lunes, 22 de junio de 2009

De la virtud como Educación



Publicada en Diario El Mexicano: LUNES 22 DE JUNIO DE 2009 / TIJUANA, B.C., 32A
http://ed.grandiarioregional.com/impreso/Tijuana/062209/22-06-2009%20TIJ_32AA.pdf
Por Jesús M. Herrera A.
La virtud está a un instante de ser sinónimo de educación, pues del educado lo que esperamos es una persona virtuosa, así, en lo que sigue daré por supuesto que si la educación no es para la virtud pues ésta no tiene sentido, y entonces lo que se quiera dar por educación está desvirtuado, pues el educar –al margen de la intención por la virtud– estará dirigido (cuando bien nos vaya) al adiestramiento para fines inmediatos, tales como los que aspira la Programación Neurolingüística actual, mientras que la virtud supone que la persona está tan educada como que camina en la línea del sentido de la vida y es sensible por el bien común.
El sentido de la vida, en el común de la gente, está referido o buscado cuando se escuchan expresiones como las siguientes: quiero ser feliz, o quiero rehacer mi vida (sobre todo después de divorciarse), o cuando presumo que tengo el derecho de ser feliz. Como vemos, hablar de la felicidad es evaluar si nuestra vida tiene o carece de sentido, y en esta empresa del sentido de la vida o de la felicidad, según Aristóteles, ha de estar presente la vida virtuosa. Así que es triste que al educado (que convencionalmente quiere verse en el escolarizado), sus niveles académicos, no le alcancen para ser feliz.
Los griegos fueron grandes, y también pioneros, sistematizadores de lo que es la virtud, de manera muy conocida tenemos a Aristóteles con su Ética Nicomaquea, que es una referencia obligada para cultivarnos en el tema de la virtud.
Para comprender qué sea la virtud, vamos a tratar de señalar qué es lo que el filósofo observa cuando se fija en el proceder humano ante lo enigmático de la vida, y cómo es que se tiende a responder ante lo que se observa. Y bien, nos encontramos con que el ser humano tiende a ser animal de extremos, ya que le gusta subir y pasearse en ese columpio que lo lleva de la euforia al total desánimo y apatía (bipolaridad se dice hoy), entonces quien logra no irse a uno de los extremos ese es el virtuoso, y más virtuoso es quien sabe sujetar la euforia y la apatía para sacar algo de la conciliación de estas dos fuerzas que, por sí solas y/o sin sujeción, desequilibran al ser humano.
Frente a esta realidad innegable de la vida, de estar siendo seducidos por los extremos que se tocan en el desequilibrio de la vida, es que en Ética Nicomaquea se nos dice que la virtud es equilibrio, i. e., una “Posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el otro por defecto. Y así unos vicios pecan por defecto y otros por exceso de lo debido en las pasiones y en las acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio”.
De manera que el vicioso es quien no puede, pues se le escapa de sus manos, el manejo de la adrenalina, de las energías que nos ponen de cara a la vida y a la muerte, que son las principales fuerzas que vienen a moverle el piso al ser humano, ya que son evidentemente los límites de lo humano.
En nuestro contexto cultural resulta ser el hedonismo (que es el placer por el placer), la causa de nuestra irresponsabilidad por la vida y por la muerte. Y es que como nos enseña Heidegger, filósofo alemán, la única certeza que como humanos tenemos es la muerte, y hace falta de valor para saber qué hacer con esta certeza, de manera que no la evadamos, sino que la asumamos cabalmente, y para esto es que se requiere de la virtud (del valor o fuerza de la virtud), y es que el olvido de la muerte viene a ser también olvido de nuestra condición humana, lo cual hace del ser humano un sujeto caprichoso y narcisista, vicios que nos hacen insensibles ante las necesidades de los demás, ya luchar por los necesitados es la empresa de la promoción de la vida. Así es que, entonces, alcanzamos a tensionar las fuerzas de la vida y las de la muerte, se evita polarizar solo unas, ya que sin tensionarlas –las fuerzas de vida y de muerte– se desvirtúan y se pervierten. La vida se pervierte cuando termina siendo hedonismo y la muerte cuando se convierte en cultura de la muerte, al punto de ver el secuestro y los asesinatos como algo cotidiano, pues llega uno a acostumbrarse a vivir entre balaceras y levantones, con lo cual se pierde el ánimo por luchar por la vida, se llega a vivir suponiendo que la vida no vale nada. O se cree, una vez pervertidas las fuerzas de vida, que el hedonismo es el mejor modo de vida.
Frente a estos extremos hace falta la virtud de tener conciencia de la muerte, y hacer de esta certeza una fuerza de vida. Esto evidentemente es una paradoja, y no obstante es real, pues definitivamente que el virtuoso saca fuerza de su debilidad. Y para esto no hay ningún hilo negro qué descubrir. Si uno se fija bien, desde el ámbito que a cada uno le corresponde se puede luchar por mejorar las condiciones de vida, ya sea desde el ámbito médico para hacer llegar la salud a los más desfavorecidos; y sobre todo desde el ámbito educativo por ser, la educación, clave de vida de calidad (se ha dicho que no basta con vivir, sino que hay que vivir bien, vivir mal es una agonía, lo cual puede ser peor a estar muerto). Hace falta del ingrediente éste, de la intención por hacer el bien, que está condensado en una auténtica moral (y no la inauténtica moral que se reduce a normas y, peor aún, la que construye mojigaterías), para que matice el quehacer político y económico, lo cual implica la construcción diaria de oportunidades para vivir cada vez mejor.
Estos ideales son propios de la educación, entendiendo ésta en su sentido más amplio y más serio, lo cual exige de la comunicación entre las instituciones académicas y el hogar (que es, cualitativamente, la principal institución educativa), cada uno con sus alcances y límites propios, pero siempre haciendo equipo. Y es que hay una tendencia muy fuerte a dejarle los hijos a las instituciones académicas, como si fueran ropa que se deja en la tintorería para que, en un determinado tiempo, se pase por ella y se pague por recibirla limpia, planchada y lista para usarse; entonces los hijos no son un objeto que las instituciones nos entregarán, después de que les hayamos estado pagando, al cabo de unos quince o veinte años, terminados y bien cuidados para que nos sean productivos o útiles.
Educar es educir, poner al otro en condiciones de que, como arriba se dijo, logre sacar fuerzas de su debilidad, en mucho esto es algo que se busca cuando se quiere proactividad (y no reactividad), convicción e iniciativa, y no sólo en la empresa, sino en el hogar y en la familia.

