Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 14 DE SEPTIEMBRE DE 2009 / 27A
Si se quiere educar para ser buen ciudadano es necesaria la formación ética antes que la cívica; o que vayan las dos de la mano si se prefiere; más, que no se dé una formación cívica sin contenidos éticos que la fundamenten (como mucho se ha visto que ha ocurrido en México), y es que la ética de diversas maneras se evade en nuestro sistema educativo, tratando de dejar la formación cívica en términos de “cultura de la legalidad”, sin un fondo suficiente de contenido ético.
Digo que la ética se evade porque ésta ha intentado eliminarse explícitamente, justificando el intento a través de diversos supuestos que nacen de una mentalidad neoliberal, o como decimos en filosofía, paleoconservadora: se trata de una mentalidad (la paleoconservadora) que, como asegura Mauricio Beuchot (filósofo y filólogo de la UNAM), cree en el bienestar social gracias al éxito de la ciencia pero al margen de la ética.
Así, es común ver científicos que suponen que lo que sea posible científicamente no ha de estar sujeto a juicio moral previo; y también así se puede encontrar al Estado, legislando e inventando leyes al margen de un contenido moral o ético, con lo cual se obliga a que el ciudadano o la polis tenga que respetar o regirse por leyes injustas. Esto, a decir de una perspectiva personalista, es lo que se opone a un auténtico Estado de Derecho, que nosotros lo entendemos como una sociedad orientada a alcanzar la justicia, es decir, a que cada uno tenga lo que necesita y/o merece.
Entonces, ser justo no es tanto buscar la igualdad –que luego tiende a la búsqueda de una identidad, tan rígida, que no se abre a distinguir y salvaguardar las diferencias–, más bien la justicia es buscar la equidad, dar al otro o al prójimo lo que merece o necesita a partir de sus diferencias. En ese sentido, creo yo, es justo más bien hablar de personas con capacidades diferentes, y no tanto de inválidos, por ejemplo.
La justicia entonces es el mayor valor de la formación ética, ya Aristóteles precisa que la justicia es la virtud mayor (aclaremos que toda virtud es un valor, pero no todo valor es virtud, dice más el término virtud que el de valor, pues el medio para conseguir un valor es precisamente la virtud; de esta relación entre valor y virtud hay más exposición en mi libro “Persona, educación y valores”).
La justicia comprende las otras tres virtudes que tradicionalmente se han visto como cardinales, pues es que son las bases para orientar correctamente el actuar moral, precisamente hacia el ser justos, insisto: que la prudencia, la templanza y la fortaleza están orientadas a la justicia, o la alcanzan o se diluyen las virtudes, o por lo menos quedan en buenas intenciones y no conducen al acto concreto de ser justos.
Así la justicia cristaliza o se convierte en un ideal claro de la formación ética; ya luego de esto se puede pasar a la formación ético-social; de la formación ética tendiendo a conseguir la virtud de la justicia ha de quedar claro que se es individuo a la vez que ente social, o sujeto político.
Ya el ser humano comprendido como persona es individuo a la vez que ente social. Y es que, además, se ha querido fundar la identidad de la persona en su condición comunicativa, lo cual es justo, o válido; pues vistas así las cosas se es sociable cuando se actualiza la condición comunicativa, relacional o de alteridad de la persona. Entonces luce más el ser persona en tanto que somos capaces de abrirnos al diálogo y a hacer comunidad.
Se requiere, como se ha dicho, del fundamento ético o moral, que le dé razones a la persona para tener civilidad, i. e., para valorar su condición social, y sobre todo para comprometerse con ella, para que tome sus cartas y juegue o trabaje, con lo que le corresponda, por el bien común.
Luego entre la ética o moral y la formación cívica –que seguido se limitan (en la asignatura de cívica, según lo atestiguan los textos para la “dichosa” clase) en que se conozcan las funciones de los tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, con el fin de convencernos de la cultura de la legalidad–, ha de tenderse el puente de la ética social, que es la que nos ayuda a integrar la eticidad (eticidad viene de ética) a la actividad política, a la actividad económica, al ámbito de las comunicaciones (que si de algo adolecen es de orientación moral), al mundo laboral para que el trabajo no se vea como un mal necesario sino como la oportunidad de hacer más cómodo o habitable este mundo, tal vez como piensa la moral social cristiana: regresarle al mundo, desde el trabajo, el estatuto de paz y de justicia con que Dios lo creo.
Una educación cívica que no emana de la ética es vacía y violenta. Vacía de contenidos, no tiene materia o fondo, y violenta porque es puro formalismo, y se queda, como he venido insistiendo, en pura cultura de la legalidad, la cual, como decía en mi columna pasada, no tiene crédito en sus progenitores (los legisladores), i. e., la clase política, pues lamentablemente son quienes menos muestras dan de obediencia prudente ante la ley, y lo que es peor, llegan a aplicar la ley a conveniencia.
Es violenta, pues, una cultura de la legalidad que no llega con la previa cultura de la persona, entonces el Estado obliga violentamente a cumplir con leyes que luego son injustas, porque no es la persona desde donde se deduce una ética y desde donde emerjan leyes justas.
Sin la persona el fundamento de la ley puede ser cualquier cosa, cualquier conveniencia momentánea, de aquí la violencia que ha de derivar por construir un estado de derecho que le convenga sólo a unos cuantos; por ejemplo, al hablar de neoliberalismo se supone el gobierno del libre mercado, entonces se habrán de legislar leyes que hagan del mercado el fin, cuando más bien el mercado es medio para el bienestar de la persona y la comunidad.
El estado de derecho viene a ser búsqueda de la justicia, atención a las necesidades sociales, sobre todo hay que atender las más urgentes, puesto que en sociedades como la nuestra hay comunidades e individuos en situaciones de absurda opresión.
Son estos escenarios, en gran medida, los que vienen a ser fuente de violencia e inseguridad para todo mundo; son estos círculos de marginación y sufrimiento, si nos fijamos bien, los que pueden desestabilizar a familias que con sacrificio han obtenido una estabilidad social y económica y tienen la sensibilidad de generar un empleo.
Y es que haciendo cierto uso de las enseñanzas de Marx, las injusticias sociales en donde los ricos sigan siendo más ricos y los pobres sigan más hundidos en la miseria, son lo que hacen del odio el vínculo entre pobres y ricos, o como luego absurdamente se escucha en México: que ser pobre (en el sentido de no tener ni para lo elemental de la vida) es una virtud, y los ricos o quienes han logrado una estabilidad (moralmente bien conseguida) son los malos de la sociedad.
Le urge a la formación cívica alcanzarle al educando una mentalidad para el trabajo honesto, que le consiga no sólo vivir, sino aprender a vivir bien, desde la conciencia de quién soy y cuál es mi misión en la sociedad.
Pues es triste que el mexicano esté impuesto sólo a estirar la mano para que le den, cosa que luego los políticos aprovechan para ejercer el populismo y ganarse adeptos ofreciendo electrodomésticos, cobijas, proyecciones de películas fuera de las (sub)delegaciones y/o carnes asadas; o también esta mentalidad conformista se aprovecha para inventar impuestos, haciéndole creer a los pobres (por medio de spots televisivos) que es para su beneficio el hacerle más difícil al empresario el seguir ofreciendo empleos, ya que se dificulta más la vida empresarial por exigir el pago de más impuestos.
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