Publicado en Diario El Mexicano: LU N ES 25 D E MAYO D E 2009 / TIJ UA N A , B.C., p. 10A
Siempre que en México estamos en periodos electorales vemos cómo es que se agudizan las críticas hacia la religión católica, que es la predominante o establecida en nuestro país, las críticas se exacerban porque, a diferencia de otros países, el cristianismo católico, en México, no puede tener expresividad pública, se le quiere tener siempre en el ámbito de lo privativo y personal, lo cual es casi imposible, además de anacrónico.
Sobre todo anacrónico porque hay un valor simbólico en la religión que tanto filósofos cristianos, como no cristianos (o que no profesan ningún credo religioso) actualmente están haciendo ver, pues se espera que haya símbolos que le den sentido a la vida humana, y la filosofía observa que la religión, de por sí, es experta en la promoción y el cultivo de símbolos por los que el hombre le dé sentido a la vida y lo haga, como dice Lévinas, preocuparse por el otro, ya que para este filósofo la religión tiene como elemento esencial el compromiso por el otro, por el prójimo, de manera que no se pretenda una religiosidad angelicalista y pasiva, que no quiera actuar en contra de la injusticia.
No se sabe qué hacer con ese versículo del evangelio que dice: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, se incurre en interpretaciones extremistas de estas palabras: unos quieren hacer de este dictamen el fundamento para radicalizar la escisión entre el estado y la religión y otros llegan a decir que los intereses del estado son los mismos de la religión, y por esto es que, según la Sociología más tradicional o positivista, la religión (establecida) siempre está coludida con el poder político. En lo que sigue prefiero reflexionar en torno a lo que encuentro, desde la filosofía, como más genuino tanto en lo que quisiéramos de la política como en lo que ha de ser la religión, de manera que se pueda hacer una interpretación justa de este versículo, ahora no desde la exégesis, sino más bien intentando un sentido que nos ayude a darle su justo valor tanto a la religión como a la política.
En definitiva no se sabe qué hacer con una posible imbricación entre política y religión, o entre lo del César y lo de Dios, porque, dice José María Mardones, que la fe [o religión] está “desvinculada de la preocupación por la justicia, y la política está desacreditada social y culturalmente”; aquí nos referimos a una imbricación fundada en la promoción de la solidaridad, que es la virtud social más cara. Está, pues, en crisis, tanto la actividad religiosa como la política, hace falta que las dos quieran recuperar y promover la justicia. Y esto de recuperar la justicia sí puede ser real, ya que hay testimonios tanto en el ámbito religioso como en el político: sí se dejan ver políticos cultos y honestos, así como religioso sabios y santos, pocos, y lo importante es que haya íconos o paradigmas de ello.
Se da una tendencia muy fuerte, en algunos que se consideran católicos, a no valorar la participación política, y algunos de la clase política ignoran el sentido humano de la religión; por religión, según se escucha en algunos políticos, se entiende una institución de poder, que se sirve de ideologías dogmáticas, para ejercer ese poder que resulta como el poder que les hace competencia (a los políticos). Entonces, ante la falta de una claridad de conceptos, no se deja de ver entre religión y política pura lucha del poder por el poder en la sociedad, lo cual es una apreciación tercermundista tanto de la política como de la religión; es como la apreciación que hacemos de la educación que tenemos, de la paz que anhelamos, o de nuestra economía inútil: todas ellas, tercermundistas.
Hay que buscar luces que beneficien tanto al ámbito de la responsabilidad política como al ámbito de la responsabilidad religiosa, intentando, pues, que el ciudadano por ser creyente, se distinga del que no lo sea, que el ciudadano por su ingenio religioso se pueda presentar ante la sociedad como un ciudadano ejemplar.
Para esto trataré de exponer algunas nociones de dónde partir, aunque sea mínimamente, para no dar nada por supuesto. De la religión entiendo una intencionalidad humana que busca religar o relacionar al ser humano con un ser trascendente, y esto va más allá de dejar en el ámbito de la institucionalidad, los dogmas y los ritos a la praxis religiosa, más bien, que para satisfacer su intencionalidad religiosa, la persona se organiza en comunidad, va encontrando verdades religiosas –en el seno de una comunidad y no particularmente– a las que llama dogmas, y requiere de ritos para establecer la comunicación con Dios, pues fuera de la liturgia no hay otro medio con el cual orar, y la oración es el medio con el que religiosamente hablamos con Dios.
