Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 21 DE MARZO DE 2011 / p. 23A
Hablar de calidad humana es referirse casi siempre a ella desde parámetros empresariales, en un mundo neoliberal, donde el paradigma de ser humano es el ejecutivo o empresario, i. e., la persona que hace negocios; de manera que no cabe en esta sociedad otro modo de ser humano que no sea el del ejecutivo de ventas.
Por lo anterior es que aun cuando se llega a hablar de solvencia moral como requisito para ser aceptado en determinada empresa a la que se le solicita empleo, al punto que desde la psicología se emplean determinados instrumentos para tratar de medir esta solvencia (lo cual me parece absurdo), resulta evidente que es casi imposible ejercer tal moralidad en los ámbitos laborales, pues es que la carencia de moralidad llega a ser signo de insuficiencia en la calidad de vida personal.
Se busca la calidad personal en medio de un mundo que vive un individualismo feroz, mismo que se manifiesta en una competitividad que niega el hecho de que la calidad personal pueda emerger de la bondad humana, y es que la bondad humana es lo que le puede dar fundamento a la calidad humana. Si no comprendemos que el ser humano es bueno, ya que se realiza precisamente buscando y haciendo el bien, entonces la calidad humana es un término políticamente correcto, pero nada más.
La superación personal es hacia lo que se tiende; y por un lado precisamente el darnos cuenta de que se tiende hacia esta superación, es lo que nos muestra el hecho de que hay una bondad potenciando tales ganas de ser mejor, de saber más, o de hacer mejor las cosas. En este caso hay medios moderados para este crecimiento porque la búsqueda del crecimiento y la calidad de vida nos permite seguir con los pies en la tierra, y hay quienes esta búsqueda la hacen obsesionadamente, desde un perfeccionismo que si no se tiene cuidado, llega a cansar y se olvida de que la calidad y el crecimiento como personas es algo que se va trabajando a diario, y no se consigue de una sola vez.
Más, por otro lado, llega a buscarse el ser mejor desde medios equívocos, y son equívocos o equivocados los medios y los mismos fines, precisamente porque son inmorales, porque no se tiene efectiva solvencia moral, y aún así, se busca el ser mejor. A este respecto resulta vigente Tomás de Aquino, filósofo medieval que supone que el mal no se quiere por sí mismo, sino que a éste se le busca tanto cuanto resulta un bien para un sujeto o un grupo, pues se salvaguardan sólo los intereses particulares, marginando con ello el bien común.
Cuando nos referimos a valores, en un contexto donde el término se usa sólo como slogan de la mayor parte de las escuelas para captar alumnos, resulta un término vacío y cuesta mucho trabajo ponerlo en su justo sitio, pero hay que insistir en esta empresa y seguir esforzándonos. Tenemos la convicción de que los valores de la persona más importantes son los morales, porque son ellos los que se refieren a una calidad de vida.
Ante todo, hay un primer valor, y es importante hoy más que nunca referirlo porque se le ha llegado a discutir de un modo muy simplista; nos referimos al valor de la vida humana, se trata de una vida a la que antes de discutirla hay que respetarla, o si se quiere, se le discute respetándola o por ver precisamente cómo es que se le ha de respetar. No se puede tener calidad humana si la vida propia y la del otro no resulta ser algo sagrado, en el sentido de que es intocable.
En lo anterior, pues, nos referimos a la dignidad humana. La calidad de vida ha de tener su referente inmediato, implícito y explícito en la dignidad humana; tanto como empleados o como empleadores, tenemos una proyección hacia lo social y un compromiso con la sociedad, y en ello se hace presente el respeto de la vida, en términos de luchar por lo que hoy se conoce como vida buena: no es suficiente con vivir, sino que hay que vivir bien, buscar que la vida buena pueda estar al alcance de todos. Por vida buena nos referimos a una vida plenificándose integralmente, que va comprendiendo e integrando cada una de los elementos del compuesto humano.
