Por Álex
La hermenéutica es un hacer, un proceder reflexivo sobre la realidad tatuada de símbolos que nos envuelve. Por ello es que los hermeneutas, a diferencia de los filósofos analíticos o teóricos puros, pueden implementar sus procedimientos de interpretación dentro de una zona de acción más amplia y en un tono más próximo y empapado de humanidad. Se trata de una filosofía práctica involucrada siempre en el devenir de la vida y que, por su naturaleza localizada en el interior de una comunidad de interpretación, se encuentra siempre abierta a la inclusión de aquellos interesados en participar del diálogo, pero también de la discusión, allí donde aparezcan las naturales discrepancias.
Por ello es que la práctica hermenéutica resulta atractiva y esto lo he podido corroborar con enorme gozo al entrar en contacto a través de los sitios y comunidades cibernéticas con otras personas que caminan por las rutas de la interpretación filosófica. Llama primeramente la atención la juventud de muchos de ellos, quienes estimulados por una realidad que en ocasiones se presenta confusa, se aproximan a las propuestas hermenéuticas con la clara intención de participar en el debate de las ideas y la clarificación de los procesos de lectura. Es esta condición de la hermenéutica, y, en concreto, de la hermenéutica analógica, la que le otorga su seña de identidad como una práctica vital, como un filosofar pegado al suelo, que bien entiende que la meditación sobre los problemas de la interpretación es más que un simple ejercicio teórico. La evidente implicación moral que tiene el acto interpretativo y que tan claramente se ha comentado por Beuchot y el grupo que rápidamente se ha conformado a su alrededor, trasciende lo meramente discursivo y alcanza, por citar un par de buenos ejemplos, el plano de las relaciones espirituales y políticas entre las personas que pertenecen a distintos grupos culturales.
Veamos ahora el caso concreto de la analogía, que no es sólo un mecanismo, un procedimiento simple que nos auxilia en la obtención de ciertos resultados en la lectura de textos; también es, y esto resulta desde mi punto de vista aun más relevante, una disposición fundacional de nuevas formas de raciocinio. En esto creo ver la gran importancia histórica de la hermenéutica analógica, es decir, en el diálogo desde Latinoamérica con otras filosofías interpretativas o postfilosofías, como algunos las denominan. No se trata, así me lo parece, de promover una supuesta filosofía de excepción, pues esto no es posible ni deseable, sino una variante con profunda identificación en el ser mestizo de nuestro continente y con fuertes vínculos, además, con la tradición de occidente a la que de una manera particular pertenecemos.
El nivel de practicidad que la hermenéutica analógica tiene, más el amplio espectro de intereses y, sobre todo, la pertinencia de su procedimientos en el contexto de una comunidad global, la colocan en el centro de las faenas teóricas de varias disciplinas; de esto da cuenta muy precisa la cada vez más abultada producción académica que desde diferentes perspectivas se ha venido realizando durante la última década.
Por todo lo anterior resulta claro que la hermenéutica analógica posee un sello de caracterización intelectual muy visible e identificable, que si bien tiene en la analogía su emblema más visible, no es menos verdadero que gracias su ascendente dialógico, su apertura, su condición mestiza y, sobre todo, a su carácter humanista, adquiere el temple que la identifica como una de las propuestas filosóficas con mayor futuro en el entorno hispanoamericano durante los primeros años de ese nuevo siglo.
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