También el mundo político tiene sus actividades litúrgicas; hay un rito, y sólo por el mismo, es que, por ejemplo, se puede tomar posesión de un cargo político, en México la liturgia política más solemne es la que vemos cuando alguien asume la Presidencia de la República, pues este es el cargo político más importante. Incluso ya desde la formación cívica en la educación primaria nos llevan a la liturgia de los Honores a la bandera.
Ahora bien, cuando no se tiene clara la intencionalidad religiosa de la persona humana, hay consecuencias y muy serias, porque se hace de cualquier cosa un objeto religioso, se pierde ese cuidado de poner afectuosamente las cosas en su lugar, entonces se le llega a querer al auto, al trabajo o a la mascota religiosamente (casi que se incurre en totemismo o en animismo) porque se les llega a idolatrar a los objetos; con esto queremos decir que esta intencionalidad religiosa requiere de una buena o conveniente direccionalidad. Por esto es que, esperamos, el estado le ha de exigir a la religión que la persona, en su condición ciudadana, sea capaz de distinguir entre el bien y el mal, esto es actual toda vez que por falta de educación moral no se tiene clara esta distinción, no se ven como malos el secuestro, la drogadicción o los asesinatos. La idolatría, pues, conduce a la injusticia.
El líder religioso, por su parte, llega a decir que la violencia del mundo es una consecuencia de un mundo sin Dios, y es verdad; y si uno se fija bien, el interés por la paz, desde lo más honesto que haya en la religión y en la política, es un interés común.
Por política entiendo el intercambio plural de ideas con el fin de cuidar y construir el bien común. Si es plural el intercambio se exige del diálogo, el diálogo también exige de la escucha. Ayuda en esta empresa tomar en cuenta que el político sea sabio, que es también lo que hay que exigirle al religioso; sin sabiduría no se puede ser ni buen religioso ni buen político. Y es que es absurdo suponer que haya diálogo entre ignorantes, entre ignorantes lo que hay son opiniones infundadas (y esto no se quiera ver como ganancia), que, se ha visto sobre todo en México, no sirven de nada, ni en el terreno político y ni en el religioso.
Más, no es suficiente la solvencia intelectual como sabiduría, se requiere además de solvencia moral, por eso es que resulta que una personalidad virtuosa ha de caracterizar el perfil tanto del líder político como del líder religioso.Sólo habrá diálogo político y religioso cuando haya virtualmente una intención por el bien común, el cual haya de emerger desde el cultivo arduo de la verdad y del bien; esto se traduce, como ya se adelantó, en erudición y honestidad en el líder político, y en sabiduría y santidad en el líder religioso. De lo contrario seguiremos viendo que son pocos los intentos serios por establecer un diálogo fértil entre el liderazgo religioso y el político.
Sobre todo anacrónico porque hay un valor simbólico en la religión que tanto filósofos cristianos, como no cristianos (o que no profesan ningún credo religioso) actualmente están haciendo ver, pues se espera que haya símbolos que le den sentido a la vida humana, y la filosofía observa que la religión, de por sí, es experta en la promoción y el cultivo de símbolos por los que el hombre le dé sentido a la vida y lo haga, como dice Lévinas, preocuparse por el otro, ya que para este filósofo la religión tiene como elemento esencial el compromiso por el otro, por el prójimo, de manera que no se pretenda una religiosidad angelicalista y pasiva, que no quiera actuar en contra de la injusticia.
No se sabe qué hacer con ese versículo del evangelio que dice: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, se incurre en interpretaciones extremistas de estas palabras: unos quieren hacer de este dictamen el fundamento para radicalizar la escisión entre el estado y la religión y otros llegan a decir que los intereses del estado son los mismos de la religión, y por esto es que, según la Sociología más tradicional o positivista, la religión (establecida) siempre está coludida con el poder político. En lo que sigue prefiero reflexionar en torno a lo que encuentro, desde la filosofía, como más genuino tanto en lo que quisiéramos de la política como en lo que ha de ser la religión, de manera que se pueda hacer una interpretación justa de este versículo, ahora no desde la exégesis, sino más bien intentando un sentido que nos ayude a darle su justo valor tanto a la religión como a la política.
En definitiva no se sabe qué hacer con una posible imbricación entre política y religión, o entre lo del César y lo de Dios, porque, dice José María Mardones, que la fe [o religión] está “desvinculada de la preocupación por la justicia, y la política está desacreditada social y culturalmente”; aquí nos referimos a una imbricación fundada en la promoción de la solidaridad, que es la virtud social más cara. Está, pues, en crisis, tanto la actividad religiosa como la política, hace falta que las dos quieran recuperar y promover la justicia. Y esto de recuperar la justicia sí puede ser real, ya que hay testimonios tanto en el ámbito religioso como en el político: sí se dejan ver políticos cultos y honestos, así como religioso sabios y santos, pocos, y lo importante es que haya íconos o paradigmas de ello.