Una educación excesivamente psicologista, tanto para el ámbito académico como para el del hogar, ha de cuidar el no promover inconscientemente la Ley del menor esfuerzo, que casi siempre va de la mano con el cuidado exagerado de lo Políticamente correcto (PC), según nos advierte Umberto Eco, filósofo italiano en su obra A paso de cangrejo. Eco dice que “muchas veces la decisión PC representa una forma de eludir problemas sociales no resueltos aún, enmascarándolos mediante un uso más adecuado del lenguaje”. Y esto es cierto, toda vez que la vida no es PC, ya que la ganancia por nuestro esfuerzo no siempre es justa; además de que, hemos dicho, no hay que olvidarnos de la certeza de la muerte (y la muerte no es políticamente correcta). Y la virtud, ante estas tendencias a lo PC y al vicio de la Ley del menos esfuerzo, sigue siendo un hábito que nos facilita hacer prontamente el bien y elegir lo óptimo de entre lo mejor, se consigue con trabajo arduo y constante, y en el esfuerzo por la virtud siempre está respetándose el bien del otro, el bien común, más allá de la Ley del menor esfuerzo y de lo PC.

lunes, 15 de junio de 2009

La universidad y el Modelo educativo basado en competencias

Publicado en Diario El Mexicano: TIJUANA , B.C. / LUNES 15 DE JUNIO DE 2009, p. 31A


La educación se ha convertido en un subempleo, o a lo mucho sólo alcanzamos a ver instituciones funcionalistas más que de carácter intelectual, y es que en medio de las tantas universidades que tenemos en nuestras ciudades mexicanas, se ve difícil encontrar instituciones educativas que tengan departamentos de investigación consolidados, difícil es encontrarlas porque son pocas en donde haya invención y producción intelectual con la que se bombardee de buenas ideas al imaginario colectivo, que según la noción más tradicional de este término, es con lo que el ser humano interpreta el mundo en el que vive.

Y frente a lo anterior, también nos encontramos con una educación detentada por perspectivas psicopedagógicas-empresariales que no han sido bien importadas para nuestra cultura: llegan tarde y/o mal, como sabemos que suele suceder en México, y es que tristemente nuestro país ha sido paradigma de mal importador de ideas (o mal importador de programas televisivos, radiofónicos, etc.); hace falta, pues, que se produzca educación en el ámbito teórico desde México, para que alcance a ser efectivamente práctico el quehacer educativo, de manera que haya una impronta auténticamente mexicana en el quehacer educativo. Una impronta teórica y práctica para la educación de los mexicanos, que vaya según la mentalidad y cultura del mexicano, la cual, intentando aplicar la enseñanza de Leopoldo Zea, tendrá el sello de “autenticidad” cuando esté preocupada (en este caso la educación) por la resolución de los problemas más urgentes de nuestro país.

