Una educación excesivamente psicologista, tanto para el ámbito académico como para el del hogar, ha de cuidar el no promover inconscientemente la Ley del menor esfuerzo, que casi siempre va de la mano con el cuidado exagerado de lo Políticamente correcto (PC), según nos advierte Umberto Eco, filósofo italiano en su obra A paso de cangrejo. Eco dice que “muchas veces la decisión PC representa una forma de eludir problemas sociales no resueltos aún, enmascarándolos mediante un uso más adecuado del lenguaje”. Y esto es cierto, toda vez que la vida no es PC, ya que la ganancia por nuestro esfuerzo no siempre es justa; además de que, hemos dicho, no hay que olvidarnos de la certeza de la muerte (y la muerte no es políticamente correcta). Y la virtud, ante estas tendencias a lo PC y al vicio de la Ley del menos esfuerzo, sigue siendo un hábito que nos facilita hacer prontamente el bien y elegir lo óptimo de entre lo mejor, se consigue con trabajo arduo y constante, y en el esfuerzo por la virtud siempre está respetándose el bien del otro, el bien común, más allá de la Ley del menor esfuerzo y de lo PC.
lunes, 22 de junio de 2009
De la virtud como Educación
Una educación excesivamente psicologista, tanto para el ámbito académico como para el del hogar, ha de cuidar el no promover inconscientemente la Ley del menor esfuerzo, que casi siempre va de la mano con el cuidado exagerado de lo Políticamente correcto (PC), según nos advierte Umberto Eco, filósofo italiano en su obra A paso de cangrejo. Eco dice que “muchas veces la decisión PC representa una forma de eludir problemas sociales no resueltos aún, enmascarándolos mediante un uso más adecuado del lenguaje”. Y esto es cierto, toda vez que la vida no es PC, ya que la ganancia por nuestro esfuerzo no siempre es justa; además de que, hemos dicho, no hay que olvidarnos de la certeza de la muerte (y la muerte no es políticamente correcta). Y la virtud, ante estas tendencias a lo PC y al vicio de la Ley del menos esfuerzo, sigue siendo un hábito que nos facilita hacer prontamente el bien y elegir lo óptimo de entre lo mejor, se consigue con trabajo arduo y constante, y en el esfuerzo por la virtud siempre está respetándose el bien del otro, el bien común, más allá de la Ley del menor esfuerzo y de lo PC.
lunes, 15 de junio de 2009
La universidad y el Modelo educativo basado en competencias
La educación se ha convertido en un subempleo, o a lo mucho sólo alcanzamos a ver instituciones funcionalistas más que de carácter intelectual, y es que en medio de las tantas universidades que tenemos en nuestras ciudades mexicanas, se ve difícil encontrar instituciones educativas que tengan departamentos de investigación consolidados, difícil es encontrarlas porque son pocas en donde haya invención y producción intelectual con la que se bombardee de buenas ideas al imaginario colectivo, que según la noción más tradicional de este término, es con lo que el ser humano interpreta el mundo en el que vive.
Y frente a lo anterior, también nos encontramos con una educación detentada por perspectivas psicopedagógicas-empresariales que no han sido bien importadas para nuestra cultura: llegan tarde y/o mal, como sabemos que suele suceder en México, y es que tristemente nuestro país ha sido paradigma de mal importador de ideas (o mal importador de programas televisivos, radiofónicos, etc.); hace falta, pues, que se produzca educación en el ámbito teórico desde México, para que alcance a ser efectivamente práctico el quehacer educativo, de manera que haya una impronta auténticamente mexicana en el quehacer educativo. Una impronta teórica y práctica para la educación de los mexicanos, que vaya según la mentalidad y cultura del mexicano, la cual, intentando aplicar la enseñanza de Leopoldo Zea, tendrá el sello de “autenticidad” cuando esté preocupada (en este caso la educación) por la resolución de los problemas más urgentes de nuestro país.
Aquí hablaré del Modelo educativo basado en competencias (MEC) y algunos de los fenómenos que nos gustaría que tal modelo sepa considerar, este modelo educativo se quiere instalar desde hace tiempo (incluso con otros nombres), pero ha sido más evidente el intento de instaurarlo ahora con la pretendida reforma educativa que busca hacer el gobierno mexicano; este es un modelo –el MEC–, que antepone el bienestar productivo empresarial a la preocupación porque el ser humano sepa darle sentido a la vida, lo cual reduce el educar sólo al ámbito de la capacitación y el adiestramiento. Y esto del sentido de la vida no es otra cosa, en gran medida, que tener una educación capaz de desafiar la depresión y la baja autoestima que parecieran una moda en el mundo contemporáneo.
