Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario “El Mexicano”: LUNES 2 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C., 10A .
El ambiente que se genera el Día de muertos y/o Halloween, como venía adelantando en mi columna pasada, es recomendable que se pueda aprovechar para que pensemos en hablar de la muerte en las instituciones educativas a donde asistimos.
Se trata de un reflexionar en torno a esta realidad ineludible si es que se quiere educar en el sentido pleno de la palabra; una auténtica educación exige educar para la muerte, o como decían los viejos, preparase para bien morir y ayudar a bien morir, insistimos en que el asunto de la muerte también es un asunto de educación, y la educación para que sea significativa entonces ha de tomar muy en cuenta el contexto cultural en donde se vive.
Para tratar el asunto de la muerte, uno de los elementos culturales (o de contexto) por tomar en cuenta, es que se vive en un mundo secularizado; y sin entrar en desarrollos, incluso quizá necesarios, que por espacio aquí no podemos por ahora exponer, entiendo que un mundo secularizado es el que ya no aprecia algo como sagrado en la cultura que construye o destruye el sentido de la vida de los seres humanos de hoy.
¿Y cómo es que se ha llegado a construir un mundo secularizado?, los siguiente cuatro párrafos intentan ser uno de los porqués, uno nada más, ya que son más las razones, pero la siguiente exposición me parece que resulta pedagógica para tener una idea del asunto, por lo menos para ver por dónde iniciarnos en el asunto de un mundo frío y calculador, que no sabe valorar y sólo mide positivamente la vida y la muerte.
Hay un esquema bastante traído y llevado en los ámbitos académicos, que intenta explicar una evolución del conocimiento a través de la historia, se trata de la propuesta de quien ha sido considerado como pionero del positivismo, el filósofo Augusto Comte. Este filósofo habla de tres estadios, a saber: el teológico, el metafísico y el positivo, en su obra “Curso de filosofía positiva”, expliquemos la tesis de los estadios lo más brevemente posible.
El primer estadio: el teológico o religioso, al que por definición pertenece lo sagrado, Comte nos lo presenta como de “ficticio”, en donde toda vez que no hay ciencia que explique empíricamente los fenómenos de la naturaleza, entonces, como para tener cierta tranquilidad humana, nos quedamos escondiendo nuestra ignorancia empírica en inventos religiosos. Por ejemplo, el haber visto a la enfermedad como un castigo por el pecado que se haya cometido, cosa que literalmente se lee en textos religiosos como la Biblia judeocristiana.
El segundo estadio es el metafísico, en éste es donde nos perdemos en las especulaciones lógicas que no nos permiten la consecución del conocimiento empírico, y no obstante, este estadio es como un mal necesario; se trata de un estadio en el que nos perdemos en estar elaborando hipótesis mentales, para luego escribirlas, pero que sobre todo sirven para poder alejarnos de los prejuicios del estado teológico o religioso, y por esto último es que el estadio metafísico se hace como un mal necesario (es un mal en cuanto que no es aún positivo y necesario porque hay que pasar ineludiblemente por él).
Y el tercer estadio es el positivo, o auténticamente científico, en donde lo real y verdadero es lo que puede experimentarse en lo concreto, más allá de lo puramente especulativo y sobre todo al margen de lo religioso o teológico.
Este resumen de la tesis de Comte que sirva como para tener una idea de cómo es que se fue haciendo y fortaleciendo un mundo positivista (no es que esto lo explique todo en cuanto a qué sea el positivismo); el cual muchos quisieran superar y otros pocos nostálgicamente quisieran regresar a él.
Aplicando ese “logro”: el de un mundo y una mentalidad y cultura positivista, a lo que es esencialmente el ser humano: ¿Cómo hacer que la condición humana quede explicada o satisfecha por el positivismo?, o mejor es decir, ¿cómo es que el positivismo puede conseguirle al ser humano eso tan anhelado y, por cierto, no muy bien comprendido que es la felicidad?
La diferencia entre la vida y la muerte de una persona a la de cualquier otra criatura, es que el ser humano, entendido como persona, le busca y le encuentra sentido a la vida y a la muerte; y en esta empresa se implica ineludiblemente la felicidad humana; ser feliz es darle sentido a la vida sin olvidarse de la realidad de la muerte, no se puede ser feliz marginando la realidad de la muerte.
Con una mentalidad positivista, que todo quiere verificar sólo por medios empíricos, no se accede a lo sagrado (porque lo sagrado no es verificable empíricamente), tanto la vida como la muerte humana, en la medida en que nos excede el misterio de lo que son, tienen una parte de sagrada que nos exige respeto y reverencia; decía Plauto (y en la modernidad lo vino a recordar Hobbes) que el hombre se convierte en lobo para el hombre, cuando desconoce quién es el otro, y aquí pensar en lo sagrado del ser humano es pensar en su dignidad, la cual es intocable, respetable porque sí.
Se respeta la vida cuando logramos que la muerte sea celebración de la vida, no obstante el dolor humano que se padezca a causa del fallecimiento del ser querido. Y sólo se celebra la vida cuando se ha sabido luchar por ella, cuando se ha trabajado por promocionarla, por cuidarla.
Y es que tomando como pretexto el verificacionismo del positivismo se ha llegado a negar la vida; empíricamente a muchos nos basta saber de un embarazo para que nos comprometamos como sociedad ante el nonato, si es embarazo en una mujer es, por tanto, un ser humano el que viene y no otra cosa; mientras que si una mentalidad es exageradamente empirista, el embarazo de instantes no basta para reconocer que una vida humana se está comenzando a gestar, y como vida posible tiene, entonces, derechos porque tiene necesidades; y se tienen aún más derechos en la medida en que el ser humano sea más indefenso o necesitado.
Entonces, decíamos que sólo se celebra la muerte como triunfo de la vida, precisamente cuando se le ha dado sentido a la muerte, cuando quien muere nos ha enseñado a cuidar la vida, y más aún, cuando se ha dado la vida por el otro: en esto la maternidad resulta paradigmática, el amor maternal es el que muestra cómo dar la vida por el otro, es un amor que sabe del dolor que no hace sufrir, y cuando se sufre se está dispuesto a dar la vida por evitar el sufrimiento del hijo.
Y es que en el hijo también se encuentra la experiencia de lo sagrado, porque lo sagrado es real, porque más allá de los logros de una mentalidad positivista o empirista, la maternidad y la paternidad alcanzan a ver en el hijo el don y la responsabilidad de la vida, de lo contrario no se explica uno por qué nos consagramos, o empeñamos la vida pues, para que los hijos sean felices y puedan acceder a lo mejor del mundo.
Si no se supera una cultura exageradamente secularista y empirista, no se sabrá qué hacer con la certeza de la muerte, dejarla en el olvido es no asumir el compromiso por cultivar la vida, lo cual consiste en trabajar por la justicia; también el olvido de la muerte degenera en prácticas y ritualismos que tienen que ver con una cultura de la muerte, de esto reflexionaremos ya en la siguiente columna.
2 comentarios:
Me ha resultado muy enriquecedor su artículo. He tenido que hacer un trabajo en mi universidad sobre este tema y me ha resultado efectivo.
Gracias por enriquecer mi conocimiento.
Estimada ROCÍO, muchas gracias por su comentario; le comento que el fin de mi blog es precisamente ayudar a través de reflexiones filosóficas en la labor cotidiana de las instituciones educativas.
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