lunes, 26 de abril de 2010

Política, actividad de inclusión o de solidaridad


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano, / LUNES 26 DE ABRIL DE 2010, TIJUANA, B.C./ p. 23A
En la columna pasada, describía lo que fuese una “moral indolora”, término usado por el filósofo francés Gilles Lipovetsky, y he tratado de reflexionarlo en la situación de nuestra forma mexicana de vivir.  En donde en pos de una solución inmediatista se gesta una moral social suave: que no implique esfuerzo, que pueda lograr una paz hipócrita que cuaja en indiferentismos que casi se hacen lo substancial de ese valor liberal, tan cultivado a la luz de John Locke que es el de la tolerancia: pero a mi ver, descontextualizándolo hasta hacerlo que pierda referentes.
Yo considero que esta moral indolora se ha tomado como un buen pretexto para evadir el auténtico compromiso con la sociedad, o mejor es decir, con la comunidad: para olvidarnos del auténtico significado de la solidaridad, que es el valor con el cual se construye y dinamiza el diálogo político para que éste pueda ser incluyente.
Precisamente por prudencia uno sabe que en determinadas circunstancias el dar ciertas limosnas no ayudan al que se nos presenta como "indigente", sin embargo a nivel político-social, las limosnas sirven para distraer a la gente, esto se materializa en las diferentes prácticas populistas que vamos viendo nacer en cada periodo de elecciones; se trata de algo que vemos agudizado en México.
Enrique Dussel, líder de la filosofía latinoamericana en ese trabajo de hacer filosofía de la liberación pensando en ser incluyente, nos invita a superar lógicas de exclusión, nos ayuda a pensar para construir desde lógicas de inclusión.
De hecho, intentando hacer dialogar filosofía de la liberación y filosofía personalista, la inclusión tiene mucho que ver con el valor social de solidarizarse, de manera que se trata, en Dussel, de una inclusión realista, porque la inclusión hay que hacerla cuajar en trabajo, en una toma de posición activa, para dejar las actitudes pasivas que precisamente sirven para que se fortalezcan las distintas praxis populistas que tanto le gusta promover al gobierno (de cualquier partido político), con lo cual se le sigue haciendo pensar a los más necesitados que lo que les toca hacer es estirar la mano y esperar la limosna.
Una vía de liberación de los pobres y necesitados, en la praxis sociopolítica había sido la ofrecida por Karl Marx; se había hecho una lectura unívoca del medio, del cómo liberar a los marginados o pobres; ese medio o el “cómo” era la revolución; los marginados en términos de Marx eran los alienados, los de la clase proletaria; se trataba de una condición, la alienada, que la he alcanzado a comprender como lo que refiere esa expresión vulgar del tener “lavado el cerebro (o coco-wash)”.
Según Marx, la alienación o esa marginación se daba a través de los sistemas sociales, pensados y actuados por los políticos; también a través de la filosofía, pues ésta no transformaba la sociedad y se subordinaba a las intenciones de los poderosos o burgueses, y también le servía a ese otro medio: el de la religión, es el medio de alienación más poderoso a los ojos de Marx, porque ha servido como un refugio de gente pueril que aún gusta de fantasear para ocultar su cobardía; y, siguiendo Marx a Ludwig Feuerbach y otros, la religión servía como opio para el pueblo; de manera que estar alienado es también análogo a estar drogado.
Entonces la lectura unívoca que tradicionalmente se ha hecho de Marx, conduce a pensar en la revolución por la cual hay que atacar a diestra y siniestra, desde el supuesto de que todo burgués, toda filosofía y sobre todo cualquier institución o persona religiosa, lo único que hacen es idiotizar al pueblo, con el fin de vivir parasitariamente a costillas de los alienados.
