domingo, 6 de diciembre de 2009

El quehacer educativo en la familia


Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 30 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C: p. 36A.
Por Jesús M. Herrera A.
Tal vez sería un tanto impertinente definir o enlistar qué tareas son las propias o las más características de la familia, pues ella misma, en la medida en que es consciente de su rol y estatus, va descubriendo el deber ser en la familia; cada familia tiene su dinámica propia, sus propios mitos y sus particulares ritos; lo más importante es distinguir lo esencial de la vida familiar: la autenticidad de lo que significa educar para la vida y el amor, y esto esencial de la familia se desentraña del espacio donde se construye la familia, que es el hogar.
De acuerdo con los teóricos de la familia, suponemos que ésta nace a partir de la unión matrimonial, de manera que el matrimonio es un estado de vida, no una profesión.  Para ser profesionista se requiere de la institución académica, que mediante el estado provee de un título, lo cual no sucede en el hecho de unirse en matrimonio, a lo más que se puede llegar es a un reconocimiento jurídico (ya sea del estado, o ya sea de la religión) que regula la institución matrimonial.
Entonces el ser esposo, esposa, padre o madre de familia, no es una profesión, si el término se llega a aplicar en lo que concierne al quehacer familiar en el hogar, es en sentido metafórico, analógico, pero es importante ir más allá no sólo de ejercer una profesión en la vida conyugal y familiar.
Me gusta hacer la distinción entre estado de vida y profesión en los términos siguientes, con una descripción: no hay horarios para el estado de vida, mientras que para la profesión u oficio, de alguna manera, los horarios quedan delimitados, incluso cuando se llega a decir que no se tiene horario de entrada ni de salida en el trabajo es obvio que en algún momento no se está trabajando, de manera que siempre se espera que el trabajo se subordine al hogar en las urgencias que se le presentan a la familia, como cuando los hijos se enferman, y se requiere de usar del tiempo que habitualmente puede ser del trabajo.
Se requiere de ver en la decisión del matrimonio el inicio de una consagración: él se consagra a ella y ella a él y los dos a su vez a los hijos, porque sólo como consagración es que se distingue lo que sea el dedicarse a la vida en familia; nos parece que el matrimonio como contrato no es suficiente, el amor quiere ir más allá de un contrato, pide la entrega total, y esta entrega la vemos, pues, en términos de consagraciónY es que una consagración supone un contrato como mera formalidad, pero trasciende el contrato, ya que no podemos suponer que el contrato alcance a describir el amor que la pareja se profesa.
El ejercicio de una profesión pocas veces exige de esa entrega extraordinaria: que yo no puedo entender si no es en términos de consagración, como la que se requiere para dedicarse a cultivar la familia, no sólo en el aspecto material, sino sobre todo en el espiritual: cuidar de los aspectos espirituales se materializa en el acompañamiento para la formación de valores y virtudes en los hijos.
Luego en la oficina se tienen fotografías de la esposa y los hijos, como significando esa presencia del hogar aún en el trabajo: así la empresa del hogar y la familia anima en el trabajo, y no parece conveniente tener alguna referencia del trabajo en la casa que cumpla esa función de dar sentido y animar, estaríamos entonces permitiendo que la profesión o el oficio se entrometa en la intimidad del hogar.  De hecho, nunca es conveniente que el trabajo o la profesión lleguen a menguar los mitos y los ritos propios de cada familia.
Como se ve, la familia tiene un lugar exclusivo y privilegiado en la vida cotidiana, sólo que se ha perdido la convicción de que trascender por medio de la familia es una vocación a la que se está llamado, ya que más bien se quiere trascender desde el éxito profesional, aunque no se logre ser fecundos cuando se ha dado la vida por el éxito profesional, y si se ha logrado ser fecundos desde el ejercicio de una profesión, tal vez en algo se pueda relativizar ese hecho de empeñarse por la familia.
La familia es, entonces, el espacio para trascender, uno trasciende en el hecho de ser procreador; y si no se puede tener hijos biológicos, entonces, hay que buscar cómo aun sin hijos biológicos se puede llegar a dirigir ese don que todos como personas tenemos, que es el de dar vida, lo cual no se restringe al ámbito biológico, incluso es estéril o de nada sirve el que los hijos biológicos no sepan, gracias a los padres, cómo trascender su biologicidad, para acceder a lo simbólico de la vida, a que ellos den y tengan razones para vivir.
No trascender el ámbito biológico es quedarse, si bien nos va, haciendo de la vida un ciclo que hay que cumplir: el de nacer, reproducirse biológicamente y morir, i. e., quedarse siendo vegetal o puramente animal, o incluso ni llegar a eso porque nunca hubo reproducción, lo cual es absurdo; no acceder al mundo de la simbolicidad termina en no tener razones para vivir, en vivir sin sentido, y con esto, pues, no haber dejado huella en este mundo.
