Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 1 DE JUNIO DE 2009 / TIUANA , B. C., p. 10A
Si hay algo más o menos sensato que se pueda escuchar en tiempos electorales es el término “voto razonado”. Y resulta éste uno de los términos que, como el de la democracia, no se sabe bien a bien qué sea, y por eso resulta ineludible la pregunta, ¿se puede emitir un voto razonado en México?
Es casi imposible razonar el voto, según se ve, y hemos tenido ejemplos francamente exagerados de que el voto no se emite desde una previa reflexión, en la que por iniciativa personal, es decir, que por convicción se indague en la persona de los candidatos, en saber de su solvencia intelectual y moral, de manera que alguna noción se tenga de su intención y capacidad de acierto en la difícil tarea de cuidar por el bien común y la justicia.
Del contexto donde se supone que se pueda dar el voto razonado, también hay que considerar que la propaganda o difusión de las “propuestas” políticas no es racional, sino emotivista, incluso de pronto no se tiene cuidado en el abandono que se hace de la razón, tanto como que de lo emotivista se pasa a las payasadas y hasta se llega a lo visceral: que es cuando vemos a los “políticos”, como vulgarmente se dice, “darse con todo”, i. e., “sacándose sus trapitos al sol”. De manera que las contiendas más bien son una guerra, en donde es común ver que todo se vale.
El problema de este emotivismo tan entretenido, es que tiende a distraer, y también a confundir, lo cual es aún peor; es muy usado (el emotivismo) para esconder la verdadera intención de un candidato o para imponer mentiras, con la siguiente fórmula que, al parecer, no falla: de tanto que se pronuncia una mentira ésta se convierte en verdad, lo cual ya es común que llegue a suceder en la clase política.
Ya sabemos que otro tipo de distracciones son las populistas (mismas que no dejan de darse desde un lenguaje emotivista), por las que se dan regalitos a diestra y siniestra en nuestras colonias populares, en donde mucha de la gente está mal acostumbrada a que le den porque sí, y con estas prácticas lo que se hace es fortalecer el círculo vicioso de vivir en la ley del menor esfuerzo; se ha visto que a la gente de las periferias se les congrega para darles una carne asada, y son, pues, tácticas viejas que no fallan para ganarse el voto popular.
Un voto razonado será el que pueda darse, antes que nada, desenganchado del emotivismo imperante de los tiempos proselitistas; pero hay un paso más difícil que hay que dar, que consiste como ya adelantaba líneas arriba, en investigar las personas de los candidatos, y ya de por sí el término investigar al común de los ciudadanos mexicanos le causa extrañeza, incluso carecemos de una educación que le garantice capacidad de investigación e inventiva a quien tenga, por lo menos, el bachillerato o preparatoria terminada. De modo que, permítaseme, y perdón por la generalización, pues que por el bajo nivel cultural y educativo, resulta que el ciudadano es fácil que se le persuada y se le convenza demagógicamente, sacudiéndole los sentimientos, sin saber quién dice qué, cómo o por qué.
Yo creo que esa invitación tan insistente a votar, tiene, o mejor dicho, supone, algo de validez, puesto que va de por medio un compromiso moral, por eso es que la invitación vale; toda vez que somos ciudadanos, y por serlo, nada más por serlo, hay deberes ciudadanos por cumplir; desde esta perspectiva el no razonar el voto, el votar por un partido por puro tradicionalismo (porque siempre se ha votado por el mismo), no se puede ver como algo responsable, me parece tan irresponsable como el votar por un interés individual: por algo que me dieron o me van a dar, en el sentido de hacer del voto un pago, que demanda factura.
Hay, pues, a quienes los convencen con muy poco, y tristemente en México, es la mayoría, los convencen con carnes asadas, o con proyecciones de películas fuera de una subdelegación; tal vez con un sándwich y dulces que les hacen llegar a sus hijos; y así como en la religión se ve mal el vivirla por tradición y no por convicción, lo mismo sucede, que aún se ve quienes le profesan una fe ciega a un partido y lo siguen apoyando por pura tradición.
El problema de la confianza por tradición a un partido se quiere fundar en la supuesta filosofía de éste. Consintamos que se conozca la tal filosofía, el problema es que actualmente lo que menos vale son los buenos ideales o valores, es decir, la filosofía que mueva una institución. Para muestra está el hecho de que hay coaliciones entre partidos que, supuestamente, son siempre antagónicos (según sus filosofías respectivas), y no es que haya un diálogo capaz de incluir diferencias, no, en México hoy eso es impensable e imposible, lo que vemos (en tales coaliciones) son tratos tan interesados como el mismo nepotismo que se ve en política.