Y bien, regresando con Dussel, se supera la forma de hacer revolución: ya en el ámbito teórico se comienza a matizar, de manera que no todo religioso y no toda religión llega a ser alienante y fantasiosa, se puede pensar en algún ejercicio político más honesto, y es injusto ver a todos los ricos como malos (imagen injusta del rico, del empresario que, por cierto, se le sigue imponiendo a muchos a través de diversos discursos demagógicos; en México llegan a hacerle creer a la gente que ser rico es malo y ser pobre es bueno).
Dussel, pues, representante de la joven tradición de la filosofía latinoamericana contemporánea, intentando mejorar las nuevas formas de aprovechar la enseñanza de Marx, las cuales nos llegan sobre todo de la Escuela de Frankfurt, de la que bien se ha dicho que psicoanaliza el marxismo y sociologiza el psicoanálisis: de manera que sistemáticamente alcancemos a descubrir las intenciones ocultas de los sistemas que quisieran fortalecer ese círculo vicioso de la exclusión.
Una observación muy atinada y conclusiva de la crítica a la sociedad, teniendo en cuenta la influencia filosófica de Frankfurt, nos la entrega José M. Mardones, quien dice: “La política moderna es cada vez más consciente de las dimensiones estructurales de la sociedad.  Quizá por eso mismo, se siente amenazada de reducir la política a pura tecnología de sistemas.  Enfrente están los románticos de la política, que esgrimen un voluntarismo de buenos deseos frente a la dureza y terquedad de los mecanismos económicos y burocráticos”.
Dussel, y de manera muy general en filosofía, observan que esta labor crítica de la sociedad en los representantes más connotados de Frankfurt, como son Jürgen Habermas y Karl-Otto Apel, ha tomado un camino que quiere ser dialógico, pero muchos pueden interpretar un tipo de diálogo que peligra de hacer discutible todo, incluso la propia vida.
A esto Dussel arguye que, precisamente es la garantía del respeto por mi vida lo que quedará como materia principal para iniciar el diálogo; pero el respeto no consiste sólo en no atacar al otro, incluso puede haber falsos respetos que se convierten en indiferentismo por el otro, y eso ya es atacar, pues uno se hace cómplice de injusticias cuando las calla.
El respeto por la vida se materializa en el hecho de la promoción de la vida; para esto hablar de vida suena abstracto; más bien ya nos referimos a ella en términos de vida buena, porque no es suficiente con vivir en el sentido de estar al día subsistiendo, más bien de lo que se trata es de vivir decorosamente; hablar de la vida es referirnos mínimo a lo biológico de ella y máximamente a lo simbólico que la alimenta, de manera que se pueda crecer a través del arte y el juego, y no quedar atrapados en los laberintos de ese trabajo alienante que no deja ser.
De hecho hablar de la vida ya desde los viejos filósofos de la Edad media no dice mucho, quizá ni diga nada según un experto en esa tradición filosófica, como es Mauricio Beuchot de la UNAM, a menos de que la referencia de vida sea el ser humano como el primer viviente.
Y poniendo en diálogo la filosofía de la Edad media con la filosofía del Otro, como la de Lévinas, entonces resulta que el ser humano es el que se nos revela como prójimo, llega a decir Beuchot que “el ser es el otro”, Lévinas, por su parte, exige que nos responsabilicemos por el otro aun antes de conocerlo.
Pues bien, esto generaría una violencia que nace desde uno mismo, con el fin de construir comunidad; se trata de una violencia que me abra al respeto y la promoción del bien común; para ello hay un puente, que lo encuentro en el trabajo de una de mis profesoras de filosofía: la Dra. Dora Elvira García González (que ahora es investigadora del Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México), ella dice que desde la prudencia se puede poner uno en el lugar del otro, desde la prudencia porque implica el pensar y actuar, en la línea de Aristóteles que ella ha estado cultivando en sus investigaciones en torno a Filosofía política.

