lunes, 28 de diciembre de 2009

Educación para una cultura del trabajo

Por Jesús M. Herrera A.


Disponible en Diario El Mexicano: LUNES 28 DE DICIEMBRE DE 2009 / TIJUANA , B.C., p. 26A.

Hace tiempo que he pensado en exponer algunas líneas a considerar para que en la educación se forme en torno a una cultura personalista del trabajo, que sea una cultura capaz de darle sentido al trabajo y verlo como ese medio por el cual crecemos como personas, ya sea en un oficio o en una profesión; y que indirectamente también estas líneas le puedan sugerir algo útil a quienes tienen de diversas formas la responsabilidad de dar empleo, ahora que somos muchos los que, o carecemos de él o no tenemos un trabajo estable.
Ante todo insisto con mi celo antropológico: El trabajo supone una idea de ser humano, de persona; desde una perspectiva personalista se trata de un trabajo que implican al unísono el ser y el hacer, lo ideal aquí es que el hacer no vaya en detrimento del ser, de manera que haya una simbiosis entre la vida activa y la vida contemplativa de la persona.
A partir del siglo XIX Karl Marx ha sido una referencia obligada para pensar críticamente en el trabajo, para que al trabajo se le vea como algo existencial, porque el trabajo resulte como medio de humanización y no sólo como un simple instrumento de producción, o peor aún, como un mal necesario.
La perspectiva marxista busca, convenientemente, la transformación del mundo, precisamente a partir del trabajo, y es en este sentido que Marx me ayuda a pensar en que, mediante el trabajo, en la medida en que se transforma la sociedad alcanzando condiciones de más justicia social, el ser humano se humaniza progresivamente en lo concreto y singular.
Es en Marx, como se ve, una acentuación de la perspectiva práctica del trabajo; pero también hace falta el dejarle su justo lugar al ámbito teórico del trabajo, que en este caso, tal ámbito, lo incardino a la vida contemplativa, al trabajo de hacer contemplación, que es cuidar del lado espiritual del ser humano, cosa que para muchos no cabe en una lectura tradicional de la enseñanza de Marx.
Nosotros, en este ejercicio de reflexión moderada, donde queremos no sólo salvaguardar a la persona, sino partir de ella para pensar y transformar el mundo desde el hecho de trabajar día a día, insistimos en que el pensar ha de conducir al actuar, que la interpretación del mundo es la que ha de conducir a su transformación; y ya en el mismo mundo del trabajo, como lo tenemos ahora, por lo menos esto se da fragmentado en tanto que una mínima capacitación para el trabajo se requiere, lo cual comienza con una exigua, pero imprescindible, instrucción (y la consecuente atención del que se instruye o se capacita).
Quisiéramos que la instrucción o capacitación vayan más allá de lo conductual y, como se deja ver en empresas del primer mundo, se haga llegar inversión en información, entendida ésta en todos esos recursos de cultura universal que ayudan, desde la vida del trabajo, al crecimiento integral de la persona.
Aquí en México, a lo más que llegamos, es a ver contadas empresas con un buen plan de prestaciones materiales, que inmediatamente colocan al que trabaja (sobre todo al profesionista) en ellas en un nivel económico de clase media; pero desgraciadamente tenemos una caterva política que no ayuda a que este tipo de empresas, con esta capacidad de prestaciones, aumenten en número, me refiero a que en nuestro país es todo un acto heroico iniciar y sostener una empresa, sobre todo una de las medianas y pequeñas [de las que acá se conocen como PYMES], por tanto impuesto que, dicha caterva política, le impone injustamente a las empresas.
Lo que prevalece en nuestra sociedad mexicana son más bien los trabajos informales y el subempleo; es común ver que ya sólo el darle seguro social a los trabajadores se convierte en un dolor de cabeza para las empresas. Yo creo que una de las razones por las que, esa caterva política, lejos de apoyar para que se promocione la apertura y el crecimiento de las empresas, se da porque estamos ante gente que no sabe lo que significa buscar trabajo y ni ofrecer un puesto de trabajo.
Mucho menos saben, los de la caterva política, de lo difícil que es cuidar el empleo cuando ya se tiene, y saber hacerse escuchar para solicitar mejores condiciones, apoyo y motivaciones de diversa índole, siempre necesarias, para superarse como persona en el trabajo.
Regresando con alguno de los aspectos sistemáticos de este asunto, hay que verificar el que de lo contemplativo se pase a lo activo, ver que se dé ese paso a la actuación en pos de una humanización del mundo: haciendo que éste se vaya haciendo cada vez más habitable en términos de justicia, de lo contrario estamos no sólo perdiendo el tiempo, sino saliéndonos del mundo, haciéndonos sujetos herméticos, dañando nuestra alteridad o condición social; perdiendo personalidad e infectándonos de narcisismo, con lo cual la solidaridad queda como una virtud imposible del alcanzar.
Hay que educar, pues, para una cultura personalista del trabajo; esta cultura ahora urge, en tanto que por un lado muchos hacen del trabajo un ídolo, y en el otro extremo, sobre todo en México, la gran mayoría ve el trabajo como un mal necesario; nosotros buscamos una alternativa: que el trabajo, cualquiera que –honestamente– éste sea, es para descubrir como más justo el mundo en el que se vive, y por otro lado, el trabajo es ese medio por el cual la persona alcanza su realización, esto resulta evidente toda vez que el trabajo que se realiza tiene la impronta de su artesano, de quien se dedicó con esmero a realizarlo.
Y es que la falta de esmero, o cuando un trabajo no se hace con amor, nunca luce; es importante trabajar mucho en que a la gente le guste su trabajo; en México esta carencia del gusto por el trabajo que se realiza causa muchos problemas. Si el trabajo tiene sentido y se hace con amor alcanza la justicia, pero si la justicia no se consigue mediante el trabajo, se ven llegar muchas injusticias (que se materializan en demandas legales de índole laboral o comercial) y frustraciones.
Por ejemplo, para donde uno voltee hay mecánicos (por lo menos en Tijuana), el problema es conseguir uno honesto y que sepa mecánica: lo técnico y lo moral del trabajo, trato de hacer ver que se condensa en el gusto por el trabajo, en que por medio del trabajo uno se haga servicial ante los demás, ya la compensación económica se dará, casi, por añadidura.
De esta falta de convicción, una suficiente como para que el trabajo tenga sentido, la frustración se hace más dolorosa cuando en lugar de descubrir a los talentos, desde dentro de la cotidianidad del trabajo, lo que se hace es inmovilizarlos para que no destaquen, fenómeno que tristemente se ve mucho en México. Ya que los mexicanos, estando en el agujero de la condición tercermundista, en lugar de empujar para que alguien salga, más bien lo regresan al hoyo, tal vez esto tenga que ver con la envidia, y no sea de la buena.
Ver a la persona como sujeto de talentos es algo que bien le da contenido a ese Homo Faber: que es el hombre de trabajo, u hombre fabril, u hombre que labora o hace algo; a este modo de ser humano (como Homo Faber) aluden con diversos matices varios filósofos; y el sujeto de talentos sella esa concepción antropológica porque trabajar significa, como ya se adelantó, el dejar una impronta personal en lo que uno hace. Esto lo iconiza bien el pintor que pone su firma en cada obra.
Siempre dejamos nuestra firma, pues, en lo que hacemos; esto nos conduce a la parte moral del trabajo; esto es lo que nos advierte de la responsabilidad en lo que se hace mediante nuestro empleo, por esto es que el trabajo dice mucho del cumplimiento de nuestra vocación a la vida. Javier Prado Galán dice en este sentido que “(…) el énfasis de la profesión [y de cualquier oficio] está puesto en el servicio prestado más que en las ganancias obtenidas”.
Esperemos, aun contra todo pronóstico positivista, que en el nuevo año, haya un mejor panorama laboral para todos, que arranque desde el servicio y termine en prosperidad económica.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Celebrar la Navidad, ¿en la escuela?


