martes, 17 de noviembre de 2009

Filosofía, caridad y muerte


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en diario El Mexicano: LUNES 9 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C., p. 18A
El problema de distinguir día de muertos y halloween.
En mis dos pasadas columnas no he querido hacer la distinción entre Día de muertos y Halloween, no me atrae hacerla porque quiero jugar con el sincretismo tan de moda actualmente, pero no quiero ser sincretista.
Más bien insisto en que se tenga el cuidado de aprovechar el tiempo para hablar de la muerte desde una perspectiva filosófica que enriquezca a cualquier otra perspectiva (ya que esto es algo de lo que le toca hacer a la filosofía), e intento aportar algo dejando líneas de dirección para abordar el asunto, sean o no sean religiosos los planteles educativos, yo creo que la filosofía nos ayuda en esta empresa, porque es muy abarcadora, quiere y puede ser significativa tanto como para si se abordarán los problemas existenciales, como el de la muerte y el de la vida, desde los supuestos de la fe cristiana o al margen de ellos.
Incluso cabe hacer la mención de que luego no se ve en qué se distingan las escuelas confesionales de las que no lo son, porque me parece evidente que ni unas ni otras quieren (o no pueden) abrirse al conocimiento filosófico del ser humano, si acaso hay un acercamiento a la pura descripción psicologista o piadosa (que ni a religiosa, y mucho menos a teológica llega) del ser humano, lo cual en ninguno de los casos rinde para profundizar en esto tan trascendental en el ser humano, como es ser procreador de vida y ser-para-la-muerte: dos convicciones que en la persona se sintetizan en el todo de ella.
La filosofía es, entre otras cosas y en este caso, para darle contenido a las percepciones fragmentadas que se tienen, fragmentos que toman la forma de opiniones y ritualismos un tanto lúdicos y a veces hasta pretenciosamente mágicos; incluso, insisto, los sincretismos que meten en un solo costal lo anglo del Halloween y lo supuestamente autóctono de los altares de muertos en México, terminan por fragmentar la seriedad debida al asunto de la muerte.
En la medida en que se le da su lugar a la filosofía lo que hacemos es salvaguardar lo esencial de las cosas; por ejemplo, me parece que más allá de justificar si es o no diabólico el halloween, o qué carácter cristiano o náhuatl puedan tener los tradicionales altares de muertos (acudiendo a la historiografía en cualquier caso), pues que las actividades no se queden en entretenimiento, es importante comenzar a construir una atmósfera humanista que invite a la reflexión y al diálogo, con lo cual se puedan cubrir esos aspectos que en la educación quedan desprotegidos por la rigidez de un sistema “educativo” que, si bien nos va, se queda siendo puro adiestramiento.
Incluso el introducir a la filosofía en estos eventos ayuda también para mitigar el puro sentido mercadológico de las fiestas, cualquiera que éstas sean. Y es que, finalmente, lo más objetivo de las fiestas a las que se les da cabida tanto en el hogar como en la escuela luego no termina siendo sólo por su valor religioso o pagano, sino, precisamente, por el sentido consumista en el que terminan metiendo y distrayendo, insisto, de lo humanamente esencial.
Quiero jugar con el sincretismo para superarlo por lo menos humanamente, tal vez sin acudir al recurso del pensamiento y el lenguaje religioso, no tanto porque no lo valore, al contrario, para que quienes tenemos como un valor la vida de fe cristiana, pues que sepamos por dónde queda el fondo humano de lo que se cree religiosamente, y por ello, con estatuto de verdad, y entonces, en virtud de esto, animar en esos valores religiosos que le ayudan al ser humano a tener un crecimiento como persona.

La muerte en el pensamiento cristiano
He recibido con gran atención algo que encuentro entre las líneas de los comentarios que he recibido por las lecturas que hacen de estas columnas, lo cual termina siendo una petición: se trata de que distinga lo que el cristianismo le ha dado a nuestra cultura, y sobre todo que haga distinguir lo más auténtico del cristianismo en torno al asunto de la muerte. Lo cual es muy importante, además de que es exigible, toda vez que si no es por la religión, entonces no puede haber un canal por el que se conduzca esa apertura que termina en una resignación sana, y no enfermiza y de depresión crónica ante la realidad de la muerte.
El cristianismo es la religión de la esperanza; y mucho se ha acusado como de algo falso a la trascendencia que promete el cristianismo, se dice que esta esperanza no tiene sustento real, y que sólo sirve para manipular a la gente (Marx); o que sólo sirven estas falsas promesas para evadir la realidad enfermiza o neurótica en la que puede estar metido el ser humano (Freud); o incluso se ha dicho que el cristianismo es una moral en la que se refugian los débiles (Nietzsche), han sido éstas ya interpretaciones en franca superación, pues desde Marx, Freud y Nietzsche se están tejiendo otras reflexiones menos agresivas para la intencionalidad religiosa de la persona; y no sólo menos agresivas, sino más para el provecho de la vida de fe.
Me parece que estas críticas, por un lado, son provechosas para que el creyente no se olvide de lo esencial, y evalúe la autenticidad de su praxis religiosa. Pero por otro lado, pues son observaciones que tal vez se tejen o se les da seguimiento fuera de contexto. Algo aquí que cabe como intermedio, es la exigencia de testimonio a la que está obligado el creyente, con lo cual materializa y muestra como real su esperanza.
Por lo último es que yo veo que lo más importante, y con lo que se puede estar más allá de estas críticas, es que el reto del cristianismo consiste en hacer del amor de caridad la virtud por la cual se viva una muerte que haga crecer a la persona, aquí se trata de la muerte como renuncia y no de la muerte biológica, más bien la segunda toma sentido desde la primera; de lo que hablamos es de la renuncia de sí como vida auténtica, no en el sentido pesimista como sucede con Schopenhauer, sino que aquí se trata de la renuncia que logre un acercamiento al otro desde la intención de la caridad, esta es una virtud que sintetiza eros y thánatos, lo cual conduce a un morir para vivir.
Entonces, pues, si desaparece la caridad de la renuncia de sí, se pierde el sentido cristiano de la vida, misma que se sabe preparar en esta renuncia, para la muerte; en la renuncia de sí por abrirse progresivamente al otro y por el otro, es que se alcanza la fuerza necesaria para ver a la muerte con esperanza, porque entonces la muerte se traduce en ofrenda por alguien (no por algo).
Y es que actualmente se ven expresiones para acoger la realidad de la muerte que pueden partir del absurdo (La Santa Muerte) y lejos de diluirse, lo que hacen es más bien construir una cultura de la muerte por la que se pervierte tanto el hombre como que se llega a matar al otro, es el puesto radicalmente opuesto, como se ve, al sentido de la muerte que emerge desde ese amor que es el propio del cristianismo, que es el de caridad, que no tiene ambigüedad, ya que exige dar la vida por el otro y no quitarle la vida al otro para mi provecho.

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