lunes, 7 de febrero de 2011

Ser y quehacer del bien común

Publicado en: El Mexicano: LUNES 7 DE FEBRERO DE 2011, Tijuana B. C., p. 19A

Por Jesús M. Herrera A.

El bien común refiere a algo a lo que tendemos en comunidad, antes que en sociedad. Se ha distinguido sociedad de comunidad, en tanto que la primera es natural y la segunda es artificial: la primera surge espontáneamente en el sentido de que nacemos en una familia, y que aunque ésta no sea “tradicional” es un modo primigenio por el que literalmente podemos sobrevivir, ya que somos absolutamente dependientes de los progenitores o tutores. Mientras que la sociedad, no obstante que pueda venir de la primera, implica un reconocimiento positivo, casi siempre jurisdiccional.

Retomemos, pues, este carácter primigenio de la comunidad, que es a lo que naturalmente tendemos, i. e., que estamos inclinados naturalmente a hacer comunidad. Es que aun cuando se fantasee en torno a vivir solos en una isla desierta, por las dificultades que implican el hecho, precisamente, de hacer comunidad, resulta que lo más conveniente para lograr el crecimiento no sólo físico, sino también existencial o de realización o felicidad, pues es la vida comunitaria.

Estamos llamados a terminar de ser personas. El ser personas supone la condición de ser algo que a la vez se hace de continuo. Unos han querido ver o proponer que el ser humano tiene una naturaleza definida en el sentido de que su historia no le condiciona nada; otros han supuesto que no tenemos algo natural por lo que somos humanos: lo más sensato es evitar esos extremos.

Y, en virtud de lo anterior, es que somos personas porque ello implica que somos sujetos en proyecto de ser lo que vamos haciéndonos por nuestra historicidad, y esto no es ni una tautología y ni una contradicción, sino que tenemos una condición que cultivar, pero, se insiste, como algo que viene a ser un proyecto que dura toda nuestra vida; el llegar a ser lo que estamos llamados a ser, es una tarea perenne en el transcurso de nuestra vida.

Pues bien, este proyecto de forjarnos como personas, no se realiza al margen de la comunidad, olvidándonos del encuentro con los otros. Ya la persona, decíamos, refiere a un supuesto dado que vamos cuidando, porque este supuesto no es otra cosa que un cúmulo de potencialidades por actualizar; tenemos potencialidades que refieren a todo lo mejor que somos y, como potencialidades, están ocultas, o sea, virtualmente están en cada uno de nosotros, hay que hacer que eso virtual pase a ser real. Y en ello la comunidad es fundamental, para hacer que desarrollemos nuestras potencialidades.

Más, también somos, como dice Carlos Díaz, sujetos de relación, subsistencia relacional. La subsistencia refiere al supuesto, a la condición que ya hemos mencionado y con que hemos venido al mundo. Y la relación es algo propio del ser persona, pues se es más persona en la medida en que hay más capacidad de hacer comunidad, que es disposición de apertura a los otros, para vivir no dependiente, ni independiente, sino interdependientemente.

Este filósofo español, Carlos Díaz, dice que “vivir es con-vivir, mirar es mirar y ser mirado” y luego, siguiendo a Buber dice: “No somos la suma de un yo más un tú separados; entre tú y yo y entre yo y tú vamos caminando”.

Y más que el caminar físico, de trasladarse de un lugar a otro, que, sobre todo en terrenos difíciles, se convierte en un icono del caminar existencial, por el que subimos cuestas difíciles, porque se tiene que atravesar lugares accidentados, llegan momentos en la vida en que se tiene que nadar a contracorriente, y correr contra el viento. Y en esto, se hace necesaria la compañía de los otros.

Es que lo más terrible que nos puede suceder como personas, es sufrir de soledad, pues que casi por definición, la soledad no es otra cosa que una despersonalización. Sigue diciendo Carlos Díaz: “Alteridad y yoidad conviven en el nosotros que somos, en su recíproca inter-relación: yo llego a ser yo en el tú; al llegar a ser yo, digo tú. Yo-y-tú podemos personificarnos, o cosificarnos y embrutecernos; cuando la personificación vence sobre la cosificación, se produce el roce con la eternidad, la comunificación perfecta, el nosotros verdadero”.

Es que la cerrazón hacia el otro, supone siempre una cosificación del otro, porque el otro o prójimo no puede quedar ante nosotros desapercibido, no es justo quedarnos inertes o apáticos con el que está a mi lado, pues ya eso que pareciera no hacerle un mal a nadie, de hecho, es tratarlo como un objeto que no me significó nada, y eso no se puede hacer con el otro.

Entonces, desde estos elementos fundamentales, vamos abriendo paso a la auténtica comunidad, que es activa, no pasiva en el sentido de agruparnos, suponiendo que ese agrupamiento es un mal necesario porque no queda de otra.

No se pierda, pues, el sentido de la comunidad, como ese espacio de crecimiento y realización. Ahora bien, ¿qué buscamos en comunidad? De acuerdo con la filosofía clásica, miramos hacia la justicia, a ella la hacemos nuestro gran ideal. Imperfectamente, se puede leer la historia como esa búsqueda de la justicia, no obstante que casi siempre se le lee a la historia en clave pesimista.

Decía que se ve imperfectamente la búsqueda de la justicia, porque lamentablemente la justicia se ha buscado o intentado desde el odio, las luchas han sido en términos de rivalidad y hasta de venganza. El odio, lamentablemente, en no pocos, ha sido el motor y justificación de las revoluciones que buscaban la eliminación de las clases sociales, y la supresión de la propiedad privada, es lo que no pocos comprendieron con la enseñanza de Marx en un primer momento, afortunadamente, esa lectura de Marx, al parecer, se ha mitigado.

Regreso con Carlos Díaz: “A merced mía, ofreciéndoseme, infinitamente frágil, desgarrado como un llanto suspendido, el rostro me llama en su ayuda, y hay algo imperioso en esta imploración: su misericordia no me da lástima, al ordenarme que acuda en su ayuda esa miseria me hace violencia. La humilde desnudez del rostro reclama como algo que le es debido mi solicitud y, hasta se podría decir, mi caridad. En efecto, mi compañía no le basta a la otra persona cuando ésta se me revela por el rostro: ella exige que yo esté para ella y no solamente con ella”.

Aquí se trata de que el motor de la revolución: que un día Marx puso como el único medio para transformar el mundo, ya no sea el odio sino el amor, porque el amor también es causa de revolución personal y social, el amor consigue esa justicia que consiste en dar y recibir según se merezca o según se deba, y allí vemos el quehacer del bien común.

Mientras que el odio lo que hace es ajusticiar a raja tabla, desde la Ley de talión: donde se cobra ojo por ojo y diente por diente, fortaleciendo los rencores entre sociedades y culturas. Y es que así como el amor une, también el odio es vínculo de unión, el primero es un vínculo que construye, mientras que el segundo es un vínculo que destruye.

Finalmente, sólo este vínculo desde el amor, es el que puede fundar esas dos virtudes sociales que son las de la solidaridad y la de la subsidiariedad. Por la primera nos sabemos hermanos, convivimos desde la fraternidad; y por la segunda aprendemos a ayudarnos, precisamente para alcanzar un orden cada vez más justo.