Decía que hoy está como la novedad de la supuesta reforma educativa el MEC, que es la traducción (competencias) que se le ha querido dar al término “know-how”: expresión perteneciente a un modelo educativo de origen anglosajón, que según los expositores del dichoso modelo, implica el fundar la educación académica en las exigencias de la empresa por la empresa, donde se hace de la empresa un fin y no un medio para la persona.
Y entonces es fácil engancharse en este modelo educativo, pues se hace del trabajo un estado de vida, o un modo de vida; como que uno se matrimonia con el trabajo, el trabajo llega a ser un cónyuge, de manera que el hacer familia suele olvidarse, precisamente, por serle más fieles al trabajo. Incluso las relaciones familiares, con la esposa y los hijos, vienen a considerarse como una infidelidad al trabajo. Sin embargo, no obstante esta facilidad para engancharse en el modelo “por competencias”, que, como se ha dicho, emana de un pretensiosa ideología que supone a la empresa como una entidad que ha de ser todopoderosa, es también muy fácil el decepcionarse de lo que alcance a prometer este modelo educativo, pues es triste, en circunstancias socioeconómicas como las de México, ver que son pocas las oportunidades de trabajo, entonces viene la frustración porque se tiene una licenciatura que ha pretendido capacitar competentemente para el trabajo, e inmediatamente se tiene uno que enfrentar con la falta de oportunidades laborales.
Y las decepciones vienen, además, porque se vive en circunstancias en las que uno no tiene opciones para escoger; hacen falta sistemas educativos y modos de vida que abran oportunidades de desarrollo más allá de los de los ámbitos económico administrativos. En concreto hace falta la promoción de las ciencias humanistas, hace falta arte, historia, literatura, filosofía, de manera que el pensamiento humano tenga respiros de aire diferente al económico administrativo, que es el olor predilecto de una educación en competencias.
Los términos técnicos de una determinada ciencia, disciplina y/o arte, en este caso de la ciencia y el arte de educar: donde radica el término competencias, suelen oscilar hacia dos extremos: o a recibírsele como un prodigio, donde ciega o acríticamente una minoría la acepta (o se siente obligada, esta minoría, a aceptarla, ya que van en juego sus ingresos por su labor docente), o a rechazárseles toda vez que las mayorías no quieren nada con definiciones técnicas; y me parece que es urgente, entre estas dos polarizaciones, que los padres de familia nos esforcemos en tener idea de las ideologías que mueven instituciones, planes y programas de estudio y docentes en nuestro país.
Esto urge porque hay quienes suponen que es buena la educación que sus hijos reciben, pero hay que ser observadores y observar si nuestros hijos se están educando, no vaya a ser que en lugar de inversión haya, más bien y por desgracia, gasto en la educación, o gasto en que sólo vayan a la escuela porque no vemos que se eduquen, toda vez que las mayorías de los que ingresan a la universidad no superan actitudes adolescentes ante lo que significa estudiar; es increíble que en las universidades mexicanas aún tengan que andar los catedráticos convenciendo y hasta correteando a los alumnos (insisto, ya de universidad) para se pongan a hacer la tarea, o los docentes tengan que inventar trabajos en equipo, muchas veces, para hacer que no reprueben aquellos alumnos que no saben bien a bien qué hacen en las aulas universitarias.
Mientras que, en otros países donde es más significativo ese seguimiento, que queremos nosotros los mexicanos denominar como vocacional (ya que se supone que hay orientadoras y departamentos vocacionales y psicopedagógicos en las instituciones educativas): que tendría que ser para detectar y por sobre todo para promover talentos, en tales países pues, que son de un sistema educativo más serio, se ponen y usan filtros, de manera que no cualquiera llega o no cualquiera sale de una universidad; y es que aquí en México se está haciendo como una obligación el que todo mundo, indiscriminadamente, vaya a la universidad, cuando hay quienes serían felices (y hasta económicamente exitosos) quedándose en el nivel técnico. Y por falta de estos filtros es por lo que no vemos que se distinga entre técnicos y profesionistas. Entre quienes haya qué apoyar para que ingresen a la universidad y quien ha de orientarse mejor al ámbito técnico, muy necesario por cierto, ya que es difícil encontrar un mecánico, un plomero, un albañil, un carpintero, etc., que además de responsable sea honesto, actualizado en su oficio, y apasionado en lo que hace.
