martes, 13 de octubre de 2009

Educar en la filosofía del amor

Por Jesús M. Herrera A.

Publicado en El Mexicano, TIJUANA, B.C. / LUNES 12 DE OCTUBRE DE 2009 / 31A, disponible en: http://ed.grandiarioregional.com/impreso/Tijuana/101209/12-10-2009%20TIJ_31AA.pdf

En tiempos más o menos remotos se habían distinguido al médico y al profesor (incluso al sacerdote), la razón es que la labor científica de estas personalidades en la sociedad, cuando ha sido buena, se caracteriza por su espíritu de solidaridad y generosidad, y por la conciencia profunda del bien común, porque esta labor médica, educativa y religiosa es movida, pues, por algo que en la filosofía clásica (de raigambre grecolatino y medieval) llamamos “razón recta”, que es la razón que busca hacer el bien.

Se trata de una razón (en este caso entendemos por razón una forma de pensar) o ciencia orientada por la moral, se anteponía la viabilidad ética a cualquier decisión; y es que hay razones, formas de pensar, pues, criticadas precisamente por su carencia de sensibilidad moral.

En la filosofía contemporánea denominada como posmoderna se critican distintas racionalidades, o formas de pensar: v. gr., razón instrumental, razón calculadora, razón empírica, en fin, que a partir del inicio de la modernidad se gesta un querer conocer o hacer ciencia por cualquier finalidad, excepto por la finalidad de hacer el bien; y para darnos una idea de cuándo inicia la modernidad hay que pensar en quien es llamado Padre de ésta (de la modernidad), a saber, René Descartes, quien nació a finales del siglo XVI.

Aristóteles y otros de alguna manera inscritos en el aristotelismo, han visto al ser humano como “Animal racional”, y muchos expertos en esta escuela de pensamiento, de los clásicos griegos y medievales, nos hacen ver que la razón a la que alude Aristóteles y más aún los filósofos medievales, antes de tener fines calculadores o empíricos, es una racionalidad de tipo moral.

En síntesis esta filosofía clásica nos enseña que la eticidad humana es algo propio de la persona, esto significa que cualquier acto libre de la persona está sometido a juicio moral, de aquí que al ser humano se le premie o se le castigue por el uso que hace de su libertad.

Tanto la razón o la inteligencia como la voluntad son las grandes facultades de conocer y amar, respectivamente, que hay en la persona humana, y son éstas facultades lo que a la persona lo dejan ser libre, porque conoce y porque elige algo que le aparece como bueno o como un bien (o un valor); y sus elecciones, entonces, están cargadas de eticidad, sujetas a una valoración o enjuiciamiento moral. Es que sin la responsabilidad no se concibe la libertad: libertad y responsabilidad hacen una simbiosis en la persona.

Y no se trata de que haya moralidad, en este caso, porque se diga o se piense en ella, hay moralidad en el actuar de manera real (no sólo pensada), sabemos que es real porque hay actos libres o humanos que destruyen a uno mismo o al otro, y también los hay que construyen o perfeccionan al otro o al prójimo, a uno mismo y a la comunidad, los primeros son inmorales y los segundos son moralmente buenos.

Es falaz suponer, pues, que la moralidad es un simple prejuicio social; o que sea un invento; siguiendo con la enseñanza clásica, sobre todo la de Aristóteles, es la vida moralmente buena la que conduce a la felicidad, en este caso el ser feliz, en una primera instancia es algo que viene a consecuencia de la honestidad con uno mismo y con los demás.

Más, las cosas no se quedan en el legado aristotélico, pensando en la honestidad, luego de Aristóteles viene toda una tradición medieval quizá más exigente en lo que observan de la felicidad, y ven que ésta se consigue oblativamente; tal vez la honestidad aristotélica rinde para ejercer el amor de altruismo (tan de moda hoy más que nunca), pero la oblatividad del pensamiento escolástico-medieval, concretamente de la enseñanza de Tomás de Aquino, ayuda a llegar al amor de caridad, que es dar lo que uno es, lo que más le cuesta a uno dar de sí mismo.

Siguiendo con la preocupación de los filósofos en torno al amor, resulta que éste no es un tema exclusivo del pensamiento medieval o de los antiguos griegos; actualmente nos ayuda en la empresa del amor el ingenio de un filósofo muy importante, fallecido apenas en 1995, me refiero a Emmanuel Lévinas.

Lévinas, filósofo lituano, es uno de los que actualmente renueva la sensibilidad por el amor, para hacerlo punto de partida de todo conocimiento y de todo actuar, desde este filósofo es por el amor por donde surge toda ciencia o toda sabiduría; con justa razón siguiendo a Lévinas la filosofía no es tanto el “Amor a la sabiduría”, más bien es la sabiduría que nace del amor, como dice Paula Gil Jiménez en su “Teoría ética de Lévinas”, que es una sustanciosa exposición que allí se nos ofrece de Lévinas.

Este filósofo piensa también en el nosotros, como algo que está antes que el yo; estamos ante un filósofo actual porque después de los desastres de la segunda guerra mundial, se dispone a entregarle una nueva ética al mundo, y es que como se ha insinuado, hemos vivido en un mundo sin ética porque hemos forjado un mundo preocupado sólo por el conocimiento, tanto, como que se ha llegado a idolatrar a la ciencia.

En esta línea de pensamiento crítico de un mundo moderno, insensible por el otro y los más necesitados de la sociedad, se ha visto que la razón (sólo instrumental, calculadora y/o positivista) engendra monstruos, que primero (la razón, o la ciencia) ha prometido un paraíso terrenal, y lo que se ha conseguido más bien son guerras y genocidios, dice Jean-François Lyotard (filósofo francés) que la modernidad terminó en Auschwitz, porque, en los campos de concentración (se dice que los de Auschwitz son los mayores), es donde nace la posmodernidad.

El sufrimiento, pues, más absurdo de la humanidad, representado en este caso en la segunda guerra mundial, ya que no bastó la primera, significa que a la ciencia le hace falta abrirse al parecer de la moral o ética, de lo contrario la razón humana que es la inventora de la ciencia, lejos de ayudarle a la humanidad a progresar en el sentido de la vida, es decir, en que la ciencia le ayude a la humanidad a ser feliz, estará trayendo, más bien, acontecimientos tan absurdos como el matarse unos a otros.

Auschwitz es el inicio del siglo XX, etapa de la historia que en mayor medida es posmoderna, porque está caracterizada por los distintos movimientos que terminan con una moral tal vez reducida sólo a reglas, a formas, pero sin contenidos o sin convicciones; porque emergen movimientos que en un primer momento le suenan extraños a los mayores, como es la liberación femenina y el Rock and Roll, que en cierto sentido vienen a buscarle un borrón y cuenta nueva a la humanidad.

Entonces, si Auschwitz es el inicio del siglo XX, el 911 es el inicio del siglo XXI; el dios posmoderno ha sido la economía (tal vez es el más poderoso de los dioses actuales), y el 911 es un ataque simbólico a la economía (no sin olvidar que los muertos de Las Torres son reales), ataque que ya ahora no simbólicamente se vive, sino que lo vivimos realmente, en términos de recesión económica.

Como vemos, una ciencia, y una economía al margen de la ética o moral, terminan en contra de la dignidad humana, y van construyendo más sólidamente el círculo del individualismo; de aquí la exhortación por cultivarnos desde la ética del amor o haciendo de la ética nuestra filosofía o sabiduría y ciencia primera, como nos ha enseñado Lévinas; de esta manera tenemos algo (la ética del amor) con qué darle sentido a la educación desde la ciencia y para la ciencia.