Aquí hablaré del Modelo educativo basado en competencias (MEC) y algunos de los fenómenos que nos gustaría que tal modelo sepa considerar, este modelo educativo se quiere instalar desde hace tiempo (incluso con otros nombres), pero ha sido más evidente el intento de instaurarlo ahora con la pretendida reforma educativa que busca hacer el gobierno mexicano; este es un modelo –el MEC–, que antepone el bienestar productivo empresarial a la preocupación porque el ser humano sepa darle sentido a la vida, lo cual reduce el educar sólo al ámbito de la capacitación y el adiestramiento. Y esto del sentido de la vida no es otra cosa, en gran medida, que tener una educación capaz de desafiar la depresión y la baja autoestima que parecieran una moda en el mundo contemporáneo.

Decía que hoy está como la novedad de la supuesta reforma educativa el MEC, que es la traducción (competencias) que se le ha querido dar al término “know-how”: expresión perteneciente a un modelo educativo de origen anglosajón, que según los expositores del dichoso modelo, implica el fundar la educación académica en las exigencias de la empresa por la empresa, donde se hace de la empresa un fin y no un medio para la persona.

Y entonces es fácil engancharse en este modelo educativo, pues se hace del trabajo un estado de vida, o un modo de vida; como que uno se matrimonia con el trabajo, el trabajo llega a ser un cónyuge, de manera que el hacer familia suele olvidarse, precisamente, por serle más fieles al trabajo. Incluso las relaciones familiares, con la esposa y los hijos, vienen a considerarse como una infidelidad al trabajo. Sin embargo, no obstante esta facilidad para engancharse en el modelo “por competencias”, que, como se ha dicho, emana de un pretensiosa ideología que supone a la empresa como una entidad que ha de ser todopoderosa, es también muy fácil el decepcionarse de lo que alcance a prometer este modelo educativo, pues es triste, en circunstancias socioeconómicas como las de México, ver que son pocas las oportunidades de trabajo, entonces viene la frustración porque se tiene una licenciatura que ha pretendido capacitar competentemente para el trabajo, e inmediatamente se tiene uno que enfrentar con la falta de oportunidades laborales.

Y las decepciones vienen, además, porque se vive en circunstancias en las que uno no tiene opciones para escoger; hacen falta sistemas educativos y modos de vida que abran oportunidades de desarrollo más allá de los de los ámbitos económico administrativos. En concreto hace falta la promoción de las ciencias humanistas, hace falta arte, historia, literatura, filosofía, de manera que el pensamiento humano tenga respiros de aire diferente al económico administrativo, que es el olor predilecto de una educación en competencias.

Los términos técnicos de una determinada ciencia, disciplina y/o arte, en este caso de la ciencia y el arte de educar: donde radica el término competencias, suelen oscilar hacia dos extremos: o a recibírsele como un prodigio, donde ciega o acríticamente una minoría la acepta (o se siente obligada, esta minoría, a aceptarla, ya que van en juego sus ingresos por su labor docente), o a rechazárseles toda vez que las mayorías no quieren nada con definiciones técnicas; y me parece que es urgente, entre estas dos polarizaciones, que los padres de familia nos esforcemos en tener idea de las ideologías que mueven instituciones, planes y programas de estudio y docentes en nuestro país.

Esto urge porque hay quienes suponen que es buena la educación que sus hijos reciben, pero hay que ser observadores y observar si nuestros hijos se están educando, no vaya a ser que en lugar de inversión haya, más bien y por desgracia, gasto en la educación, o gasto en que sólo vayan a la escuela porque no vemos que se eduquen, toda vez que las mayorías de los que ingresan a la universidad no superan actitudes adolescentes ante lo que significa estudiar; es increíble que en las universidades mexicanas aún tengan que andar los catedráticos convenciendo y hasta correteando a los alumnos (insisto, ya de universidad) para se pongan a hacer la tarea, o los docentes tengan que inventar trabajos en equipo, muchas veces, para hacer que no reprueben aquellos alumnos que no saben bien a bien qué hacen en las aulas universitarias.

