Por Jesús M. Herrera A.
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Publicado en El Mexicano: / LUNES 22 DE MARZO DE 2010 / TIJUANA , B.C., p. 30A
Para hablar de liderazgo, primero, habrá que iniciar con una aproximación de quién sea un líder, así tendremos un punto de partida para lo que haya que decir al respecto. Ser líder tomando cuenta a alguien reconocido en el liderazgo empresarial, del mundo de los ejecutivos y estudiantes de ciencias económico administrativas, como es Alfonso Siliceo Aguilar, es el que puede “(...) influir en otros para el logro de un fin valioso”. Es alguien que “(...) motiva a otros para la realización comprometida de una tarea u objetivo”.
Y leyendo entre líneas a Siliceo, alcanzo a ver que un líder es una persona que consigue valores a través de virtudes. Lo que busco es darle más contenido al mensaje de Siliceo.
Un líder tendrá influencia tanto en el individuo como en una comunidad; y para lo que aquí concierne nos estamos refiriendo a la relación emocional entre una comunidad y su líder.
Es lógico el supuesto del siguiente planteamiento: si un líder puede controlar o exacerbar las emociones de la multitud, pues esa es, o a eso se reduce en última instancia la tarea de un líder; él, el líder, hará que se controlen o se exacerben las emociones de una multitud o un grupo.
Eso es muy claro en un concierto, en un culto religioso o en la motivación empresarial. Las emociones son quienes mueven al individuo o a la multitud, de eso da cuenta la historia misma, y la historia personal de cada ser humano; pero hoy esto es más evidente que en otros tiempos, puesto que en la posmodernidad se privilegia a la emoción y se ignora a la razón, en este sentido los líderes de hoy suelen ser más emotivistas que racionalistas. De un extremo, el racionalista, se han ido al otro, el emotivista.
Al hablar de emociones estamos tocando el ámbito de la psicología, pues éstas son el objeto del estudio y de la terapia psicológica. Y la primera psicología de que da cuenta la historia del pensamiento es la que tiene que ver con la teoría de la virtud, de raíces griegas y medievales; ya el mismo Freud implicaba, por lo menos indirectamente, en el psicoanálisis, mucha de la psicología escolástica y antigua en su noción de catexia.
De manera que más allá del camino por el que Freud llevó algún aspecto de la psicología filosófica antigua y medieval (en la idea de catexia que se menciona, porque ésta no se comprende si la idea de intencionalidad escolástica), siempre insisto en que hacer que el otro alcance la virtud le dará al psicólogo el cierre con broche de oro de su labor humanizadora.
En el contexto griego y medieval la virtud iconizaba, era paradigma, del status psicológico del ser humano; según Aristóteles la virtud implica emoción, en aquél contexto griego y también en el medieval, las emociones se solían llamar pasiones; Aristóteles nos lo explica de la siguiente manera cuando dice que la virtud es aquella que se coloca “(...) en una posición intermedia para nosotros, determinada por la razón y tal como la determinará el hombre prudente. Posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el otro por defecto. Y así, unos vicios pecan por defecto y otros por exceso de lo debido en las pasiones y en las acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio”.
Como vemos, o se es virtuoso o se es vicioso. ¿Qué tiene que ver esto con el liderazgo y con lo que éste influye en las emociones o pasiones en la multitud?
La cuestión es muy sencilla, si el líder es virtuoso logrará la mesura o el control de las emociones de la multitud, si es vicioso inducirá a la exacerbación de las emociones. Este problema lo desarrolla muy bien el Dr. Mauricio Beuchot Puente (UNAM), cuando dice que el ser humano, como animal simbólico, puede ser ícono o ídolo.
Si es virtuoso será ícono, mientras que el ídolo induce al vicio; el virtuoso es aquél que, por definición, modera, dirige, regula y controla sus emociones, para que éstas se orienten al beneficio y construcción tanto del individuo como de la comunidad; y recordando a Aristóteles el vicioso peca por “defecto o exceso”: sus emociones defectuosas o excesivas lo conducen al maleficio y destrucción del individuo y/o de la comunidad.
El líder virtuoso alcanza la mesura y sutileza analógica (ya que desde Aristóteles la virtud es analogía puesta en práctica), por la cual se logra apartar a quien se lidera del equivocismo, el cual hoy día cuaja en diversos emotivismos; vicios que caracterizan a las multitudes posmodernas contemporáneas, dirigidas por líderes que tienen como objeto conducir a las masas a determinados hedonismos cegadores o encandiladores.
El líder análogo, virtuoso pues, puesto que la virtud es la primogénita de la analogía, logra un mínimo de razón para sujetar la emoción y que ésta pueda tener alguna dirección, y es preciso recordar que la puerta de las virtudes es la prudencia. En este sentido nadie puede ser líder si no es prudente.
El líder análogo logra evitar los extremos, que al tocarse suelen ser muy perniciosos. Algunos ven que la modernidad, gracias a sus actitudes violentas y monolíticas, fue la causante de un líder, social, como Hitler, y ahora vemos a la posmodernidad emotivista y hasta visceral con otro tipo de líderes sociales: son sociales porque, obviamente, no pertenecen al mundo intelectual, pero caricaturizan en la práctica alguna vertiente de lo que fraguan algunos intelectuales, sobre todo de los emotivistas más radicales.
De estos líderes, que no pertenecen al ámbito intelectual, y que caricaturizan ideas del mundo intelectual posmoderno, se pueden contar a Paulo San Román, Carlos Cuahutémoc Sánchez, Adal Ramones, casi todos los políticos, máxime los que incurren en populismos, etc.; claro que cada uno en sus ámbitos influyen en términos de liderazgo en la sociedad.
Por posmodernidad se ha entendido una cultura que reacciona en contra de un mundo calculable, positivista, que no supo alcanzarle al ser humano el sentido de la vida; de aquí que haya posmodernistas radicales que al oponerse radicalmente a la razón, no dejan la opción de algo inteligente que se abra al sentido de la vida, y llegan al extremo de actitudes irracionalistas y abiertamente emotivistas.
Varios de los líderes aludidos son, pues, autores de “literatura” o figuras públicas, que definitivamente son influencia en la vida de las personas; insisto, caricaturizan algunas posiciones posmodernistas radicales, y ante esto, entonces, es necesario subir el nivel de lectura que se tiene, para poder forjar líderes que cuenten con una personalidad virtuosa, ya que la virtud implica necesariamente del cultivo de una personalidad que tenga algo de contenido en la inteligencia y mucho de contenido en el corazón.
Se requieren líderes con solvencia moral, que muestren su apertura al otro para hacerse responsable de él, como enseña Lévinas (filósofo lituano del S. XX), más también que cuenten con solvencia intelectual, pues uno actúa conforme a lo que piensa o tiene de contenidos en la facultad racional, y si no se tiene nada o poco, recordemos la advertencia, según han dicho: que un ciego no puede conducir, orientar, o liderar, a otro ciego.
1 comentario:
Buscar la analogía virtuosa en el justo medio entre inteligencia y emociones. NI tanta emoción que se pierda el sentido del para qué o finalidad. Ni tanta frialdad calculadora de la razón que no se mueva el corazon.
Es curioso recordar al respecto que la historia de la cultura, incluyendo en ella ideas, religiones, modas y todo lo demás, ha oscilado siempre como un péndulo: del extremo de las fuerzas de la vida apasionadaso y dionisiacas al equilibrio y armonía de la razón o lo pretendidamente perfecto y Apolíneo.
Javier Prieto Aceves
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