La solvencia intelectual es necesaria, yo insisto que si alguien con preparación intelectual puede incurrir en error, definitivamente que cometerá más errores quien no tiene preparación, y soy testigo de una diputada local que no tenía ni la secundaria, ella era mi vecina, vivía a unas diez o quince cuadras de mi casa.
Luego la solvencia moral, por la que los conocimientos y talentos que se tienen alcanzan una proyección hacia la comunidad, es decir, en función del bien común. La solvencia moral es, recordando la tradición del pensamiento escolástico, la intencionalidad por hacer el bien. Y recuerdo que a mi vecina diputada que ni a la secundaria ha de haber llegado, se le solía ver ebria en las calles de la colonia.
Sensibilidad por la dignidad de la vida y la promoción de la vida buena y de los talentos, no se puede tener sin preparación intelectual y sin formación moral, por esto es que es importante rastrear, indagar, investigar en la persona de nuestros candidatos, más allá de los spots que ya de plano resultan chocantes.
Sin solvencia moral la vida no se defiende, nadie sin solvencia moral puede tener la aptitud para defender la vida, por eso es que da igual legitimar prácticas que van contra la dignidad de la vida, y en esto hay que poner mucha atención, en qué idea tiene el candidato de lo que es la dignidad de la persona humana, cómo y desde dónde se compromete a defenderla, esto urge, toda vez que ya se ha hecho muy común el quitar la vida sin ningún tipo de prejuicio.
Frente al tipo de candidatos que nos llegan, en México, veo que se proponen dos alternativas. La primera consiste en votar por el menos mal. La segunda propuesta consiste en ir a la urna pero invalidar el voto, porque de pronto resulta que no existe el menos mal, y lo importante es hacer uso de nuestro voto, para mitigar el abstencionismo. Cualquiera de las dos opciones, en tanto que sea un voto razonado, supone una conciencia de lo que estamos haciendo, así como una responsabilidad cívica. Y esto tomando en cuenta que no se permiten las candidaturas independientes, y que hay que ver mejor a la persona del candidato que al partido que lo representa.
Es casi imposible razonar el voto, según se ve, y hemos tenido ejemplos francamente exagerados de que el voto no se emite desde una previa reflexión, en la que por iniciativa personal, es decir, que por convicción se indague en la persona de los candidatos, en saber de su solvencia intelectual y moral, de manera que alguna noción se tenga de su intención y capacidad de acierto en la difícil tarea de cuidar por el bien común y la justicia.
Del contexto donde se supone que se pueda dar el voto razonado, también hay que considerar que la propaganda o difusión de las “propuestas” políticas no es racional, sino emotivista, incluso de pronto no se tiene cuidado en el abandono que se hace de la razón, tanto como que de lo emotivista se pasa a las payasadas y hasta se llega a lo visceral: que es cuando vemos a los “políticos”, como vulgarmente se dice, “darse con todo”, i. e., “sacándose sus trapitos al sol”. De manera que las contiendas más bien son una guerra, en donde es común ver que todo se vale.
El problema de este emotivismo tan entretenido, es que tiende a distraer, y también a confundir, lo cual es aún peor; es muy usado (el emotivismo) para esconder la verdadera intención de un candidato o para imponer mentiras, con la siguiente fórmula que, al parecer, no falla: de tanto que se pronuncia una mentira ésta se convierte en verdad, lo cual ya es común que llegue a suceder en la clase política.
Ya sabemos que otro tipo de distracciones son las populistas (mismas que no dejan de darse desde un lenguaje emotivista), por las que se dan regalitos a diestra y siniestra en nuestras colonias populares, en donde mucha de la gente está mal acostumbrada a que le den porque sí, y con estas prácticas lo que se hace es fortalecer el círculo vicioso de vivir en la ley del menor esfuerzo; se ha visto que a la gente de las periferias se les congrega para darles una carne asada, y son, pues, tácticas viejas que no fallan para ganarse el voto popular.