El compromiso personal y común por la vida, es el que puede permitir una mirada abierta y atenta hacia el otro; se trata de una mística, de un modo de ser que ha de materializarse en la promoción del otro, para hacer un auténtico espacio de interdependencia en el ámbito familiar y laboral.
Referirse a una persona de valores es para suponer que se garantiza la calidad de persona que se es. Y hay que darle más contenido a este asunto. La gran dificultad estriba en el hecho de que los valores terminan siendo algo ambiguo, desde el supuesto de que lo que para mí vale, para otra persona no vale. Por eso es que para evitar un relativismo simplista, podemos manejar algunos criterios.
Que el valor primero, como ya se ha adelantado, es el de la vida, discútase todo, pero no podemos discutir si respetamos o no la vida. Este asunto lo desarrollo en mi libro persona educación y valores, con ideas como las siguientes: “sin algunos valores ni siquiera es posible la subsistencia”, partamos de esto, entonces, tomando parte activa en el trabajo por los que no tienen ni siquiera lo indispensable para subsistir, aquí también se piensan los que son indefensos intrauterinamente.
Y muy importante, también exponiendo ideas que desarrollo más en mi libro, es que la vida no es algo que tiene su referencia sólo en el ámbito biológico, sino que hablar de la vida humana es referirse sobre todo a la vida simbólica del ser humano, ya que éste vive por sus símbolos. La vida biológica está subordinada a la vida simbólica, en el sentido de que hay un fin más allá del hecho de cubrir una necesidad cuando disfrutamos de un valor al poseerlo.
Tan subordinada está la vida biológica a la simbólica, que, como se ha visto ya comúnmente, hay quien lo tiene todo y no es feliz, y hay quien aun con carencias hasta en lo fundamental, lucha, sabe vivir, sufre pues, pero no pierde la paz: dando muestras, por cierto, de auténtica calidad humana.
Es que los valores son bienes que nos plenifican como personas, que nos permiten superarnos o realizarnos, pues los valores, como dice Gevaert, son “todo lo que permite dar un significado a la existencia humana, todo lo que permite ser verdaderamente hombre (…) no solamente [son] aquello que permite satisfacer una necesidad o un deseo, sino todo lo que permite al hombre realizar su existencia y darle un significado”.
Y atendiendo a la enseñanza de Mauricio Beuchot, filósofo de la UNAM, “algo es valioso porque lleva a un fin, mas el llevar a un fin resulta valioso, y también lleva implícito el concepto de valor ya de antemano… Fin y valor no son más que dos aspectos de una misma cosa: del bien. El fin añade al bien la tendencia que se da hacia él, su carácter intencional; el valor añade el bien el aprecio con el que se tiende a una finalidad”.
Finalmente, no es posible teorizar en torno a los valores sin tener en cuenta a la compañera de éstos, que son las virtudes, ya que uno de los grandes problemas es pretender alcanzar valores como si estos llegaran sin más de la nada, o como lamentablemente se ve en muchas escuelas, pretendiendo que los valores son algo así como unos objetos programables.
Las virtudes le preceden a los valores en todos los ámbitos, pues toda virtud en sí misma es un valor, pero no todo valor es una virtud. Las virtudes son hábitos que nos permiten realizar pronta y rápidamente el bien, según lo enseña Aristóteles.
Son cuatro virtudes las que construyen ese edificio de calidad personal: las que antiguamente son referidas en términos de virtudes cardinales: la prudencia es la primera o puerta de las virtudes, por la que pensamos antes de actuar; la templanza, por la que moderamos nuestras necesidades más básicas; la fortaleza es la virtud por la que perseveramos en este camino de realización y logro de objetivos, es la virtud de la fuerza de voluntad o del tener carácter; y finalmente la justicia es la virtud más difícil y más perfecta, porque consiste en dar y recibir lo que se merece y/o lo que se debe, teniendo en cuenta, así y siempre, a los otros, al bien común.
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