domingo, 6 de diciembre de 2009

La Familia: escuela para ser persona



Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 23 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C., p. 26A.
Por Jesús M. Herrera A.
Pensar qué lugar ocupa la familia en la labor de forjarle al sujeto una personalidad, es preguntarse también si la familia tiene un sentido, si aún vale la pena defender la familia, si ésta puede seguir siendo el núcleo de la sociedad, toda vez que parecieran los divorcios como un estado de vida por el que hay que pasar por lo menos una vez en la vida.
También, otro elemento por considerar tiene que ver con el problema del trabajo, ya que el trabajo se hace un estado de vida, pareciera que el ser humano nació para el trabajo y no para hacer familia (y luego el quehacer familiar quiere verse como si fuera una profesión), y en esto es necesario poner el trabajo: la profesión u oficio, al servicio de la consolidación de la familia, y esta es una de las bases fundamentales de una humanización del trabajo.
En lo que sigue aprovecharé algunas ideas de la tesis doctoral de Oscar Yecid Aparicio Gómez, titulada “El nexo familia-persona en la filosofía personalista” (que usted puede encontrar en Internet); ante todo esta tesis es un trabajo laudable, porque hace falta de la filosofía para ayudar al quehacer de la familia: yo veo que cuando la familia entra en crisis, o cuando se pretende iniciar una familia, sólo es la voz del psicólogo, del religioso y del jurista la que se va a escuchar, hace mucha falta, pues, acudir a la filosofía para darle contenido y para sellar la orientación religiosa, la psicológica y la legal en torno a la familia.
La orientación y el sello los logra la filosofía porque es la que descubre el sentido o el valor de la persona y de la familia, si la orientación religiosa o psicológica, y el tratamiento legal en torno a la familia, logran descubrir y cuidar el sentido de una personalización progresiva del ser humano a través de la familia, entonces estas ciencias tienen contenido y sellan la labor humana que les compete, de otra manera se hace un derecho, una psicología o una religiosidad funcionalista y/o manipuladora de la persona y de la familia.
Son funcionalistas estas ciencias cuando se deshumanizan, y sólo ofrecen analgésicos para sentirse bien momentáneamente, cuando por ejemplo el jurista se limita a encontrar el medio más rápido para llegar a un arreglo entreverado de puros intereses económicos; es lamentable evadir el compromiso, no impuesto por el educador u orientador familiar, sino que el compromiso emerge espontáneamente cuando se logra descubrir que sólo es en la familia en donde se aprehende a vivir, a perdonar y a pedir perdón, a aceptarse y a corregirse fraternalmente, lo cual es indispensable para una auténtica tolerancia, que luego se quiere confundir con ser permisibles hasta de absurdos y barbaridades que se promueven en la sociedad.
Aparicio Gómez, citando a un filósofo francés: Jean Lacroix, sostiene que hay una relación de “simbiosis vital” entre la persona y la familia; se trata de una relación de interdependencia (entre persona y familia), ya que por un lado, si no se es persona no se alcanzará el ideal de constituir una familia, y, por otro lado, de la familia lo que emana es la persona, así la persona sólo se gesta en ese medio exclusivo que denominamos familia; las personas no nacen de otros medios que no sean los del seno familiar, y es que a veces se le quiere adjudicar de manera absoluta a la escuela esta labor de darle personalidad al ser humano, lo cual es erróneo.
Una cosa va quedando clara en esa relación de educar en la familia y en la escuela: la disposición para aprovechar la educación académica viene de la familia, cosa verificable a muy temprana edad, ya desde que se ingresa a preescolar; y es que si como alumno se llega con problemas afectivos desde el hogar, resulta de ello una indisponibilidad para las labores académicas.  Así que la familia tiene más responsabilidad que la escuela en la consecución de la personalidad del individuo.
Es que el sentido de autoridad, obediencia, disciplina y escucha vienen del hogar, los educadores en las instituciones educativas tienen sus límites, por mucho que se ejerza una maternidad o paternidad espiritual como educador (lo cual es necesario), no se vale detentar la paternidad y maternidad que se da en la familia, eso acarreará algunos excesos que desvirtúan el sentido de ser educador en la escuela; los educadores han de partir de algo dado por el hogar: un mínimo suficiente de disciplina, es por ello legítimo el exigir este mínimo a los padres de familia para que los docentes puedan hacer su trabajo, que es el de sistematizar y reforzar a través de las diferentes asignaturas y actividades escolares lo que la familia entrega y le confía a la escuela, i. e., los hijos.
Incluso llega a ser lamentable que los educadores no vean reforzado por el hogar todo lo bueno que en la escuela se va logrando con el alumno; como también es, no sólo lamentable sino contraproducente, el hecho de que los valores que se cultivan en una familia, lejos de ser reforzados en la escuela, se vean agredidos y burlados por los docentes, lo cual muchas veces sucede, más tristemente, por ignorancia de los educadores.
Hablar de persona es hablar de un sujeto que está en relación, en diálogo y comunicación; uno se despersonaliza en la medida en que se hermetiza: se cierra pues, al diálogo y la escucha; hablar de persona es saberse comunidad y es hacer comunidad, por esto es que no es sino en la familia en donde esto se practica, ya que el diálogo y la escucha más que ciencia es un arte.
Hay un autor que en estas últimas semanas me he visto obligado a leer por motivos académicos, es una de las autoridades en cuanto a lo que tiene que ver con teoría de la comunicación, me refiero a David Kenneth Berlo y su obra “El proceso de la comunicación: introducción a la teoría y a la práctica”, es una perspectiva conductista de la comunicación la que se nos propone en la obra de este autor (y por su conductismo es que se hace un autor tradicional en cuanto a teoría de la comunicación se refiere), en donde la comunicación termina dándose sólo, y solo sí, hay un estímulo de por medio, lo cual termina sugiriendo que la comunicación siempre está preñada de un interés material.
Y resulta que sobre todo es en la dinámica cotidiana de la vida familiar en donde el conductismo queda superado, a menos de que en la familia lo que construyamos consciente o inconscientemente sean sujetos interesados, porque se premie exageradamente todo: imponiendo el mensaje de que todo en la vida es negociable y premiable materialmente, lo cual es falso.
Por esto es que propongo la comunicación en el seno familiar como un arte, lo cual exige que esto se alcance en términos de virtud; la virtud y el arte guardan una relación íntima, porque el virtuoso es un artista y el artista es un virtuoso, así que aprender a comunicarse es una labor artística, que trasciende lo científico o lógico que esto pueda tener en psicología o teoría de la comunicación, además, es una virtud también en tanto que es algo que se alcanza de manera difícil y perseverante: con arduo trabajo, acompañado de la paciencia, y por gratuidad cuando lo que está en juego es el hacer familia, y no por interés material, como cuando se tiene que ser políticamente correcto al comunicarnos en el trabajo para conservarlo, lo cual, siendo honestos, muchas veces significa ser hipócritas, cosa a la que si no se tiene cuidado, orillan las asesorías conductistas para comunicarnos en el hogar (y en el trabajo).

No hay comentarios.: