martes, 23 de febrero de 2010

Mal sistémico

Por

Como profesor que soy, tengo un claro deseo de que la educación sea cada vez más humana y eficiente. Desde mi muy humilde trinchera he tratado que los alumnos realmente experimenten un proceso de transformación que sea positivo, que impacte sus vidas y que trascienda el límite de la mera instrucción o transmisión de datos. Es decir, busco que a través de la formación la persona cobre conciencia de su dignidad, de su potencialidad y de su compromiso con la comunidad a la que pertenece.
A pesar de que vivo en el extranjero, busco siempre regresar durante los veranos a México y utilizo ese tiempo para enseñar, para entrar en contacto con colegas y alumnos que ahí viven y de los que aprendo mucho, pues son ellos el termómetro que me muestra cómo es que se encuentra esa área específica de la vida nacional. Dejando de lado las carencias o limitaciones materiales, es claro que la falta de un sistema formativo continuo, así como la sobrecarga laboral son dos de los lastres que comprometen más la educación superior en el país.
Sin embargo, al leer una nota en la que el relator especial sobre el derecho a la educación de la ONU arremete contra el monopolio de Elba Esther Gordillo, me queda claro que en México la educación, tanto elemental como superior, se ha vinculado necesariamente al poder político y que la señora Gordillo está llamada a ser la enemiga más atroz de la juventud de mi país de todos los tiempos.
Es claro que las carencias formativas de un estudiante de nivel superior corresponden a un mal sistémico, de origen, que consiste en una sumatoria cruel de pobreza imaginativa y perversión institucional, de la que los más indefensos han sido siempre las víctimas. El magisterio nacional, me queda muy claro, se encuentra poseído por un espíritu de mezquindad e ineficiencia, lo que ocasiona daños irreparables en los que más adelante habrán de ser estudiantes universitarios y, por qué no, hasta profesores de primaria debidamente agremiados.