lunes, 28 de diciembre de 2009

Educación para una cultura del trabajo

Por Jesús M. Herrera A.


Disponible en Diario El Mexicano: LUNES 28 DE DICIEMBRE DE 2009 / TIJUANA , B.C., p. 26A.

Hace tiempo que he pensado en exponer algunas líneas a considerar para que en la educación se forme en torno a una cultura personalista del trabajo, que sea una cultura capaz de darle sentido al trabajo y verlo como ese medio por el cual crecemos como personas, ya sea en un oficio o en una profesión; y que indirectamente también estas líneas le puedan sugerir algo útil a quienes tienen de diversas formas la responsabilidad de dar empleo, ahora que somos muchos los que, o carecemos de él o no tenemos un trabajo estable.
Ante todo insisto con mi celo antropológico: El trabajo supone una idea de ser humano, de persona; desde una perspectiva personalista se trata de un trabajo que implican al unísono el ser y el hacer, lo ideal aquí es que el hacer no vaya en detrimento del ser, de manera que haya una simbiosis entre la vida activa y la vida contemplativa de la persona.
A partir del siglo XIX Karl Marx ha sido una referencia obligada para pensar críticamente en el trabajo, para que al trabajo se le vea como algo existencial, porque el trabajo resulte como medio de humanización y no sólo como un simple instrumento de producción, o peor aún, como un mal necesario.
La perspectiva marxista busca, convenientemente, la transformación del mundo, precisamente a partir del trabajo, y es en este sentido que Marx me ayuda a pensar en que, mediante el trabajo, en la medida en que se transforma la sociedad alcanzando condiciones de más justicia social, el ser humano se humaniza progresivamente en lo concreto y singular.
Es en Marx, como se ve, una acentuación de la perspectiva práctica del trabajo; pero también hace falta el dejarle su justo lugar al ámbito teórico del trabajo, que en este caso, tal ámbito, lo incardino a la vida contemplativa, al trabajo de hacer contemplación, que es cuidar del lado espiritual del ser humano, cosa que para muchos no cabe en una lectura tradicional de la enseñanza de Marx.
Nosotros, en este ejercicio de reflexión moderada, donde queremos no sólo salvaguardar a la persona, sino partir de ella para pensar y transformar el mundo desde el hecho de trabajar día a día, insistimos en que el pensar ha de conducir al actuar, que la interpretación del mundo es la que ha de conducir a su transformación; y ya en el mismo mundo del trabajo, como lo tenemos ahora, por lo menos esto se da fragmentado en tanto que una mínima capacitación para el trabajo se requiere, lo cual comienza con una exigua, pero imprescindible, instrucción (y la consecuente atención del que se instruye o se capacita).
Quisiéramos que la instrucción o capacitación vayan más allá de lo conductual y, como se deja ver en empresas del primer mundo, se haga llegar inversión en información, entendida ésta en todos esos recursos de cultura universal que ayudan, desde la vida del trabajo, al crecimiento integral de la persona.
Aquí en México, a lo más que llegamos, es a ver contadas empresas con un buen plan de prestaciones materiales, que inmediatamente colocan al que trabaja (sobre todo al profesionista) en ellas en un nivel económico de clase media; pero desgraciadamente tenemos una caterva política que no ayuda a que este tipo de empresas, con esta capacidad de prestaciones, aumenten en número, me refiero a que en nuestro país es todo un acto heroico iniciar y sostener una empresa, sobre todo una de las medianas y pequeñas [de las que acá se conocen como PYMES], por tanto impuesto que, dicha caterva política, le impone injustamente a las empresas.
Lo que prevalece en nuestra sociedad mexicana son más bien los trabajos informales y el subempleo; es común ver que ya sólo el darle seguro social a los trabajadores se convierte en un dolor de cabeza para las empresas. Yo creo que una de las razones por las que, esa caterva política, lejos de apoyar para que se promocione la apertura y el crecimiento de las empresas, se da porque estamos ante gente que no sabe lo que significa buscar trabajo y ni ofrecer un puesto de trabajo.