Entonces, ya que se siguen importando modelos educativos que vienen de culturas diferentes a la nuestra, y al parecer estamos lejos de que el Sistema educativo oficial tome en cuenta los esfuerzos que hay en las mejores universidades humanistas, con nuestros intelectuales afortunadamente no comerciales o populares, que siempre están pensando en el ámbito de la persona y su educación, pues dejamos aquí algunos de los retos que, esperamos, considere la teoría y práctica del MEC, de manera que nuestras universidades sean de un carácter más intelectual y funcional, no sólo funcionalista.
La educación se ha convertido en un subempleo, o a lo mucho sólo alcanzamos a ver instituciones funcionalistas más que de carácter intelectual, y es que en medio de las tantas universidades que tenemos en nuestras ciudades mexicanas, se ve difícil encontrar instituciones educativas que tengan departamentos de investigación consolidados, difícil es encontrarlas porque son pocas en donde haya invención y producción intelectual con la que se bombardee de buenas ideas al imaginario colectivo, que según la noción más tradicional de este término, es con lo que el ser humano interpreta el mundo en el que vive.
Y frente a lo anterior, también nos encontramos con una educación detentada por perspectivas psicopedagógicas-empresariales que no han sido bien importadas para nuestra cultura: llegan tarde y/o mal, como sabemos que suele suceder en México, y es que tristemente nuestro país ha sido paradigma de mal importador de ideas (o mal importador de programas televisivos, radiofónicos, etc.); hace falta, pues, que se produzca educación en el ámbito teórico desde México, para que alcance a ser efectivamente práctico el quehacer educativo, de manera que haya una impronta auténticamente mexicana en el quehacer educativo. Una impronta teórica y práctica para la educación de los mexicanos, que vaya según la mentalidad y cultura del mexicano, la cual, intentando aplicar la enseñanza de Leopoldo Zea, tendrá el sello de “autenticidad” cuando esté preocupada (en este caso la educación) por la resolución de los problemas más urgentes de nuestro país.
Aquí hablaré del Modelo educativo basado en competencias (MEC) y algunos de los fenómenos que nos gustaría que tal modelo sepa considerar, este modelo educativo se quiere instalar desde hace tiempo (incluso con otros nombres), pero ha sido más evidente el intento de instaurarlo ahora con la pretendida reforma educativa que busca hacer el gobierno mexicano; este es un modelo –el MEC–, que antepone el bienestar productivo empresarial a la preocupación porque el ser humano sepa darle sentido a la vida, lo cual reduce el educar sólo al ámbito de la capacitación y el adiestramiento. Y esto del sentido de la vida no es otra cosa, en gran medida, que tener una educación capaz de desafiar la depresión y la baja autoestima que parecieran una moda en el mundo contemporáneo.
Decía que hoy está como la novedad de la supuesta reforma educativa el MEC, que es la traducción (competencias) que se le ha querido dar al término “know-how”: expresión perteneciente a un modelo educativo de origen anglosajón, que según los expositores del dichoso modelo, implica el fundar la educación académica en las exigencias de la empresa por la empresa, donde se hace de la empresa un fin y no un medio para la persona.
Y entonces es fácil engancharse en este modelo educativo, pues se hace del trabajo un estado de vida, o un modo de vida; como que uno se matrimonia con el trabajo, el trabajo llega a ser un cónyuge, de manera que el hacer familia suele olvidarse, precisamente, por serle más fieles al trabajo. Incluso las relaciones familiares, con la esposa y los hijos, vienen a considerarse como una infidelidad al trabajo. Sin embargo, no obstante esta facilidad para engancharse en el modelo “por competencias”, que, como se ha dicho, emana de un pretensiosa ideología que supone a la empresa como una entidad que ha de ser todopoderosa, es también muy fácil el decepcionarse de lo que alcance a prometer este modelo educativo, pues es triste, en circunstancias socioeconómicas como las de México, ver que son pocas las oportunidades de trabajo, entonces viene la frustración porque se tiene una licenciatura que ha pretendido capacitar competentemente para el trabajo, e inmediatamente se tiene uno que enfrentar con la falta de oportunidades laborales.
Y las decepciones vienen, además, porque se vive en circunstancias en las que uno no tiene opciones para escoger; hacen falta sistemas educativos y modos de vida que abran oportunidades de desarrollo más allá de los de los ámbitos económico administrativos. En concreto hace falta la promoción de las ciencias humanistas, hace falta arte, historia, literatura, filosofía, de manera que el pensamiento humano tenga respiros de aire diferente al económico administrativo, que es el olor predilecto de una educación en competencias.
