Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano: 32A / LUNES 8 DE NOVIEMBRE DE 2010 / TIJUAN A, B.C.
Damos aquí continuidad a la columna publicada en El Mexicano el pasado 1 de noviembre. En donde quedó el pendiente de abundar más en torno a este asunto de relacionar valores con virtudes en el marco de la enseñanza de la ética.
Este pendiente es algo urgente en la formación moral. Hemos dicho que la virtud es una propuesta vieja, porque viene desde los antiguos griegos y fue retomada por los medievales; mientras que la idea de valores es relativamente reciente, porque emerge de un contexto en donde la modernidad comienza a fracasar (s. XIX), sobre todo cuando lejos de que se haya logrado un paraíso gracias a la ciencia, una especie de mundo edénico, más bien, como se sabe, lo que comenzó fue la primera y segunda guerra mundial.
La virtud tiene como referente a Aristóteles, si bien es cierto que ella viene desde antes de este filósofo de Estagira, es él quien nos entrega en su “Ética nicomaquea (o a Nicómaco)”, todo un tratado en torno a la virtud, ya compendiando lo que venía diciéndose a este respecto.
Los valores tienen como referencia próxima, entre otros, sobre todo a Max Scheler y su “Ética”, quien nos entrega todo un tratado de valores que se ha hecho clásico, y como buen filósofo personalista, restaurando y proponiendo en su enseñanza al ser humano como persona. Su texto, de inicios del S. XX, en cierto sentido lleva por otros senderos esa tradición fenomenológica de Husserl que va a caballo entre el S. XIX y XX.
Más, insisto en que el contexto desde donde se habla de valores es el de un mundo que ha radicalizado el fracaso de la razón: de la ciencia y de la técnica, y con ello, en lo concerniente a la moral, la dignidad humana no tiene referentes o modos por los cuales dar razón de ella.
En torno a los valores, los antiguos habían puesto la atención primero en el universo y luego desde Sócrates la atención se enfocó en el ser humano, se le atribuye a Sócrates eso de que si quieres conocer el universo, “conócete [primero] a ti mismo”.
Luego el mundo de los medievales es teocéntrico, porque centró la atención en Dios, de manera que Dios resultaba el referente primero de valoración. Sobre todo desde Platón más bien no se hablaba de valor, sino de bien. Los filósofos medievales siguiendo aquella tradición antigua, y relacionándola con su cosmovisión religioso cristiana, nos proponen a Dios como El Valor, porque es el Sumo Bien; Dios es el Bien que participa la bondad.
El problema con la modernidad es que quitó a Dios del mundo, como referente axiológico decíamos, y endiosó a la ciencia y la técnica, con lo cual el ser humano se vanagloriaba de lo que inventaba o descubría por medio de la ciencia, y ello incurrió pues, en una modernidad ególatra.
Por eso es que referir un fracaso de la modernidad es al mismo tiempo comenzar a repugnar al ser humano, porque se comienza a desconfiar de lo único que teníamos del ser humano a través de esa imagen que de él se dejaba ver en lo que inventaba o descubría, gracias, pues, a la ciencia humana.
Entonces el aporte de Scheler, con la materia que nos ocupa que son los valores, consiste en que en la línea del personalismo, se coloque al ser humano en su justo lugar, salvaguardando esa dignidad que se pierde cuando se le cosifica, pero que también se pierde si el sujeto regresa a su egolatría, vanagloriándose de lo que científicamente logra o hace. Y es que de la cosificación se pasa a la egolatría, y al revés.
Este referente personalista, respetando el mapa fundamental que nos dejó Scheler en torno a los valores, es necesario respetarlo. Esto no es otra cosa que tener siempre el cuidado del respeto absoluto por la dignidad humana y la vida: porque si hay un valor paradigmático y prototípico es la persona humana. En el sentido de que no podemos poner a discusión la vida humana, a ella se le respeta, no se le discute.
Las virtudes decíamos que son esa capacidad, primero, de llevar una vida equilibrada, estar en el justo medio es tratar de evitar excesos o defectos; alertas para conservar el equilibrio ante la vida, partiendo de la vida cotidiana, que es la fundamental. Es el término medio que se logra como en la cuerda floja, buscando el equilibrio para no caerse.
Antes se hablaba de virtudes cardinales, virtudes que son fundamentales, para tener siempre conciencia de trabajar arduo por la consecución de ellas. Son tan importantes que muchos filósofos contemporáneos vuelven a retomarlas. Las expondré relacionando eso tan de ellas, que es sujetarse en un mínimo de teoría (lo cual es lo que aquí espero dejar), y privilegiar la praxis (para lograrlas en la vida cotidiana).
La primera virtud es la prudencia. Es la puerta de las virtudes, sin ella no se puede tener otra virtud, ser prudente es pensar antes de actuar, o si es preciso, orientarse antes de actuar, de tomar una decisión difícil, para tener tanto el objeto como los instrumentos mejores y tomar decisiones. La primera virtud entonces es la prudencia, porque también resulta estar presente en las otras tres cardinales, la prudencia anima a toda virtud.
La siguiente virtud es la de la templanza, es una virtud muy fundamental porque se refiere a la moderación de nuestras necesidades, para comenzar las básicas, y ello garantizará la moderación de otras necesidades no tan básicas. Y como las virtudes, decíamos, no son ciegas, hace falta de cultivarnos para esa moderación, por ejemplo ahora que se ha puesto de moda la comida chatarra; ahora que se ha puesto de moda la bulimia y la anorexia; ahora que lo referente a la sexualidad tiene extraviado su sentido.
Una tercera virtud es la de la fortaleza, la cual evita que seamos temerarios o cobardes, ya que esos dos extremos son excesivamente irracionales; la fortaleza entonces es usar prudentemente de la fuerza, para que ésta tenga sentido.
También la fortaleza significa tener fuerza de voluntad, de manera que es actual en esta era en que se suele pedir logros de objetivos, se necesita ser perseverantes, ante un mundo en el que seguido tenemos que nadar contracorriente ante algunas modas que, por lucro, nos imponen como necesarios tal o cual objeto de consumo, o tal o cual modelo de vida. Es que tener fuerza de voluntad significa ser fieles a uno mismo.
La cuarta virtud es la considerada como más difícil por ser la más perfecta, es la coronación de las virtudes: se trata de la justicia, que consiste en dar a cada quien lo que le corresponde o es debido. Es la virtud que cuida desde el individuo a la comunidad, y al revés, busca que la comunidad cuide del crecimiento de cada uno de sus individuos. La justicia equilibra el bien común con el bien individual.
Hemos estado insistiendo en que el medio para conseguir valores es la virtud. Los valores son metas que queremos alcanzar, también pueden ser bienes u objetos, y nos lanzamos por ellos, pero con prudencia para ver por qué medios, con templanza para no actuar ciegamente, con fortaleza para poder perseverar en el intento, y finalmente coronando con la justicia nuestros logros en orden al bien común, sin agredirlo, sobre todo sin pisotear al más débil, o incluso sirviéndonos del que menos puede para alcanzar nuestros propios valores. Ser justos es, de acuerdo a lo anterior, poner nuestros talentos y logros, al bien no sólo nuestro, sino de la comunidad, sobre todo de los más necesitados.
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