Mientras que, en otros países donde es más significativo ese seguimiento, que queremos nosotros los mexicanos denominar como vocacional (ya que se supone que hay orientadoras y departamentos vocacionales y psicopedagógicos en las instituciones educativas): que tendría que ser para detectar y por sobre todo para promover talentos, en tales países pues, que son de un sistema educativo más serio, se ponen y usan filtros, de manera que no cualquiera llega o no cualquiera sale de una universidad; y es que aquí en México se está haciendo como una obligación el que todo mundo, indiscriminadamente, vaya a la universidad, cuando hay quienes serían felices (y hasta económicamente exitosos) quedándose en el nivel técnico. Y por falta de estos filtros es por lo que no vemos que se distinga entre técnicos y profesionistas. Entre quienes haya qué apoyar para que ingresen a la universidad y quien ha de orientarse mejor al ámbito técnico, muy necesario por cierto, ya que es difícil encontrar un mecánico, un plomero, un albañil, un carpintero, etc., que además de responsable sea honesto, actualizado en su oficio, y apasionado en lo que hace.

Entonces, ya que se siguen importando modelos educativos que vienen de culturas diferentes a la nuestra, y al parecer estamos lejos de que el Sistema educativo oficial tome en cuenta los esfuerzos que hay en las mejores universidades humanistas, con nuestros intelectuales afortunadamente no comerciales o populares, que siempre están pensando en el ámbito de la persona y su educación, pues dejamos aquí algunos de los retos que, esperamos, considere la teoría y práctica del MEC, de manera que nuestras universidades sean de un carácter más intelectual y funcional, no sólo funcionalista.

La educación se ha convertido en un subempleo, o a lo mucho sólo alcanzamos a ver instituciones funcionalistas más que de carácter intelectual, y es que en medio de las tantas universidades que tenemos en nuestras ciudades mexicanas, se ve difícil encontrar instituciones educativas que tengan departamentos de investigación consolidados, difícil es encontrarlas porque son pocas en donde haya invención y producción intelectual con la que se bombardee de buenas ideas al imaginario colectivo, que según la noción más tradicional de este término, es con lo que el ser humano interpreta el mundo en el que vive.

Y frente a lo anterior, también nos encontramos con una educación detentada por perspectivas psicopedagógicas-empresariales que no han sido bien importadas para nuestra cultura: llegan tarde y/o mal, como sabemos que suele suceder en México, y es que tristemente nuestro país ha sido paradigma de mal importador de ideas (o mal importador de programas televisivos, radiofónicos, etc.); hace falta, pues, que se produzca educación en el ámbito teórico desde México, para que alcance a ser efectivamente práctico el quehacer educativo, de manera que haya una impronta auténticamente mexicana en el quehacer educativo. Una impronta teórica y práctica para la educación de los mexicanos, que vaya según la mentalidad y cultura del mexicano, la cual, intentando aplicar la enseñanza de Leopoldo Zea, tendrá el sello de “autenticidad” cuando esté preocupada (en este caso la educación) por la resolución de los problemas más urgentes de nuestro país.

Aquí hablaré del Modelo educativo basado en competencias (MEC) y algunos de los fenómenos que nos gustaría que tal modelo sepa considerar, este modelo educativo se quiere instalar desde hace tiempo (incluso con otros nombres), pero ha sido más evidente el intento de instaurarlo ahora con la pretendida reforma educativa que busca hacer el gobierno mexicano; este es un modelo –el MEC–, que antepone el bienestar productivo empresarial a la preocupación porque el ser humano sepa darle sentido a la vida, lo cual reduce el educar sólo al ámbito de la capacitación y el adiestramiento. Y esto del sentido de la vida no es otra cosa, en gran medida, que tener una educación capaz de desafiar la depresión y la baja autoestima que parecieran una moda en el mundo contemporáneo.

Decía que hoy está como la novedad de la supuesta reforma educativa el MEC, que es la traducción (competencias) que se le ha querido dar al término “know-how”: expresión perteneciente a un modelo educativo de origen anglosajón, que según los expositores del dichoso modelo, implica el fundar la educación académica en las exigencias de la empresa por la empresa, donde se hace de la empresa un fin y no un medio para la persona.

Y entonces es fácil engancharse en este modelo educativo, pues se hace del trabajo un estado de vida, o un modo de vida; como que uno se matrimonia con el trabajo, el trabajo llega a ser un cónyuge, de manera que el hacer familia suele olvidarse, precisamente, por serle más fieles al trabajo. Incluso las relaciones familiares, con la esposa y los hijos, vienen a considerarse como una infidelidad al trabajo. Sin embargo, no obstante esta facilidad para engancharse en el modelo “por competencias”, que, como se ha dicho, emana de un pretensiosa ideología que supone a la empresa como una entidad que ha de ser todopoderosa, es también muy fácil el decepcionarse de lo que alcance a prometer este modelo educativo, pues es triste, en circunstancias socioeconómicas como las de México, ver que son pocas las oportunidades de trabajo, entonces viene la frustración porque se tiene una licenciatura que ha pretendido capacitar competentemente para el trabajo, e inmediatamente se tiene uno que enfrentar con la falta de oportunidades laborales.

