Publicado en Diario El Mexicano: LU N ES 18 D E MAYO D E 2009 / TIJ UA N A , B.C., 24A
El ejercicio de la política requiere de precisar algo que sea una forma concreta de gobierno y a la vez, también, el ideal de la sociedad que se quiera conseguir; en nuestro contexto mexicano todos los partidos políticos hablan de democracia, según los filósofos griegos esta es una de las formas de gobierno (pues otras formas de gobierno son por ejemplo la monarquía, la aristocracia, la timocracia, la oligarquía y la tiranía); y la democracia como forma de gobierno nos la presentan como el valor más caro o más preciado para el convivio político; nos la quieren vender, la democracia, como única forma de gobierno, como si fuera la panacea de la sociedad, o sea que con la democracia se pretende garantizar la solución de todos los males o conflictos políticos, económicos y sociales.
Parece que por encima de la ética está la democracia en la política, cuando la política había sido de los virtuosos, según exigían Platón y Aristóteles, de manera que tuvieran no sólo actitud o buena intención para ser justos, sino que también tuvieran aptitud, o sea que tuvieran la facilidad o el arte de gobernar bien; entonces según se alcanza a ver, la democracia quiere ponerse en lugar de la ética, como que la democracia, quién sabe cómo o por qué, ha de alcanzarle una vida virtuosa al gobierno o a los políticos; nos parece, pues, que hace falta dejarle un poco de espacio a la ética, de manera que pueda matizar o dirigir a la democracia.
Y bien, la democracia ha sido un concepto escurridizo, entre que en la práctica no se sabe bien a bien qué sea, y que el término democracia se diluye o se desgasta por tanto pronunciarlo y traerlo de aquí para allá, pues es de esos vocablos que inmediatamente nos ponen una imagen molesta del político y de la política, entonces la democracia termina siendo algo vacío o un término equívoco, el cual acaba interpretándose al infinito, como que democráticamente no nos podemos poner de acuerdo en qué sea la democracia. Y es que, parodiando a Rousseau, se suele hacer real esta etimología cuando estamos de acuerdo en respetar la voluntad de la mayoría o la voluntad general, como si la mayoría, sólo por el simple hecho de serlo, estuviera inmunizada contra la injusticia y la mentira.
Etimológicamente hablando, democracia es el gobierno o el poder del pueblo. Y esta noción los antiguos siempre la vieron con sospecha, Platón y Aristóteles veían la democracia como el gobierno de la chusma o la plebe, y siendo honestos, si una mayoría de sabios y prudentes puede equivocarse e incurrir en error, pues no podemos negar que las decisiones y observaciones, de aquellas mayorías con una paupérrima educación y cultura, serán aún más equivocadas y erróneas. De manera que en ese sentido son importantes las observaciones a la democracia, pues hay admitir que, como todo, hay límites en esta forma de gobierno.
Así, no negamos el margen de validez que se ha de cuidar de la democracia como forma de gobierno: que en la predilección por la mayoría podemos acceder al conocimiento y solución de las carestías de los más necesitados, también hace falta una democracia que eduque a esas mayorías, y esto ya sería el acercárseles, desde el ámbito político, para animarlos a que se superen culturalmente, puesto que, recordando a Samuel Ramos cuando hace un análisis psicosocial del mexicano, dice que no es que los mexicanos sean menos, sino que se sienten menos, hay que levantarles la autoestima. Y es que por definición los excluidos de nuestra sociedad, radicalizan ese sentirse menos, sienten que han nacido para ocupar el lugar de los derrotados, siendo que hay triunfadores y derrotados, a los excluidos se les tiene señalado qué lugar ocupar. Y tristemente lo que se tiende a hacer es fortalecer la demagogia, la cual casi siempre termina por legitimar el populismo, se hace del populismo un analgésico, hasta que los más desfavorecidos (entre otros no tan marginados), terminan por valorar mesiánicamente a sus políticos. Y este mesianismo no es nada nuevo, hacer del político un mesías es algo viejo, sólo hay que mover persuasivamente los sentimientos, a través de un lenguaje que vaya de lo sencillo hasta lo vulgar.