Un voto razonado será el que pueda darse, antes que nada, desenganchado del emotivismo imperante de los tiempos proselitistas; pero hay un paso más difícil que hay que dar, que consiste como ya adelantaba líneas arriba, en investigar las personas de los candidatos, y ya de por sí el término investigar al común de los ciudadanos mexicanos le causa extrañeza, incluso carecemos de una educación que le garantice capacidad de investigación e inventiva a quien tenga, por lo menos, el bachillerato o preparatoria terminada. De modo que, permítaseme, y perdón por la generalización, pues que por el bajo nivel cultural y educativo, resulta que el ciudadano es fácil que se le persuada y se le convenza demagógicamente, sacudiéndole los sentimientos, sin saber quién dice qué, cómo o por qué.
Yo creo que esa invitación tan insistente a votar, tiene, o mejor dicho, supone, algo de validez, puesto que va de por medio un compromiso moral, por eso es que la invitación vale; toda vez que somos ciudadanos, y por serlo, nada más por serlo, hay deberes ciudadanos por cumplir; desde esta perspectiva el no razonar el voto, el votar por un partido por puro tradicionalismo (porque siempre se ha votado por el mismo), no se puede ver como algo responsable, me parece tan irresponsable como el votar por un interés individual: por algo que me dieron o me van a dar, en el sentido de hacer del voto un pago, que demanda factura.
Hay, pues, a quienes los convencen con muy poco, y tristemente en México, es la mayoría, los convencen con carnes asadas, o con proyecciones de películas fuera de una subdelegación; tal vez con un sándwich y dulces que les hacen llegar a sus hijos; y así como en la religión se ve mal el vivirla por tradición y no por convicción, lo mismo sucede, que aún se ve quienes le profesan una fe ciega a un partido y lo siguen apoyando por pura tradición.
El problema de la confianza por tradición a un partido se quiere fundar en la supuesta filosofía de éste. Consintamos que se conozca la tal filosofía, el problema es que actualmente lo que menos vale son los buenos ideales o valores, es decir, la filosofía que mueva una institución. Para muestra está el hecho de que hay coaliciones entre partidos que, supuestamente, son siempre antagónicos (según sus filosofías respectivas), y no es que haya un diálogo capaz de incluir diferencias, no, en México hoy eso es impensable e imposible, lo que vemos (en tales coaliciones) son tratos tan interesados como el mismo nepotismo que se ve en política.
La solvencia intelectual es necesaria, yo insisto que si alguien con preparación intelectual puede incurrir en error, definitivamente que cometerá más errores quien no tiene preparación, y soy testigo de una diputada local que no tenía ni la secundaria, ella era mi vecina, vivía a unas diez o quince cuadras de mi casa.
Luego la solvencia moral, por la que los conocimientos y talentos que se tienen alcanzan una proyección hacia la comunidad, es decir, en función del bien común. La solvencia moral es, recordando la tradición del pensamiento escolástico, la intencionalidad por hacer el bien. Y recuerdo que a mi vecina diputada que ni a la secundaria ha de haber llegado, se le solía ver ebria en las calles de la colonia.
Sensibilidad por la dignidad de la vida y la promoción de la vida buena y de los talentos, no se puede tener sin preparación intelectual y sin formación moral, por esto es que es importante rastrear, indagar, investigar en la persona de nuestros candidatos, más allá de los spots que ya de plano resultan chocantes.
Sin solvencia moral la vida no se defiende, nadie sin solvencia moral puede tener la aptitud para defender la vida, por eso es que da igual legitimar prácticas que van contra la dignidad de la vida, y en esto hay que poner mucha atención, en qué idea tiene el candidato de lo que es la dignidad de la persona humana, cómo y desde dónde se compromete a defenderla, esto urge, toda vez que ya se ha hecho muy común el quitar la vida sin ningún tipo de prejuicio.
Frente al tipo de candidatos que nos llegan, en México, veo que se proponen dos alternativas. La primera consiste en votar por el menos mal. La segunda propuesta consiste en ir a la urna pero invalidar el voto, porque de pronto resulta que no existe el menos mal, y lo importante es hacer uso de nuestro voto, para mitigar el abstencionismo. Cualquiera de las dos opciones, en tanto que sea un voto razonado, supone una conciencia de lo que estamos haciendo, así como una responsabilidad cívica. Y esto tomando en cuenta que no se permiten las candidaturas independientes, y que hay que ver mejor a la persona del candidato que al partido que lo representa.
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