Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario El Mexicano: / LUNES 8 DE FEBRERO DE 2010, TIJUANA, B.C. / p. 19A
En mi compresión de lo que significa educar hay una cosa absolutamente determinante, y es el hecho de ver la educación en términos de virtud; llego a decir que virtud y educación son sinónimos, en tanto que entiendo por educar la acción de educir, y lo que se educe es lo bueno que está virtualmente en la persona.
Entonces intentaré valorar el porqué de la vigencia de la virtud en tanto que la educación: que consiste en hacer que alguien sepa educir, i. e., hacer pasar a la realidad cotidiana aquellos talentos que están virtualmente en él (permítaseme la metáfora de que en este caso lo virtual –que son los talentos– están dormidos en la persona, y hay que despertarlos), esta educación, hoy entonces, ya no se puede llevar a cabo al margen de la realidad virtual contenida en el uso de las tecnologías.
Antes de hablar de lo que sean la realidad virtual y la virtud, tengo que dar un paso atrás y hacer ver que la madre de la virtud (y por ello de la virtualidad) es la analogía; e implícitamente en esto dejaré un resumen de algunos aspectos esenciales referentes a la línea de filosofía en que me especializo, es una especialización que se da a través de una escuela o movimiento que denominamos hermenéutica analógica, esta escuela y/o movimiento es liderado por Mauricio Beuchot, investigador de la UNAM, quien acuña el término hermenéutica analógica para denominar así su propuesta.
Y bien, decía que la analogía es la madre de todo lo concerniente a virtud; incluso Aristóteles, asegura Beuchot, ha dicho que la virtud es analogía puesta en práctica.
Nuestro filósofo de la UNAM, sostiene que los iniciadores de la analogía fueron los pitagóricos, aquellos que haciendo matemáticas filosofaban, y se toparon con la hipótesis de que tal vez hay cosas no tan exactas, y que por lo tanto habría que decirlas inexactamente (y no por ello erróneamente); así que los pitagóricos le llaman análogo a lo que se va presentado difícil de explicar o comprender.
Tal vez lo más familiar que se tiene respecto del término analogía es que esta palabra significa comparación o semejanza; para los pitagóricos el término analogía refiere o supone que algo se conoce en parte (en un mínimo), y se queda la convicción de que es más (en un máximo) lo que se escapa a la comprensión o al conocimiento de algo. Entonces, dicho lo anterior tenemos que analogía, según lo que advertimos, sí refiere a semejanza y comparación.
Ahora bien, hay que ir más allá del uso cotidiano de lo que es la analogía, porque en la medida en que se pueda avanzar en el análisis que se ha hecho de ella, nos ayudará, para efectos de este trabajo, a comprender la realidad virtual. Entonces, respecto de lo que hemos dicho: la analogía es semejanza o comparación, ¿para qué?
Técnicamente decimos (en hermenéutica analógica) que la analogía es para salvaguardar o distinguir la diferencia, pero a partir de una semejanza, y esto supone, primero, que analogía es semejanza y diferencia, y segundo, que analogía es más diferencia que semejanza, pues la razón de ella (de la analogía) es, decía, la consecución de la diferencia, y apostamos a que sea de la auténtica diferencia.
Así las cosas, la realidad virtual se maneja por analogía, por analogía con lo real; una red social, escuché que decía un amigo, es aquella por la cual ahora nos reunimos a tomar el café, tratemos de usar el ojo analógico: ya “reunirnos” y “tomar el café” quedan como metáforas (y la metáfora es uno de los tipos más comunes de la analogía), no se va a entender literalmente la proposición si es que se recurre a la analogía; la semejanza entre reuniones es evidente, lo que hace falta es proceder por analogía para alcanzar a distinguir la diferencia de un tipo y otro de reunión.
En una conferencia se nos decía que quienes no nacimos con computadora en casa hacíamos una distinción ya de plano estéril, pues ahora los jóvenes que ya nacieron usando una computadora, no hacen esa distinción entre sus relaciones personales y las que se dan a través de una computadora. Incluso es común ver que se tome como real un cybernoviazgo, tan real que hay un compromiso moral, de fidelidad, en esa relación cibernética de pareja.
Y bien, tanto una relación tradicional como una cibernética se hacen reales en una persona singular: llega un momento en que afectivamente no se está distinguiendo una relación virtual de una personal, aquí lo importante es la educación afectiva para manejar cualquier tipo de relación y ver que tenga éxito o sentido; tal vez haya ciertas seguridades específicas qué atender en función de seguridad, sobre todo con los menores que podrían entablar relaciones con pedófilos, pero estos son asuntos en los que en este momento no abundo.
La diferencia siempre tiene cierto color de novedad, en la diferencia que nos viene por analogía se hace como novedad el manejo de relaciones cibernéticas; suele emocionar más y hay muchas razones para ello; la crítica más vista es, siguiendo a José María Mardones, porque vivimos en una cultura de anemia simbólica, toda vez que prevalece la imagen sobre la idea.
Así, si por medio de la analogía advertimos que hay algo oculto en lo que nos aparece, hay algo diferente que es importante no dejar pasar por inadvertido, pues la realidad virtual tiene algo también, que hemos de desentrañarle, por principio para manejarla y que no nos domine, lo cual puede suceder por ejemplo cuando tenemos una dependencia patógena por la tecnología, que tanto se ha denunciado en términos clínicos.
Entonces aquí Aristóteles suena actual, pues el estagirita dice que hay que pasar de la imagen a la idea, para aprehender el ser desde el ente; o como dice Zubiri, inteligir a la vez que sentir lo real (dado que la persona es animal de realidades); o el viejo Platón en su mito de la Caverna quiere que, precisamente por analogía (ya que –por cierto– el mito es un modo de analogía), no nos conformemos con lo primero, con lo sensible, sino que sepamos manejar la sensibilidad para que profundicemos por medio de la inteligencia.
Independientemente de las matizaciones y contextos de cada filósofo, ahora hay que reflexionar en torno a ese reto de no quedarnos anquilosados en la imagen, lo cual haré dándole continuidad a mi exposición de la analogía con otros de los términos que le están resultando propios (en esto que denominamos hermenéutica analógica), como es el de icono/iconicidad, el cual nos ayuda a pasar del fragmento al todo.
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