lunes, 19 de abril de 2010

Moral indolora y medios de comunicación


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano: LUNES 19 DE ABRIL DE 2010 / TIJUANA, B.C., p. 26A.
En esta ocasión me dedicaré a hacer una descripción de lo que Lipovetsky considera como “Ética indolora”.  Es un concepto que trata en su libro “El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos”.
Este concepto lipovetskyano, luego de describirlo, intentaré hacerlo ver presente en los medios de comunicación y en ese ideal escurridizo, y muchas veces equivocista, de ser democráticos, de hacer una sociedad y una vida política democrática.  Espero también estar aplicando esta noción indolora de la ética a la forma social de vida que se estila en nuestro contexto mexicano.
Por principio estamos ante una moral tal vez descriptiva, pero no prescriptiva, en eso consiste una moral indolora que busca lógicamente una tranquilidad y hasta una cierta estabilidad individual, con lo cual, insistimos lógica o inteligentemente en una tranquilidad social.
Se trata de una moral descriptiva porque observa actitudes carentes de compromiso, y no se alcanza el deber ser, se elude el deber ser entendido éste como compromiso ante el otro y el bien común.
Lo de indoloro, en sentido o términos personalistas, significa que el bien moral no cuesta trabajo, es como el optimismo tranquilo que subyace en el conductismo para adquirir hábitos; una cultura del menor esfuerzo termina en una moral del menor esfuerzo, y una auténtica moral no puede ser del menor esfuerzo, es más, una moral auténtica requiere de mucho esfuerzo, ya que la moral es algo que se cultiva constantemente.
Se trata de ese esfuerzo por el cual el ser humano logra salir de sí y abrirse a los demás; hablamos aquí de dar tiempo, y éste cala porque se traduce en costos materiales en sentido anglosajón, a través de ese dicho de que “el tiempo es dinero”, cuesta entonces darle tiempo al otro.
Una actitud de moral indolora se ve cuando uno pretende dar lo que no necesita o le sobra para sentirse bien consigo mismo (altruismo o filantropía), pero no personaliza su ayuda, por eso nos parece que no es una moral auténtica lo que mueve, ya que sólo la apertura de sí, el dar de sí mismo es lo que verdaderamente ayuda al otro; mientras que la moral indolora es narcisista, tan hermética que sólo da para la limosna, pero no para la caridad, ya que en eso es en lo que consiste la auténtica moral, en términos de Lévinas, desde la responsabilidad por el otro aun antes de conocerlo.
El dar es para el narcisista, el de una moral indolora, una forma de hermetizarse más, porque ese dar no es para salir de sí, sino para idolatrarse a sí mismo; esta moral es vieja, claro que con sus respectivas matizaciones, pero es algo ya criticado, por ejemplo en el viejo Evangelio de los cristianos, cuando Jesús pone como hipócrita al fariseo que ora y da para que lo vean (Lc 18, 9ss).
Esto de una moral indolora hace que la vida social sea demasiado fría y pragmaticista (no pragmática), incluso se llega a usar del miedo para hacer trabajar o meterles zancadilla a los empleados en una organización.  Una moral indolora, como hacía ver Marx, permite que el trabajo no le pertenezca al que lo realiza.
En el ámbito político se llega a matar al contrincante, porque ya no sirve para los intereses cada vez más duros en cuanto a lo que se pone en juego constantemente, en términos de ganancias y de poder.  Y una cosa que logra una moral indolora es el justificar maquiavélicamente el hecho de hacer a un lado al otro sin ninguna consideración.