Los términos técnicos de una determinada ciencia, disciplina y/o arte, en este caso de la ciencia y el arte de educar: donde radica el término competencias, suelen oscilar hacia dos extremos: o a recibírsele como un prodigio, donde ciega o acríticamente una minoría la acepta (o se siente obligada, esta minoría, a aceptarla, ya que van en juego sus ingresos por su labor docente), o a rechazárseles toda vez que las mayorías no quieren nada con definiciones técnicas; y me parece que es urgente, entre estas dos polarizaciones, que los padres de familia nos esforcemos en tener idea de las ideologías que mueven instituciones, planes y programas de estudio y docentes en nuestro país.
Esto urge porque hay quienes suponen que es buena la educación que sus hijos reciben, pero hay que ser observadores y observar si nuestros hijos se están educando, no vaya a ser que en lugar de inversión haya, más bien y por desgracia, gasto en la educación, o gasto en que sólo vayan a la escuela porque no vemos que se eduquen, toda vez que las mayorías de los que ingresan a la universidad no superan actitudes adolescentes ante lo que significa estudiar; es increíble que en las universidades mexicanas aún tengan que andar los catedráticos convenciendo y hasta correteando a los alumnos (insisto, ya de universidad) para se pongan a hacer la tarea, o los docentes tengan que inventar trabajos en equipo, muchas veces, para hacer que no reprueben aquellos alumnos que no saben bien a bien qué hacen en las aulas universitarias.
Mientras que, en otros países donde es más significativo ese seguimiento, que queremos nosotros los mexicanos denominar como vocacional (ya que se supone que hay orientadoras y departamentos vocacionales y psicopedagógicos en las instituciones educativas): que tendría que ser para detectar y por sobre todo para promover talentos, en tales países pues, que son de un sistema educativo más serio, se ponen y usan filtros, de manera que no cualquiera llega o no cualquiera sale de una universidad; y es que aquí en México se está haciendo como una obligación el que todo mundo, indiscriminadamente, vaya a la universidad, cuando hay quienes serían felices (y hasta económicamente exitosos) quedándose en el nivel técnico. Y por falta de estos filtros es por lo que no vemos que se distinga entre técnicos y profesionistas. Entre quienes haya qué apoyar para que ingresen a la universidad y quien ha de orientarse mejor al ámbito técnico, muy necesario por cierto, ya que es difícil encontrar un mecánico, un plomero, un albañil, un carpintero, etc., que además de responsable sea honesto, actualizado en su oficio, y apasionado en lo que hace.
Entonces, ya que se siguen importando modelos educativos que vienen de culturas diferentes a la nuestra, y al parecer estamos lejos de que el Sistema educativo oficial tome en cuenta los esfuerzos que hay en las mejores universidades humanistas, con nuestros intelectuales afortunadamente no comerciales o populares, que siempre están pensando en el ámbito de la persona y su educación, pues dejamos aquí algunos de los retos que, esperamos, considere la teoría y práctica del MEC, de manera que nuestras universidades sean de un carácter más intelectual y funcional, no sólo funcionalista.
Educación Personalista
Política y Voto: ¿Por quién votar?
Es casi imposible razonar el voto, según se ve, y hemos tenido ejemplos francamente exagerados de que el voto no se emite desde una previa reflexión, en la que por iniciativa personal, es decir, que por convicción se indague en la persona de los candidatos, en saber de su solvencia intelectual y moral, de manera que alguna noción se tenga de su intención y capacidad de acierto en la difícil tarea de cuidar por el bien común y la justicia.
Del contexto donde se supone que se pueda dar el voto razonado, también hay que considerar que la propaganda o difusión de las “propuestas” políticas no es racional, sino emotivista, incluso de pronto no se tiene cuidado en el abandono que se hace de la razón, tanto como que de lo emotivista se pasa a las payasadas y hasta se llega a lo visceral: que es cuando vemos a los “políticos”, como vulgarmente se dice, “darse con todo”, i. e., “sacándose sus trapitos al sol”. De manera que las contiendas más bien son una guerra, en donde es común ver que todo se vale.
El problema de este emotivismo tan entretenido, es que tiende a distraer, y también a confundir, lo cual es aún peor; es muy usado (el emotivismo) para esconder la verdadera intención de un candidato o para imponer mentiras, con la siguiente fórmula que, al parecer, no falla: de tanto que se pronuncia una mentira ésta se convierte en verdad, lo cual ya es común que llegue a suceder en la clase política.
Ya sabemos que otro tipo de distracciones son las populistas (mismas que no dejan de darse desde un lenguaje emotivista), por las que se dan regalitos a diestra y siniestra en nuestras colonias populares, en donde mucha de la gente está mal acostumbrada a que le den porque sí, y con estas prácticas lo que se hace es fortalecer el círculo vicioso de vivir en la ley del menor esfuerzo; se ha visto que a la gente de las periferias se les congrega para darles una carne asada, y son, pues, tácticas viejas que no fallan para ganarse el voto popular.