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 21 DE DICIEMBRE DE 2009 / TIJUANA , B.C., p. 24 A. 
En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, el Cristo, allá en Belén, según el Nuevo Testamento.
Y en las instituciones educativas se puede aprovechar el espacio para que le demos a esta celebración el sentido propio, el que le corresponde, sobre todo esto quisiéramos encontrarlo en las escuelas confesionales.  Y por lo menos algo del sentido humano que tiene la navidad, en las escuelas que no son confesionales, ya que en estas segundas también se escucha felicitarse en Navidad.
Y es que unas tres horas antes de que esto redactara, escuchaba hablar en el radio a una conocida política mexicana, repitiendo unívocamente lo que está de moda en pro, de eso que quisiera ser en México un estado laicista.  Y bien, al final, la famosa política, en pro de ese estado laico que predicaba, y el conductor del programa, se desearon con sinceridad una feliz navidad.
Estamos, pues, ante ese fenómeno que en otros momentos he mencionado en términos de fragmentación de lo religioso.  Otra forma de seguir fragmentando la navidad es mediante esa reducción de lo navideño a las compras, yo creo que los regalos han de ser signos de compromiso con el otro, y sobre todo para fortalecer la amistad hasta que llegue a esa virtud social que es la solidaridad, donde más allá de la relación yo-tú, pueda emerger el nosotros.
Lo que queda en el fragmento implica casi siempre, el perder de vista lo auténtico o esencial de eso que se fragmenta.  En este caso, festejamos una navidad, un nacimiento pues, sin el que nace, esto es como actuar sin pensar, sin saber lo que se hace.
Y de la Navidad y otras fiestas análogas a ella, esperamos ese tiempo y espacio para interpretar y transformar, aunque sea poco, algo del mundo en que vivimos.  De aquí la importancia de autentificar la Navidad.
Ahora bien, para poder continuar, tendré que echar mano de recursos más teológicos, que tienen que ver con la fe cristiana, estos recursos son, por la naturaleza de este tema, imprescindibles.  Y es que si de la Navidad hablamos, lo que no queremos es seguir dejándola en sólo un tiempo de descanso y puramente consumista.
En primer lugar la Navidad nos ofrece una lección de humanidad.  Ya que el cristianismo celebra a un Dios que se hace hombre.  Jesús es El Emmanuel (según el Evangelio): Dios-con-nosotros; se trata de un Dios que misteriosamente ha tomado de María, La Virgen, su humanidad.
Jesús resulta para el cristianismo un modelo de persona.  Hoy se habla de líderes, se hace del liderazgo un tema de moda, y parte del rol del líder es funcionar como ejemplo o paradigma de vida.  Y si nos fijamos bien, el ser humano no deja de orientarse a partir de un modelo de vida.
En este sentido es que en Navidad se nos recuerda que Jesús es una propuesta de vida, se trata de una propuesta que no tiene ambigüedad.  La máxima cristiana es clara: “Ámense como yo los he amado”, decía Jesús; y lo decía precisamente cuando veía que de entre todos los preceptos se olvidaban del que es fuente y cumbre de cualquier otro, el precepto del amor de caridad.
Mucho ilumina y orienta, pues, lo más auténtico del cristianismo, a la formación moral, o a las materias de ética.  Y luego las escuelas confesionales, que quisiéramos que sean la diferencia, esperamos que no sean confesionales porque la religión quede en ritualismos mágicos, sino porque de ellas salgan personas comprometidas con el bien común, en un mundo que busca ser democrático y plural.
Persona importante en Navidad es María, se dice de Ella que es la primera cristiana, porque con su fiat acepta a Jesús, con más preguntas que respuestas: dando ejemplo, pues de mujer de fe.
María es quien protagoniza la cara femenina de la Navidad.  Los estudios de género nos insisten en que la mujer hace de otro modo la condición humana, y efectivamente, no es lo mismo ser varón que ser mujer.
La presencia de María en el cristianismo inicia en el contexto de la maternidad, y para el cristianismo la maternidad es el gran privilegio de la mujer; y resulta que Dios, en la persona de Jesucristo, la segunda de la Trinidad, quiso tener, también, una madre.
La Navidad es, entonces, también la invitación para volver a valorar a la mujer, y lo más sublime de ella que es la maternidad; y es que ese amor de caridad no se puede encontrar mejor representado que en el amor maternal; la maternidad, en la medida en que es amor, tiene que venir de Dios, según la cosmovisión cristiana, ya que San Juan dice que Dios es amor; y se trata de un amor que Dios hace conocer a través de María, la que es Llena de Gracia.
Figura importante en el relato lucano de la Navidad son los pastores, quienes conocen la llegada de Dios al mundo a través de los ángeles, quienes glorifican a Dios en el cielo, y tanto lo glorifican como que la Paz de Dios llega a los hombres de Buena Voluntad.
Los pastores han sido símbolo de sencillez y apertura a Dios.  También de respuesta pronta para correr hacia donde está Jesús, ya que se “Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño…(Lc 2, 16)”.
Se trata de la sencillez que se requiere para actuar con prontitud.  Pues es auténtica la glorificación que le damos a Dios, si construye la paz en el mundo, y hace de la humanidad personas de buena voluntad.  Si la sencillez se pierde, desaparece también la prontitud para ir en pos de los más necesitados.
Los pastores nos hacen pensar en lo sencillo del mundo.  También figura importante son los magos, que aparecen en la versión de Mateo, los magos, gente sabia, nos han referido a esa sabiduría que no se cierra a Dios, es la sabiduría que no se encierra en los callejones sin salida del racionalismo.  Otra vez aparece la sencillez como esa condición existencial que nos permite llegar al encuentro con Dios.
Y bien, María, los pastores, y los magos, tienen una presencia activa en los relatos del Nuevo Testamento.  Los tres nos dan muestras de compromiso y apertura a Dios a través del otro.  No se trata de una enseñanza, la de la Navidad, de un cristianismo pasivo.
Así, el cristianismo exige no sólo la contemplación, también exige la acción a favor de los necesitados; la Navidad invita a la fraternidad y a la solidaridad; si la contemplación no lleva a la acción, entonces nos quedamos con una religiosidad estéril, o pueril, o las dos cosas.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Los valores y las virtudes en el hogar (segunda parte)


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 14 DE DICIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C., p. 28A