Es muy difícil mejorar la situación, por ejemplo, ante el trillado caso del aborto se escucha decir que el despenalizarlo no es un asunto moral sino de salud pública, lo que intento decir es que lo moral no se ve como algo propio de la persona y de la sociedad, sino como algo secundario o accidental de ella, ya que se sueña absurdamente (si en algo cabe la moral) con el hecho de que haya una moral al gusto de todos: estrictamente individual aunque explícitamente se renuncie al bien común.
Lo que yo veo desde mi trinchera, en el intento de acercar la filosofía a la gente, es que la formación moral tiene que ser acercada con un nivel intelectual y cultural más serio, y por quien tenga la formación para ello, y obviamente que tenga también la solvencia moral para hacerlo, no sólo la solvencia intelectual, también la moral; y un paso que sigue es el bombardear más en torno a una moral personalista, y definitivamente bombardear desde los medios masivos de comunicación, o por lo menos que, en este ideal, se aprovechen más los medios alternativos.
La viabilidad yo lo veo en tanto que hay que aprovechar lo que se tiene, los buenos medios de comunicación para formar moralmente a la sociedad son pocos, la mayoría están llenos de sensacionalismo, con un grado de moral indolora (que seguido no se advierte); tal vez haya que trabajar más en organizaciones civiles que ayuden a los hogares y a las instituciones educativas, más allá de los vicios en los que se quiere seguir “formando” al académico: como el vicio de la educación en competencias.  Que los hogares se den cuenta de la situación decadente en la que está el sistema educativo, para que tomen una actitud más participativa en la labor educativa, la cual si no es auténticamente moral (o sigue siendo para una moral indolora), está desvirtuada.
Se trata de un apoyo que emerja desde esa sensibilidad en torno a la persona y el bien común, advirtiendo de los excesos a los que conduce una cultura del menor esfuerzo.
Yo veo que la democracia es un término escurridizo, no se sabe bien a bien qué sea, los clásicos griegos estaban en contra de la democracia entendida como el gobierno de la plebe, y si eso se entiende por democracia pues también estoy en contra de la democracia (que viene a ser como una interpretación literal de democracia: gobierno del pueblo), si teniendo una preparación intelectual se equivoca el gobernante en la actividad política, pues más se falla si no se tienen más elementos para ser prudente en el gobierno de la polis.
Ahora bien, Prado Galán (filósofo de la Universidad Iberoamericana), siguiendo a Camps, ve la democracia como transparencia de lo público, y allí estará, según él, el cuidado del bien común, lo cual tal vez sea urgente en México, así que en ese sentido de urgencia me parece justo que la democracia comience por materializarse en torno a la transparencia.
Y bien, en este sentido los medios juegan un papel importante porque pareciera que se han empeñado en recibir a los actores políticos de una manera privilegiada para que entre ellos se saquen sus trapitos al sol.
Pero es una apariencia, porque la mayoría de los medios olvidan rápido las inmoralidades políticas en la medida en que van exponiendo una y otra sin parar, y esto significa que también el pueblo se olvide de los excesos de la clase política, en el sentido de que se acostumbra a tales excesos.
Lo cierto es que el sacarse los trapitos al sol no es lograr transparencia, y ni mucho menos cuidar del bien común.  Hace falta presionar más desde la ciudadanía (no quiero decir desde el pueblo).  Tal vez haga falta una cierta violencia, que rompa, pues, esa moral indolora para alcanzar una moral auténtica: fincada en el nosotros, en la preocupación por el otro, me refiero a la violencia del amor, la cual desarrollaré en la siguiente columna.