Y las decepciones vienen, además, porque se vive en circunstancias en las que uno no tiene opciones para escoger; hacen falta sistemas educativos y modos de vida que abran oportunidades de desarrollo más allá de los de los ámbitos económico administrativos. En concreto hace falta la promoción de las ciencias humanistas, hace falta arte, historia, literatura, filosofía, de manera que el pensamiento humano tenga respiros de aire diferente al económico administrativo, que es el olor predilecto de una educación en competencias.

Los términos técnicos de una determinada ciencia, disciplina y/o arte, en este caso de la ciencia y el arte de educar: donde radica el término competencias, suelen oscilar hacia dos extremos: o a recibírsele como un prodigio, donde ciega o acríticamente una minoría la acepta (o se siente obligada, esta minoría, a aceptarla, ya que van en juego sus ingresos por su labor docente), o a rechazárseles toda vez que las mayorías no quieren nada con definiciones técnicas; y me parece que es urgente, entre estas dos polarizaciones, que los padres de familia nos esforcemos en tener idea de las ideologías que mueven instituciones, planes y programas de estudio y docentes en nuestro país.

Esto urge porque hay quienes suponen que es buena la educación que sus hijos reciben, pero hay que ser observadores y observar si nuestros hijos se están educando, no vaya a ser que en lugar de inversión haya, más bien y por desgracia, gasto en la educación, o gasto en que sólo vayan a la escuela porque no vemos que se eduquen, toda vez que las mayorías de los que ingresan a la universidad no superan actitudes adolescentes ante lo que significa estudiar; es increíble que en las universidades mexicanas aún tengan que andar los catedráticos convenciendo y hasta correteando a los alumnos (insisto, ya de universidad) para se pongan a hacer la tarea, o los docentes tengan que inventar trabajos en equipo, muchas veces, para hacer que no reprueben aquellos alumnos que no saben bien a bien qué hacen en las aulas universitarias.

Mientras que, en otros países donde es más significativo ese seguimiento, que queremos nosotros los mexicanos denominar como vocacional (ya que se supone que hay orientadoras y departamentos vocacionales y psicopedagógicos en las instituciones educativas): que tendría que ser para detectar y por sobre todo para promover talentos, en tales países pues, que son de un sistema educativo más serio, se ponen y usan filtros, de manera que no cualquiera llega o no cualquiera sale de una universidad; y es que aquí en México se está haciendo como una obligación el que todo mundo, indiscriminadamente, vaya a la universidad, cuando hay quienes serían felices (y hasta económicamente exitosos) quedándose en el nivel técnico. Y por falta de estos filtros es por lo que no vemos que se distinga entre técnicos y profesionistas. Entre quienes haya qué apoyar para que ingresen a la universidad y quien ha de orientarse mejor al ámbito técnico, muy necesario por cierto, ya que es difícil encontrar un mecánico, un plomero, un albañil, un carpintero, etc., que además de responsable sea honesto, actualizado en su oficio, y apasionado en lo que hace.

Entonces, ya que se siguen importando modelos educativos que vienen de culturas diferentes a la nuestra, y al parecer estamos lejos de que el Sistema educativo oficial tome en cuenta los esfuerzos que hay en las mejores universidades humanistas, con nuestros intelectuales afortunadamente no comerciales o populares, que siempre están pensando en el ámbito de la persona y su educación, pues dejamos aquí algunos de los retos que, esperamos, considere la teoría y práctica del MEC, de manera que nuestras universidades sean de un carácter más intelectual y funcional, no sólo funcionalista.