En una perspectiva personalista es más importante la virtud que el valor, pues la virtud supone una reflexión en torno al ser humano, un posible conocimiento de lo que se es como persona; un conocimiento mínimo y suficiente como para tener criterios de valoración: vale lo que construye a la persona y es un antivalor lo que la destruye, y esto no es una receta, es una tarea difícil por la que nos empeñamos, y en la que mucho tiene que ver la capacidad de discernimiento.
Por esto es que se hace necesario el conocimiento de sí; este conocimiento lo aporta una psicología capaz de ver a la persona en lo más enigmático de ella, lo que está en sus dos dimensiones: tanto en la volitiva que es la de los sentimientos por los que uno ama, y en la intelectiva, que es la de la inteligencia, por la que uno tiene la facultad de conocer.
Toda virtud es un valor, pero no todo valor es una virtud; aquí nuestra insistencia es que el medio para conseguir los valores es la virtud, y ésta la hemos venido proponiendo en gran medida como fuerza de voluntad o carácter, aunque la primera de las virtudes es la prudencia, que es la capacidad de tomar la mejor decisión sobre todo en situaciones difíciles.
Aplicado al hogar, hemos dicho que éste es el mejor taller de virtudes, porque en el ámbito académico uno siempre tiene el tiempo en contra, así como las limitaciones que los padres de familia no tienen, mientras que desde la niñez hasta el término de la adolescencia es cuando tenemos el espacio propicio para hacer del ser humano una persona de buenos hábitos, i. e., de virtudes.
La escuela, por su parte, toma una actitud análoga a la del hogar en este trabajo de conducir favorablemente a la adquisición de virtudes. La escuela es análoga al hogar porque como bien se ha dicho, ella se convierte en un segundo hogar en esos años propios de la formación de una personalidad, ya que precisamente hasta el final de la adolescencia, o cuando se termina el grado de bachillerato es cuando se espera haberle dejado a la persona sus bases morales.
Una buena sugerencia que me llegó, y lo es precisamente para hacer más fina la analogía entre la escuela y la familia, es que se pudieran integrar a los padres de familia en las tareas que tienen que ver con la formación moral o ética que se ofrece en las instituciones académicas.  Hace falta que la familia evalúe lo que se estudia en la escuela: con el fin de retroalimentar y vincular familia y escuela, y para ello es importante la preparación de los padres de familia.
En cuanto a la formación moral, es importante saber si lo que se ofrece en las escuelas corresponde con lo que se ha venido viviendo en el hogar; no es de esperarse la correspondencia unívoca y absoluta de ello, y ante esta imposibilidad es importante que los padres de familia sean críticos y dialoguen con los hijos para ayudarles a sintetizar por lo menos esas dos perspectivas disímiles, y que a veces no se tiene la conciencia de que hasta pueden ser opuestas.
Y digo por lo menos esas dos (la de la escuela y la de la familia), porque a los hijos les llegan más paradigmas de moral, como el que emerge de los medios de comunicación, el de los amigos, etc.  Y claro que aquí suponemos que el paradigma que viene de la familia es el mejor referente.
La virtud es arte; es teórica y práctica: porque algo se puede decir de ella para que no a todo se le quiera llamar unívocamente virtud y, además, para tener ideas claras que nos conduzcan al cómo de su consecución.
Habíamos dicho que la virtud propiamente es la que tiene que ver con el quehacer moral; parte de la virtud es hacer algo bien materialmente: bailar bien, cantar bien, jugar bien un deporte, ser buen artesano, ser exitoso en las ventas, ser técnicamente buen cirujano.
Más, lo que hace que luzca lo bien que hacemos lo da nuestra apertura al otro, cuando ponemos nuestros talentos y lo que somos en beneficio del más necesitado, dando de nosotros y no de lo que nos sobra.  De aquí que lo más propio de la virtud sea el hacer el bien moral.
Incluso es importante pensar qué hago por el que está a mi lado: empezando por el de la familia que a veces es el más olvidado, y disponernos a hacer algo en su ayuda, esto es un buen antídoto para hacerle frente a la baja autoestima y la depre, tan de moda hoy día.
La modernidad en su afán de exactitud olvidó la virtud, la educación moral centrada en la virtud; y, a causa de ese olvido, la moral se quedó en un puro legalismo, cumplir normas convencionalmente aceptadas había sido como la meta de una buena vida moral, tal vez lo más sano fue parte de, -y no toda- una urbanidad que ahora se ha perdido; de aquí derivaba, v. gr., el que si una mujer se embarazaba fuera del matrimonio, entonces ya deshonró a la familia y hay que cachetearla e incluso correrla de la casa.
Lo más lamentable de ese legalismo es hacer de la vida moral pura mojigatería y puritanismo, sobre todo cuando este legalismo se fusiona con la moral religiosa.  Sin la virtud como consistencia de la moral propia de una religión (por lo menos la cristiana que es la que conozco), entonces se llega a sacar a la religión de su sentido humano, y luego ésta termina en fundamentalismos y fanatismos.  Entonces el religioso lo único que sabe es condenar y ver todo como pecado, pensando que el mundo es malo, casi que se quisiera más bien ir a vivir a la luna o a otro planeta.
Luego de ese legalismo, Max Scheler (Filósofo alemán) trae al mundo del siglo XX una axiología, i. e., toda una enseñanza en torno a los valores; es una enseñanza crítica precisamente del legalismo que deriva en gran medida de la enseñanza moral de Kant, me parece tan fuerte la presencia de Scheler (y otros, claro) que por ello es que vivimos en una cultura que más bien busca en la formación moral la formación de valores, pero esto que se hace actualmente es un intento de moralizar al margen de la virtud.
Sin la virtud corremos el riesgo de hacer de los valores puras metas inalcanzables o puros bonitos sentimientos.  Esto segundo es muy sugestivo hoy día, ya que se vicia la pregunta “¿qué sientes?”, o igual se pervierte la expresión “si te sientes bien, entonces está bien”…, en fin, que las cosas no pueden ser tan sencillas para conducirse moralmente, sin detrimento de la dignidad del otro, y más aún, cuidando del otro que, como dice Levinas (filósofo lituano), se me revela como misterio.
Una persona sin virtudes no puede ser alguien que alcance valores; muchos se proponen metas en la vida, ¿por qué unos las alcanzan y otros no?, los que las alcanzan tienen la preparación y la fuerza de voluntad para lograr lo que se proponen, y esto es la virtud, preparación o conocimientos del objeto que se quiere más el correspondiente carácter que se necesita, para perseverar hasta el final.
En la familia, pues, hay que empeñarnos por hacer que este carácter se consiga, y también el conocimiento del mundo en el que se vive, por esto es importante invertir en trabajo extraacadémico y/o apoyar el extracurricular de la escuela: en el conocimiento del arte, en que en su momento haya ensayos de lo que es salir a trabar, así como invertir en el deporte, etc., más también, el salir de la comodidad del hogar para ayudar a los desfavorecidos de la sociedad.

martes, 8 de diciembre de 2009

Los valores y las virtudes en el hogar (primera parte)


Por Jesús M. Herrera A.

