Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 30 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C: p. 36A.
Por Jesús M. Herrera A.
Tal vez sería un tanto impertinente definir o enlistar qué tareas son las propias o las más características de la familia, pues ella misma, en la medida en que es consciente de su rol y estatus, va descubriendo el deber ser en la familia; cada familia tiene su dinámica propia, sus propios mitos y sus particulares ritos; lo más importante es distinguir lo esencial de la vida familiar: la autenticidad de lo que significa educar para la vida y el amor, y esto esencial de la familia se desentraña del espacio donde se construye la familia, que es el hogar.
De acuerdo con los teóricos de la familia, suponemos que ésta nace a partir de la unión matrimonial, de manera que el matrimonio es un estado de vida, no una profesión. Para ser profesionista se requiere de la institución académica, que mediante el estado provee de un título, lo cual no sucede en el hecho de unirse en matrimonio, a lo más que se puede llegar es a un reconocimiento jurídico (ya sea del estado, o ya sea de la religión) que regula la institución matrimonial.
Entonces el ser esposo, esposa, padre o madre de familia, no es una profesión, si el término se llega a aplicar en lo que concierne al quehacer familiar en el hogar, es en sentido metafórico, analógico, pero es importante ir más allá no sólo de ejercer una profesión en la vida conyugal y familiar.
Me gusta hacer la distinción entre estado de vida y profesión en los términos siguientes, con una descripción: no hay horarios para el estado de vida, mientras que para la profesión u oficio, de alguna manera, los horarios quedan delimitados, incluso cuando se llega a decir que no se tiene horario de entrada ni de salida en el trabajo es obvio que en algún momento no se está trabajando, de manera que siempre se espera que el trabajo se subordine al hogar en las urgencias que se le presentan a la familia, como cuando los hijos se enferman, y se requiere de usar del tiempo que habitualmente puede ser del trabajo.
Se requiere de ver en la decisión del matrimonio el inicio de una consagración: él se consagra a ella y ella a él y los dos a su vez a los hijos, porque sólo como consagración es que se distingue lo que sea el dedicarse a la vida en familia; nos parece que el matrimonio como contrato no es suficiente, el amor quiere ir más allá de un contrato, pide la entrega total, y esta entrega la vemos, pues, en términos de consagración. Y es que una consagración supone un contrato como mera formalidad, pero trasciende el contrato, ya que no podemos suponer que el contrato alcance a describir el amor que la pareja se profesa.
El ejercicio de una profesión pocas veces exige de esa entrega extraordinaria: que yo no puedo entender si no es en términos de consagración, como la que se requiere para dedicarse a cultivar la familia, no sólo en el aspecto material, sino sobre todo en el espiritual: cuidar de los aspectos espirituales se materializa en el acompañamiento para la formación de valores y virtudes en los hijos.
Luego en la oficina se tienen fotografías de la esposa y los hijos, como significando esa presencia del hogar aún en el trabajo: así la empresa del hogar y la familia anima en el trabajo, y no parece conveniente tener alguna referencia del trabajo en la casa que cumpla esa función de dar sentido y animar, estaríamos entonces permitiendo que la profesión o el oficio se entrometa en la intimidad del hogar. De hecho, nunca es conveniente que el trabajo o la profesión lleguen a menguar los mitos y los ritos propios de cada familia.
Como se ve, la familia tiene un lugar exclusivo y privilegiado en la vida cotidiana, sólo que se ha perdido la convicción de que trascender por medio de la familia es una vocación a la que se está llamado, ya que más bien se quiere trascender desde el éxito profesional, aunque no se logre ser fecundos cuando se ha dado la vida por el éxito profesional, y si se ha logrado ser fecundos desde el ejercicio de una profesión, tal vez en algo se pueda relativizar ese hecho de empeñarse por la familia.
