lunes, 21 de junio de 2010

Propósitos y destinatarios de mi libro “Persona, Educación y Valores”


Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B. C. / LUNES 21 DE JUNIO DE 2010 / 25A
Por Jesús M. Herrera A.
En esta ocasión me permito hacer público un diálogo que he establecido con Cornelio Castelo, educador, dedicado a la docencia en Hermosillo, Sonora.  Se trata de un diálogo en donde Castelo me cuestiona por algunos elementos que no son explícitos para el arte de educar, y de primera intención no los encuentra en mi libro “Persona, Educación y Valores”.  Van pues los párrafos que le envié mediante correo electrónico.
Este texto lo escribí en el contexto de una educación que sistemáticamente margina cada vez más a la filosofía, y sobre todo ahora con la Educación en competencias es algo que ha levantado toda una serie de protestas y propuestas lideradas por los principales cultivadores de la Filosofía en México a través del Observatorio Filosófico, donde están figuras como Gabriel Vargas y el vocero del Observatorio, el Dr. Alfredo Torres (editor de mi libro).
Dicen que de músico, poeta y loco todos tenemos un poco, yo agrego que también de filósofos; yo creo que conforme se avance en la lectura de mi libro se verá el porqué de mi insistencia en la filosofía para la educación (reconozco como bien usted descubre, que tiendo a la univocidad en ese sentido [por darle mucho crédito a la filosofía para la educación], espero que no incurra en univocismos que eso sería ya contradictorio), pero aquí quiero exponer estas líneas en orden a responder a su inquietud.
Mi hipótesis es que el filósofo es el metodólogo por antonomasia, en este sentido que la filosofía es ese tronco común que conduce a que el conocimiento se subordine a la intención por hacer el bien: esta premisa aristotélica es fundamental en una hermenéutica analógica [que es la metodología que sigo en mi libro], y en este sentido es que se atiende a la parte MÍNIMA, y que sea suficiente y necesaria, de la parte unívoca sin llegar al univocismo.
Queremos [con el uso de la analogía] que se dé dirección para que haya sentido y no nos quedemos en el puro esteticismo o en lo puramente lúdico: que busquemos, entonces una apertura que ofrece la equivocidad sin llegar al equivocismo [es que la analogía se encuentra entre la univocidad y la equivocidad]; y bueno esto es parte obligada del quehacer filosófico, como actitud, es decir, más allá de la filosofía como profesión o en estricto sentido académico, es lo que pienso al decir actitud, y entonces hay quienes pueden tener esta actitud filosófica sin ser filósofos [de profesión], pues se trata de personas que son capaces de construir una cosmovisión que rinda para enriquecer la vida cotidiana, y aquí que rinda para la actividad educativa.
Curiosamente en el ámbito académico yo veo que se trata de educadores [que cuando tienen una actitud filosófica] siempre están atentos, vigilantes de ese mínimo filosófico que enriquece su trabajo y llegan a la prudencia ante el boom de, no metodologías, sino más bien, ideologías que se ponen de moda, a veces, hasta cada año dentro de los planteles [o instituciones académicas, públicas y/o privadas], haciendo una búsqueda al infinito de un tronco común/panacea en las escuelas.
Es que de todo se hace filosofía, insisto en mi texto que siempre hay una filosofía (o aunque no queramos por lo menos una ideología) subyacente en todo; y en orden [a lo que usted, profesor Castelo, me comenta:  "las diferentes expresiones del arte, servicio social o comunitario (entre otras posibles fuentes) [que] les dan sentido, significado y actitud de vida [a quienes no tengan ni pizca técnica de filosofía]", debí presentar más de lo que aparece en mi texto a Alfonso López Quintás, filósofo que se pone como paradigma en una filosofía de la educación que integra de manera muy original la estética: el universo de las expresiones artísticas, el juego, y la Teología al quehacer educativo.
Se trata de una integración que exige un orden, que supone una jerarquización movible, es decir, analógica, es una forma de integración interdisciplinar, y sí, estoy hablando de un filósofo, pero al margen de que se sea filósofo, puedo suponer que si hay aptitud de orden y coherencia, es porque hay actitud filosófica incluso al margen de que se sepa hablar de una forma filosóficamente técnica, el pensamiento que dé para este orden siempre será de tipo filosófico.
Una hermenéutica analógica, en la línea del personalismo comunitario, quiere un mínimo de teoría (univocidad) y un máximo de praxis (equivocidad): la praxis va en la línea de Marx, de que se pueda transformar el mundo, pero nos apartamos de Marx en el sentido de que a nosotros nos parece necesario el diagnóstico, i. e., la interpretación del mundo, al cual por lo menos en una lectura tradicionalista de Marx se renunció; en una hermenéutica analógica queremos esta transformación que tenga como fuentes y cumbres la solidaridad y la subsidiariedad, no es una transformación a partir del odio sino del amor, o por lo menos a partir del otro como fin.
El problema está también desde dentro de la filosofía, ya que un tema en la mesa es el de La muerte de la filosofía: lo cual supone una y mil extravagancias por parte de los filósofos más anti-modernos (que incurren en equivocismos), quienes son vistos en la vida cotidiana con sospecha: y es que si cabe en ellos la idea de comunidad, ésta significa o se reduce a convencionalismos que no se abren a la vida como misterio, y como algo que no está sujeta a discusión, sino a cuidado y respeto.
En mi última conferencia sobre Hermenéutica analógica, dejé un espacio para hacer un resumen de las aplicaciones que se hacen de esta metodología fuera de la filosofía, y los resultados de estas aplicaciones, van siendo precisamente la recepción de una filosofía que ayude a reconceptualizar la disciplina en donde una hermenéutica analógica se aplica, por esto es que yo veo una hermenéutica analógica como recuperadora del auténtico diálogo interdisciplinario, cosa a la que muchos filósofos aún hoy siguen renunciando, y a lo más que alcanzan sus aportes es a quedarse encerrados en los cubículos y aulas académicas.
Hasta aquí mis planteamientos se resisten a dejar el color académico, pero apuesto a que una actitud extraacadémica puede ser filosófica, en la medida en que cuestiona y escucha, entonces como filósofos requerimos de mucha actividad para sacar a la filosofía de las aulas académicas e interpelar, insisto, a los que aun no siendo filósofos de derecho, lo son de hecho, y de hecho, apreciable Cornelio, usted es un caso ad hoc.  Ya cuando la actitud cambia, se puede ir caminando más a la equivocidad [sin el peligro de perderse en ella, que sería lo mismo que perder el sentido], para ir construyendo mejor esa analogía que deseamos y proponemos.
Y es que no se deja la actitud filosófica en la persona humana, pero para mí es triste que a esta actitud a veces se le quiera dar respuesta desde literatura puramente comercial y sensacionalista [que los docente llevan a las aulas ingenuamente] (Paulo Coelho, Carlos Cuauhtémoc Sánchez, o a lo mucho Ética para Amador, o Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva) que si le dejaran a la persona las herramientas para subir su nivel de lectura en orden al cultivo erudito de su personalidad, entonces, cumplirían su cometido; desde mi compromiso con la hermenéutica analógica, con este texto, y con mis columnas en el periódico, tengo como primeros destinatarios a los docentes, a quienes yo no veo que se les ofrezca algo para que poco a poco suban su nivel cultural y adquieran una mística y personalidad con erudición, pues los tienen además de distraídos, afligidos con cursos de tal o cual técnica psicologista para entretener lúdicamente a los estudiantes.
Continuará en la siguiente columna…