Publicado en diario El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 7 DE DICIEMBRE DE 2009 / 27A.
El hogar es la escuela más efectiva de valores y virtudes; en la educación académica lo que tenemos es una sistematización y teorización de ello, pero el espacio se puede ver agotado en la aprehensión y comprensión efectiva, vital y existencial de la virtud, pues siempre hay prisas por parte del docente que, lo más seguro, es que tenga que terminar su programa académico y el tiempo siempre se ve en su contra; y por parte del alumno también hay prisas, porque él tiene marcados los tiempos para terminar satisfactoriamente su curso.
La virtud es una idea vieja, la comienzan a tratar los filósofos griegos, siempre se la ha visto como equilibrio difícil, no es el justo medio equidistante entre dos puntos, que se encuentra de manera fácil por medio de una ecuación.  Más bien es equilibrio, y éste por definición es difícil, requiere de un mínimo de explicación, quizá un mínimo de indicación, y es mucho más la práctica lo que hace que alguien sea virtuoso.
Y es que a la virtud se le ha querido definir como un justo medio entre dos extremos, pues bien, ese justo medio hay que cuidar de no entenderlo como algo exacto, es movedizo, es dinámico, tiene todos los elementos que describen e implican o comprenden la consecución de un equilibrio, de manera tal que un buen icono de virtuoso es el equilibrista.
Lo deseable es que el ser humano nazca y se convierta en persona a través de la vida en familia, la que se cultiva en el hogar; y el hogar tiene todo para aprender a equilibrarse, es más, del equilibrio que se consiga en el hogar depende lo equilibrado que se sea fuera del mismo, para empezar en la escuela, que es la primera experiencia de vida fuera del hogar.
Cuando el ser humano nace va dejando poco a poco su dependencia, ya que comienza a gatear, viene la primera experiencia de equilibrista, es un equilibrio motriz, luego viene uno psicomotriz en el sentido más amplio, que es cuando ha de comenzar a controlar su temperamento, sus berrinches.
El hogar es el mejor lugar para aprehender la virtud, ésta tiene un mínimo de explicación, y tiene más de comprensión; es mínimamente teórica y máximamente práctica; estos mínimos de explicación o de teorización de la virtud son necesarios, porque de lo contrario a cualquier cosa se le querrá llamar virtud, habrá confusión en torno a lo que sea la virtud.
Necesitamos, pues, una suficiente revisada a la tradición que se coloca como el entorno de la virtud, para no descontextualizarla, y no tener una idea falsa de lo que ella es.  La Ética nicomaquea de Aristóteles viene a ser como el primer tratado, o una primera sistematización de la virtud.
Entonces un mínimo de teoría y un máximo de práctica es lo que de manera más efectiva se puede dar en el hogar; es el mínimo de advertencia u orientación, de ideal o el porqué de actuar o no actuar de una u otra manera; entonces, toda vez que el máximo es la práctica, esto implica que los primeros en dar muestras de virtud son los padres.
No se vale el “porque yo lo digo”, eso es un atentado a la razón y por lo tanto una falta de respeto a los hijos, yo creo que los padres nos hemos de preocupar por cultivarnos y poder dar razón de nuestras convicciones.
Y es que por un lado este mínimo requerido, racional y dialógico es esperado por los hijos en la educación, este mínimo de explicación y de diálogo es importante porque es lo que hace pensar a los hijos, y es importante que en el hogar se haga pensar a los hijos para que en su momento tengan una actitud crítica ante la vida.
Si no se saben dar las razones que sustentan nuestros valores, la labor educativa y formativa en el hogar será más difícil, o peor aún es que no se tengan valores porque no hay un mínimo de criterios en las personas de los padres (y de cualquiera que se precie de educador, e incluso de instructor o capacitador), ya que nunca leen nada o si acaso sus referencias de lectura son las revistas de la farándula y sus entretenimientos son las telenovelas.
Y por el lado práctico, pues la virtud tiende más a mostrarse que a decirse o a explicarse, como lo hemos estado insistiendo (y no hay que renunciar nunca a ese mínimo de explicación).  En este ámbito práctico estamos hablando de la coherencia de vida: el virtuoso es coherente con lo que dice (y piensa) y con lo que hace.
Y definitivamente que lo más difícil es tener una sola cara, ser personas de una sola pieza, por esto la virtud también se muestra en la dedicación al cultivo y el logro progresivo de esa personalidad con carácter: formar en la virtud es hacer personas con fuerza de voluntad; es deleznable el quedarse en el puro intento o en la buena intención, hay que lograr las cosas.
Se les forma carácter a los hijos desde el carácter formado de uno como educador de ellos, lo más lamentable hoy día es una tendencia como a vivir en una especie de eterna adolescencia (buscando el eterno enamoramiento y el eterno idilio y nunca ser capaces de amar), la cual termina haciendo que los padres no tengan autoridad moral sobre los hijos.
Recuerdo que como orientador en una escuela tuve que citar a la mamá de un alumno de bachillerato para exponerle los problemas de disciplina y de bajo rendimiento de su hijo, y mientras en la oficina estuvieron los dos conmigo tratando el asunto, resulta que el hijo sin mayor problema estaba a punto de golpear a la mamá, lo cual entre otras cosas, es evidencia de una falta de autoridad y carácter, que se gana y no tanto que se impone.
Tal vez el empeño por ganarse esa autoridad que acompaña y personaliza de una manera extraordinaria la educación de los hijos, hoy más que nunca, se vea más difícil y obstaculizada por vivir en un mundo materialmente caro y de falta de trabajo estable y bien remunerado, y con todo, no hay que perder de vista ese cuidado del tiempo que se les debe a los hijos, ya cuidar de ello es una labor altamente virtuosa.
Ser personas de virtud, pues, es tener carácter.  La virtud en la filosofía aristotélico-tomista es tenida como un hábito que le ayuda a la persona a hacer fácilmente el bien y algo bien.  Tal vez me he detenido mucho en la virtud como un hacer bien las cosas prácticas o cotidianas (algo bien) desde la consecución del carácter, eso es en parte la virtud.
Pero la virtud sobre todo es un hábito que dispone a conseguir rápidamente el bien moral (el bien por excelencia), no sólo el bien pensar y el bien actuar; es más, el bien moral implica y sella el bien pensar y el bien actuar.
El virtuoso es quien cuida de su integridad en armonía con el bien común, lleva a un equilibrio su individualidad dentro de su comunidad (cuidando, pues, su alteridad), por esto es que desde Platón la virtud más difícil por ser más perfecta de conseguir es la justicia, todas las virtudes tienden a la justicia, que es saber dar a cada quien lo que le corresponde y/o necesita.
Entonces se evita el individualismo y el comunismo; los ismos tan fatídicos.  Y me parece que el hogar es un laboratorio excelente para practicar e inventar una comunidad justa, en donde se aprenda a cultivar el bien común.
Hace falta hablar de la relación entre valor y virtud, incluso de sus encuentros y desencuentros, y cómo es que estos han afectado el hogar, incluso cuando no se tiene cuidado y se es muy legalista en la educación moral que se ofrece en el seno familiar; se agotó el espacio de esta columna, lo retomamos en la siguiente columna.

