lunes, 9 de febrero de 2009

La cultura entre la psicología y la filosofía

Publicado en diario Frontera, lunes 15 de diciembre de 2008, Tijuana, p. 31A
Por: Jesús M. Herrera A.

En lo que sigue trataré de decir algo de los retos que tiene la psicología como ciencia, es muy sensato que por lo menos en el ámbito académico se abra la discusión y reflexión en torno a la búsqueda de una identidad de la Psicología como ciencia. Aquí intento hacer ver la pertinencia de la filosofía, más concretamente la ética, ya sensible por el bien común, en la búsqueda de la identidad propia de la psicología.

Cualquier ciencia está orientada de alguna manera por su momento filosófico. Entonces la psicología no sólo no es la excepción de lo anterior, sino que la filosofía es fundamental en la identidad científica de la psicología actual, puesto que la psicología es hija de la filosofía (tal vez hasta pueda ser su primogénita). Aquí una de mis hipótesis es que aun cuando en la modernidad se dio la distinción entre psicología racional o metafísica y psicología experimental, lo que resulta de psicología es, en mucho, la aplicación de lo que pueda haber de antropología filosófica.

Al inicio de la tradición occidental de la filosofía no hubo distinción entre filosofía y psicología. La distinción comenzó con la modernidad; aparece la figura de Descartes, y emerge algo que pareciera un mal necesario: la fragmentación como disposición teórica de lo que hoy presumimos como especialización de las ciencias, con sus consecuencias positivas y negativas, tanto de la fragmentación como de lo que es ésta (la fragmentación) pero ya vista como especialización.

Entonces, desde Descartes hasta poco antes de Bergson se fue tejiendo toda la base teórica que posibilitara el hecho de la consecución de elementos que tecnificaran e hicieran posible la clínica de la psicología, la psicología en las empresas y la psicología escolar. Sólo que en este periodo, hay que decir, la eticidad fue algo marginada del quehacer científico.

La psicología está omnímodamente en los quehaceres del siglo XX, y creo que el contexto lo presenta muy bien Freud en lo que para él significa la neurosis colectiva, nadie se salva de esta pandemia, y es esta pandemia la que alimenta esta omnipresencia de la psicología. Fue una neurosis ineludible, efecto de las guerras mundiales, ahora ya las cosas van más allá de aquel contexto, porque el ser humano sufre o de paranoia o de esquizofrenia, y lo único que lo salva es la depresión, por eso quien no está “en la depre” pareciera que no es de este mundo; se toman a los analgésicos por antibióticos, el ser humano se ha conformado con estar sedado, prefiere inmunizarse al dolor; por ejemplo ciertos adeptos de algunas sectas religiosas están seguros de las promesas del slogan que dice e implica “Pare de sufrir”, es una tendencia que no deja de tener por prima o casi hermana a la ideología que subyace al hedonismo como criterio axiológico, el cual nos hace evadir el principio de realidad, que no es otra cosa que esa tensión entre el eros y el tánatos.

Desde el lente filosófico podemos hablar de tendencias psicologistas polarizadas a un extremo: primero al de los universalismos, sin perder de vista las excepciones que tiene que haber, tenemos las que dependen del positivismo, los paradigmas están en el conductismo y el constructivismo.

Mientras que al extremo opuesto están las de los particularismos, respetando excepciones que también debe de haber, tenemos las que dependen básicamente, directa o indirectamente del existencialismo, los paradigmas comienzan en el psicoanálisis; y en los humanismos, donde hay que subrayar la gestalt; y la psicología transpersonal es otro ejemplo de la influencia del existencialismo en la psicología.

Se necesita evitar reduccionismos y relativismos que den lugar a la eticidad en el ámbito de la psicología. Evitar reduccionismos como los que provocan los cientificismos; para que no se caiga en un reduccionismo hace falta reconocer alcances y límites en los métodos científico-experimentales o métodos de las ciencias de la naturaleza como les llama Dilthey; y de igual manera, para evitar relativismos, hace falta reconocer alcances y límites de los existencialismos, o de los métodos de las ciencias del espíritu (otra vez recordando a Dilthey).

