martes, 22 de septiembre de 2009

Educación Cívica y Fiestas Patrias

Educación cívica y fiestas patrias

Por Jesús M. Herrera A.

Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 21 DE SEPTIEMBRE DE 2009 / 19ª

http://ed.grandiarioregional.com/impreso/Tijuana/092109/21-09-2009%20TIJ_19AA.pdf

Hemos venido insistiendo en que pensar en la formación cívica supone el tener formación ética, y la formación ética o moral exige de una comprensión de lo que somos como personas: en esto hay que revisar qué dice la Antropología filosófica, para intentar responder o profundizar, o ir respondiendo mientras se profundiza en qué significa ser persona, con el fin de cuidar de nuestra condición humana, la cual se perfecciona en sociedad, en la difícil tarea de socializar o convivir.

No se trata de definir al hombre unívocamente (para no limitarlo en conceptos rígidos), pero sí de tener un acercamiento conceptual a lo que somos, esto con el fin de hacernos una idea, en el sentido de tener un ideal, un objetivo o estar dándole sentido a la vida, tener conciencia de nuestra existencia. Se trata de tener una concepción determinable o perfeccionante, que viene con nuestra experiencia de vida, con nuestra condición histórica, según lo que nos enseña Heidegger (filósofo alemán).

La conciencia de sí ha de terminar en conciencia del mundo; conciencia de nuestras circunstancias, tal vez haya que desgranarlas mental o psíquicamente para identificarlas: de manera que se enumeren los condicionamientos sociales, políticos, económicos, religiosos, históricos… (por enlistar los que más están por el momento en mi mente).

Conciencia de sí o autoconciencia como diría Hegel; autoconocimiento diría Sócrates con el dictum “conócete a ti mismo”; reflexión diría Santo Tomás de Aquino; inteligencia sentiente de la realidad como es la terminología de Zubiri; lo importante es saber dónde estamos situados (aprovechando la enseñanza de la filosofía en sus filósofos), tal vez hay que escuchar a José Ortega y Gasset cuando nos dice que soy yo y mis circunstancias; lo ético en esto consiste en ser responsable de donde estoy y tomar una actitud proactiva para ir más allá de los condicionamientos con el fin de que estos no nos determinen negativamente.

Esto conecta con la formación cívica en el sentido de que no se deben respetar ciegamente las costumbres o normas de la sociedad; se corre el riesgo de no advertir las costumbres o leyes injustas y mucho menos de denunciarlas; y tal vez es peor que no se valore lo bueno que hay en la cultura en que se vive, cuando no se sabe dar razón de los valores que tenemos, hasta que los auténticos valores se pierden por haberlos dejado en el anonimato.

Y es que hace apenas unos minutos (mientras esto se redacta) que sucedió, nuevamente, el pintoresco, lúdico y folklórico Grito de independencia allá en la Ciudad de México; esperamos que esta algarabía pueda servir para encontrar en la sociedad el detonante para un compromiso social, y no sigan quedando estos festejos como puros gritos analgésicos para olvidarnos de nuestra condición tercermundista y doliente, en donde se subsiste como nación sólo porque Dios es grande, siguiendo con el círculo vicioso de la mediocridad.

Pues es que estos gritos aún no le cambian al mundo la imagen de flojo y borracho en la que se le tiene al mexicano; es una imagen que prevalece, porque son pocos los que toman la iniciativa de mejorar la cultura e inducir al compromiso social; porque son pocos los que no suponen que la tranza sea el único medio para triunfar y hacen de la tranza una filosofía de vida.

Cuando comenzaba a dedicarme a la docencia (allá en el 2001) llegó un alumno de primer semestre de bachillerato (15 ó 16 años de edad) a decirme que cómo le hacíamos para que no reprobara mi materia, pues, “profe, el que no tranza no avanza”…, cito esto tan lamentable en una mentalidad, como la de un adolescente, que es cuando la persona naturalmente está en el paso de una moral impuesta a adquirirse una moral por convicción.