lunes, 12 de abril de 2010

Relación entre comunicación y educación


Por Jesús M. Herrera A.
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Publicado en El Mexicano / LUNES 12 DE ABRIL DE 2010 / TIJUANA, B.C., p. 18A
Al hablar de educar se implica ineludiblemente el comunicar, ya que el educador tiene que ser buen comunicador de eso que quiere dar a conocer, de eso que como educadores sabemos que es importante transmitirle a los educandos.
Y entre comunicar y educar hay una relación analógica que intentaré tratar en esta ocasión, cuando se dice que hay que tratar el asunto analógicamente es porque vamos a ver qué es lo diferente entre una y otra actividad, no obstante la implicación (entre comunicar y educar) cuando el comunicar tiene como fin el educar.
Un tratamiento analógico de algo es pobre cuando se le considera sólo como de una “comparación”, insisto, lo importante de un proceder analógico, es para salvaguardar la diferencia, para dar un orden desde supuestos casi siempre antagónicos.  Y esta simple “comparación” de uso común, cuando se habla de analogía, está desgastada en la medida en que lejos de buscar la diferencia uno se pierde o se distrae al quedarse solamente colocando en paralelos las semejanzas.
El problema al que quiero atender, desde la analogía para relacionar comunicación y educación, es que estamos en un contexto en el que, desde una perspectiva conductista, se quiere dejar en un nivel paralelo el comunicar y el educar, cuando el primero es medio y por tanto relativo al segundo que es el fin, cuando se habla de la importancia de la comunicación en la titánica labor de educar.
Es cierto que tanto la educación como la comunicación dependen de un proceso, y un proceso que posibilita el acto de comunicación y el de educación es siempre algo inacabado, están por definición en continuo movimiento o evolución.  Ya cada escuela o modelo que relaciona comunicación y educación tendrá sus alcances, de manera que el proceso a veces se presenta más o menos mecánico (pero no es absolutamente mecánico).
En gran medida educar tiene que ver con enseñar, lo cual supone comunicar algo, pero educar exige ir más allá de enseñar o comunicar, o recibir lo comunicado; la educación se va dando en la medida en que el educando saca algo con lo que se le comunica, y por ello es que tanto en comunicar como en educar se hace presente un proceso.
Pero, ¿cuál es la mayor diferencia entre los actos de comunicación y los de educación?  La diferencia está en que si la educación y la comunicación tienen en común el ingrediente procesal, la primera trasciende el ámbito procesal.
Comunicar algo es poner algo en común, dar parte de algo; comunicar consiste en proponer modelos o paradigmas, los cuales tienen una función icónica o simbólica cuando construyen, pero también puede haber comunicación idólica o dia-bólica cuando los paradigmas que se ofrecen destruyen.
Es que el icono, siguiendo al filósofo norteamericano Charles S. Peirce (1839-1914), es algo que nos hace simbolizar, juntar, reunir fragmentos de algo, mientras que lo opuesto al símbolo es el dia-bolo, que significa, literalmente, lo que desune.
Y hay diferencia entre comunicar y educar porque educar es educir, hacer que el otro saque lo mejor de sí, que lo desentrañe; y para esto se exige que quien se educa no se limita a procesar lo que le enseñan o comunican, sino que educarse consiste en hacer suyo algo, de manera que esté siendo mejor, cosa que va más allá de que modifique una conducta, que es lo que tradicionalmente los modelos de comunicación alcanzan a ver.
Por esto es que educar tiene que ver con perfeccionarse como persona, y la perfección tiene algo claro en tanto que significa la consecución de la virtud, que previamente pasó por ser hábito; ya educar, pues, se ha visto que signifique hacer de la persona un sujeto virtuoso.
Ahora bien, ante el problema de la educación, que aquí y en otros lugares insisto en que no se puede comprender sino en términos de virtud, salta una discusión que todavía es actual, de si la virtud se puede enseñar o decir algo de ella, o si sólo se puede mostrar como un ejemplo, yo creo que en este asunto queda claro el hecho de la importancia de la comunicación para que sea efectivamente comunicativa.
Es que el problema no se refiere sólo a la virtud como sinónima de educación moral, sino que se trata del quehacer educativo en general (claro que, siguiendo a Aristóteles, si la educación no tiene como fuente y cumbre el cultivo de la eticidad humana, pues ésta, la educación, no tiene razón de ser), y en la medida en que al docente se le anda inventando tal o cual nombre (el que más se cuestiona es el de “facilitador”), o a veces yéndose por las ramas del papel del educador en la actualidad, pues se está poniendo en entredicho que la virtud y, por tanto la educación, de plano no requieren de la enseñanza.
Si bien es cierto que tal vez haya que debilitar la presencia del educador en el aula, porque hay que superar lo violento que alguna vez fue, en tanto que llegó a ser autoritario, y, según dicen, que educar sólo se entendía como memorizar, pues habría que ver en dónde está el límite de tal debilitamiento del educador (y su persona), de manera que se vindique una dignidad propia del educador.
Definitivamente que el educador ha de tener solvencia intelectual, hay que recuperar esa metáfora de que el que enseña sepa diez veces más que el que aprende (es que ya se ha llegado al absurdo de que el “facilitador” no tenga esa solvencia, y es algo que el alumno denuncia de diversas maneras).
Pero también ha de tener solvencia moral, que sea paradigma de vida.  La solvencia intelectual corresponde al decir, pues algo se enseña, sobre todo con actitudes, y la solvencia moral corresponde al mostrar, al dar ejemplo de lo que se enseña.
Pues bien, una auténtica comunicación tampoco se da sin las solvencias mencionadas, o, si se quiere, la comunicación dependerá de una personalidad fuerte a partir de la cultura moral e intelectual de quien pretende educar.  Me refiero a una educación que construye y sensibiliza por el bien común.
Por el contrario, ahora proliferan comunicadores incultos que se han hecho ya líderes sociales, yo considero que a consecuencia de que el educador no está siendo líder intelectualmente hablando, en la sociedad, dado que se ha hecho de la noción de “facilitador” un término equívoco (aunque haya nociones o conceptos ricos de lo que sea un “facilitador”), pues no se sabe bien a bien si el educador juega un rol propio en la sociedad en que se vive, y más allá de las paredes de una escuela.
El ser humano siempre ha necesitado líderes, y los necesitará, requiere de paradigmas de vida, de manera que ahora los encuentra en los comunicadores, a quienes ve como educadores.

