Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 29 DE MARZO DE 2010 / 27A
Imagen obtenida de: http://www.pantheon.org/areas/gallery/mythology/europe/greek/hermes2.gif
Una cosa fundamental para entender el desarrollo de la cultura griega es el impacto del mito en la filosofía (que era toda la ciencia en aquel tiempo); pero también es importante ver a la filosofía de cara al mito; y es tan importante Grecia que sin el conocimiento de su cultura religiosa y de su filosofía, nos quedan mutilados muchos aspectos substanciales y hasta propios del conocimiento de lo occidental.
En “El origen del mundo en la Grecia clásica” (texto obtenido de Internet) el mito manifestado en creencias religiosas es fundamental para dar cuenta del mundo. Más, se trata de una mitología que no se quedó como un gran tejido de fábulas, diríamos nosotros, folklóricas; sino que tales mitos orientan el pensamiento hasta que pueden ir alcanzando, no sólo sistematización, sino que llegan a dejar principios de vida, de la realidad o del ser, como los ya conocidos de los presocráticos: agua, aire, tierra y fuego.
Es pues el mito o religión (que prácticamente no se distinguen en la Grecia que comentamos) los que tratan de dar cuenta de un origen, y que los primeros resultados han llevado a pensar (a los de este tiempo como a los de aquél) que es posible ir de lo inmanente a lo trascendente: “La religión griega se basó sencillamente en la mitología, que se caracterizó por su talante sincrético, ya que incorporaba en sus relatos elementos de diversas culturas. En esta religión politeísta, cualquier fenómeno y elemento de la naturaleza, así como las principales actividades económicas, quedaron representados por divinidades con apariencia humana. Así, en los mitos griegos podemos encontrar un gran número de dioses pertenecientes a épocas y lugares distintos. Por este motivo resulta complicado reconstruir el panteón completo, de hecho en algunas ocasiones, los dioses se confunden y un mismo suceso presenta varias versiones, llegándose a dar importantes confusiones. Entre estas divinidades, que moraban en el monte Olimpo, se formaron complejas relaciones y vínculos que son la base de la mitología griega”.
Y es importante decir que del sincretismo mítico se pasó al eclecticismo filosófico, como el de Empédocles, quien ve en el amor y el odio la unión y la separación; no es unión o separación ya de un elemento (presocrático) como causa, sino de los cuatro elementos mencionados y, con Empédocles, vistos en cierta interdependencia. El sincretismo mítico-religioso es una mezcla que se ve en la relación entre dioses y, con ello, de axiomas o verdades, sin una distinción y por tanto sin una diferenciación; y el eclecticismo ya de tipo filosófico, por su parte, es ya una conciliación de enseñanzas, que no sería posible precisamente sin la distinción necesaria de subjetividades o particularidades.
De las teogonías griegas, que nos refieren al origen de los dioses, se nos ofrece la siguiente síntesis: “La literatura griega proporcionó diversos textos cosmogónicos, sin embargo la mayoría se conservan bastante mal. Entre ellos conocemos la teogonía de Hesíodo, la teogonía de Eudemo, la de Jerónimo y Helanico, la cosmogonía de las Rapsodias y la recogida en el Papiro de Derveni, las cuatro últimas son conocidas como «Teogonías Órficas», ya que son atribuidas a Orfeo. Hay una serie de rasgos generales compartidos por estas cosmogonías griegas. En primer lugar, el origen del Mundo parte de la organización de una materia primitiva, que a veces se organiza sola. El segundo concepto fundamental es el de los pares de contrarios; esta idea recuerda a la explicación dualista de los filósofos pitagóricos que consideraban que los números procedían de dos elementos opuestos: el par y el impar. Este planteamiento permitía concebir un gran número de oposiciones: el bien y el mal, frío y calor, día y noche... Otro elemento característico de las cosmogonías griegas es que la ordenación del Mundo no se produce instantáneamente, sino que pasa por fases intermedias en las que aparecen criaturas monstruosas y míticas hasta que el desorden es definitivamente desplazado y desaparece”.
Y es de los pitagóricos de quienes aquí deseo decir algo más. Como se ve en la cita, ellos observaban los números pares e impares, y algo que ya no dice este artículo (y que es sumamente importante) es que a los números que no son pares ni impares fueron concebidos y acuñados como analógicos por los pitagóricos, es en estos términos (analógicos) en donde estará inscrito tanto el antes como el después de lo que hizo tan fuerte culturalmente a Grecia; pues la analogía alcanza a ser un modo de pensar que se hizo presente tanto en el mito como en la filosofía y todo lo culturalmente helénico.
Y muy trascendente y exacta es la precisión y valoración que hace Octavio Paz en cuanto a la analogía se refiere, el poeta mexicano dice –en Los hijos del Limo– que “la analogía nos vuelve habitable el mundo”, porque fue la analogía quien hizo habitable a la misma polis griega: posibilitando el paso del mito al logos.
En cuanto a la religión se refiere, es la analogía metafórica: en formas de mitos y alegorías la que hacía pensar en una relación entre lo trascendente y lo inmanente, son los dioses que se presentan antropomórficamente para obtener una explicación mítica del acontecer: por ejemplo Hermes es el dios que traduce el leguaje humano y el divino.
Ahora nos detenemos en Hermes para ver, de acuerdo con Mauricio Beuchot –en su obra “Las Caras del Símbolo: el ícono y el ídolo” –, en este dios pagano una metáfora del hombre que tiende a querer ser dios y la hipótesis de un dios que sea humano, ya que Hermes: “es el dios intérprete, tanto mensajero como traductor de los dioses. Es hábil con la palabra, buen orador y buen entendedor. Tal vez lo más importante es que es un dios doble, dual, ambiguo, o, si se requiere, mestizo. En efecto, es hijo del dios Zeus y de una mujer terrenal, la ninfa Maya, fruto de amores prohibidos, de bastardía; en todo caso, en parte humano y en parte divino en su origen, lo que hace conocer ambas dimensiones”.
Es la analogía, como algo propio y característico de los griegos, la que permite dar el paso del mito a la ciencia; la analogía es un elemento que en muchos ha sido tan bien considerado para poder ahondar en aquello que hizo de Grecia una potencia cultural.
En conclusión podemos advertir el ejemplo de una cultura que ha sabido dar ese paso del mito/religión al de la ciencia como lo vemos en Grecia; falta que aprovechemos esa cátedra para no seguir escindiendo la cosmovisión mítica de la científico positivista, pues lo griego en su intervención por Occidente, puede seguir iluminando el ser y quehacer de un mundo que en Grecia sabe ver gran parte de su maternidad.
Es que el recurso del mito, en la medida en que tiene fuerza analógica: por el uso de símbolos y alegorías (y por el uso de otros hijos de la analogía, como el mestizaje o la condición fronteriza, etc), viene a ser ese recurso casi perenne por el cual explicamos una realidad a la que es difícil de acceder por la inteligencia y aún más difícil por el lenguaje; no se trata del mito como sinónimo de mentira, ni tampoco del mito como si fuera un recurso irracional que, renunciando a todo orden lógico, nunca podría dialogar con la ciencia, y ni mucho menos la ciencia podrá aprovechar (de un mito mal comprendido por irracionalista) nada para descubrir el rostro humano del mundo, y recuperar el rostro humano del sujeto que lo ha extraviado.
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