domingo, 6 de diciembre de 2009

El quehacer educativo en la familia


Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 30 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C: p. 36A.
Por Jesús M. Herrera A.
Tal vez sería un tanto impertinente definir o enlistar qué tareas son las propias o las más características de la familia, pues ella misma, en la medida en que es consciente de su rol y estatus, va descubriendo el deber ser en la familia; cada familia tiene su dinámica propia, sus propios mitos y sus particulares ritos; lo más importante es distinguir lo esencial de la vida familiar: la autenticidad de lo que significa educar para la vida y el amor, y esto esencial de la familia se desentraña del espacio donde se construye la familia, que es el hogar.
De acuerdo con los teóricos de la familia, suponemos que ésta nace a partir de la unión matrimonial, de manera que el matrimonio es un estado de vida, no una profesión.  Para ser profesionista se requiere de la institución académica, que mediante el estado provee de un título, lo cual no sucede en el hecho de unirse en matrimonio, a lo más que se puede llegar es a un reconocimiento jurídico (ya sea del estado, o ya sea de la religión) que regula la institución matrimonial.
Entonces el ser esposo, esposa, padre o madre de familia, no es una profesión, si el término se llega a aplicar en lo que concierne al quehacer familiar en el hogar, es en sentido metafórico, analógico, pero es importante ir más allá no sólo de ejercer una profesión en la vida conyugal y familiar.
Me gusta hacer la distinción entre estado de vida y profesión en los términos siguientes, con una descripción: no hay horarios para el estado de vida, mientras que para la profesión u oficio, de alguna manera, los horarios quedan delimitados, incluso cuando se llega a decir que no se tiene horario de entrada ni de salida en el trabajo es obvio que en algún momento no se está trabajando, de manera que siempre se espera que el trabajo se subordine al hogar en las urgencias que se le presentan a la familia, como cuando los hijos se enferman, y se requiere de usar del tiempo que habitualmente puede ser del trabajo.
Se requiere de ver en la decisión del matrimonio el inicio de una consagración: él se consagra a ella y ella a él y los dos a su vez a los hijos, porque sólo como consagración es que se distingue lo que sea el dedicarse a la vida en familia; nos parece que el matrimonio como contrato no es suficiente, el amor quiere ir más allá de un contrato, pide la entrega total, y esta entrega la vemos, pues, en términos de consagraciónY es que una consagración supone un contrato como mera formalidad, pero trasciende el contrato, ya que no podemos suponer que el contrato alcance a describir el amor que la pareja se profesa.
El ejercicio de una profesión pocas veces exige de esa entrega extraordinaria: que yo no puedo entender si no es en términos de consagración, como la que se requiere para dedicarse a cultivar la familia, no sólo en el aspecto material, sino sobre todo en el espiritual: cuidar de los aspectos espirituales se materializa en el acompañamiento para la formación de valores y virtudes en los hijos.
Luego en la oficina se tienen fotografías de la esposa y los hijos, como significando esa presencia del hogar aún en el trabajo: así la empresa del hogar y la familia anima en el trabajo, y no parece conveniente tener alguna referencia del trabajo en la casa que cumpla esa función de dar sentido y animar, estaríamos entonces permitiendo que la profesión o el oficio se entrometa en la intimidad del hogar.  De hecho, nunca es conveniente que el trabajo o la profesión lleguen a menguar los mitos y los ritos propios de cada familia.
Como se ve, la familia tiene un lugar exclusivo y privilegiado en la vida cotidiana, sólo que se ha perdido la convicción de que trascender por medio de la familia es una vocación a la que se está llamado, ya que más bien se quiere trascender desde el éxito profesional, aunque no se logre ser fecundos cuando se ha dado la vida por el éxito profesional, y si se ha logrado ser fecundos desde el ejercicio de una profesión, tal vez en algo se pueda relativizar ese hecho de empeñarse por la familia.
La familia es, entonces, el espacio para trascender, uno trasciende en el hecho de ser procreador; y si no se puede tener hijos biológicos, entonces, hay que buscar cómo aun sin hijos biológicos se puede llegar a dirigir ese don que todos como personas tenemos, que es el de dar vida, lo cual no se restringe al ámbito biológico, incluso es estéril o de nada sirve el que los hijos biológicos no sepan, gracias a los padres, cómo trascender su biologicidad, para acceder a lo simbólico de la vida, a que ellos den y tengan razones para vivir.
No trascender el ámbito biológico es quedarse, si bien nos va, haciendo de la vida un ciclo que hay que cumplir: el de nacer, reproducirse biológicamente y morir, i. e., quedarse siendo vegetal o puramente animal, o incluso ni llegar a eso porque nunca hubo reproducción, lo cual es absurdo; no acceder al mundo de la simbolicidad termina en no tener razones para vivir, en vivir sin sentido, y con esto, pues, no haber dejado huella en este mundo.
Los mitos y los ritos de cada familia son el alma de su árbol genealógico, si no hay mitos y ritos estamos ante un árbol muerto, lo cual significa que la familia nunca dio y ni dará un fruto; los ritos y mitos de una familia son los que contienen una experiencia de vida en una historia: la historia de una vida familiar, la historia de personas interdependientes haciendo familia, y con esto es que en la familia se tiene una escuela de vida.
La familia, pues, es una escuela de vida, es una escuela implícita en una historia, en la historia de la familia, de sus mitos y sus ritos, es una historia presente virtualmente y afectando realmente el seno de la familia; y es que por más que se empeñe uno en que las instituciones académicas vinculen a la persona con la vida cotidiana, es más bien la familia la que logra tal vinculación.
La familia, en su carácter institucional, es tan superior a la institución académica, que, como lo he mencionado en otras columnas, se espera que actitudes como la buena disposición, la puntualidad, la obediencia, y la escucha que se requiere para estar en la escuela y aprovechar lo que se ofrece en las instituciones académicas, viene solamente de la casa.
Educar es educir, hacer que la persona saque desde su interior lo mejor de él y logre materializarlo en algo o con algo: no sólo en, o con, cosas propiamente materiales (como el hacer que el pupilo pinte bien un dibujo, o logre entonarse gracias a sus clases de canto), sino también en actitudes y disposiciones empáticas, y para esto se requiere de un acompañamiento muy especial, tanto como que fuera del ámbito familiar no se puede saber sensatamente en qué consista ese acompañamiento que se requiere, y no sólo para hacer bien las cosas, sino para ser bueno moralmente, pues esto segundo es lo más propio de la educación que ofrece la familia.
Incluso, es muy sabio el pedirnos a los docentes que tratemos como a nuestros hijos a los alumnos, sobre todo en cuanto a la paciencia que se requiere para educarlos en la escuela, para un tiempo y espacio muy determinado y determinante en el que se convive con los alumnos, y como se ve, es la paternidad o maternidad la mejor referencia de esa paciencia y disponibilidad para ejercer la labor de educador académico.
Hay todo un ideal de familia que me hace comprender la responsabilidad que se tiene de cuidar la propia familia, la familia es algo muy delicado, porque puede ser constructora o destructora de la persona.
En la familia se puede aprender a ser solidarios y justos, pero también se puede aprender a ser oportunistas, egoístas e injustos: la familia es una escuela de vicios o de virtudes, y lo más importante de esto es que la familia determina la personalidad del ser humano.
De manera que si no siempre la familia forma personas, pues entonces está formando delincuentes o por lo menos parásitos; no se trata de que si no forma personas entonces no pase nada, suponiendo que no se cumple con esa función deseada sin mayor problema, más bien es de preocuparse, y mucho, porque si no es una persona lo que sale de la familia, más bien lo que saldrá de ella es, o un vividor, o una amenaza social, o las dos cosas.
Y es que casi siempre la familia es la primera a la que responsabilizamos de las virtudes o de los vicios de alguien, no es justo que primero se responsabilice a otra institución; a otras instituciones se les responsabilizará, si es pertinente, después de haberlo hecho con la familia.

La Familia: escuela para ser persona



Publicado en Diario El Mexicano: LUNES 23 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C., p. 26A.
Por Jesús M. Herrera A.
Pensar qué lugar ocupa la familia en la labor de forjarle al sujeto una personalidad, es preguntarse también si la familia tiene un sentido, si aún vale la pena defender la familia, si ésta puede seguir siendo el núcleo de la sociedad, toda vez que parecieran los divorcios como un estado de vida por el que hay que pasar por lo menos una vez en la vida.
También, otro elemento por considerar tiene que ver con el problema del trabajo, ya que el trabajo se hace un estado de vida, pareciera que el ser humano nació para el trabajo y no para hacer familia (y luego el quehacer familiar quiere verse como si fuera una profesión), y en esto es necesario poner el trabajo: la profesión u oficio, al servicio de la consolidación de la familia, y esta es una de las bases fundamentales de una humanización del trabajo.
En lo que sigue aprovecharé algunas ideas de la tesis doctoral de Oscar Yecid Aparicio Gómez, titulada “El nexo familia-persona en la filosofía personalista” (que usted puede encontrar en Internet); ante todo esta tesis es un trabajo laudable, porque hace falta de la filosofía para ayudar al quehacer de la familia: yo veo que cuando la familia entra en crisis, o cuando se pretende iniciar una familia, sólo es la voz del psicólogo, del religioso y del jurista la que se va a escuchar, hace mucha falta, pues, acudir a la filosofía para darle contenido y para sellar la orientación religiosa, la psicológica y la legal en torno a la familia.
La orientación y el sello los logra la filosofía porque es la que descubre el sentido o el valor de la persona y de la familia, si la orientación religiosa o psicológica, y el tratamiento legal en torno a la familia, logran descubrir y cuidar el sentido de una personalización progresiva del ser humano a través de la familia, entonces estas ciencias tienen contenido y sellan la labor humana que les compete, de otra manera se hace un derecho, una psicología o una religiosidad funcionalista y/o manipuladora de la persona y de la familia.
Son funcionalistas estas ciencias cuando se deshumanizan, y sólo ofrecen analgésicos para sentirse bien momentáneamente, cuando por ejemplo el jurista se limita a encontrar el medio más rápido para llegar a un arreglo entreverado de puros intereses económicos; es lamentable evadir el compromiso, no impuesto por el educador u orientador familiar, sino que el compromiso emerge espontáneamente cuando se logra descubrir que sólo es en la familia en donde se aprehende a vivir, a perdonar y a pedir perdón, a aceptarse y a corregirse fraternalmente, lo cual es indispensable para una auténtica tolerancia, que luego se quiere confundir con ser permisibles hasta de absurdos y barbaridades que se promueven en la sociedad.
Aparicio Gómez, citando a un filósofo francés: Jean Lacroix, sostiene que hay una relación de “simbiosis vital” entre la persona y la familia; se trata de una relación de interdependencia (entre persona y familia), ya que por un lado, si no se es persona no se alcanzará el ideal de constituir una familia, y, por otro lado, de la familia lo que emana es la persona, así la persona sólo se gesta en ese medio exclusivo que denominamos familia; las personas no nacen de otros medios que no sean los del seno familiar, y es que a veces se le quiere adjudicar de manera absoluta a la escuela esta labor de darle personalidad al ser humano, lo cual es erróneo.
Una cosa va quedando clara en esa relación de educar en la familia y en la escuela: la disposición para aprovechar la educación académica viene de la familia, cosa verificable a muy temprana edad, ya desde que se ingresa a preescolar; y es que si como alumno se llega con problemas afectivos desde el hogar, resulta de ello una indisponibilidad para las labores académicas.  Así que la familia tiene más responsabilidad que la escuela en la consecución de la personalidad del individuo.
Es que el sentido de autoridad, obediencia, disciplina y escucha vienen del hogar, los educadores en las instituciones educativas tienen sus límites, por mucho que se ejerza una maternidad o paternidad espiritual como educador (lo cual es necesario), no se vale detentar la paternidad y maternidad que se da en la familia, eso acarreará algunos excesos que desvirtúan el sentido de ser educador en la escuela; los educadores han de partir de algo dado por el hogar: un mínimo suficiente de disciplina, es por ello legítimo el exigir este mínimo a los padres de familia para que los docentes puedan hacer su trabajo, que es el de sistematizar y reforzar a través de las diferentes asignaturas y actividades escolares lo que la familia entrega y le confía a la escuela, i. e., los hijos.
Incluso llega a ser lamentable que los educadores no vean reforzado por el hogar todo lo bueno que en la escuela se va logrando con el alumno; como también es, no sólo lamentable sino contraproducente, el hecho de que los valores que se cultivan en una familia, lejos de ser reforzados en la escuela, se vean agredidos y burlados por los docentes, lo cual muchas veces sucede, más tristemente, por ignorancia de los educadores.
Hablar de persona es hablar de un sujeto que está en relación, en diálogo y comunicación; uno se despersonaliza en la medida en que se hermetiza: se cierra pues, al diálogo y la escucha; hablar de persona es saberse comunidad y es hacer comunidad, por esto es que no es sino en la familia en donde esto se practica, ya que el diálogo y la escucha más que ciencia es un arte.
Hay un autor que en estas últimas semanas me he visto obligado a leer por motivos académicos, es una de las autoridades en cuanto a lo que tiene que ver con teoría de la comunicación, me refiero a David Kenneth Berlo y su obra “El proceso de la comunicación: introducción a la teoría y a la práctica”, es una perspectiva conductista de la comunicación la que se nos propone en la obra de este autor (y por su conductismo es que se hace un autor tradicional en cuanto a teoría de la comunicación se refiere), en donde la comunicación termina dándose sólo, y solo sí, hay un estímulo de por medio, lo cual termina sugiriendo que la comunicación siempre está preñada de un interés material.
Y resulta que sobre todo es en la dinámica cotidiana de la vida familiar en donde el conductismo queda superado, a menos de que en la familia lo que construyamos consciente o inconscientemente sean sujetos interesados, porque se premie exageradamente todo: imponiendo el mensaje de que todo en la vida es negociable y premiable materialmente, lo cual es falso.
Por esto es que propongo la comunicación en el seno familiar como un arte, lo cual exige que esto se alcance en términos de virtud; la virtud y el arte guardan una relación íntima, porque el virtuoso es un artista y el artista es un virtuoso, así que aprender a comunicarse es una labor artística, que trasciende lo científico o lógico que esto pueda tener en psicología o teoría de la comunicación, además, es una virtud también en tanto que es algo que se alcanza de manera difícil y perseverante: con arduo trabajo, acompañado de la paciencia, y por gratuidad cuando lo que está en juego es el hacer familia, y no por interés material, como cuando se tiene que ser políticamente correcto al comunicarnos en el trabajo para conservarlo, lo cual, siendo honestos, muchas veces significa ser hipócritas, cosa a la que si no se tiene cuidado, orillan las asesorías conductistas para comunicarnos en el hogar (y en el trabajo).