lunes, 5 de abril de 2010

Labor ética e interpretativa de los medios de comunicación

Por Jesús M. Herrera A.

Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B. C. / LUNES 5 DE ABRIL DE 2010 / p. 19A
 
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Hablar del apoyo que los medios de comunicación pueden dar a los individuos y a los movimientos sociales es difícil, por el hecho de que la toma de posición ética de ellos no es nada clara: casi se puede decir que es inexistente y con ello vemos que prevalece una relación indirecta entre las intenciones de los movimientos y lo que hacen por ellos los medios de comunicación; desde este supuesto trataré de decir algo; y es que la dificultad mencionada hace escurridiza la relación práctica y teórica que pueda haber entre movimientos sociales y medios de comunicación, pero algo se puede comenzar a decir por lo menos hipotéticamente.
Los medios de comunicación actualmente deben tener claro que son medios no sólo para informar y limitarse a decir lo que acontece, sino que su tarea debiera llegar a ser cumbre y fuente de un ejercicio hermenéutico (interpretativo) del mundo, de nuestro mundo inevitablemente globalizado; y teniendo en cuenta a Marx, no basta con interpretar, hay que transformar el mundo, mejorarlo, y por eso es que de la parte interpretativa de los medios llegamos a una actividad ética de los mismos.
A este respecto dice el Dr. Luis Álvares Colín (Tecnológico de Monterrey): “(...) la hermenéutica nos permite devolverle a las ciencias de la comunicación su dimensión cultural, ya que al ocuparse esencialmente de la construcción de significados, nos ayuda enormemente a comprender cómo interpretan sus mundos los actores sociales de la comunicación y cómo interpretamos nosotros sus actos de significado, de simbolización y de interpretación”.
Si los medios de comunicación lograran ser fieles a esa vocación ético-hermenéutica, desde su dimensión cultural, no confundirían a las personas, y tendrían muy clara esa distinción que hay entre pluralismo y relativismo: el primero permite el diálogo en medio de la diversidad de cosmovisiones posibilitando la hermenéutica del mundo que logre la transformación del mismo, mientras que el segundo imposibilita el diálogo y con ello la posibilidad de interpretar para transformar la realidad en que se vive.
Obviamente los medios de comunicación no son pluralistas, privilegiando el relativismo dan cierta preferencia a la difusión de lo que entretiene y no de lo que educa y promueve a la persona y al bien común.
A la mayoría le gusta lo que entretiene, prefiere entretenerse que cultivarse, y lo que entretiene no logra ser capaz de decir algo objetivo del mundo en el que se vive (hacer hermenéutica del mundo); así los medios de comunicación alimentan o sostienen masivamente a la gente.
Bien se puede observar como un movimiento social (aunque no muevan nada) al común de la gente, que teniendo un mismo denominador: como es el de hacer del entretenimiento en la línea de la televisión (con las características que en seguida describiré) su modo de vivir, por el cual se internan en un “paraíso” que los medios de comunicación les han conseguido.
Considero que al conjunto de sujetos que han hecho con la vertiente amarillista, sensacionalista, banal y a veces hasta perversa de los medios, no se les puede llamar de otra forma que grupo social, tal vez sea grupo social anónimo, pero al fin y al cabo es un movimiento que, hasta pareciera contradictorio, se deja ver como un movimiento inerte, por su indolencia ante el mundo; susceptible y determinado al sinsentido contemporáneo a causa de las lesiones que los medios producen psicológica y hasta psiquiátricamente, y es que se llega a ellos sin ningún tipo de inoculación para poder sobrevivir inevitablemente con ellos. A estos grupos los medios les dan lo que quieren a la vez que les fabrican necesidades, así, se construye un círculo vicioso.