De la demagogia y el populismo depende el crecimiento, cada vez mayor, del poder del Estado, hasta que llega a verse el poder político como algo monstruoso, por eso es que Hobbes representa la encarnación del poder por el poder, que se da en el Estado, a través del Leviatán, con lo cual este filósofo ve ese poder del Estado como un monstruo. Nosotros vemos estas monstruosidades, precisamente, en los totalitarismos, que parecieran superados, ojalá y así sea, porque con justa razón se ve, por ejemplo, la tecnocracia o el neoliberalismo como totalitarismos.
Entonces, ponerle límites al poder significa hacer del poder político (o cualquier otro poder) un medio y no un fin en sí mismo. Es importante darle su justo valor al poder, hay que comenzar por advertir que para hacer el mal se requiere poder, y lo mismo sucede con el bien, si se quiere hacer el bien se requiere de tener poder para hacerlo, entonces que no se pierdan estos criterios para no hacer del poder un ídolo, o para satanizarlo, los extremos no nos ayudan para manejar el poder y evitar que éste nos maneje.
Ya se vio cómo es que el poder que viene de la democracia puede ayudar a orientar a los más incultos o para manipularlos demagógicamente. Todo depende, pues, qué hagamos con el poder, si usarlo para bien o para mal.
Mauricio Beuchot, ante esta necesidad de orientar el poder, trata de relacionar la ley con la virtud, y que en esta relación haya más espacio para la virtud, con lo cual se hace de la ley un medio y no un fin, de hecho el fin es la virtud y la ley sólo es una mediación. Y es que se tiende a privilegiar la ley y olvidarse de la virtud, y con esto se llega a usar el poder para legitimar leyes indiscriminadamente, a diestra y siniestra, siempre ondeando la bandera de la democracia; y cuando se le deja espacio a la virtud, vemos a un poder más orientado porque nos damos cuenta de que no cualquier ley es justa, distinguimos entre leyes justas e injustas, lo cual urge que hoy se haga; ya este trabajo político lleva implícita la orientación del poder para que éste no se pervierta.
La democracia, como hemos venido adelantando, si no se tiene cuidado, tiende a escuchar a las mayorías para luego ver cómo se les da lo que piden y tenerlas tranquilas, y hay que tener la virtud, en este caso la prudencia, de no darles el pez, sino de enseñarlos y darles la oportunidad de pescar; así estaremos orientándolos a una actitud más propositiva ante la sociedad, y no se fomentará tanto la costumbre de estirarle la mano al gobierno, y es que acostumbrados a dar y a pedir es como se sigue fortaleciendo el círculo vicioso del poder por el poder y de la flojera y mediocridad que ha caracterizado la cultura del menor esfuerzo.
Y es que no hay que aprovecharse de esa imposibilidad de valorar las cosas gratis, cuando las cosas no cuestan no se valoran, y un régimen que se precie de democrático, hará muy bien en evitar esas prácticas populistas que consisten en regalar cosas, beneficios momentáneos, que casi siempre son para, en el momento, ganarse votos, es el uso de analgésicos que no curan, sino que solo mitigan o quitan las molestias de una enfermedad, en este caso es la enfermedad de la pobreza mexicana, en donde no se tiene la posibilidad ni de comer bien, ni de tener buenos servicios de salud y educación.
Del acercamiento, pues, a orientar a la sociedad, animándola y no manipulándola, es como se le va quitando ese carácter monstruoso al poder político. Se puede llegar a ver al político como un líder, y no como un mesías. Hace falta formar líderes para la actividad política: que sean sabios y prudentes, lo cual le conseguiría a la democracia mexicana una cara diferente a la del populismo, pues de hecho la democracia no tiene por qué ser ese populismo que se usa sólo para justificar el poder por el poder.
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