Se dice de nuestra cultura posmoderna que es una cultura del fragmento, porque las cosas nos llegan como fragmentadas, tanto las cosas materiales como las espirituales. Es ya fragmentado, hablando de lo material el café light (que es sin cafeína) por ejemplo; y también las cosas espirituales nos llegan fragmentadas (lo cual es peor), como las ideas o las buenas intenciones (aquí suponemos que de alguna manera se materializan las ideas, en este caso las fiestas vienen de algo ideal pero cuajan en eventos concretos o materiales).

Llegan fragmentadas las fiestas porque son meros formalismos, les hace falta contenido pragmático en el sentido de contenido real, i. e., que haya adecuación entre las ideas que sostienen un festejo y la realidad que debiera corresponder con las intenciones de la fiesta, de lo contrario estaremos celebrando mentiras o por lo menos quimeras o vanas ilusiones.

Hace falta tener, por ejemplo, algo de qué gloriarnos hoy como para seguir echando la casa por la ventana en las fiestas patrias mexicanas, pues lo que hacemos es gloriarnos por posibles héroes del pasado, hay que gloriarnos por héroes del presente, que den verdaderamente la vida por alguien o por algo (y peor es que la mayoría ni tiene conocimiento de quiénes sea los supuestos próceres de la Independencia de México). Y no seguir conformándonos con el formalismo de la fiesta, que, insisto, se queda como un analgésico para olvidarnos de nuestra situación de pobreza y marginación, así como de ser un país carente de oportunidades.

En este contexto de cultura posmoderna, en donde ponemos en duda lo establecido, con el fin de actualizarlo o superarlo, según convenga para mejorar (ya que no ayuda mucho el criticar pasivamente); se juega con una carta que me parece muy necesaria y por lo mismo es un recurso carísimo, que es el de lo que en filosofía llamamos razón simbólica, lo cual en gran medida sugiere el crear símbolos, que den qué pensar (dice Paul Ricoeur, filósofo francés) y qué vivir (dice Mauricio Beuchot, filósofo mexicano).

Al símbolo Mauricio Beuchot lo llama icono, y define el icono como aquello que nos hace pasar del fragmento al todo, es una percepción muy actual en tanto que hemos dicho que la cultura posmodernista en que vivimos es una cultura del fragmento, el símbolo este filósofo de la UNAM lo entiende como algo que reúne, apela mucho al significado etimológico de la palabra símbolo, por eso éste tiene el carácter de icono: así el fragmento nos hace pasar al todo.

Desde esta enseñanza esperamos que cuando sean los patrios, auténticos símbolos, efectivamente nos reúnan, y nos hagan comprometernos y preocuparnos por nuestras propias necesidades (recordando a Leopoldo Zea); y es que en lugar de reunirnos lo que hacemos es meterle zancadilla al otro cuando tiene más talento que uno mismo (con estas actitudes el mexicano ni para saludar con sombrero ajeno es bueno), buscando que las soluciones vengan desde nosotros evitando así ese vicio de buscarnos soluciones desde fuera, y es que el mexicano peca mucho de malinchismo.

Es un malinchismo que nos hace idolatrar al extranjero, como, por cierto, se ha hecho desde el México Independiente; se quiere imponer lo extraño o lo extranjero como solución a nuestras necesidades (fuera del sueño americano no hay sueños, la Independencia de México es mala copia de la revolución de Independencia norteamericana, y pésima copia de la Revolución francesa); me viene a la mente la supuesta reforma educativa, que viene desde fuera. Necesitamos una reforma educativa, sí, pero desde dentro: que empiece por resolver de raíz la mala administración de nuestro sistema educativo, en donde (para la mayoría) ser docente no es económica y socialmente envidiable.

Cuando el símbolo no es icono se pervierte, y se convierte en ídolo –siguiendo a Beuchot–, entonces, aplicado a nuestra educación cívica, hay que tener cuidado de evitar los ídolos patrios, cuando lo que se requiere son símbolos (iconos) patrios, que nos conduzcan a la solidaridad porque son capaces de reunirnos, y es que los ídolos nos conducen, más bien, al individualismo.