Educación Personalista


Publicado en Diario El Mexicano: LU N ES 8 D E JU N IO D E 2009 / TIJ UA N A , B.C., p. 32A 
Por Jesús M. Herrera A.
Antes de poder hablar de educación se hace necesario el partir de una noción de ser humano, ya que a quien se educa es al ser humano; pues aunque haya escuelas para mascotas, lo que se hace es adiestrarlas conductualmente, se les lleva a la “escuela” para que adquieran, en la línea conductista más tradicional, puras conductas para que se tenga una mascota graciosa para aplaudirle, de manera que no parece que sea lo mismo adiestrar que educar, pues el ser humano no es una mascota: no queremos educar a los seres humanos con el fin de tenerlos como mascotas graciosas.
El ser humano es una persona, este concepto (de persona) es inacabado, hay toda una tradición, que incluso podemos apreciarla como milenaria, y está viva y reflexionando en torno a lo que es el ser humano como persona, hay algunas notas que puntualmente se pueden ya decir como resultas de este esfuerzo de saber quiénes somos los seres humanos, precisamente, como personas: se dice, pues, que somos únicos e irrepetibles, que tenemos capacidad de distinguir entre el bien y el mal y por ello somos libres, se hace notar que somos sujetos de comunicación y comunicabilidad, también que hay una dignidad por la que somos diferentes a los demás seres, y además que es una dignidad que tiene carácter sagrado, porque suponemos que la dignidad humana se ha de respetar por encima de todo, incluso este reconocimiento y respeto absoluto a la dignidad humana es lo que le otorga un carácter personalista a lo que somos y hacemos (como es el educar).
Y bien, hay mucha producción filosófica que es urgente saber revisar para ahondar y no quedarnos en una comprensión pueril de quiénes somos, tanto en lo individual como en lo social, y es que a la persona hay que cuidarle estos dos aspectos, de manera que lo individual no se oponga a lo social o al revés, pues hay que conseguir un justo equilibrio, lo cual es difícil como todo equilibrio, en donde a veces hemos de ir más hacia un lado que a otro para alcanzar la armonía deseada.
En lo particular me gusta llevar esta rica tradición personalista (más desarrollada y aplicada al ámbito de la educación, está en mi libro “Persona, Educación y Valores”) a que alimente un concepto de persona que quiero hacer mío: el comprender y el explicar a la persona como sujeto de talentos, es decir, partamos de que la persona no está en este mundo por casualidad, esto sería suponer que la vida no tiene sentido, y es evidente que como personas buscamos darle sentido a la vida, y lo que ayuda mucho a darnos sentido a nuestra vida o nuestra historia es el ejercicio y el empeño por explotar nuestros talentos, lo cual en gran medida supone el que todos tenemos una vocación (y no un destino determinado) a la que queremos darle una respuesta, y esto de la vocación, que es algo muy amplio de tratar, en este momento véase en su aspecto más básico o fundamental, que la vocación suele percibirse en el hecho de que hay cosas que nos apasionan tanto que, al margen de sus dificultades, siempre se está dispuesto a trabajar con pasión en ello, y no trabajar sólo para subsistir y/o por dinero, entonces el ideal es que la comunidad, el Estado o la sociedad sea receptora y promotora de talentos.
De la persona como sujeto de talentos también supongo al ser humano como alguien capaz de ser y hacer intencionadamente el bien. Y esto se dice frente a una cultura que está siempre en actitud de sospecha o desconfiada ante los demás, hace falta pensar en los otros para acercarnos con un prejuicio más bien intencionado ante el prójimo, y es que se llega a pensar radicalmente que el otro es alguien malo, incapaz de querer el bien, se le ve ferozmente individualista, como buscando siempre su propio beneficio, o por lo menos se le ve como alguien que me quiere tranzar, como alguien de quien me tengo que cuidar.
