Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B. C / LUNES 30 DE AGOSTO DE 2010 / p. 29A
Supongo que los festejos del bicentenario de la Independencia de México, y del centenario de la Revolución mexicana pretenden fortalecer una identidad nacional y sobre todo un amor por nuestra patria; y estas actividades se supone que van encuadradas en lo que ha dado por llamarse educación cívica y ética.
Tal vez se dice formación o educación cívica y ética porque estéticamente se oye mejor que decir formación o educación ética y cívica; yo opto por lo segundo, buscando que a la formación cívica le preceda la formación ética.
Y uno de las grandes deficiencias que tenemos en esta oferta humanística que se da en las escuelas mexicanas, es que antes de la ética no está presente, o no con suficiencia, lo que se es como persona: i. e., la materia de lo que se es como humano, que técnicamente se llama Antropología filosófica o Filosofía del hombre, por la cual comprendemos la condición humana.
Entonces, ante la carencia de lo que se es como persona, siempre estamos bajo la sombra de una educación moral que puede rendir para todo, menos para llegar a ser persona, y a esto el riesgo también de pretender una educación moral y cívica desde una perspectiva conductista, en donde se supone que esta formación puede darse como algo programable: como cuando le instalamos a la computadora un software, así pareciera que se le quiere instalar al ser humano una conciencia moral y una conciencia ética y/o cívica.
Deteniéndonos, pues, en el asunto de qué se sea como humano, lo cual se traduce en qué se pueda llegar a ser como humano o cuál es el modelo de ser humano que se sigue o se propone, desde lo que pueda ofrecernos una educación cívica o para la ciudadanía, esto se pone en juego siempre, ante cualquier anuncio, o desde cualquier texto. Siempre se impone, pues, una idea de ser humano a seguir, y casi nunca se tiene en cuenta que estamos siendo invitados a ser como tal o cual sujeto, de manera que se nos influencia inconscientemente.
La educación cívica, a partir de que en México ésta ha querido darse desde una perspectiva laicista, desde esa búsqueda por separar Iglesia y Estado, a mi ver, termina siendo, paradójicamente, una educación cívica que copia la pedagogía religiosa, concretamente la pedagogía católica; esa pedagogía con la que la Iglesia ha logrado enseñar una cosmovisión y con la cual ha dado a conocer a sus propios héroes.
Es que la educación cívica comienza por quitar de las calles y los pueblos los nombres de los héroes católicos, y ahora impone héroes cívicos; no sé si exagere, pero si se ha pretendido eliminar de la sociedad toda conciencia religiosa, pues al parecer ahora se trata de mirar religiosamente a los héroes cívicos. Si los héroes cristianos son tales porque su modo de vida busca alcanzar, y por ello a representar a un ser supremo, o sea a Dios, los héroes cívicos, con su modo de vida, ¿a quién representan?
La Iglesia católica, como parte de su pedagogía, tiene en alta estima el uso de las reliquias, pues con ellas quiere, entre muchos otros motivos, presentar un vestigio humano de quien llega a ser santo. Así, de las últimas noticias que tenemos, como uno de los aderezos de estas fiestas cívicas, centenarias y bicentenarias, pues se han hecho procesiones con las reliquias de algunos, llamados por la historia oficial, insurgentes: héroes insurgentes que nos trajeron la “independencia”.
Regreso con el asunto: toda vez que a la educación moral o ética, y a la educación cívica no le precede una Antropología filosófica, nos queda el esfuerzo por saber qué idea de ser humano se nos ofrece, y si mal no observo, pues se insiste en tener al héroe como modelo de humano.
Pero se trata del héroe parodiado, o se trata del héroe coloreado; pues es que los héroes de México han servido sólo para entretenimiento: escenificarlos o colorearlos; primero es un entretenimiento académico y ahora se quiere que sean un entretenimiento televisivo, pues no será una novena (de novenario) sino una quincena en Televisa con la serie de “Gritos de muerte y libertad” la cual nos preparará para la magna celebración de la Independencia en septiembre, yo supongo que habrá luego en televisión una quincena (no novena) también –o algo análogo– para llegar en noviembre al festejo de la Revolución mexicana.
Del héroe, en México, que por un lado se pone como paradigma de ser humano, queda sólo la nostalgia de algo que, peor, quién sabe si así fue o no fue, ya que se insiste con justa razón que la historia oficial es la que se ha dogmatizado (curiosamente el término dogma es de familiaridad religiosa) a través del libro de texto oficial, el gratuito que regala la SEP, para formar conciencias cívicas e imponer tales o cuales héroes a los que hay que rendirles culto a través de una liturgia.