Un voto razonado será el que pueda darse, antes que nada, desenganchado del emotivismo imperante de los tiempos proselitistas; pero hay un paso más difícil que hay que dar, que consiste como ya adelantaba líneas arriba, en investigar las personas de los candidatos, y ya de por sí el término investigar al común de los ciudadanos mexicanos le causa extrañeza, incluso carecemos de una educación que le garantice capacidad de investigación e inventiva a quien tenga, por lo menos, el bachillerato o preparatoria terminada. De modo que, permítaseme, y perdón por la generalización, pues que por el bajo nivel cultural y educativo, resulta que el ciudadano es fácil que se le persuada y se le convenza demagógicamente, sacudiéndole los sentimientos, sin saber quién dice qué, cómo o por qué.
Yo creo que esa invitación tan insistente a votar, tiene, o mejor dicho, supone, algo de validez, puesto que va de por medio un compromiso moral, por eso es que la invitación vale; toda vez que somos ciudadanos, y por serlo, nada más por serlo, hay deberes ciudadanos por cumplir; desde esta perspectiva el no razonar el voto, el votar por un partido por puro tradicionalismo (porque siempre se ha votado por el mismo), no se puede ver como algo responsable, me parece tan irresponsable como el votar por un interés individual: por algo que me dieron o me van a dar, en el sentido de hacer del voto un pago, que demanda factura.
Hay, pues, a quienes los convencen con muy poco, y tristemente en México, es la mayoría, los convencen con carnes asadas, o con proyecciones de películas fuera de una subdelegación; tal vez con un sándwich y dulces que les hacen llegar a sus hijos; y así como en la religión se ve mal el vivirla por tradición y no por convicción, lo mismo sucede, que aún se ve quienes le profesan una fe ciega a un partido y lo siguen apoyando por pura tradición.
El problema de la confianza por tradición a un partido se quiere fundar en la supuesta filosofía de éste. Consintamos que se conozca la tal filosofía, el problema es que actualmente lo que menos vale son los buenos ideales o valores, es decir, la filosofía que mueva una institución. Para muestra está el hecho de que hay coaliciones entre partidos que, supuestamente, son siempre antagónicos (según sus filosofías respectivas), y no es que haya un diálogo capaz de incluir diferencias, no, en México hoy eso es impensable e imposible, lo que vemos (en tales coaliciones) son tratos tan interesados como el mismo nepotismo que se ve en política.
La solvencia intelectual es necesaria, yo insisto que si alguien con preparación intelectual puede incurrir en error, definitivamente que cometerá más errores quien no tiene preparación, y soy testigo de una diputada local que no tenía ni la secundaria, ella era mi vecina, vivía a unas diez o quince cuadras de mi casa.
Luego la solvencia moral, por la que los conocimientos y talentos que se tienen alcanzan una proyección hacia la comunidad, es decir, en función del bien común. La solvencia moral es, recordando la tradición del pensamiento escolástico, la intencionalidad por hacer el bien. Y recuerdo que a mi vecina diputada que ni a la secundaria ha de haber llegado, se le solía ver ebria en las calles de la colonia.
Sensibilidad por la dignidad de la vida y la promoción de la vida buena y de los talentos, no se puede tener sin preparación intelectual y sin formación moral, por esto es que es importante rastrear, indagar, investigar en la persona de nuestros candidatos, más allá de los spots que ya de plano resultan chocantes.
Sin solvencia moral la vida no se defiende, nadie sin solvencia moral puede tener la aptitud para defender la vida, por eso es que da igual legitimar prácticas que van contra la dignidad de la vida, y en esto hay que poner mucha atención, en qué idea tiene el candidato de lo que es la dignidad de la persona humana, cómo y desde dónde se compromete a defenderla, esto urge, toda vez que ya se ha hecho muy común el quitar la vida sin ningún tipo de prejuicio.
Frente al tipo de candidatos que nos llegan, en México, veo que se proponen dos alternativas. La primera consiste en votar por el menos mal. La segunda propuesta consiste en ir a la urna pero invalidar el voto, porque de pronto resulta que no existe el menos mal, y lo importante es hacer uso de nuestro voto, para mitigar el abstencionismo. Cualquiera de las dos opciones, en tanto que sea un voto razonado, supone una conciencia de lo que estamos haciendo, así como una responsabilidad cívica. Y esto tomando en cuenta que no se permiten las candidaturas independientes, y que hay que ver mejor a la persona del candidato que al partido que lo representa.