Los mitos y los ritos de cada familia son el alma de su árbol genealógico, si no hay mitos y ritos estamos ante un árbol muerto, lo cual significa que la familia nunca dio y ni dará un fruto; los ritos y mitos de una familia son los que contienen una experiencia de vida en una historia: la historia de una vida familiar, la historia de personas interdependientes haciendo familia, y con esto es que en la familia se tiene una escuela de vida.
La familia, pues, es una escuela de vida, es una escuela implícita en una historia, en la historia de la familia, de sus mitos y sus ritos, es una historia presente virtualmente y afectando realmente el seno de la familia; y es que por más que se empeñe uno en que las instituciones académicas vinculen a la persona con la vida cotidiana, es más bien la familia la que logra tal vinculación.
La familia, en su carácter institucional, es tan superior a la institución académica, que, como lo he mencionado en otras columnas, se espera que actitudes como la buena disposición, la puntualidad, la obediencia, y la escucha que se requiere para estar en la escuela y aprovechar lo que se ofrece en las instituciones académicas, viene solamente de la casa.
Educar es educir, hacer que la persona saque desde su interior lo mejor de él y logre materializarlo en algo o con algo: no sólo en, o con, cosas propiamente materiales (como el hacer que el pupilo pinte bien un dibujo, o logre entonarse gracias a sus clases de canto), sino también en actitudes y disposiciones empáticas, y para esto se requiere de un acompañamiento muy especial, tanto como que fuera del ámbito familiar no se puede saber sensatamente en qué consista ese acompañamiento que se requiere, y no sólo para hacer bien las cosas, sino para ser bueno moralmente, pues esto segundo es lo más propio de la educación que ofrece la familia.
Incluso, es muy sabio el pedirnos a los docentes que tratemos como a nuestros hijos a los alumnos, sobre todo en cuanto a la paciencia que se requiere para educarlos en la escuela, para un tiempo y espacio muy determinado y determinante en el que se convive con los alumnos, y como se ve, es la paternidad o maternidad la mejor referencia de esa paciencia y disponibilidad para ejercer la labor de educador académico.
Hay todo un ideal de familia que me hace comprender la responsabilidad que se tiene de cuidar la propia familia, la familia es algo muy delicado, porque puede ser constructora o destructora de la persona.
En la familia se puede aprender a ser solidarios y justos, pero también se puede aprender a ser oportunistas, egoístas e injustos: la familia es una escuela de vicios o de virtudes, y lo más importante de esto es que la familia determina la personalidad del ser humano.
De manera que si no siempre la familia forma personas, pues entonces está formando delincuentes o por lo menos parásitos; no se trata de que si no forma personas entonces no pase nada, suponiendo que no se cumple con esa función deseada sin mayor problema, más bien es de preocuparse, y mucho, porque si no es una persona lo que sale de la familia, más bien lo que saldrá de ella es, o un vividor, o una amenaza social, o las dos cosas.
Y es que casi siempre la familia es la primera a la que responsabilizamos de las virtudes o de los vicios de alguien, no es justo que primero se responsabilice a otra institución; a otras instituciones se les responsabilizará, si es pertinente, después de haberlo hecho con la familia.

La Familia: escuela para ser persona



Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 23 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C., p. 26A.
Por Jesús M. Herrera A.
Pensar qué lugar ocupa la familia en la labor de forjarle al sujeto una personalidad, es preguntarse también si la familia tiene un sentido, si aún vale la pena defender la familia, si ésta puede seguir siendo el núcleo de la sociedad, toda vez que parecieran los divorcios como un estado de vida por el que hay que pasar por lo menos una vez en la vida.
También, otro elemento por considerar tiene que ver con el problema del trabajo, ya que el trabajo se hace un estado de vida, pareciera que el ser humano nació para el trabajo y no para hacer familia (y luego el quehacer familiar quiere verse como si fuera una profesión), y en esto es necesario poner el trabajo: la profesión u oficio, al servicio de la consolidación de la familia, y esta es una de las bases fundamentales de una humanización del trabajo.
En lo que sigue aprovecharé algunas ideas de la tesis doctoral de Oscar Yecid Aparicio Gómez, titulada “El nexo familia-persona en la filosofía personalista” (que usted puede encontrar en Internet); ante todo esta tesis es un trabajo laudable, porque hace falta de la filosofía para ayudar al quehacer de la familia: yo veo que cuando la familia entra en crisis, o cuando se pretende iniciar una familia, sólo es la voz del psicólogo, del religioso y del jurista la que se va a escuchar, hace mucha falta, pues, acudir a la filosofía para darle contenido y para sellar la orientación religiosa, la psicológica y la legal en torno a la familia.
La orientación y el sello los logra la filosofía porque es la que descubre el sentido o el valor de la persona y de la familia, si la orientación religiosa o psicológica, y el tratamiento legal en torno a la familia, logran descubrir y cuidar el sentido de una personalización progresiva del ser humano a través de la familia, entonces estas ciencias tienen contenido y sellan la labor humana que les compete, de otra manera se hace un derecho, una psicología o una religiosidad funcionalista y/o manipuladora de la persona y de la familia.