Los universalismos han matematizado tanto al ser humano que muchos desconfían del psicólogo, porque, por ejemplo dice Georges Canguilhem en “Qué es la psicología”, que a quien se le aplica un test le repugna el “verse tratado como un insecto por un hombre a quien no reconoce ninguna autoridad para decirle lo que es y lo que debe hacer”, además de observarle (este mismo autor) a la psicología: “Una filosofía sin rigor, una ética sin exigencia y una medicina sin control”.

Y el relativismo de los particularismos ha incurrido en lo que Salvador Yáñez (psicólogo en la Universidad del Valle de Atemajac –UNIVA–, de Zapopan, Jalisco) señala, a saber: la influencia de orientalismos en el ámbito de la psicología de occidente, como el budismo, la yoga, el sufismo, etc., casi siempre sincretismos demasiado baratos, porque son sugeridos por un existencialismo que desgraciadamente ha sido mejor conocido por sus expresiones sensacionalistas (y no por las más finas que éste tiene), en pos de la vida del aquí y el ahora. Entonces no hay que negar los alcances del existencialismo en la psicología y de las psicologías existencialistas, pero tampoco hay que negar los límites que estas propuestas tienen. Y mejor aún es identificar los existencialismos abiertos a la trascendencia y a la búsqueda del bien.

Carlos Díaz me sugiere, desde su cosmovisión personalista, que la introspección o psicología de oriente ha de abrirse al encuentro del otro, del prójimo, y que no lo refugie en una introversión que lo imposibilite para la solidaridad; puesto que el sujeto orientalista peca de solipsista y hermético al igual que el sujeto cartesiano de occidente. Y vaya que esta apertura al otro la requieren los extremos positivistas que en el fondo buscan un robot como ser humano, y también ayudaría a los existencialistas radicales que reniegan de la razón, o por lo menos la suspenden, y polarizan en el sentimiento toda la atención.

Y no es que uno discrimine sin más o no quiera ver cuáles son los valores de oriente, pero resulta evidente que, sobre todo en México, todo copiamos mal o todo nos llega tarde. La cultura oriental no se ha asumido metodológicamente bien, para que teóricamente sea viable, por eso es que la salida u opción es el sincretismo. Si no se ha sabido importar bien lo gringo, que es un fenómeno muy cercano a nosotros, mucho menos lo oriental, que tiene otra lógica y otra cosmovisión.

Con razón, pues, se busca una psicología capaz no tanto de influir en el individuo, sino en la cultura del individuo, de manera que al sujeto, en su individualidad, se le ayude a revisar y criticar su cultura, que además de individualista es una cultura bipolar; hay que revisar y criticar no desde la pura opinión que tanto prevalece en las mayorías, y por eso es que son susceptibles de manipularlos con cosas que van desde lo ilógico hasta lo absurdo pasando por lo efímero; yo no veo otra característica o mejor evidencia de lo que sea la buena autoestima que el poder salirse de ese mundo bipolar y de lo absurdo hasta saber usar cada vez mejor el sentido común.

Las telenovelas y los reality shows son obras de arte, en el sentido de que pueden retratar la cultura o la realidad, claro, la de las mayorías. Me parece que es precisamente la bipolaridad el motor que mueve a este tipo de espectáculos, es evidente el salto instantáneo que dan desde la euforia hasta la tristeza en cada escena, o desde la carcajada hasta el llorar; hay que enseñar, pues, a tensionar los polos, puesto que a la bipolaridad está orillándose a las mayorías toda vez que con ellos hacen negocio bailando y cantando por un sueño, dentro de un estado que evade su responsabilidad por los más necesitados.

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