lunes, 22 de noviembre de 2010

Mauricio Beuchot y la vida humana

Por Jesús M. Herrera A.

Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B. C / LUNES 22 DE NOVIEMBRE DE 2010 / p. 33A

Expondré aquí en síntesis cuál es la postura y el planteamiento que hace Mauricio Beuchot, filósofo de la UNAM, en torno al asunto ético de la vida, tal vez es el más espinoso en estos momentos, cuando esto de la vida humana va de por medio en las mil y una voces en torno a la legalización del aborto.

Estoy comentando “Sobre el derecho a la vida, el aborto y el proceso inicial de la vida humana. Reflexiones Éticas”, que es parte de su obra “Temas de ética aplicada”, de la Editorial Torres Asociados (México: 2007).

Al inicio de este texto que presentamos, hay una advertencia necesaria, y directa en nuestro contexto mexicano: en tanto que la oposición al aborto sea sólo a causa de un prejuicio religioso, lo cual llega a suponer exageradamente en algunos, sin más, que no hay razones para oponerse a abortar. Entonces, es importante que nuestro autor advierta que la oposición al aborto no viene en primera instancia de prejuicios religiosos, sino de motivos filosóficos. Y cuando hay una correcta comprensión de lo religioso, pues la religión no es poca cosa, porque hay una base racional, alimentando a la religiosa, que sustenta también en el creyente cristiano, su rechazo al aborto.

Partimos del hecho de que la vida humana se respeta, no podemos discutir si se respeta o no; para poder dialogar estamos de acuerdo en que no arriesgo mi vida al estar frente a ti, y tú presupones que yo respetaré tu vida, dice Beuchot: “nunca ha de perderse de vista el principio fundamental del respeto a la vida humana, que si entendemos bien, nos sensibilizará para ver esa vida humana en ciernes donde algunos no alcanzan a verla empiriológicamente, y se encuentra allí ontológicamente”.

Ontológico significa ser, y en Beuchot y la escuela de filosofía clásica que él sigue, implica que en el vientre materno hay un ser que sí depende material, económica y psicológicamente de la mujer, pero desde que está de algún modo allí, en su cuerpo, como ser no depende de ella, es otro ser, no un apéndice de ella, es alguien independientemente de ella, no es parte del cuerpo de ella como si fuera un tumor que le salió y se puede o debe extirpar.

Hay quienes niegan que haya persona en la vida que está iniciando, porque no hay conciencia o responsabilidad moral, pero ello no funda a la persona, lo moral es propio y no esencial, pues antes de lo moral está el ser, tiene que haber primero, pues, ese ser que, luego, actuará moralmente. Para poder actuar, pues primero hay que ser.

Y viene, inmediatamente después del planteamiento anterior, la pregunta de cuándo hay vida. Beuchot, al respecto, se opone al aborto porque “trunca [dice él] y cercena un proceso que desembocaría en la vida humana plena”. ¿Cuándo hay vida humana?, cuando se inicia un proceso por el que nacerá un humano: “el ser humano se da desde el momento en que el semen y el huevo se unen. Esto es, sí se puede aplicar el nombre “ser humano” a un zigoto, embrión o feto”; y aun cuando aquí son escasos los elementos médicos, ese proceso inicia cuando se da esa unión entre espermatozoide y óvulo: este es el modo más básico de referirnos a ese proceso; podría medirse empíricamente esa unión para definirse como embarazo, pero eso más bien constata que la vida simplemente está en proceso, como algo posible y a la vez actual porque está en movimiento, ella, la vida, allí está.

A lo anterior agrega Beuchot: “Lo malo es que a veces, para determinar si algo tiene vida humana, se confía demasiado en ciertas manifestaciones extrínsecas, fenomenológicas o empiriológicas, y muy poco se apela a los constitutivos intrínsecos de la persona”, y es que aquí se trata de saber ver filosóficamente a la persona, en donde el instrumental científico, sino se tiene cuidado, en lugar de que termine en hacernos admirar, más bien se usa para instrumentalizar a la persona, al punto de creernos dueños del otro: tanto del otro intrauterino, como del otro extrauterino.

Desde la ciencia se puede admirar, y allí es cuando se da esa auténtica apreciación filosófica y la ciencia termina abriendo paso (no obstruyendo) a la filosofía; de manera que la ciencia se relativiza cuando, insisto, de admirar se trata, de ponernos ante lo evidente, ante la vida como algo que allí está y guardamos distancia, no autárquicamente, sino, sobre todo, como algo que se respeta y, si es preciso, se defiende.

Por otro lado, es necesario recordar que ahora vivimos en un tiempo en el que se ha criticado mucho cómo es que la modernidad, o ese mundo donde imperó la ciencia, asfixió existencialmente al ser humano, porque la razón, esa razón científica o positivista, o empirista, se opuso precisamente a la vida como algo que es posibilidad. Lo que queremos ahora es que la ciencia nos permita profundizar en la admiración del ser, de la vida, sobre todo la humana.

Sigo con Beuchot: “El punto de vista empiriológico o fenomenológico externo nos hace ver un ser humano, con vida propiamente humana, sólo allí donde las operaciones correspondientes a ese tipo de vida son muy ostensibles y manifiestas. Pero se corre el peligro de no alcanzar a ver los constitutivos esenciales del ser humano por falta de “exhibición”, por falta de asideros empíricos para constatarla”.

Hasta aquí he referido al asunto de la vida que allí está, desde que hay como consecuencia de una unión sexual de personas, una procreación. Y que la ciencia, y sus instrumentos en la medida en que respetan los límites del conocimiento empírico, no se cierran a la admiración de la vida y encuentran límites que hacen respetar y, sobre todo cuando es preciso, defenderla, ya de suyo, desde la misma ciencia.

Es que la ciencia puede destinarse a defender la vida, o a ir en contra de ella; es absurdo marginar la moralidad de la actividad científica; por esto es que la Bioética cada vez está teniendo mayor reconocimiento, poniendo en reflexión no sólo lo concerniente a la vida humana, sino, también y dicho sea de paso, la vida vegetal, mineral y la de los animales.

Otro problema es el de la legalización o no del aborto. Este asunto si no se tiene cuidado distrae de lo más importante: que es el respeto por la vida; sobre todo en culturas como la nuestra, donde se confunde lo legal con lo moral, y esta confusión resulta con consecuencias peores, cuando el mismo jurista, sensatamente llega a denunciar que aquí, en México, la ley no tiene por objeto la justicia, y vaya que hay leyes que son explícitamente injustas.

Se llega a decir que el legalizarlo no significa que se invite a abortar, lo cual pareciera cierto, pero téngase cuidado de que lo que es legal, insistimos, se está confundiendo con moral en el común de la gente.

Esa separación de lo moral con lo legal ya tiene tiempo, radicalmente se da con Kant desde el siglo XVIII. Recuerdo mucho representada la mentalidad del mexicano en la esposa de un político, quien decía que su esposo había cometido una inmoralidad pero no un delito o ilegalidad, con eso del dinero y las ligas que por video le exhibieron en un programa periodístico de un famoso “payaso tenebroso”.

En medio de todo este problema fuerte y serio, están quienes sacan buen provecho económico practicado abortos; a la legalización o no del aborto, le debe preceder la educación para que la ley pueda tener sentido desde ese respeto absoluto por la vida humana; también urge un estado que se comprometa con la promoción de la vida; estas últimas líneas son los retos ético sociales que tenemos para alcanzar la civilidad y la democracia.