martes, 17 de noviembre de 2009

Educación en la familia: la familia en el mundo actual

Publicado en Diario El Mexicano: TIJUANA, B.C. / LUNES 16 DE NOVIEMBRE DE 2009 / 25A
Por Jesús M. Herrera A.
¿En qué mundo queremos construir, o estamos construyendo nuestra familia? ¿Se hace importante la filosofía en lo que implica la vida del hogar en familia? Intentaré dar respuesta a estas dos preguntas, que tendrán por objetivo el hacer algo de filosofía para la familia, espero que la reflexión toque lo más fundamental, lo cual haré desde una perspectiva personalista, que es la filosofía que más me ayuda en esta empresa.
Permítaseme un paréntesis, ya que uno de los objetivos es hacer llegar una lección de filosofía en esta oportunidad que amablemente El Mexicano me ofrece; entonces, estimado lector, usted puede tener a su alcance por medio de Internet bastante información en lenguaje accesible a propósito de lo que es el personalismo comunitario, filosofía a la que aludo en mis columnas, incluso en algunas de manera muy explícita, como en este caso.
Y la promoción que hago del personalismo resulta porque se trata de una filosofía que se construye a partir de la persona (cosa que no toda filosofía quiere o puede hacer), con el fin de conducir siempre al respeto absoluto de ella. Viéndola siempre como un ser de interdependencia, ni dependiente y ni independiente para ser feliz, de lo cual resulta la convicción de ser no sólo personalismo, sino, también, comunitario, pues se trata de una interdependencia que conduce al respeto y la promoción, además de la dignidad humana, del bien común.
Las preguntas con las que inicio este artículo van en el sentido de justificar elementos filosóficos que ayuden a responder en qué mundo estamos, con lo cual iremos encontrando cartas con qué hacer en nuestro hogar una escuela de crítica, que tanta falta hace toda vez que la educación académica lejos de tener un carácter personalista, más bien se ha encasillado en ser instituciones que capacitan para el trabajo, y si logran eso, pues ya es ganancia.
Yo veo que los elementos para conocer el mundo en el que se vive, van desde los de carácter religioso y psicológico a los sociológicos o políticos, pasando por los de los comunicólogos, todos ellos no dejan de orientar mucho, y hace falta también echar mano de los recursos que la filosofía nos ofrece, ello nos ayudará a mejorar los que hemos mencionado.
Entonces, en México, es urgente el hacer ver la necesidad de que los padres de familia abramos los espacios para el cultivo de la filosofía, entendida esta ciencia como la que logrará darle contenido a un psicologismo que, por un afán muy comercial, a veces impone la ideología de las recetas para ir resolviendo los problemas diarios del hogar, sobre todo los que tienen que ver con la educación de los hijos.
Y no se trata de hacer crítica en el sentido de hablar sin proponer, al contrario, me parece que, aun en un mundo relativista, donde pareciera que todas las opiniones valen, no deja alguien de distinguirse por saber dar razón y expresar bien lo que son sus ideales, y es precisamente la filosofía quien mejor ayuda a ello, pues aquí hablar de ideales es hablar de valores morales, lo cual es antes que nada un asunto filosófico.
Muchas veces los valores que le queremos conseguir a los hijos los queremos hacer llegar vía la religión, lo cual no había estado mal, hasta que la formación religiosa comenzó a perder de vista que su primer cometido es el de humanizar; la religión hacía llegar principios muy humanos, como en su momento fue el enseñar (a través de la religión) una sabiduría clásica que se encontraba en las virtudes que los viejos llamaron cardinales, cosa que hoy apenas quiere volver a recuperarse en su sentido auténtico.
El religioso hace trascender su educación cuando tiene cuidado de los supuestos humanos que implican su credo, y si estos valores humanos se marginan de la religión, es muy probable que se incurra en moralismos: se tenderá mucho a condenar violentamente, sin comprender primero qué sucede, lo cual implica abandonar el diálogo con el que piensa diferente, y entonces la religión aparece a los ojos de ese mundo diferente a mí no como una oportunidad para la reflexión y retroalimentación, sino como un instrumento de dominio, casado con el sistema de poder.
Por esto es que la filosofía es una ciencia que nos ayuda a saber dialogar, más allá de las teorías de las Ciencias de la comunicación, pues las más tradicionales de ellas, se limitan a ver la comunicación como un proceso con fines de mercadeo. Más, tenemos por ejemplo a un Paulo Freire, que precisamente por su capacidad filósofica, es que no tiene una perspectiva conductista o mecánica de lo que auténticamente es la comunicación humana.
Se pueden contar a muchos que aun no siendo religiosos le tienen respeto intelectual a un Tomás de Aquino, o a un San Agustín o San Anselmo (clásicos de la filosofía cristiana medieval), y al revés, hay muchos pensadores religiosos que precisamente por su agudeza intelectual, saben reconocer una profunda enseñanza en aquellos que no son religiosos, pero sin perspicacia filosófica este diálogo no se puede dar.
La filosofía quiere ser una ciencia que ayuda a ver desde el mejor ángulo, y busca hacer dialogar diferentes perspectivas, o puntos de vista, sobre todo los puntos de vista antagónicos, lo cual hoy día se hace urgente porque vivimos en un mundo en el que nos inmoviliza la guerra y saturación de información, de manera que unos se sobreinforman y otros prefieren vivir en la desinformación, lo cual hace que tanto los primeros como los segundos no sean capaces de tomar decisiones.
El mundo en el que vivimos es definido en la filosofía (y otras ciencias) como posmoderno, o tardomoderno; es un mundo caracterizado por la confusión, no se sabe si no hay valores o son otros los valores de la cultura posmoderna o tardomoderna en la que estamos inmersos.
Una opción es atender a esta cultura haciendo de la familia un refugio para escaparse del mundo toda vez que se le condena; otra opción sería posmodernizar la familia, o como bien se ha escuchado por allí, hacer una familia light, en donde se acude al hogar sólo a dormir y a tomar una ducha, y algunas veces también para comer. Así las cosas todo y nada es familia, ésta deja de ser el núcleo de la sociedad. La familia pierde su sentido social porque en el seno de ella no se ha aprendido a socializar, a ser interdependientes.
Adentrémonos poquito más en el recurso filosófico. Uno de los elementos que caracterizan básicamente a la posmodernidad, es que ésta es una cultura decepcionada de la razón, y razón en gran medida significa ciencia, porque la razón por medio de la ciencia nos había prometido un paraíso, y lejos de haber cumplido la promesa, lo que nos trajo fueron guerras y genocidios (los filósofos piensan en las guerras mundiales con las que se inicia el Siglo XX).
Así es que la familia se ha querido ver, por muchos posmodernos, como producto de ese orden que viene de la razón moderna; como se ve, es todo un océano de elementos por conocer y comprender para saber defender a la familia, y en esta empresa el no echar mano de la filosofía, nos dejará muchos huecos, que menguarán nuestro trabajo por educar para este mundo.
Marginar a la filosofía es lo mismo que desconocer el mundo en el que vivimos, y he visto que luego la educación en valores, tanto en la casa como en la escuela, se enseña anacrónicamente, como si se viviera en la década de los cuarentas. De aquí mi invitación a aprovechar la enseñanza que nos ofrece la filosofía.