La familia es, entonces, el espacio para trascender, uno trasciende en el hecho de ser procreador; y si no se puede tener hijos biológicos, entonces, hay que buscar cómo aun sin hijos biológicos se puede llegar a dirigir ese don que todos como personas tenemos, que es el de dar vida, lo cual no se restringe al ámbito biológico, incluso es estéril o de nada sirve el que los hijos biológicos no sepan, gracias a los padres, cómo trascender su biologicidad, para acceder a lo simbólico de la vida, a que ellos den y tengan razones para vivir.
No trascender el ámbito biológico es quedarse, si bien nos va, haciendo de la vida un ciclo que hay que cumplir: el de nacer, reproducirse biológicamente y morir, i. e., quedarse siendo vegetal o puramente animal, o incluso ni llegar a eso porque nunca hubo reproducción, lo cual es absurdo; no acceder al mundo de la simbolicidad termina en no tener razones para vivir, en vivir sin sentido, y con esto, pues, no haber dejado huella en este mundo.
Los mitos y los ritos de cada familia son el alma de su árbol genealógico, si no hay mitos y ritos estamos ante un árbol muerto, lo cual significa que la familia nunca dio y ni dará un fruto; los ritos y mitos de una familia son los que contienen una experiencia de vida en una historia: la historia de una vida familiar, la historia de personas interdependientes haciendo familia, y con esto es que en la familia se tiene una escuela de vida.
La familia, pues, es una escuela de vida, es una escuela implícita en una historia, en la historia de la familia, de sus mitos y sus ritos, es una historia presente virtualmente y afectando realmente el seno de la familia; y es que por más que se empeñe uno en que las instituciones académicas vinculen a la persona con la vida cotidiana, es más bien la familia la que logra tal vinculación.
La familia, en su carácter institucional, es tan superior a la institución académica, que, como lo he mencionado en otras columnas, se espera que actitudes como la buena disposición, la puntualidad, la obediencia, y la escucha que se requiere para estar en la escuela y aprovechar lo que se ofrece en las instituciones académicas, viene solamente de la casa.
Educar es educir, hacer que la persona saque desde su interior lo mejor de él y logre materializarlo en algo o con algo: no sólo en, o con, cosas propiamente materiales (como el hacer que el pupilo pinte bien un dibujo, o logre entonarse gracias a sus clases de canto), sino también en actitudes y disposiciones empáticas, y para esto se requiere de un acompañamiento muy especial, tanto como que fuera del ámbito familiar no se puede saber sensatamente en qué consista ese acompañamiento que se requiere, y no sólo para hacer bien las cosas, sino para ser bueno moralmente, pues esto segundo es lo más propio de la educación que ofrece la familia.
Incluso, es muy sabio el pedirnos a los docentes que tratemos como a nuestros hijos a los alumnos, sobre todo en cuanto a la paciencia que se requiere para educarlos en la escuela, para un tiempo y espacio muy determinado y determinante en el que se convive con los alumnos, y como se ve, es la paternidad o maternidad la mejor referencia de esa paciencia y disponibilidad para ejercer la labor de educador académico.
Hay todo un ideal de familia que me hace comprender la responsabilidad que se tiene de cuidar la propia familia, la familia es algo muy delicado, porque puede ser constructora o destructora de la persona.
En la familia se puede aprender a ser solidarios y justos, pero también se puede aprender a ser oportunistas, egoístas e injustos: la familia es una escuela de vicios o de virtudes, y lo más importante de esto es que la familia determina la personalidad del ser humano.
De manera que si no siempre la familia forma personas, pues entonces está formando delincuentes o por lo menos parásitos; no se trata de que si no forma personas entonces no pase nada, suponiendo que no se cumple con esa función deseada sin mayor problema, más bien es de preocuparse, y mucho, porque si no es una persona lo que sale de la familia, más bien lo que saldrá de ella es, o un vividor, o una amenaza social, o las dos cosas.
Y es que casi siempre la familia es la primera a la que responsabilizamos de las virtudes o de los vicios de alguien, no es justo que primero se responsabilice a otra institución; a otras instituciones se les responsabilizará, si es pertinente, después de haberlo hecho con la familia.
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