lunes, 26 de octubre de 2009

Halloween y/o día de muertos en la escuela



Publicado en Diario El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 26 DE OCTUBRE DE 2009 / 29A

Al final del mes de octubre celebramos el día de muertos, lo cual se representa mediante altares de muertos como tratando nostálgicamente de recordar la fiesta de los muertos a la mexicana; o también en sentido anglosajón, con lo cual extendemos la festividad dos días, como intentando que el Halloween inaugure una fiesta que termine el día dos de noviembre.

Este espacio que interrumpe la actividad cotidiana en las instituciones educativas puede ser muy provechoso humanamente. Y es que vivimos en una cultura que no sabe qué hacer ante la certeza de la muerte, pensar en la muerte es necesario, de lo contrario no le daremos sentido ni a nuestra muerte ni a la de nuestros seres queridos.

Heidegger, filósofo alemán del Siglo XX, es muy claro, dice que de lo único que tenemos certeza es de la inminencia de la muerte. Y hay un filósofo mexicano de la UNAM, Mauricio Beuchot, quien dice que si antes se hacía del sexo un mito se hablaba mucho de la muerte, y ahora (sigue diciendo Beuchot) que se ha hecho de la muerte un mito se da lugar para hablar mucho de sexo y tratar de evadir el pensar en torno a la muerte, esto quiere decir que vivimos en una cultura que nos distrae de pensar en la muerte, en tanto que nos refugiamos en el placer.

En la filosofía posmoderna se denuncia la egolatría del sujeto, se hace ver que el ser humano de la modernidad llegó a idolatrarse, a creerse como Dios; comenzó a seducirlo una posible inmortalidad que pueda llegar a través de la ciencia; se pensó que un día se encontraría la fórmula para ser inmortales. Paréntesis: vivir tanto, ¿para qué?

Olvidarse de la muerte es olvidarse, en gran medida, de la condición humana; es olvidarse de que el ser humano tiene límites, los cuales ha de tomar en sus manos de una manera prudente, para ir sobre ellos sin agredirlos, y sin negar que los pueda traspasar. Que traspase sus límites a la vez que los respeta. Por ejemplo, no se respetan tales límites toda vez que uno se siente libre para disponer de la vida del otro.

De esta conciliación entre el respeto de los límites y que de alguna manera se puedan traspasar, resulta una vida con sentido, ha de cultivarse una vida feliz no obstante la certeza de la muerte.

El ser humano puede ir más allá de sus límites, haciendo uso del recurso de la metáfora, i. e., del arte; y en esto juega un papel importante la religión, en tanto que para hablar de lo divino y lo que está más allá de nosotros, la religión tiene que echar mano del arte: de la iconografía, de la música, de la poesía, del teatro, etc.

Por esto último es que en estas fiestas en torno a la muerte se hace presente lo religioso, tal vez de manera fragmentada o débil y no tan fuerte como antes; es una presencia fragmentada porque la religión se hace presente, incluso, en medio del buen humor y de la ironía que está detrás de las tradicionales “calaveritas” y otras expresiones exóticas.

Ya que estamos en un mundo excesivamente secularizado, la religión ha quedado entre fragmentada y hasta relegada para darle un tratamiento a la muerte; si la religión no es ya un recurso por el cual pensar y tratar el problema de la muerte, entonces acudimos a otras cartas, como por ejemplo las que ofrece la psicología, sobre todo la tanatología, que viene a ser como una especialidad relativamente nueva que actualmente ofrece la psicología contemporánea. Y que llega para un mundo, decíamos, excesivamente secularizado, para ayudarle al hombre a hacer algo en torno a la presencia de la muerte.

Es curioso que en el proceso de duelo que propone la tanatología (por lo menos el que yo conozco gracias a la asesoría que pude dar para una tesis de diplomado), el último momento, que es el de la aceptación, sólo se conseguirá tanto cuanto haya una apertura a lo espiritual, de manera que el doliente no se quede con un resentimiento que lo mantendrá estancado y resentido, o deprimido; se llega a ver que si esta apertura no se da el tanatólogo de pronto verá que no tiene ya nada más que hacer. De manera que parte de la formación espiritual de la persona, lo cual no es a corto plazo, tiene que ver con darle sentido a la muerte.

Nadie ha regresado a decirnos qué es la muerte, pero hay una manera de acercarnos a ella, a través del dolor cuando se pierde un ser querido; el sufrimiento por el ser querido que ha muerto es una manera, una analogía, por la que se puede, tal vez no tanto saber, sino más bien participar imperfectamente de la muerte. También la enfermedad es una participación de la finitud humana, o mejor es decir que la enfermedad es signo de los límites de la condición humana.

Los viejos hablan de prepararse para la muerte, de manera que la experiencia de ella, que de alguna manera se da cuando el ser querido fallece, permite que la comunidad comparta el dolor, pero también la ayuda, es esto una auténtica solidaridad, que las prisas en las que cada vez más nos metemos, hacen de lado estos cuidados por el/la doliente.

Y es que no es un prepararse para la muerte en sentido individualista, lo es más bien desde una conciencia común; la familia le pone nombre religioso al proceso de duelo (novenario: según la tradición católica que es de la que puedo hablar) que ya casi no se acostumbra, después de nueve días de oraciones se termina con una fiesta; el ser querido que fallece no ha dejado de congregar a la familia en torno a su memoria, y el rito de nueve días culmina con un convivio: suele haber tamales y atole; o tal vez tostadas; más bien lo importante es que compartir los alimentos es el signo más importante y elocuente de la convivencia familiar.

La memoria, que funciona simbólicamente es la que permite el recuerdo: nos queda el ser querido en la memoria o el recuerdo, y sería algo así como un sacrilegio el dejar en el olvido al ser querido, y se dice que recordar es volver a vivir; la familia por el recuerdo del ser querido es que se reúne en determinados momentos, en este sentido el ser querido sigue congregando a la familia.

Tal vez las instituciones académicas religiosas tengan más cartas con qué hacer llegar una enseñanza en torno a la muerte; una educación demasiado positivista ve la muerte en términos puramente biológicos y desde esa perspectiva la muerte no tiene sentido; de pronto las escuelas confesionales no ofrecen nada que las distinga (frente a las escuelas no confesionales) en torno a una educación tan integral que pueda reflexionar en torno a la muerte.

Es, entonces, una responsabilidad moral el preocuparse por la muerte; se pueden aprovechar los días que lúdicamente la recuerdan, entonces habría que ir un poco más allá de las decoraciones y las exposiciones de los altares de muertos, éstas juegan un papel importante porque nos pueden ayudar a preparar el ambiente como para darle un poco de más atención al sentido de la muerte, sentido que ha de reforzar el de la vida misma, para que sea auténticamente más feliz el hombre en tanto que el ser humano, pensador de la muerte, no deja de poner los pies en la tierra.