo de la Ética. Quienes más han criticado esta relación de fundamentación de la metafísica con respecto a la Ética han sido los que, de entrada rechazan toda metafísica (Hume, por ejemplo cuya idea de la moral es voluntarista o emotivista)  y que alegan que en ello se comete la falacia naturalista, es decir que ven como falaz el paso de la naturaleza (humana) a la Ética, el paso del ser al deber ser, o del hecho al valor o la ley. A esta “falacia naturalista” , que se refiere a la autonomía de la moral en el sentido de que no necesita acudir a la naturaleza del hombre para estructurarse, Mauricio Beuchot responde en la misma línea alegando que esa postura es una “falacia anti naturalista” pues cuando se habla de “la Metafísica como fundación de la Ética, o como su fundamento, se quiere decir sencillamente eso: la Ética, al construirse, tiene que tomar en cuenta esa metafísica psicológica o antropológica que  es la filosofía del hombre, conocer la naturaleza humana, comprender la condición humana, para poder dar al hombre una ética a su  medida, que le sea conveniente, y no una que haya sido construida con independencia de él, abstracción hecha de sus necesidades y sus deseos, que no conoce sus carencias y sus ilusiones, y que por lo tanto, estará hecha para  que la cumplan otros, que no serían humanos.[5]

d) La visión abstracta y universalista. En algunas épocas, y entre ellas la nuestra, se ha difundido la noción de que la moral no tiene que ver con la vida. El supuesto actuante de esta visión es que se puede y debe prever todo, anticiparlo y regularlo porque se parte de unos “principios” que pueden funcionar automáticamente sin necesidad de adaptarse a la realidad.  Estos principios que se proclaman universales y que aspiran a una vigencia absoluta,  de hecho tienen un origen circunstancial y hasta local. Julián  Marías, en su Tratado de lo Mejor,  cita los siguientes ejemplos de ello: “La declaración de los Droits de l’Homme et du Citoyen, que pretende validez para todo hombre en cualquier época y lugar, está evidentemente condicionada por la mentalidad de la Ilustración francesa de fines del siglo XVIII, de notable estrechez y que prescindía de múltiples aspectos de la realidad humana, y entre ellos del sentido histórico. Los llamados ‘derechos humanos’ de 1948 se entienden desde la experiencia de la segunda guerra mundial y la visión del mundo que la siguió inmediatamente. En ambos casos ha sido decisiva la voluntad de ‘homogeneización’ predominante, con diversos matices y diversos supuestos, pero con manifiesta preferencia por la abstracción y la pretensión de aplicar los mismos ‘principios’ a formas de humanidad profundamente diferentes, de historia, nivel y proyectos de radical diversidad”[6]

Lo más interesante de este punto de vista, reflexiona el filosofo Julián Marías,  es que produce resultados paradójicos. Toda moral abstracta que parte de unos “principios” que se proclaman universales y aspiran a una vigencia absoluta,  va dictando preceptos  que regulan múltiples aspectos de la vida. Disposiciones de todo género, procedentes de instituciones que constantemente las segregan, envuelven al hombre en una cantidad tal de preceptos que disuelven el carácter propiamente moral de la vida humana entera, en lo que tiene de rigurosamente personal.  Los contenidos morales se funden en una gran cantidad de preceptos que se convierten en “meras regulaciones” lo que invierte el ámbito de la libertad y con ello, el sentido moral de toda la vida. La proliferación de la legislación  ha culminado asombrosamente  en  una cantidad  tal de prescripciones, prohibiciones y regulaciones de todo tipo que resulta imposible que alguien lea la totalidad de los documentos jurídicos. Se percibe la moral como un esquema, como una construcción mental arbitraria  y no como un estímulo hacia lo mejor.

e) El fundamentalismo. Hay quienes sostienen convicciones firmes que consideran como verdades absolutas y no aceptan negociar con ellas. A esto nada debe objetarse puesto que hay convicciones no negociables. Lo que define al fundamentalismo es su carácter inflexible y estático. El fundamentalista mantiene una actitud que le lleva a imponer sus convicciones a los demás, incluso haciendo uso de la fuerza física.  (Se vive una época de éticas normativas. Marxismo – leninismo: busca satisfacer los intereses sociales identificando los intereses morales con los de la clase trabajadora) La libertad queda anulada por los intereses de un grupo.

f) El subjetivismo. A la perspectiva ética  que pretende el imperio de un código moral único sigue una Babel de códigos morales defendidos por diversos grupos, con una disparidad tal que es imposible el espacio para el diálogo. Las cuestiones éticas son totalmente subjetivas. Se confunden los conceptos de pluralismo y tolerancia con la indefinición ética.

g) La visión utilitarista. Y todo ello dentro de la  atmósfera ética de nuestro tiempo que es el utilitarismo. Nuestra ética actual no es una ética de la perfección sino de la satisfacción máxima de los deseos, las necesidades, los intereses, las preferencias individuales.

Cada uno de estos elementos es susceptible de tratarse ampliamente y con mayor profundidad. Por ahora sólo me limito a señalarlos con el objeto de que se comprenda la complejidad del problema y la urgencia de una metodología filosófica que nos ayude a enfrentar el reto de fundamentar racionalmente la moralidad estableciendo la base de una moralidad universal que nos oriente a resolver nuestros dilemas. ¿Absolutismo o relativismo? ¿Deber o felicidad? ¿Cómo vivir adecuadamente las exigencias universales  de  justicia y las invitaciones a la felicidad?  ¿Intelectualismo racionalista o emotivismo y sensibilidad? ¿Individuo o comunidad? ¿Pluralismo ético  o Ética global?



[1] Cortina, Adela. Op. Cit.

[2] Beuchot, Mauricio. Ética, Editorial Torres Asociados, México, 2004, p.71

[3] Cortina, Adela. Alianza y Contrato. Política, Ética y Religión, Ed. Trotta, 2005, p.133

[4] Beuchot, Mauricio. Manual de Hermenéutica Analógica,

[5] Beuchot, Mauricio. Ética, p 162

[6] Marías, Julián Op. Cit. p 38