Si partimos de esta noción de ser humano, como persona talentosa, entonces ya tenemos la finalidad de la educación, su porqué, i. e., su razón de ser. Hay que educar para hacer de la persona alguien que se conozca, alguien que sepa de sus talentos para que los quiera disponer a favor de los demás, lo cual ya implica mucho el saber por qué y para qué vive, está, pues, en el camino tan difícil de darle sentido a la vida.
Frente a este ideal de persona y educación que se menciona, tenemos la triste realidad de una pseudoeducación que confunde el educar con el capacitar o con el adiestrar, signos de este problema, de una falsa educación, está en tener frente a nosotros analfabetas funcionales y una ignorancia tremenda de saber quiénes somos y de lo que es el cuidado del bien común.
Un analfabeta funcional es quien teniendo por lo menos la preparatoria terminada no es capaz de comprender un texto, incluso se llega a no saber leerlo literalmente, se le causa un trauma porque se le exige buena ortografía, y en fin, mucho del analfabetismo funcional significa el no tener uso del sentido común, pues se le ve a este tipo de personas como habitualmente distraídas, lo cual llega a ser síntoma de carencia de sentido. Del analfabetismo funcional deriva también, como un hermano gemelo de éste, el analfabeta informático, que es quien toma la computadora como una máquina mágica, más bien como una varita mágica que le resuelve la vida, o que le sirve sólo para jugar; se les llega a ver queriendo estudiar una ingeniería en sistemas (u otras carreras que tienen que ver con el mundo de la tecnología) y renuncian en cuanto se dan cuenta que se les exigirá estudiar matemáticas. De manera que, como dice Umberto Eco, el ser humano prefiere la mentalidad mágica a la seriedad de una mentalidad ordenada y pensante, pues como observa este filósofo italiano, la tecnología se ve como algo mágico, y a la tecnología, paradójicamente, se le acepta a la vez que se llega a despreciar la razón que la produjo. Lo cual es aceptarla de manera más o menos ciega.
Parece, pues, que en el ámbito educativo no se sabe bien a bien qué hacer con la tecnología, lo cual es causado por estos tipos de analfabetismos que mencionamos, pues unos idolatran la tecnología y otros la satanizan, los extremos se tocan y se olvida que la tecnología es un artificio humano, está en todo, pero no lo es todo; como en internet, que hay de todo pero no está todo, hay que saber relativizar la tecnología para sacarla de esa apreciación mágica o diabólica en la que se le ha metido en el ámbito educativo.
La ignorancia de quiénes somos también es un problema capital de la educación, el ignorar quién soy es un asunto viejo, lo atestigua el “Conócete a ti mismo”, viejo proverbio griego de la Torre de Delfos y adjudicado a Sócrates. Y vemos que parece como una obligación el que todo mundo tiene que ir a la universidad, y entonces vemos repartir títulos de licenciatura a diestra y siniestra indiscriminadamente, y abriendo universidades aquí y allá, y el nivel cultural con el que se egresa es más bien de técnico, se pasan alrededor de 20 años para egresar con un título de licenciado, sin bien nos va, con mentalidades sólo procesales, automatizadas y mecánicas.
Hace falta, pues, una educación personalista, en donde quien tenga qué ver con la tarea de educar sea un apasionado por empeñarse en el cultivo de este trabajo, de manera que constantemente esté profundizando en el significado de lo que es educar, y no se pierda en lo administrativamente procesal de los centros educativos; hace falta de la inversión material y humana para hacer auténticos, no profesionales, sino cultos de la educación, ya se perdió el educador culto, es difícil encontrarlo, son pocos.