Y resultan liturgias cívicas que no han logrado despertar el amor por la patria, como para que a diario el mexicano se levante a trabajar con gusto y hacer algo por mejorar la situación social, política y económica en la que se vive. Pues se va a gritar cada año, el 15 de septiembre por la noche, a ciencia cierta, no se sabe por qué. ¿O es que no es exigible que si hay independencia, ésta se tenga que notar en condiciones de vida buena?, ya que no es suficiente vivir, es necesario vivir bien, y no distraer el mal vivir con gritos, ya que México nunca se ha caracterizado por ser un país de oportunidades.
Los gritos cívico-festivos vienen, pues, de una nostalgia. Tal vez es ese inconsciente, colectivo e individual, el que manifiesta sus ganas por tener un grito auténtico que exprese la alegría por una sociedad de oportunidades; pero hace falta que haya movimientos conscientes, que no sean dados por pura inercia, sino que vengan de un compromiso que procede de saber en dónde estamos y qué se festeja, para ver si lo que se conmemora rinde para hacer tanto ruido.
La revolución de Independencia, protagonizada por Miguel Hidalgo, resulta ser un intento de materializar en la Nueva España los ideales liberales que se vienen pensando desde el inicio de la modernidad cartesiana, se compendian en La Enciclopedia y causan la Revolución francesa. Recordemos que los tres valores de este liberalismo son: libertad, igualdad y fraternidad.
Estos valores siguen siendo retos; hace falta una libertad que sea fuente y cumbre de una sociedad de oportunidades, para que la persona de verdad pueda tener qué elegir, y que no se parodie la libertad con expresiones esteticistas, sino que ésta sea algo que se construye a la vez que se descubre: siempre en el trabajo de lograr oportunidades.
Hace falta igualdad en términos de equidad como para que se entienda la justicia como esa virtud que es a la que se orientan todas las demás: como son la prudencia, la justicia y la templanza (siguiendo el esquema de la ética clásica). La justicia es proporción, dar a cada quien lo que necesita y/o merece; se trata, por ser virtud, de un equilibrio difícil por el que sabemos respetar las diferencias desde un orden mínimo pero suficiente, con lo cual se evita hacer de las diferencias leyes al margen de la condición humana en tensión con el espacio social por el que podemos crecer, pues no se trata de irnos al puro individualismo (puro derecho de minorías), o al puro colectivismo (puro derecho de mayorías).
Y yo creo que en lo que más hay que poner la atención, es en la fraternidad: ahora buscándola desde la otredad, desde nuestra condición de alteridad, desde el cuidado, pues, por la vida del otro, siendo yo responsable por el prójimo, superando esa mirada de sospecha con la que podamos acercamos a los demás. Reto difícil, ahora que en las fiestas del Centenario y Bicentenario, en México se mata y se secuestra sin ningún prejuicio.
2 comentarios:
Algunos pensadores, como Habermas y Gustavo Bueno, se han dado cuenta que los valores morales de Occidente no flotan en el aire, sino que tienen su fundamento en la religión cristiana. La secularización conlleva una pérdida de fundamento. Aún nuestra sociedad defiende instintivamente esos valores secularizados: igualdad, fraternidad, igualdad; sin percatarse de que defiende una reminiscencia de un pasado religioso.
Es un hecho inegable que en México los valores morales están asentados en el catolicismo, hasta el punto que los que han querido suplantar el papel rector de las conciencias de la Iglesia lo mejor que han podido hacer es imitarla en clave secularizante, baste recordar la institución de la "epístola" matrimonial de Melchor Ocampo. Los héroes sustituyen a los santos, pero a diferencia de estos no terminan por convencer como modelos de vida.
No podemos atribuir a esa religión como creadora de valores morales, dado que sólo los instrumentó y retomó de lo que las distintas filosofías de otras religiones del pasado habían retomado. En este caso, la religión NO TIENE CABIDA en el desarrollo y orden público, cada quien adopta su estilo y cada quien acepta sus cosmovisiones acerca del mundo y sus problemáticas. La educación moral pude es por naturaleza axiológica, y aunque el subjetivismo la sustenta, el pensamiento y la coenciencia debe ser formada en el método comprobable, en el cientifismo y el criticismo!
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