Mucho menos saben, los de la caterva política, de lo difícil que es cuidar el empleo cuando ya se tiene, y saber hacerse escuchar para solicitar mejores condiciones, apoyo y motivaciones de diversa índole, siempre necesarias, para superarse como persona en el trabajo.
Regresando con alguno de los aspectos sistemáticos de este asunto, hay que verificar el que de lo contemplativo se pase a lo activo, ver que se dé ese paso a la actuación en pos de una humanización del mundo: haciendo que éste se vaya haciendo cada vez más habitable en términos de justicia, de lo contrario estamos no sólo perdiendo el tiempo, sino saliéndonos del mundo, haciéndonos sujetos herméticos, dañando nuestra alteridad o condición social; perdiendo personalidad e infectándonos de narcisismo, con lo cual la solidaridad queda como una virtud imposible del alcanzar.
Hay que educar, pues, para una cultura personalista del trabajo; esta cultura ahora urge, en tanto que por un lado muchos hacen del trabajo un ídolo, y en el otro extremo, sobre todo en México, la gran mayoría ve el trabajo como un mal necesario; nosotros buscamos una alternativa: que el trabajo, cualquiera que –honestamente– éste sea, es para descubrir como más justo el mundo en el que se vive, y por otro lado, el trabajo es ese medio por el cual la persona alcanza su realización, esto resulta evidente toda vez que el trabajo que se realiza tiene la impronta de su artesano, de quien se dedicó con esmero a realizarlo.
Y es que la falta de esmero, o cuando un trabajo no se hace con amor, nunca luce; es importante trabajar mucho en que a la gente le guste su trabajo; en México esta carencia del gusto por el trabajo que se realiza causa muchos problemas. Si el trabajo tiene sentido y se hace con amor alcanza la justicia, pero si la justicia no se consigue mediante el trabajo, se ven llegar muchas injusticias (que se materializan en demandas legales de índole laboral o comercial) y frustraciones.
Por ejemplo, para donde uno voltee hay mecánicos (por lo menos en Tijuana), el problema es conseguir uno honesto y que sepa mecánica: lo técnico y lo moral del trabajo, trato de hacer ver que se condensa en el gusto por el trabajo, en que por medio del trabajo uno se haga servicial ante los demás, ya la compensación económica se dará, casi, por añadidura.
De esta falta de convicción, una suficiente como para que el trabajo tenga sentido, la frustración se hace más dolorosa cuando en lugar de descubrir a los talentos, desde dentro de la cotidianidad del trabajo, lo que se hace es inmovilizarlos para que no destaquen, fenómeno que tristemente se ve mucho en México. Ya que los mexicanos, estando en el agujero de la condición tercermundista, en lugar de empujar para que alguien salga, más bien lo regresan al hoyo, tal vez esto tenga que ver con la envidia, y no sea de la buena.
Ver a la persona como sujeto de talentos es algo que bien le da contenido a ese Homo Faber: que es el hombre de trabajo, u hombre fabril, u hombre que labora o hace algo; a este modo de ser humano (como Homo Faber) aluden con diversos matices varios filósofos; y el sujeto de talentos sella esa concepción antropológica porque trabajar significa, como ya se adelantó, el dejar una impronta personal en lo que uno hace. Esto lo iconiza bien el pintor que pone su firma en cada obra.
Siempre dejamos nuestra firma, pues, en lo que hacemos; esto nos conduce a la parte moral del trabajo; esto es lo que nos advierte de la responsabilidad en lo que se hace mediante nuestro empleo, por esto es que el trabajo dice mucho del cumplimiento de nuestra vocación a la vida. Javier Prado Galán dice en este sentido que “(…) el énfasis de la profesión [y de cualquier oficio] está puesto en el servicio prestado más que en las ganancias obtenidas”.
Esperemos, aun contra todo pronóstico positivista, que en el nuevo año, haya un mejor panorama laboral para todos, que arranque desde el servicio y termine en prosperidad económica.