Son funcionalistas estas ciencias cuando se deshumanizan, y sólo ofrecen analgésicos para sentirse bien momentáneamente, cuando por ejemplo el jurista se limita a encontrar el medio más rápido para llegar a un arreglo entreverado de puros intereses económicos; es lamentable evadir el compromiso, no impuesto por el educador u orientador familiar, sino que el compromiso emerge espontáneamente cuando se logra descubrir que sólo es en la familia en donde se aprehende a vivir, a perdonar y a pedir perdón, a aceptarse y a corregirse fraternalmente, lo cual es indispensable para una auténtica tolerancia, que luego se quiere confundir con ser permisibles hasta de absurdos y barbaridades que se promueven en la sociedad.
Aparicio Gómez, citando a un filósofo francés: Jean Lacroix, sostiene que hay una relación de “simbiosis vital” entre la persona y la familia; se trata de una relación de interdependencia (entre persona y familia), ya que por un lado, si no se es persona no se alcanzará el ideal de constituir una familia, y, por otro lado, de la familia lo que emana es la persona, así la persona sólo se gesta en ese medio exclusivo que denominamos familia; las personas no nacen de otros medios que no sean los del seno familiar, y es que a veces se le quiere adjudicar de manera absoluta a la escuela esta labor de darle personalidad al ser humano, lo cual es erróneo.
Una cosa va quedando clara en esa relación de educar en la familia y en la escuela: la disposición para aprovechar la educación académica viene de la familia, cosa verificable a muy temprana edad, ya desde que se ingresa a preescolar; y es que si como alumno se llega con problemas afectivos desde el hogar, resulta de ello una indisponibilidad para las labores académicas.  Así que la familia tiene más responsabilidad que la escuela en la consecución de la personalidad del individuo.
Es que el sentido de autoridad, obediencia, disciplina y escucha vienen del hogar, los educadores en las instituciones educativas tienen sus límites, por mucho que se ejerza una maternidad o paternidad espiritual como educador (lo cual es necesario), no se vale detentar la paternidad y maternidad que se da en la familia, eso acarreará algunos excesos que desvirtúan el sentido de ser educador en la escuela; los educadores han de partir de algo dado por el hogar: un mínimo suficiente de disciplina, es por ello legítimo el exigir este mínimo a los padres de familia para que los docentes puedan hacer su trabajo, que es el de sistematizar y reforzar a través de las diferentes asignaturas y actividades escolares lo que la familia entrega y le confía a la escuela, i. e., los hijos.
Incluso llega a ser lamentable que los educadores no vean reforzado por el hogar todo lo bueno que en la escuela se va logrando con el alumno; como también es, no sólo lamentable sino contraproducente, el hecho de que los valores que se cultivan en una familia, lejos de ser reforzados en la escuela, se vean agredidos y burlados por los docentes, lo cual muchas veces sucede, más tristemente, por ignorancia de los educadores.
Hablar de persona es hablar de un sujeto que está en relación, en diálogo y comunicación; uno se despersonaliza en la medida en que se hermetiza: se cierra pues, al diálogo y la escucha; hablar de persona es saberse comunidad y es hacer comunidad, por esto es que no es sino en la familia en donde esto se practica, ya que el diálogo y la escucha más que ciencia es un arte.
Hay un autor que en estas últimas semanas me he visto obligado a leer por motivos académicos, es una de las autoridades en cuanto a lo que tiene que ver con teoría de la comunicación, me refiero a David Kenneth Berlo y su obra “El proceso de la comunicación: introducción a la teoría y a la práctica”, es una perspectiva conductista de la comunicación la que se nos propone en la obra de este autor (y por su conductismo es que se hace un autor tradicional en cuanto a teoría de la comunicación se refiere), en donde la comunicación termina dándose sólo, y solo sí, hay un estímulo de por medio, lo cual termina sugiriendo que la comunicación siempre está preñada de un interés material.
Y resulta que sobre todo es en la dinámica cotidiana de la vida familiar en donde el conductismo queda superado, a menos de que en la familia lo que construyamos consciente o inconscientemente sean sujetos interesados, porque se premie exageradamente todo: imponiendo el mensaje de que todo en la vida es negociable y premiable materialmente, lo cual es falso.
Por esto es que propongo la comunicación en el seno familiar como un arte, lo cual exige que esto se alcance en términos de virtud; la virtud y el arte guardan una relación íntima, porque el virtuoso es un artista y el artista es un virtuoso, así que aprender a comunicarse es una labor artística, que trasciende lo científico o lógico que esto pueda tener en psicología o teoría de la comunicación, además, es una virtud también en tanto que es algo que se alcanza de manera difícil y perseverante: con arduo trabajo, acompañado de la paciencia, y por gratuidad cuando lo que está en juego es el hacer familia, y no por interés material, como cuando se tiene que ser políticamente correcto al comunicarnos en el trabajo para conservarlo, lo cual, siendo honestos, muchas veces significa ser hipócritas, cosa a la que si no se tiene cuidado, orillan las asesorías conductistas para comunicarnos en el hogar (y en el trabajo).