Hay, pues, no pocos indolentes que viven inertes; y hacen movimiento en tanto que son el alma, o quienes materializan el rating de tal o cual programa enajenante; son indolentes porque ya no tienen sensibilidad por superarse a título personal y ni por hacer algo por el bien común.
Se ha visto que al orientar, y hasta cuando se les pide a los estudiantes de ciencias de la comunicación, y ya a los comunicólogos propiamente, a que promuevan programas culturales, es común escuchar la objeción de que una programación cultural no es redituable. Tristemente es más redituable el chisme de la fauna política y de la de los espectáculos.
Ahora bien, hay grupos que por lo menos son bien intencionados –y digo bien intencionados porque algunos carecen de una formación o por lo menos un cierto nivel intelectual que los sustente–, y buscan fines que van desde el altruismo hasta la caridad, pasando por la filantropía, y los medios no les hacen mucho caso, estos si a caso se han limitado a anunciar lo que hacen, y aunque a veces están al pendiente de dar a conocer sus actividades se ve que no funcionan con la pericia, la técnica y, en definitiva, el “entusiasmo” que caracteriza al tipo de programas fútiles que mencioné antes.
Definitivamente que va a costar mucho trabajo, y tal vez para muchos sea de plano imposible el que un día haya una ética para los medios de comunicación, de manera que estos, no sólo tengan una normatividad moral suficiente, sino que se conduzcan desde la convicción de que, aplicando la enseñanza de Lévinas, los medios masivos de comunicación sean responsables del otro: el cual es individuo a la vez que sociedad.
Y no todo, afortunadamente, se queda en una percepción tan lamentable como la que se ha venido exponiendo; fragmentariamente se alcanzan a ver luces solidarias en el trabajo de los medios de comunicación: se lleva a ver algo de labor social buscando ayudar a alguna familia marginada o con una necesidad grave y urgente qué atender, lo cual conduce a la acción para atenderla.
Estas respuestas, insisto, fragmentarias, pueden tener valor simbólico y ser muy representativas, para que superando la fragmentariedad se pase al todo, comiencen a ser indicios de que los medios de comunicación pueden ser efectivos en la formación de conciencias y sensibilidades para el cuidado y la promoción del bien común. Por lo pronto, algunas respuestas solidarias, casi imperceptibles, me sirven como una muestra, como una evidencia del hecho de que los medios de comunicación pueden darnos qué pensar y qué vivir, y no sólo son objetos de distracción y extravío.
Y es que, como se advertía al inicio de esta columna, la labor ética de los medios está acompañada, paralelamente, a una labor interpretativa del mundo en que se vive; si algunos psicólogos por ignorancia detentan la formación moral de sus pacientes, lo mismo puede suceder con el comunicador y los medios de comunicación, que por ignorancia o cualquier imprudencia detentan la labor de interpretarle el mundo al ciudadano para mejorarlo.
El común de la gente no es capaz de evaluar la interpretación que los medios de comunicación hacen del mundo en que se vive, de manera que el comunicador tiene la consigna de ser prudente en los juicios que emita de tal o cual acontecimiento, en esto radica, pues, la labor ética e interpretativa de la labor de comunicar.