Política y Voto: ¿Por quién votar?

Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 1 DE JUNIO DE 2009 / TIUANA , B. C., p. 10A
Si hay algo más o menos sensato que se pueda escuchar en tiempos electorales es el término “voto razonado”. Y resulta éste uno de los términos que, como el de la democracia, no se sabe bien a bien qué sea, y por eso resulta ineludible la pregunta, ¿se puede emitir un voto razonado en México?
Es casi imposible razonar el voto, según se ve, y hemos tenido ejemplos francamente exagerados de que el voto no se emite desde una previa reflexión, en la que por iniciativa personal, es decir, que por convicción se indague en la persona de los candidatos, en saber de su solvencia intelectual y moral, de manera que alguna noción se tenga de su intención y capacidad de acierto en la difícil tarea de cuidar por el bien común y la justicia.
Del contexto donde se supone que se pueda dar el voto razonado, también hay que considerar que la propaganda o difusión de las “propuestas” políticas no es racional, sino emotivista, incluso de pronto no se tiene cuidado en el abandono que se hace de la razón, tanto como que de lo emotivista se pasa a las payasadas y hasta se llega a lo visceral: que es cuando vemos a los “políticos”, como vulgarmente se dice, “darse con todo”, i. e., “sacándose sus trapitos al sol”. De manera que las contiendas más bien son una guerra, en donde es común ver que todo se vale.
El problema de este emotivismo tan entretenido, es que tiende a distraer, y también a confundir, lo cual es aún peor; es muy usado (el emotivismo) para esconder la verdadera intención de un candidato o para imponer mentiras, con la siguiente fórmula que, al parecer, no falla: de tanto que se pronuncia una mentira ésta se convierte en verdad, lo cual ya es común que llegue a suceder en la clase política.
Ya sabemos que otro tipo de distracciones son las populistas (mismas que no dejan de darse desde un lenguaje emotivista), por las que se dan regalitos a diestra y siniestra en nuestras colonias populares, en donde mucha de la gente está mal acostumbrada a que le den porque sí, y con estas prácticas lo que se hace es fortalecer el círculo vicioso de vivir en la ley del menor esfuerzo; se ha visto que a la gente de las periferias se les congrega para darles una carne asada, y son, pues, tácticas viejas que no fallan para ganarse el voto popular.
Un voto razonado será el que pueda darse, antes que nada, desenganchado del emotivismo imperante de los tiempos proselitistas; pero hay un paso más difícil que hay que dar, que consiste como ya adelantaba líneas arriba, en investigar las personas de los candidatos, y ya de por sí el término investigar al común de los ciudadanos mexicanos le causa extrañeza, incluso carecemos de una educación que le garantice capacidad de investigación e inventiva a quien tenga, por lo menos, el bachillerato o preparatoria terminada. De modo que, permítaseme, y perdón por la generalización, pues que por el bajo nivel cultural y educativo, resulta que el ciudadano es fácil que se le persuada y se le convenza demagógicamente, sacudiéndole los sentimientos, sin saber quién dice qué, cómo o por qué.
Yo creo que esa invitación tan insistente a votar, tiene, o mejor dicho, supone, algo de validez, puesto que va de por medio un compromiso moral, por eso es que la invitación vale; toda vez que somos ciudadanos, y por serlo, nada más por serlo, hay deberes ciudadanos por cumplir; desde esta perspectiva el no razonar el voto, el votar por un partido por puro tradicionalismo (porque siempre se ha votado por el mismo), no se puede ver como algo responsable, me parece tan irresponsable como el votar por un interés individual: por algo que me dieron o me van a dar, en el sentido de hacer del voto un pago, que demanda factura.
Hay, pues, a quienes los convencen con muy poco, y tristemente en México, es la mayoría, los convencen con carnes asadas, o con proyecciones de películas fuera de una subdelegación; tal vez con un sándwich y dulces que les hacen llegar a sus hijos; y así como en la religión se ve mal el vivirla por tradición y no por convicción, lo mismo sucede, que aún se ve quienes le profesan una fe ciega a un partido y lo siguen apoyando por pura tradición.
El problema de la confianza por tradición a un partido se quiere fundar en la supuesta filosofía de éste. Consintamos que se conozca la tal filosofía, el problema es que actualmente lo que menos vale son los buenos ideales o valores, es decir, la filosofía que mueva una institución. Para muestra está el hecho de que hay coaliciones entre partidos que, supuestamente, son siempre antagónicos (según sus filosofías respectivas), y no es que haya un diálogo capaz de incluir diferencias, no, en México hoy eso es impensable e imposible, lo que vemos (en tales coaliciones) son tratos tan interesados como el mismo nepotismo que se ve en política.
La solvencia intelectual es necesaria, yo insisto que si alguien con preparación intelectual puede incurrir en error, definitivamente que cometerá más errores quien no tiene preparación, y soy testigo de una diputada local que no tenía ni la secundaria, ella era mi vecina, vivía a unas diez o quince cuadras de mi casa.
Luego la solvencia moral, por la que los conocimientos y talentos que se tienen alcanzan una proyección hacia la comunidad, es decir, en función del bien común. La solvencia moral es, recordando la tradición del pensamiento escolástico, la intencionalidad por hacer el bien. Y recuerdo que a mi vecina diputada que ni a la secundaria ha de haber llegado, se le solía ver ebria en las calles de la colonia.
Sensibilidad por la dignidad de la vida y la promoción de la vida buena y de los talentos, no se puede tener sin preparación intelectual y sin formación moral, por esto es que es importante rastrear, indagar, investigar en la persona de nuestros candidatos, más allá de los spots que ya de plano resultan chocantes.
Sin solvencia moral la vida no se defiende, nadie sin solvencia moral puede tener la aptitud para defender la vida, por eso es que da igual legitimar prácticas que van contra la dignidad de la vida, y en esto hay que poner mucha atención, en qué idea tiene el candidato de lo que es la dignidad de la persona humana, cómo y desde dónde se compromete a defenderla, esto urge, toda vez que ya se ha hecho muy común el quitar la vida sin ningún tipo de prejuicio.
Frente al tipo de candidatos que nos llegan, en México, veo que se proponen dos alternativas. La primera consiste en votar por el menos mal. La segunda propuesta consiste en ir a la urna pero invalidar el voto, porque de pronto resulta que no existe el menos mal, y lo importante es hacer uso de nuestro voto, para mitigar el abstencionismo. Cualquiera de las dos opciones, en tanto que sea un voto razonado, supone una conciencia de lo que estamos haciendo, así como una responsabilidad cívica. Y esto tomando en cuenta que no se permiten las candidaturas independientes, y que hay que ver mejor a la persona del candidato que al partido que lo representa.