jueves, 18 de febrero de 2010

La educación ante la cultura de la imagen


Imagen tomada de: http://www.cancunforos.com/wp-content/uploads/2008/12/cultura-cancun.png
Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 15 DE FEBRERO DE 2010 / 23A
Terminaba diciendo en mi columna pasada que es importante reflexionar y valorar el uso de la tecnología en la educación, desde este contexto que nos asiste: que es el de una cultura de la imagen.
Una cultura de la imagen impone dogmáticamente que lo que no se ve no es real; en educación por ejemplo, si no se tiene cuidado, se llega a viciar y desvirtuar el uso de los recursos multimedia, lo cual a veces impone una imagen distorsionada, o por lo menos no muy conveniente para la aprehensión de objetos reales, no obstante la dificultad de acceder a ellos por especulación, comenzando por las matemáticas y por sobre todo con material que es propio de la filosofía: como es la enseñanza de la ética o los valores.
Una consigna por tener en cuenta, a propósito de lo que es objeto de la filosofía, como es la enseñanza de los valores, es que los recursos audiovisuales logren hacer pensar, logren conducir a la consecución de lo que es metafísico, como el bien, sobre todo el bien moral, el cual no es verificable empíricamente precisamente por ser algo metafísico (por cierto, es molesto para el filósofo que se confunda metafísica con esoterismo, evítese esto, por favor).
Entonces, pido un poco de paciencia para seguir hablando en torno a qué sea la metafísica, sobre todo tratando de justificarla en torno a la realidad virtual, que hay que usar desde ya en la educación.  Trataré de hacerlo lo más ágilmente posible apoyado en la filosofía clásica, que creo es la que ayuda más cuando no se habla de esto a un público especializado.
Hay cosas que se perciben con los sentidos (son sensibles): ver, oír, tocar, gustar, oler, pero hay otras cosas que se ven con la inteligencia (son inteligibles), precisamente, a partir de los sentidos (no al margen de ellos), y lo que se intelige es, pues, lo metafísico.
Es que si buscamos ser capaces de pasar de la imagen a la idea, de no quedarnos atrapados en el mundo de la imagen, es esencial para ello el tener una visión metafísica de las cosas, lo cual aquí no es otra cosa que saber ver más allá de los sentidos (vulgarmente se dice ver más allá de las narices); y no es que se haya de devaluar lo sensible, más bien se trata de encontrar ese ángulo para ver mejor las cosas.  Colocarse, pues, en el mejor ángulo, es tener una actitud metafísica ante la realidad, y definitivamente, ante la vida.
Y es que haciendo uso de la sabiduría aristotélica y escolástica de la filosofía, este asunto de alcanzar realidades metafísicas, implica el dar ese paso que mencionaba en mi columna pasada, de ir de lo virtual a lo real, ya que, insisto, lo virtual de alguna manera se hará real, y lo virtual es siempre de orden metafísico, no obstante su explicación física a la que no se restringe, ya que no lo agota.  Y estos pasos son un reto, y sobre todo urgente en el mundo que nos toca vivir, en esta situación de anemia simbólica, como dice José María Mardones al referirse a una cultura de la imagen.
Esta consigna es posible, la de pasar de lo físico a lo metafísico.  Aristóteles es paradigmático en ir desde la imagen hasta la idea; en ver cómo se pasa de lo sensible a lo inteligible: en que desde la observación del movimiento físico el estagirita pasó al descubrimiento del movimiento metafísico; para la tradición aristotélica algunos ejemplos de movimientos metafísicos, creo yo que significativos para nosotros (y por ello es que los menciono), son los movimientos de orden psíquico, los más básicos de ellos son el conocer y el amar.
Estas actividades (de conocer y amar para esta tradición aristotélica), pues, son referencias de movimientos que no son de orden físico, que, pues, por ello, no están sujetos a las leyes espacio temporales, propias de la materia.  Y estas realidades no es que se contrapongan a las explicaciones materialistas, o de orden físico, las asumen, las suponen, mas no se limitan a la explicación, más bien pueden irse acogiendo en las explicaciones físicas hasta que llegan a la comprensión, i. e., que llegan a dar un sentido a quien las conoce, y entonces –aplicado esto a la educación– se pasa del conocer al educarse, ya que la obtención del sentido ha de materializarse en algo bueno, que viene de lo más íntimo de la persona, ya que ella educe algo bueno, un bien (y acordémonos que educar es educir).
Se habla mucho en los ámbitos educativos de aprendizaje significativo, pues bien, cuando el objeto se conoce y termina en la comprensión, no restringiéndose a la explicación, sino que va integrándose en una personalidad es cuando se va dando, a mi ver, un auténtico aprendizaje significativo.
Y lo anterior va porque es exagerado el que el aprendizaje significativo pretenda ser algo inmediato, a corto plazo.  Es que en el ámbito de la educación en valores y lo concerniente a filosofía, no puede darse tal inmediatez; siguiendo a Guillermo Hurtado, no es justo que se quiera enseñar la filosofía como si fuera igual a enseñar computación, inglés o educación física.
En la línea pues, de enseñar frente a una cultura de la imagen, es que humanizar nuestro trabajo educador significa, como ya nos enseñó Platón, no conformarnos con lo que está inmediatamente en nuestros sentidos.
La cultura de la imagen que aquí denunciamos, es la que reduce todo, precisamente, a imagen, nos quedamos atorados en ella; la imagen se convierte en un ídolo, puesto que permitimos que detente un lugar; la imagen detenta el lugar de la idea (que fue la que la engendró, pues antes de haber imágenes hay ideas); la imagen puede distraer de lo importante, y con ello llegar a confundir.  Y más todavía, ya se ha dicho que la saturación de imágenes llega a inmovilizar la inteligencia y la voluntad, la facultad de conocer y de amar respectivamente.
Y de lo que se trata, pues, no es de dejarnos dominar por la imagen quedándose ésta como ídolo, más bien que la imagen sea icono, porque, según Mauricio Beuchot siguiendo a Peirce, el icono nos deja pasar del fragmento al todo; la cultura posmoderna se ha dicho que es cultura del fragmento, en este caso la imagen es un fragmento de la realidad, la imagen puede simbolizar la realidad.
De una urgencia y exigencia por saber ver metafísicamente, i. e., con la inteligencia, lo cual no es exclusivo del filósofo, aunque sea éste el profesional de la metafísica; se propone proceder a leer icónica o simbólicamente la realidad, esto implica el cultivarnos en esto que denominamos razón simbólica, con el fin de tener cartas para educar dentro de este contexto de cultura de la imagen.  Donde incluso ya hay licenciaturas y posgrados en imagología.
El uso del símbolo o icono, pues, es el que puede orientar a la imagen, para que ésta se aproveche (sea ícono o icono) y no distraiga del sentido (siendo ídolo).  El uso del símbolo o icono (que aquí son sinónimos), en tanto que nos permita hacer metafísica, nos conducirá a darle contenido, o a armar ese difícil rompecabezas de la realidad en la que se quiere vivir.  Hay que educar, pues, para saber simbolizar la realidad.