Se da una tendencia muy fuerte, en algunos que se consideran católicos, a no valorar la participación política, y algunos de la clase política ignoran el sentido humano de la religión; por religión, según se escucha en algunos políticos, se entiende una institución de poder, que se sirve de ideologías dogmáticas, para ejercer ese poder que resulta como el poder que les hace competencia (a los políticos). Entonces, ante la falta de una claridad de conceptos, no se deja de ver entre religión y política pura lucha del poder por el poder en la sociedad, lo cual es una apreciación tercermundista tanto de la política como de la religión; es como la apreciación que hacemos de la educación que tenemos, de la paz que anhelamos, o de nuestra economía inútil: todas ellas, tercermundistas.
Hay que buscar luces que beneficien tanto al ámbito de la responsabilidad política como al ámbito de la responsabilidad religiosa, intentando, pues, que el ciudadano por ser creyente, se distinga del que no lo sea, que el ciudadano por su ingenio religioso se pueda presentar ante la sociedad como un ciudadano ejemplar.
Para esto trataré de exponer algunas nociones de dónde partir, aunque sea mínimamente, para no dar nada por supuesto. De la religión entiendo una intencionalidad humana que busca religar o relacionar al ser humano con un ser trascendente, y esto va más allá de dejar en el ámbito de la institucionalidad, los dogmas y los ritos a la praxis religiosa, más bien, que para satisfacer su intencionalidad religiosa, la persona se organiza en comunidad, va encontrando verdades religiosas –en el seno de una comunidad y no particularmente– a las que llama dogmas, y requiere de ritos para establecer la comunicación con Dios, pues fuera de la liturgia no hay otro medio con el cual orar, y la oración es el medio con el que religiosamente hablamos con Dios.
También el mundo político tiene sus actividades litúrgicas; hay un rito, y sólo por el mismo, es que, por ejemplo, se puede tomar posesión de un cargo político, en México la liturgia política más solemne es la que vemos cuando alguien asume la Presidencia de la República, pues este es el cargo político más importante. Incluso ya desde la formación cívica en la educación primaria nos llevan a la liturgia de los Honores a la bandera.
Ahora bien, cuando no se tiene clara la intencionalidad religiosa de la persona humana, hay consecuencias y muy serias, porque se hace de cualquier cosa un objeto religioso, se pierde ese cuidado de poner afectuosamente las cosas en su lugar, entonces se le llega a querer al auto, al trabajo o a la mascota religiosamente (casi que se incurre en totemismo o en animismo) porque se les llega a idolatrar a los objetos; con esto queremos decir que esta intencionalidad religiosa requiere de una buena o conveniente direccionalidad. Por esto es que, esperamos, el estado le ha de exigir a la religión que la persona, en su condición ciudadana, sea capaz de distinguir entre el bien y el mal, esto es actual toda vez que por falta de educación moral no se tiene clara esta distinción, no se ven como malos el secuestro, la drogadicción o los asesinatos. La idolatría, pues, conduce a la injusticia.
El líder religioso, por su parte, llega a decir que la violencia del mundo es una consecuencia de un mundo sin Dios, y es verdad; y si uno se fija bien, el interés por la paz, desde lo más honesto que haya en la religión y en la política, es un interés común.
Por política entiendo el intercambio plural de ideas con el fin de cuidar y construir el bien común. Si es plural el intercambio se exige del diálogo, el diálogo también exige de la escucha. Ayuda en esta empresa tomar en cuenta que el político sea sabio, que es también lo que hay que exigirle al religioso; sin sabiduría no se puede ser ni buen religioso ni buen político. Y es que es absurdo suponer que haya diálogo entre ignorantes, entre ignorantes lo que hay son opiniones infundadas (y esto no se quiera ver como ganancia), que, se ha visto sobre todo en México, no sirven de nada, ni en el terreno político y ni en el religioso.
Más, no es suficiente la solvencia intelectual como sabiduría, se requiere además de solvencia moral, por eso es que resulta que una personalidad virtuosa ha de caracterizar el perfil tanto del líder político como del líder religioso.Sólo habrá diálogo político y religioso cuando haya virtualmente una intención por el bien común, el cual haya de emerger desde el cultivo arduo de la verdad y del bien; esto se traduce, como ya se adelantó, en erudición y honestidad en el líder político, y en sabiduría y santidad en el líder religioso. De lo contrario seguiremos viendo que son pocos los intentos serios por establecer un diálogo fértil entre el liderazgo religioso y el político.
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