Publicado en Diario El Mexicano: LU N ES 11 D E MAYO D E 2009 / TIJ UA N A , B.C., p. 18A
Para poder hablar de justicia se hace necesario el reflexionar en torno a la persona, pues la persona es primariamente sujeto de justicias o de injusticias en el ámbito político o de las relaciones humanas, de manera que no se vaya a buscar la justicia, en la actividad política, al margen de lo que significa ser persona: sujeto de talentos; y es que si la persona no es el punto de partida de la actividad política, entonces habrán otros intereses en pos de la política, lo cual puede serle peligroso a la sociedad, pues suponemos que cuando al interés político se le olvida la persona, se consigue todo, menos la justicia, y una actividad política que pierde el interés por la justicia es una política desvirtuada y hasta perversa.
Ya se ha visto al ser humano como animal político, el mismo Aristóteles sugiere que los seres humanos tenemos como una inclinación natural el socializar. El hacer sociedad o política es algo propio de la persona, si fuera algo accidental se podría ver –la actividad social o política– como un mal necesario.
Y definitivamente que no es lo mismo pensar en la sociedad como algo propio de la persona, a ver la sociedad como un mal necesario. Y es que aunque el sociabilizar o el hacer política: que es el intercambio plural de ideas con el fin de orientar y hacer crecer a la sociedad, sea algo muy difícil, pues no obstante tal dificultad, socializar y hacer política es lo más conveniente para el desarrollo y crecimiento personal.
Elementos que nos permiten ver como algo propio y sobre todo conveniente el socializar y el hacer política se ven desde que uno nace, si no es por la comunidad (por principio la familia) lo más seguro es que no sobrevivamos, luego vienen etapas en las que se busca la independencia, ya en la misma infancia (de los “terribles dos años”, según el lenguaje de los pediatras y psicólogos), hasta en la juventud, pasando por el intento difícil (de ser independientes) de la adolescencia, etapa por la que hoy muchos se quieren quedar evadiendo sus responsabilidades sociales y políticas.
Por un lado la independencia es signo de que se va madurando, pero la madurez, si uno se fija bien, resulta que obviamente no es significada por la dependencia, pero tampoco como se llega a creer por la independencia, ser independiente no significa ser maduro o haber crecido como persona en la sociedad. Estamos ante los extremos que se tocan y se confunden: dependencia e independencia que se tocan en la inmadurez, hace falta alcanzar la interdependencia, que se cristaliza en diálogo y tolerancia, en escucha y capacidad de propuesta (y no de opiniones infundamentadas), y entonces el actuar interdependientemente ya es hacer, aunque rudimentariamente, actividad política.
Más, esta rudimentariedad o primigeneidad véase positivamente, no negativamente, sino como un ícono del quehacer político; pues la familia es tan importante como que es donde primeramente el individuo aprende a intercambiar ideas que ya es hacer política, a obedecer y a proponer, siempre en beneficio de su comunidad primaria, que es el hogar.
Ahora bien, para hablar de la justicia nos ayuda mucho el atender al contexto de este término, intentando darle contenido a algo que de pronto parece sólo un ideal. Y el empeño por este esfuerzo resulta ser, también, el que la política tienda a pensar en el mejor lugar posible para socializar, es decir, que la actividad política ha de tener como una mística, o como motor del ejercicio político una utopía, i. e., que el político tenga ideales alcanzables o realistas a partir de una sabiduría práctica (no sabiduría puramente teórica), es común ver que a la utopía se le vea como un sueño inalcanzable, sólo que aquí lo proponemos como uno alcanzable, decíamos, en virtud de un carácter virtuoso en el que algo se puede decir de la justicia y mucho se puede mostrar de ella.
Prosigamos pues con la reflexión utópica de la política, pensando en la consecución de la justicia. Por principio de cuentas la justicia es una virtud, y toda virtud es un hábito que facilita el hacer un bien: a esto es a lo que llamamos virtud en términos o como sinónimo de sabiduría práctica, cuidando que se beneficie tanto el individuo como su comunidad. Hay que evitar el puro individualismo y el puro comunismo. Y la justicia, según la enseñanza de Platón y Aristóteles, resulta que es la virtud más difícil por ser la más perfecta, implica la puerta o primera de las virtudes que es la prudencia, quien no es prudente no puede lograr otra virtud, luego vienen la fortaleza y la templanza, que ayudan a la perseverancia en el bien y a la moderación o ponderación de los bienes, respectivamente. Y con esto intentamos dibujar lo que se quiere decir con virtud, de manera que no nos perdamos con el catálogo que andan queriendo vendernos hoy de valores, con el fin de alcanzar la cultura de la legalidad, como panacea del orden social y culmen del ejercicio político.
