lunes, 1 de noviembre de 2010

Elementos básicos en la enseñanza ética (primera parte)

Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en El Mexicano: TIJUANA, B. C / LUNES 1 DE NOVIEMBRE DE 2010 / p. 25A
 La asignatura por donde mal o bien se ha hecho presente la filosofía en las instituciones educativas, es la ética. Se supone desde un planteamiento de filosofía clásica, que la ética es la parte práctica de la filosofía, pues la ética es esa disciplina filosófica que trata del actuar moral del ser humano.
Y la disciplina del orden mental, pues es la lógica, que había sido ella la que cumplía con la función de capacitarnos para hacer filosofía; muy importante tener esta disciplina, para que precisamente discipline a la inteligencia, la cual, ha sido vista por alguien como “la loca de la casa”. Y hoy luchamos por la filosofía y la ética en un contexto donde están más difíciles las cosas, porque la inteligencia ya no sólo es una loca, sino que también sufre de bulimia y anorexia, no quiere saber y darle orden a las ideas, y ello es, sin exagerar, casi una perversión, porque la inteligencia está inclinada naturalmente a saber, y se lo impedimos.
El profesor de ética en las aulas de clase, se aventura a acercar la ética a los estudiantes, sin que ellos comprendan primero qué signifique pensar filosóficamente, teniendo un acercamiento suficiente al hecho de atender a su entorno, a su realidad, desde la filosofía y no sólo desde la forma de vivir convencional, o a lo mucho desde criterios científicos. Lo mínimo como materia dispuesta es que haya una cierta disposición para recibir la filosofía como una materia que es vital para el crecimiento humano.
Otro problema es que antes de la ética, además de que se haya dado ese curso de introducción a la filosofía que termine sensibilizando a los alumnos, como decía, para disponerse a la filosofía como algo vital; pues luego de la introducción ha de venir esa asignatura (o por lo menos espacio) que nos haga llegar algún conocimiento de quiénes somos como personas, o sea, que se tenga conocimiento de nuestra condición humana, aquello que los filósofos viejos de toda una tradición manejaban en términos de una naturaleza humana. Es que enseñar una ética al margen de una filosofía del hombre, puede darnos éticas para todo, menos para seres humanos.
La ética también es definida como Filosofía moral. Y a consideración de esta relación entre ética y moral, es que nuestra moralidad dependerá de nuestra ética. La ética teoriza en torno a nuestra conducta, a nuestra práctica moral.
La virtud es lo distintivo o esencial de nuestra ética. Queremos promover una ética de virtudes porque ésta es la que nos consigue personas con convicciones.
Hablar de la virtud es hablar de la persona humana, en este caso cultivar la virtud es ir logrando que nuestras potencialidades y capacidades que tenemos sean explotadas. La psicología aristotélico-tomista nos enseña que esencialmente somos sujetos de intencionalidad: tenemos una intencionalidad volitiva y una cognoscitiva; la virtud hace que por la inteligencia seamos amantes del saber, y que por la voluntad seamos fuertes de carácter y sobre todo abiertos al amor; la explotación de estas capacidades esencialmente humanas nos hace ir descubriendo y, sobretodo, construyendo nuestra libertad.
Ser virtuosos, entonces, significa ser libres en la medida en que vamos creciendo como personas, dado que ya no nos conformamos con verdades a medias, y mucho menos con mentiras, lo cual lamentablemente es lo que sucede con el vulgo. Ser virtuosos también significa amar con inteligencia, por lo menos dejando en la metáfora eso del amor ciego y el amor a primera vista, cosas que más que metafóricamente se han querido tener por verdades no sólo literales, sino absolutas.
Más, también es importante retomar la enseñanza clásica de la virtud. Aristóteles dice que ella es el justo medio que evita el exceso y el defecto.
No se trata del justo medio equidistante, que puede ser medido cuantitativamente, se trata más bien del justo medio que representa el equilibrista, donde se está difícilmente oscilando hacia un lado y hacia otro. Se trata entonces de vivir equilibradamente; el virtuoso no lo es porque resuelva la vida fácilmente, más bien decide lo mejor en situaciones difíciles, alcanza metas, persevera, y termina siendo justo y luchando por la justicia.
Por medio de la “enseñanza de valores” también se quiere enseñar la ética. A una ética de valores se le conoce como axiología. La axiología es formalmente una disciplina relativamente nueva, ya que nos refiere al cultivo de la filosofía del siglo XIX.
Hay quienes separan radicalmente la relación entre virtudes y valores, y hay quienes llegan a decir muy simplistamente que son lo mismo. Dicen desde una perspectiva muy equívoca que ya no se habla de virtudes hoy día, porque el término suena a un motivo religioso, lo cual es muy inexacto, y el problema es que no nos detenemos a aprovechar esa enseñanza de una ética que tenga como su fuente y cumbre a la virtud, actualizándola al contexto en el que nos toca vivir.
Los valores son los motivos que tenemos para vivir, son lo que nos mueve dice Mauricio Beuchot en sus diversas publicaciones al respecto de la filosofía de los valores.
La filosofía antigua y medieval no hablaba de los valores en el sentido subjetivo que hoy le damos. En esta tradición filosófica, más bien se hablaba de bienes, el bien era eso que técnicamente decimos, en filosofía, que es un trascendental del ente. O sea que uno de los modos por los que conocemos las cosas es porque éstas son buenas, y esto es lo que significa que el bien sea un trascendental del ente. Es que las cosas y a los seres humanos los conocemos cuando accedemos a sus modos de ser, y uno de ellos, pues es que nos resulta bueno o valioso.
Esta enseñanza del bien como trascendental del ente la recuperamos para enriquecer o darle contenido a este asunto que tiene que ver con hablar a diestra y siniestra sobre los valores. Pues por un lado es lamentable que todas las escuelas digan que forman en valores, pero de hecho el dicho sólo funciona como eslogan publicitario.
Se escucha a los coordinadores o directores de áreas, o dueños o directores generales de una institución académica, invitando a los docentes a que eduquen en valores, dando por supuesto que se sabe qué sean éstos. O incluso, recuerdo que dando clases a estudiantes de mercadotecnia, ellos me decían que la mercadotecnia tiene que ser ética, y les preguntaba que qué era la ética, a lo cual respondían que “quién sabe”, no obstante, tiene que ser ética la mercadotecnia.
Lo anterior indica que ante una cultura del absurdo, nunca se superará el no saber lo que se quiere, y cómo o dónde buscar eso que por lo menos hipotéticamente se quiere alcanzar.
Ahora bien, antes de que en este mundo se hablara de la ética como formación en valores, lo cual, insisto, es relativamente reciente y hay todo un contexto en el que aquí no me puedo detener, pues más bien de lo que se hablaba es de una ética de virtudes. Y ahora nuestra propuesta es relacionar estas dos tradiciones: la ética vieja de virtudes, con la ética nueva de valores; es que de lo contrario se seguirá hablando muy romanticamente de los valores, sin precisar cómo conseguirlos. Más, agotado aquí el tiempo, esto lo retomamos en la siguiente columna.