Filosofía, caridad y muerte


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en diario El Mexicano: LUNES 9 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C., p. 18A
El problema de distinguir día de muertos y halloween.
En mis dos pasadas columnas no he querido hacer la distinción entre Día de muertos y Halloween, no me atrae hacerla porque quiero jugar con el sincretismo tan de moda actualmente, pero no quiero ser sincretista.
Más bien insisto en que se tenga el cuidado de aprovechar el tiempo para hablar de la muerte desde una perspectiva filosófica que enriquezca a cualquier otra perspectiva (ya que esto es algo de lo que le toca hacer a la filosofía), e intento aportar algo dejando líneas de dirección para abordar el asunto, sean o no sean religiosos los planteles educativos, yo creo que la filosofía nos ayuda en esta empresa, porque es muy abarcadora, quiere y puede ser significativa tanto como para si se abordarán los problemas existenciales, como el de la muerte y el de la vida, desde los supuestos de la fe cristiana o al margen de ellos.
Incluso cabe hacer la mención de que luego no se ve en qué se distingan las escuelas confesionales de las que no lo son, porque me parece evidente que ni unas ni otras quieren (o no pueden) abrirse al conocimiento filosófico del ser humano, si acaso hay un acercamiento a la pura descripción psicologista o piadosa (que ni a religiosa, y mucho menos a teológica llega) del ser humano, lo cual en ninguno de los casos rinde para profundizar en esto tan trascendental en el ser humano, como es ser procreador de vida y ser-para-la-muerte: dos convicciones que en la persona se sintetizan en el todo de ella.
La filosofía es, entre otras cosas y en este caso, para darle contenido a las percepciones fragmentadas que se tienen, fragmentos que toman la forma de opiniones y ritualismos un tanto lúdicos y a veces hasta pretenciosamente mágicos; incluso, insisto, los sincretismos que meten en un solo costal lo anglo del Halloween y lo supuestamente autóctono de los altares de muertos en México, terminan por fragmentar la seriedad debida al asunto de la muerte.
En la medida en que se le da su lugar a la filosofía lo que hacemos es salvaguardar lo esencial de las cosas; por ejemplo, me parece que más allá de justificar si es o no diabólico el halloween, o qué carácter cristiano o náhuatl puedan tener los tradicionales altares de muertos (acudiendo a la historiografía en cualquier caso), pues que las actividades no se queden en entretenimiento, es importante comenzar a construir una atmósfera humanista que invite a la reflexión y al diálogo, con lo cual se puedan cubrir esos aspectos que en la educación quedan desprotegidos por la rigidez de un sistema “educativo” que, si bien nos va, se queda siendo puro adiestramiento.
Incluso el introducir a la filosofía en estos eventos ayuda también para mitigar el puro sentido mercadológico de las fiestas, cualquiera que éstas sean. Y es que, finalmente, lo más objetivo de las fiestas a las que se les da cabida tanto en el hogar como en la escuela luego no termina siendo sólo por su valor religioso o pagano, sino, precisamente, por el sentido consumista en el que terminan metiendo y distrayendo, insisto, de lo humanamente esencial.
Quiero jugar con el sincretismo para superarlo por lo menos humanamente, tal vez sin acudir al recurso del pensamiento y el lenguaje religioso, no tanto porque no lo valore, al contrario, para que quienes tenemos como un valor la vida de fe cristiana, pues que sepamos por dónde queda el fondo humano de lo que se cree religiosamente, y por ello, con estatuto de verdad, y entonces, en virtud de esto, animar en esos valores religiosos que le ayudan al ser humano a tener un crecimiento como persona.

La muerte en el pensamiento cristiano
He recibido con gran atención algo que encuentro entre las líneas de los comentarios que he recibido por las lecturas que hacen de estas columnas, lo cual termina siendo una petición: se trata de que distinga lo que el cristianismo le ha dado a nuestra cultura, y sobre todo que haga distinguir lo más auténtico del cristianismo en torno al asunto de la muerte. Lo cual es muy importante, además de que es exigible, toda vez que si no es por la religión, entonces no puede haber un canal por el que se conduzca esa apertura que termina en una resignación sana, y no enfermiza y de depresión crónica ante la realidad de la muerte.
El cristianismo es la religión de la esperanza; y mucho se ha acusado como de algo falso a la trascendencia que promete el cristianismo, se dice que esta esperanza no tiene sustento real, y que sólo sirve para manipular a la gente (Marx); o que sólo sirven estas falsas promesas para evadir la realidad enfermiza o neurótica en la que puede estar metido el ser humano (Freud); o incluso se ha dicho que el cristianismo es una moral en la que se refugian los débiles (Nietzsche), han sido éstas ya interpretaciones en franca superación, pues desde Marx, Freud y Nietzsche se están tejiendo otras reflexiones menos agresivas para la intencionalidad religiosa de la persona; y no sólo menos agresivas, sino más para el provecho de la vida de fe.
Me parece que estas críticas, por un lado, son provechosas para que el creyente no se olvide de lo esencial, y evalúe la autenticidad de su praxis religiosa. Pero por otro lado, pues son observaciones que tal vez se tejen o se les da seguimiento fuera de contexto. Algo aquí que cabe como intermedio, es la exigencia de testimonio a la que está obligado el creyente, con lo cual materializa y muestra como real su esperanza.
Por lo último es que yo veo que lo más importante, y con lo que se puede estar más allá de estas críticas, es que el reto del cristianismo consiste en hacer del amor de caridad la virtud por la cual se viva una muerte que haga crecer a la persona, aquí se trata de la muerte como renuncia y no de la muerte biológica, más bien la segunda toma sentido desde la primera; de lo que hablamos es de la renuncia de sí como vida auténtica, no en el sentido pesimista como sucede con Schopenhauer, sino que aquí se trata de la renuncia que logre un acercamiento al otro desde la intención de la caridad, esta es una virtud que sintetiza eros y thánatos, lo cual conduce a un morir para vivir.
Entonces, pues, si desaparece la caridad de la renuncia de sí, se pierde el sentido cristiano de la vida, misma que se sabe preparar en esta renuncia, para la muerte; en la renuncia de sí por abrirse progresivamente al otro y por el otro, es que se alcanza la fuerza necesaria para ver a la muerte con esperanza, porque entonces la muerte se traduce en ofrenda por alguien (no por algo).
Y es que actualmente se ven expresiones para acoger la realidad de la muerte que pueden partir del absurdo (La Santa Muerte) y lejos de diluirse, lo que hacen es más bien construir una cultura de la muerte por la que se pervierte tanto el hombre como que se llega a matar al otro, es el puesto radicalmente opuesto, como se ve, al sentido de la muerte que emerge desde ese amor que es el propio del cristianismo, que es el de caridad, que no tiene ambigüedad, ya que exige dar la vida por el otro y no quitarle la vida al otro para mi provecho.