Entonces por eso es que se ha querido ver en el político a un sujeto virtuoso, si no se es virtuoso no se puede ser buen político; y la actividad política está orientada a la consecución de la justicia, si decíamos que la justicia es la virtud más difícil por ser la cima de las virtudes, es porque a la justicia la han querido ver como identidad, y así se piensa que ser justo es darle a todos lo mismo, y se olvida entonces que la justicia es más bien equidad, lo cual significa que hay que saber diferenciar, y una vez vista la diferencia entonces se deja ver cuáles son las necesidades de unos y de otros.
Y también se ha querido ver como justo el individualismo, aunque éste llegue a ser inhumano y atroz, de manera que “el que no tranza no avanza”, enriqueciéndose al usar a los más desfavorecidos para seguirlos excluyendo, explotando y marginando. Y conste que la riqueza es un valor, siempre que no se consiga a través de la injusticia, pues el fin no ha de justificar los medios. No cualquier medio es lícito, hay medios que son injustos: como el usar, real o ficticiamente, de un virus o de la guerra para reactivar la economía, o para aprobar leyes al margen de la buena discusión política y ciudadana. Por lo que se hace necesaria la frónesis o prudencia, para saber cómo deliberar y conducirse mejor.
La justicia es, pues, buscar y dar a cada uno lo que se le debe, o lo que necesita para que explote sus talentos. Las justicia como virtud no se alcanza formuladamente, no hay recetas para ser justo, pues trata de evitar el defecto de dar menos de lo que corresponde y también trata de evitar el exceso de dar más de lo conveniente: el exceso y el defecto incurren en injusticias. Entonces, como ocurre en toda virtud, el medio es movedizo, circunstancial o particular sin que se pierda lo universal, es sí la excepción sin que se llegue a periclitar u olvidar y hasta negar la regla o norma, siempre que ésta sea justa.
Esta labor de buscar la diferencia en la comunidad o en el estado requiere de trabajo a tiempo completo, no es labor sencilla, esto exige empeño; tanto como que se llega a ver a la polis o a la sociedad con un amor análogo al que se le profesa a la familia, sobre todo es el amor que se deja ver en el desvelo por los hijos, con el fin de que tengan lo mejor y apoyarles en sus sueños y en la explotación de sus talentos, porque eso es en gran medida lo que hace verdaderamente feliz, pues cuando uno se puede dedicar a lo que le gusta es cuando el trabajo se hace con pasión a la vez que se está trabajando por la comunidad.
Ya se ha visto al ser humano como animal político, el mismo Aristóteles sugiere que los seres humanos tenemos como una inclinación natural el socializar. El hacer sociedad o política es algo propio de la persona, si fuera algo accidental se podría ver –la actividad social o política– como un mal necesario.
Y definitivamente que no es lo mismo pensar en la sociedad como algo propio de la persona, a ver la sociedad como un mal necesario. Y es que aunque el sociabilizar o el hacer política: que es el intercambio plural de ideas con el fin de orientar y hacer crecer a la sociedad, sea algo muy difícil, pues no obstante tal dificultad, socializar y hacer política es lo más conveniente para el desarrollo y crecimiento personal.
Elementos que nos permiten ver como algo propio y sobre todo conveniente el socializar y el hacer política se ven desde que uno nace, si no es por la comunidad (por principio la familia) lo más seguro es que no sobrevivamos, luego vienen etapas en las que se busca la independencia, ya en la misma infancia (de los “terribles dos años”, según el lenguaje de los pediatras y psicólogos), hasta en la juventud, pasando por el intento difícil (de ser independientes) de la adolescencia, etapa por la que hoy muchos se quieren quedar evadiendo sus responsabilidades sociales y políticas.
Por un lado la independencia es signo de que se va madurando, pero la madurez, si uno se fija bien, resulta que obviamente no es significada por la dependencia, pero tampoco como se llega a creer por la independencia, ser independiente no significa ser maduro o haber crecido como persona en la sociedad. Estamos ante los extremos que se tocan y se confunden: dependencia e independencia que se tocan en la inmadurez, hace falta alcanzar la interdependencia, que se cristaliza en diálogo y tolerancia, en escucha y capacidad de propuesta (y no de opiniones infundamentadas), y entonces el actuar interdependientemente ya es hacer, aunque rudimentariamente, actividad política.
