martes, 8 de junio de 2010

El rol de la filosofía para innovar


Por Jesús M. Herrera A.

Publicada en El Mexicano: LUNES 7 DE JUNIO DE 2010, TIJUANA, B.C., p. 23A
  Actualmente se busca la innovación, me parece que el intento quisiera prescindir de las ideas, lo digo en el sentido de que esta búsqueda de innovación renuncia a la cultura, al cultivo de la inteligencia y todo para justificar la ley del menor esfuerzo, total que casi que se quisiera innovar desde la nada.
Incluso se ven concursos por aquí y por allá para premiar al mejor innovador de algo; y si uno se fija bien, el mejor innovador está asistido por lo menos por cierto cúmulo de información que mínimamente puede organizar, ya que uno de los grandes vicios actualmente es el estar saturados de información y sin capacidad de distinguir la más válida y, mucho menos, de organizarla.
Se requieren, pues, ideas para innovar y la madre de las ideas es la filosofía.  En este caso la filosofía ante las ideas es estricta, porque exige que las ideas sean con contenido, y no se trata de ideas vacías.  En los bachilleratos a veces no se tiene en cuenta la deambulación mental del adolescente, que en estos tiempos posmodernos se radicaliza más en ellos, y en esta etapa académica a cualquier cosa, si no se tiene cuidado, se le llama ideal o ingeniosa, y con ello hasta innovadora.
De la relación entre filosofía e innovación encontré una nota en Internet de Santiago Montenegro, él dice que “La innovación es la producción de nuevos conocimientos que generan valor. Se trata de ideas frescas que dan origen a nuevos productos; servicios y procesos; nuevos métodos para administrar y diseños originales e invenciones que generan ganancias para las firmas, regiones y países”.
Y sigue advirtiendo este artículo que menciono, algo en lo que es difícil caer en cuenta actualmente, que para innovar no hay recetas, es que se ha impuesto como si fuera un dogma el hecho de sacrificar el qué por ir en pos del cómo.
Regresemos con la filosofía.  Fue Hegel el experto en decirnos más claramente que de ideas, sobre todo opuestas, es que emergen otras ideas, es que este filósofo está mirando así, hacia atrás de él, la lucha de las ideas, como desenvolviéndose éstas dándole movimiento, mejor es decir, dando vitalidad a la misma historia, pues precisamente la historia es historia de las ideas, según Hegel.
Luego no olvidemos que los antiguos, allá en la época de los griegos, en donde las personalidades que han quedado como los principales representantes de ese mundo cuna de la filosofía, como son Platón y Aristóteles, llevan en su enseñanza una síntesis de lo que ya se había venido cultivando desde los ancestros presocráticos.  Por mencionar algo, en Platón y Aristóteles hay huellas de lo mejor de los pitagóricos, como es el uso de la analogía en términos de virtud; es una huella, la de la analogía, que les sirve para hacer dialogar a Parménides y a Heráclito, el primero celoso de la permanencia y el segundo un radical en torno al cambio y a la obscuridad de las ideas.
Los medievales también nos dan muestras de un avance en el conocimiento a partir del respeto a una tradición que ya venían cultivando, pero tratando de hacerla dialogar, en sus nuevas lecturas que hacían de los griegos, con una comprensión religiosa del mundo y del hombre, en donde el Dios de la revelación de los cristianos los interpelaba.  Pero no innovaban desde cero, desde nada, partían de algo.
Me viene a la mente Nietzsche, de quien podemos decir que es el más retador de la innovación, porque lo hace en algo tan original como es la vida moral, ya que una de las lecturas más conservadas de Nietzsche indican que él es el filósofo de los valores.
Me parece impreciso que se piense en un Nietzsche que rompe con todo para partir desde nada, pues más bien estamos ante un filósofo que invierte una tabla de valores sobre todo anquilosada que enferma al ser humano, pues lo hace hipócrita.
Por otro lado, Nietzsche recupera esa tradición que le hace mucha falta al ser humano de hoy, que es la de la tragedia en los griegos, de manera que el ser humano deje de ser cobarde ante todos aquellos acontecimientos que, es mentira, bien dice Nietzsche, correspondan a una historia lineal, siempre en el ensueño del “fueron muy felices, para siempre”, porque definitivamente que la vida es, más bien, trágica; luego Heidegger explicitará que somos seres para la muerte, ella, la muerte, es nuestra única certeza.  Y se nos invita, pues, a innovar para atender a esa certeza, la única que tenemos en la vida.  Yo creo que innovar para atender a esta certeza es la innovación de las innovaciones.
Una cosa exagerada que desgraciadamente fortalece cada vez más el círculo de la mediocridad mexicana, es ver a los de menos bagaje intelectual en la vida política y en no pocas empresas de la iniciativa privada, y más lamentable es verlos dirigiendo instituciones educativas públicas y/o privadas.  Se olvida del sentido común que advierte el hecho de que “nadie da lo que no tiene”; cómo innovar, pues, sin apoyos ideales, eso es imposible.
Ahora volvamos con Montenegro, quien termina su nota diciendo que “los profesores y los estudiantes de filosofía sacarían provecho de las cuestiones que desafían a las firmas e industrias. Podrían ampliar sus horizontes y darse cuenta que ellos también pueden contribuir a la productividad de las firmas, las industrias y de la economía en general. Sin embargo, ya es hora de que algunos de los principios básicos de la teoría del conocimiento y la filosofía de la ciencia se introduzcan en las escuelas de administración de empresas”.
Y es que a mitad de la nota de este artículo, el autor hace una advertencia muy sabia: “Según la escuela de la crítica racional, cuando las teorías existentes no pueden explicar ni solucionar los problemas presentes, y cuando la crítica constructiva se permite y fomenta abiertamente, es más probable que florezca, como sucede con la innovación, la formulación de nuevas hipótesis -y por tanto nuevos conocimientos científicos. En este punto, también, la formulación de nuevas ideas e hipótesis muy a menudo se desarrolla lejos de la influencia de los expertos, porque los expertos, igual que los directivos empresariales, frecuentemente se vuelven prisioneros de sus especializaciones y formaciones”.
Esta cita me hace pensar en el miedo a la filosofía, hay miedo porque el filósofo quiere romper paradigmas: de hecho no es el miedo a la Filosofía como esa ciencia que casi todo mundo ignora formalmente, aquí no es tanto el miedo a lo desconocido sino que es el miedo a lo más importante de la filosofía que es la actitud filosófica que toda persona naturalmente debe tener, que es claro: ya el flojo, bulímico y/o anoréxico intelectual no tiene esa actitud filosófica que refiero, por la que uno deja de ser parte de ese vulgo que nunca sabe a ciencia cierta qué celebra en las fiestas cívicas.
Se trata de la actitud de cambiar los esquemas que, desde una postura moderada, ya de plano están anquilosados, trabados; digo que desde una actitud moderada porque los radicalismos tienden a extremos que siguen sin conseguir nada nuevo, dejan las cosas atoradas o, incluso, casi siempre las empeoran, de aquí la necesidad de la filosofía como un proyecto de moderación para innovar auténticamente.