martes, 3 de noviembre de 2009

Hablar de la muerte en la escuela


Por Jesús M. Herrera A.
Publicado en Diario “El Mexicano”: LUNES 2 DE NOVIEMBRE DE 2009 / TIJUANA, B.C., 10A .
El ambiente que se genera el Día de muertos y/o Halloween, como venía adelantando en mi columna pasada, es recomendable que se pueda aprovechar para que pensemos en hablar de la muerte en las instituciones educativas a donde asistimos.
Se trata de un reflexionar en torno a esta realidad ineludible si es que se quiere educar en el sentido pleno de la palabra; una auténtica educación exige educar para la muerte, o como decían los viejos, preparase para bien morir y ayudar a bien morir, insistimos en que el asunto de la muerte también es un asunto de educación, y la educación para que sea significativa entonces ha de tomar muy en cuenta el contexto cultural en donde se vive.
Para tratar el asunto de la muerte, uno de los elementos culturales (o de contexto) por tomar en cuenta, es que se vive en un mundo secularizado; y sin entrar en desarrollos, incluso quizá necesarios, que por espacio aquí no podemos por ahora exponer, entiendo que un mundo secularizado es el que ya no aprecia algo como sagrado en la cultura que construye o destruye el sentido de la vida de los seres humanos de hoy.
¿Y cómo es que se ha llegado a construir un mundo secularizado?, los siguiente cuatro párrafos intentan ser uno de los porqués, uno nada más, ya que son más las razones, pero la siguiente exposición me parece que resulta pedagógica para tener una idea del asunto, por lo menos para ver por dónde iniciarnos en el asunto de un mundo frío y calculador, que no sabe valorar y sólo mide positivamente la vida y la muerte.
Hay un esquema bastante traído y llevado en los ámbitos académicos, que intenta explicar una evolución del conocimiento a través de la historia, se trata de la propuesta de quien ha sido considerado como pionero del positivismo, el filósofo Augusto Comte. Este filósofo habla de tres estadios, a saber: el teológico, el metafísico y el positivo, en su obra “Curso de filosofía positiva”, expliquemos la tesis de los estadios lo más brevemente posible.
El primer estadio: el teológico o religioso, al que por definición pertenece lo sagrado, Comte nos lo presenta como de “ficticio”, en donde toda vez que no hay ciencia que explique empíricamente los fenómenos de la naturaleza, entonces, como para tener cierta tranquilidad humana, nos quedamos escondiendo nuestra ignorancia empírica en inventos religiosos. Por ejemplo, el haber visto a la enfermedad como un castigo por el pecado que se haya cometido, cosa que literalmente se lee en textos religiosos como la Biblia judeocristiana.
El segundo estadio es el metafísico, en éste es donde nos perdemos en las especulaciones lógicas que no nos permiten la consecución del conocimiento empírico, y no obstante, este estadio es como un mal necesario; se trata de un estadio en el que nos perdemos en estar elaborando hipótesis mentales, para luego escribirlas, pero que sobre todo sirven para poder alejarnos de los prejuicios del estado teológico o religioso, y por esto último es que el estadio metafísico se hace como un mal necesario (es un mal en cuanto que no es aún positivo y necesario porque hay que pasar ineludiblemente por él).
Y el tercer estadio es el positivo, o auténticamente científico, en donde lo real y verdadero es lo que puede experimentarse en lo concreto, más allá de lo puramente especulativo y sobre todo al margen de lo religioso o teológico.
Este resumen de la tesis de Comte que sirva como para tener una idea de cómo es que se fue haciendo y fortaleciendo un mundo positivista (no es que esto lo explique todo en cuanto a qué sea el positivismo); el cual muchos quisieran superar y otros pocos nostálgicamente quisieran regresar a él.
Aplicando ese “logro”: el de un mundo y una mentalidad y cultura positivista, a lo que es esencialmente el ser humano: ¿Cómo hacer que la condición humana quede explicada o satisfecha por el positivismo?, o mejor es decir, ¿cómo es que el positivismo puede conseguirle al ser humano eso tan anhelado y, por cierto, no muy bien comprendido que es la felicidad?
La diferencia entre la vida y la muerte de una persona a la de cualquier otra criatura, es que el ser humano, entendido como persona, le busca y le encuentra sentido a la vida y a la muerte; y en esta empresa se implica ineludiblemente la felicidad humana; ser feliz es darle sentido a la vida sin olvidarse de la realidad de la muerte, no se puede ser feliz marginando la realidad de la muerte.
Con una mentalidad positivista, que todo quiere verificar sólo por medios empíricos, no se accede a lo sagrado (porque lo sagrado no es verificable empíricamente), tanto la vida como la muerte humana, en la medida en que nos excede el misterio de lo que son, tienen una parte de sagrada que nos exige respeto y reverencia; decía Plauto (y en la modernidad lo vino a recordar Hobbes) que el hombre se convierte en lobo para el hombre, cuando desconoce quién es el otro, y aquí pensar en lo sagrado del ser humano es pensar en su dignidad, la cual es intocable, respetable porque sí.
Se respeta la vida cuando logramos que la muerte sea celebración de la vida, no obstante el dolor humano que se padezca a causa del fallecimiento del ser querido. Y sólo se celebra la vida cuando se ha sabido luchar por ella, cuando se ha trabajado por promocionarla, por cuidarla.
Y es que tomando como pretexto el verificacionismo del positivismo se ha llegado a negar la vida; empíricamente a muchos nos basta saber de un embarazo para que nos comprometamos como sociedad ante el nonato, si es embarazo en una mujer es, por tanto, un ser humano el que viene y no otra cosa; mientras que si una mentalidad es exageradamente empirista, el embarazo de instantes no basta para reconocer que una vida humana se está comenzando a gestar, y como vida posible tiene, entonces, derechos porque tiene necesidades; y se tienen aún más derechos en la medida en que el ser humano sea más indefenso o necesitado.
Entonces, decíamos que sólo se celebra la muerte como triunfo de la vida, precisamente cuando se le ha dado sentido a la muerte, cuando quien muere nos ha enseñado a cuidar la vida, y más aún, cuando se ha dado la vida por el otro: en esto la maternidad resulta paradigmática, el amor maternal es el que muestra cómo dar la vida por el otro, es un amor que sabe del dolor que no hace sufrir, y cuando se sufre se está dispuesto a dar la vida por evitar el sufrimiento del hijo.
Y es que en el hijo también se encuentra la experiencia de lo sagrado, porque lo sagrado es real, porque más allá de los logros de una mentalidad positivista o empirista, la maternidad y la paternidad alcanzan a ver en el hijo el don y la responsabilidad de la vida, de lo contrario no se explica uno por qué nos consagramos, o empeñamos la vida pues, para que los hijos sean felices y puedan acceder a lo mejor del mundo.
Si no se supera una cultura exageradamente secularista y empirista, no se sabrá qué hacer con la certeza de la muerte, dejarla en el olvido es no asumir el compromiso por cultivar la vida, lo cual consiste en trabajar por la justicia; también el olvido de la muerte degenera en prácticas y ritualismos que tienen que ver con una cultura de la muerte, de esto reflexionaremos ya en la siguiente columna.
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