Más, esta rudimentariedad o primigeneidad véase positivamente, no negativamente, sino como un ícono del quehacer político; pues la familia es tan importante como que es donde primeramente el individuo aprende a intercambiar ideas que ya es hacer política, a obedecer y a proponer, siempre en beneficio de su comunidad primaria, que es el hogar.
Ahora bien, para hablar de la justicia nos ayuda mucho el atender al contexto de este término, intentando darle contenido a algo que de pronto parece sólo un ideal. Y el empeño por este esfuerzo resulta ser, también, el que la política tienda a pensar en el mejor lugar posible para socializar, es decir, que la actividad política ha de tener como una mística, o como motor del ejercicio político una utopía, i. e., que el político tenga ideales alcanzables o realistas a partir de una sabiduría práctica (no sabiduría puramente teórica), es común ver que a la utopía se le vea como un sueño inalcanzable, sólo que aquí lo proponemos como uno alcanzable, decíamos, en virtud de un carácter virtuoso en el que algo se puede decir de la justicia y mucho se puede mostrar de ella.
Prosigamos pues con la reflexión utópica de la política, pensando en la consecución de la justicia. Por principio de cuentas la justicia es una virtud, y toda virtud es un hábito que facilita el hacer un bien: a esto es a lo que llamamos virtud en términos o como sinónimo de sabiduría práctica, cuidando que se beneficie tanto el individuo como su comunidad. Hay que evitar el puro individualismo y el puro comunismo. Y la justicia, según la enseñanza de Platón y Aristóteles, resulta que es la virtud más difícil por ser la más perfecta, implica la puerta o primera de las virtudes que es la prudencia, quien no es prudente no puede lograr otra virtud, luego vienen la fortaleza y la templanza, que ayudan a la perseverancia en el bien y a la moderación o ponderación de los bienes, respectivamente. Y con esto intentamos dibujar lo que se quiere decir con virtud, de manera que no nos perdamos con el catálogo que andan queriendo vendernos hoy de valores, con el fin de alcanzar la cultura de la legalidad, como panacea del orden social y culmen del ejercicio político.
Entonces por eso es que se ha querido ver en el político a un sujeto virtuoso, si no se es virtuoso no se puede ser buen político; y la actividad política está orientada a la consecución de la justicia, si decíamos que la justicia es la virtud más difícil por ser la cima de las virtudes, es porque a la justicia la han querido ver como identidad, y así se piensa que ser justo es darle a todos lo mismo, y se olvida entonces que la justicia es más bien equidad, lo cual significa que hay que saber diferenciar, y una vez vista la diferencia entonces se deja ver cuáles son las necesidades de unos y de otros.
Y también se ha querido ver como justo el individualismo, aunque éste llegue a ser inhumano y atroz, de manera que “el que no tranza no avanza”, enriqueciéndose al usar a los más desfavorecidos para seguirlos excluyendo, explotando y marginando. Y conste que la riqueza es un valor, siempre que no se consiga a través de la injusticia, pues el fin no ha de justificar los medios. No cualquier medio es lícito, hay medios que son injustos: como el usar, real o ficticiamente, de un virus o de la guerra para reactivar la economía, o para aprobar leyes al margen de la buena discusión política y ciudadana. Por lo que se hace necesaria la frónesis o prudencia, para saber cómo deliberar y conducirse mejor.
La justicia es, pues, buscar y dar a cada uno lo que se le debe, o lo que necesita para que explote sus talentos. Las justicia como virtud no se alcanza formuladamente, no hay recetas para ser justo, pues trata de evitar el defecto de dar menos de lo que corresponde y también trata de evitar el exceso de dar más de lo conveniente: el exceso y el defecto incurren en injusticias. Entonces, como ocurre en toda virtud, el medio es movedizo, circunstancial o particular sin que se pierda lo universal, es sí la excepción sin que se llegue a periclitar u olvidar y hasta negar la regla o norma, siempre que ésta sea justa.
Esta labor de buscar la diferencia en la comunidad o en el estado requiere de trabajo a tiempo completo, no es labor sencilla, esto exige empeño; tanto como que se llega a ver a la polis o a la sociedad con un amor análogo al que se le profesa a la familia, sobre todo es el amor que se deja ver en el desvelo por los hijos, con el fin de que tengan lo mejor y apoyarles en sus sueños y en la explotación de sus talentos, porque eso es en gran medida lo que hace verdaderamente feliz, pues cuando uno se puede dedicar a lo que le gusta es cuando el trabajo se hace con pasión a la vez que se está trabajando por la comunidad.
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