martes, 14 de diciembre de 2010

El docente equilibrado

Por Jesús M. Herrera A.

Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 13 DE DICIEMBRE DE 2010 / 19A

Aristóteles sugiere que somos animales de hábitos o costumbres, y a esto hay que añadir el hecho de que tendemos también a ser animales de extremos, por lo que resulta extraño guardar el equilibrio. Pues este antecedente trataré de aplicarlo aquí a la personalidad docente, desde la hipótesis de que el docente que se requiere es, precisamente, el que sabe guardar el equilibrio en tanto que evita los extremos.

Está probado que los extremos, que casi siempre se manifiestan en forma de radicalismos, son estériles. En lo sucesivo seguiré la propuesta que nos ofrece Napoleón Conde Gaxiola en “Hermenéutica analógica y formación docente” (Torres Asociados, México: 2005, capítulo VI), quien nos describe de manera erudita a la vez que precisa, en qué consisten los radicalismos o extremos a los que tiende el docente de hoy.

A un extremo lo denominamos unívoco y a otro extremo lo denominamos equívoco, y lo que se encuentra entre lo unívoco y lo equívoco es lo analógico: lo analógico viene a ser el motor de la prudencia, del prudente. Lo análogo intenta conciliar las relaciones entre lo unívoco y lo equívoco, partiendo del difícil reconocimiento de lo otro, lo cual casi siempre será lo que le falta a mis tradiciones, propuestas, conceptos, ideas, etc.

Lo unívoco es el extremo en donde impera la razón fría y calculadora, que inauguró Descartes al exigir que sólo se aceptaría como verdadero lo que tenga claridad, distinción e indubitabilidad en su obra más representativa: “El discurso del método”.

Conde Gaxiola, dice que el profesor unívoco es: “…autoposeído, orientado hacia la certeza absoluta, basado en interpretaciones finitas, monolíticas, de hechura omnipresente y omnipotente, dotado de una personalidad endogámica, egocéntrica y clausurada, partidiario del monólogo y profundamente alejado de una concepción igualitaria, afectiva y conversable del aprendizaje. Cuando se concibe la educación como un mercado sujeto a las leyes de la oferta y la demanda, este docente “homo faber” es el adecuado, debido a su visión instrumental, utilitaria y aerífica”.

Y continúa haciendo ver nuestro autor, que se trata de un profesor que ha absolutizado la certeza matemática (no obstante que los mismos matemáticos ya hablan de certezas débiles en la especulación matemática), con los correspondientes excesos: “El criterio de verdad del profesor unívoco es la correspondencia matemática de los enunciados cuantitativos. Todo su trabajo se basa en tablas estadísticas, infinidad de tipologías numéricas, curvas de medición, fórmulas y axiomas del aprendizaje, mitologías verificables, técnicas de ensayo y error… el profesor unívoco tiene un modelo de ser humano fundamentalista y totalitario, todo se aliena, enajena y cosifica”.

Y luego por reacción a este profesor cientificista, llega tal vez el más estilado actualmente, que es el profesor equivocista: quien también incurre en contradicciones, porque tendrá que pedir orden, el mínimo requerido para que se pueda desarrollar la clase, mientras que él desfilará con la bandera de desorden.

El profesor equívoco promueve “un saber indeterminista [dice Conde Gaxiola], marcado por la intangibilidad, la infinitud, la disyunción y la ausencia de límites… Se confunde la esencia con el fenómeno, lo universal con lo particular, la independencia con la carencia de confines y la ausencia de linderos. Es el imperio del fragmento y el reino de la pedacería”, llegando ya no a los excesos univocistas, sino a los siguientes defectos equivocistas: “El profesor equívoco niega las estructuras epistémicas. Se opone a la noción de ciencia y a cualquier metodología, es un crítico irracional de las matemáticas y de la más mínima disciplina. Parte de la idea de que la escuela es inservible… las propuestas instruccionales relativistas se oponen a toda planeación coherente y al más mínimo control institucional.”

Y pensando por ejemplo en la evaluación del alumno. Es necesario medir, pero sin exagerar, porque luego la opción múltiple y/o memorización siguen siendo el instrumento rector; es necesario dejar espacios a la creatividad para dejar al alumno aventurarse, pero también sin exagerar porque luego a cualquier actividad se le usa para evaluar al alumno.

Para evitar los extremos expuestos hablamos o proponemos a un profesor analógico. El cual no puede serlo sin un carácter personalista dice el autor que presentamos; y ya de suyo esta propuesta del uso del pensamiento analógico tiene un carácter personalista, porque, regresando con Napoleón Conde: “El modelo profesoral al que nos adherimos está centrado en el personalismo, es decir, del maestro en tanto microcosmos o análogo de todo el cosmos… El personalismo es aquella corriente de pensamiento que se basa en el valor superior de la persona frente a las cosas, asuntos o cuestiones… La mayoría de las teorías pedagógicas actuales [dice Conde] excluye no sólo la analogía y la hermenéutica [teoría y arte de la interpretación], sino también la noción de persona”.

No puede darse la analogía o el equilibrio en el educador sin tener en cuenta una actitud personalista, pues de lo contrario confundimos el proceso educativo (del cual se hará un dogmatismo) con el resultado: y luego los alumnos quedan en números ya sea para desacreditarlos por no ser tan capaces como se espera o desea, o para tratarlos como clientes; o al otro extremo: se irán a gastar recursos de toda índole para aprender a ser irracionalistas en extremo, expertos en el arte de la contradicción, donde lo lúdico perderá todo sentido porque se le va a exagerar, lo cual siempre termina en actitudes violentas inconmensurables, es otro modo de ser dogmáticos y agresivos.

La actitud personalista termina dándose, si uno se fija bien, como un modo ético de proceder en el ejercicio de la docencia. Hablar de analogía hemos dicho que cuaja en equilibrio dinámico, pero este equilibrio termina siendo antes que cualquier cosa, y de acuerdo con la filosofía clásica, algo que se vuelve ineludiblemente ético, como lo es la prudencia.

Lo anterior podrá actualizar algo fundamental de la educación: que si ella no es moral se desvirtúa; y este olvido de la condición personal del ser humano y con ello el olvido de su condición ética, ha producido una educación que si bien nos va es funcionalista, pero deja al ser humano incapaz para su desarrollo pleno: pues este desarrollo y plenificación humana, para llegar a lo que se ha de ser, a lo que se está llamado a ser en términos de felicidad; se trata de trabajar en lo educativo para forjar una persona como un sujeto explotando al máximo sus potencialidades, y es un sacrilegio que este fin educativo no lo contemple la educación pública y privada.